Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 29 de septiembre de 1864 - Salamanca, 31 de diciembre de 1936) |
Discurso de Unamuno en el Congreso sobre las Lenguas Hispánicas y a propósito de la oficialidad del castellano.
(Diario de Sesiones, 18 de septiembre de 1931)
Señores diputados, el texto del proyecto de
Constitución hecho por la Comisión dice: «El castellano es el idioma
oficial de la República, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado
reconocen a las diferentes provincias o regiones.»Yo debo confesar que no
me di cuenta de qué perjuicio podía haber en que fuera el castellano el idioma
oficial de la República e hice una primitiva enmienda, que no era exactamente
la que después, al acomodarme al juicio de otros, he firmado.
En mi primitiva enmienda decía: «El castellano
es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tendrá el derecho
y el deber de conocerlo, sin que se le pueda imponer ni prohibir el uso de
ningún otro.» Pero por una porción de razones vinimos a convenir en la
redacción que últimamente se dio a la enmienda, y que es ésta: «El
español es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tiene el
deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar
cooficial la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer,
sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional.»
Entre estas dos cosas puede haber en la práctica
alguna contradicción. Yo confieso que no veo muy claro lo de la cooficialidad,
pero hay que transigir. Cooficialidad es tan complejo como cosoberanía; hay
«cos» de éstos que son muy peligrosos. Pero al decir «A nadie se podrá imponer,
sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional», se modifica el texto oficial,
porque eso quiere decir que ninguna región podrá imponer, no a los de otras
regiones, sino a los mismos de ella, el uso de aquella misma Lengua. Mejor
dicho, que si se encuentra un paisano mío, un gallego o un catalán que no
quiera que se le imponga el uso de su propia Lengua, tiene derecho a que no se
les imponga. (Un señor diputado: ¿Y a los notarios?) Dejémonos de
eso. Tiene derecho a que no se le imponga. Claro que hay una cosa de
convivencia -esto es natural- y de conveniencia; pero esto es
distinto; una cosa de imposición. Pero como a ello hemos de ir, vamos a pasar
adelante. Estamos indudablemente en el corazón de la unidad nacional y es lo
que en el fondo más mueve los sentimientos: hasta aquellos a quienes se les
acusa de no querer más que vender o mercar sus productos -yo digo que no
es verdad-, en un momento estarían dispuestos hasta a arruinarse por defender
su espíritu. No hay que achicar las cosas. No quiero decir en nombre de quién
hablo; podría parecer una petulancia si dijera que hablo en nombre de España.
Sé que se toca aquí en lo más sensible, a veces en la carne viva del espíritu;
pero yo creo que hay que herir sentimientos y resentimientos para despenar
sentido, porque toca en lo vivo. Se ha creído que hay regiones más vivas que
otras y esto no suele ser verdad. Las que se dice que están dormidas, están tan
despiertas como las otras; sueñan de otra manera y tienen su viveza en otro
sitio. (Muy bien.)
Aquí se ha dicho otra cosa. Se está hablando siempre
de nuestras diferencias interiores. Eso es cosa de gente que, o no viaja, o no
se entera de lo que ve. En el aspecto lingüístico, cualquier nación de Europa,
Francia, Italia, tienen muchas más diferencias que España; porque en Italia no
sólo hay una multitud de dialectos de origen románico, sino que se habla alemán
en el Alto Adigio, esloveno en el Friul, albanés en ciertos pueblos del
Adriático, griego en algunas islas. Y en Francia pasa lo mismo. Además de los
dialectos de las Lenguas latinas, tienen el bretón y el vasco. La Lengua,
después de todo, es poesía, y así no os extrañe si alguna vez caigo aquí, en
medio de ciertas anécdotas, en algo de lirismo. Pero si un código pueden
hacerlo sólo juristas, que suelen ser, por lo común, doctores de la letra
muerta, creo que para hacer una Constitución, que es algo más que un código,
hace falta el concurso de los líricos, que somos los de la palabra viva. (Muy
bien).
Y ahora me vais a permitir, los que no los entienden,
que alguna vez yo traiga aquí acentos de las Lenguas de la Península. Primero
tengo que ir a mi tierra vasca, a la que constantemente acudo. Allí no hay este
problema tan vivo, porque hoy el vascuence en el país vasco navarro no es la
Lengua de la mayoría, seguramente que no llegan a una cuarta parte los que lo
hablan y los que lo han aprendido de mayores, acaso una estadística demostrará
que no es su Lengua verdadera, su Lengua materna; tan no es su verdadera Lengua
materna, que aquel ingenuo, aquel hombre abnegado llegó a decir en un momento:
“Si un maqueto está ahogándose y te pide ayuda, contéstale: «Eztakit erderaz.»
«no sé castellano.»” Y él apenas sabía otra cosa, porque su Lengua materna, lo
que aprendió de su madre, era el castellano.
Yo vuelvo constantemente a mi nativa tierra. Cuando
era un joven aprendí aquello de «Egialde guztietan toki onak badira bañan
biyotzak diyo: zoaz Euskalerrira.» «En todas partes hay buenos lugares, pero el
corazón dice: vete al país vasco.» Y hace cosa de treinta años, allí, en mi
nativa tierra, pronuncié un discurso que produjo una gran conmoción, un
discurso en el que les dije a mis paisanos que el vascuence estaba agonizando,
que no nos quedaba más que recogerlo y enterrarlo con piedad filial,
embalsamado en ciencia. Provocó aquello una gran conmoción, una mala alegría
fuera de mi tierra, porque no es lo mismo hablar en la mesa a los hermanos que
hablar a los otros: creyeron que puse en aquello un sentido que no puse. Hoy
continúa eso, sigue esa agonía; es cosa triste, pero el hecho es un hecho, y
así como me parecería una verdadera impiedad el que se pretendiera despenar a
alguien que está muriendo, a la madre moribunda, me parece tan impío inocularle
drogas para alargarle una vida ficticia, porque drogas son los trabajos que hoy
se realizan para hacer una Lengua culta y una Lengua que, en el sentido que se
da ordinariamente a esta palabra, no puede llegar a serlo.
El vascuence, hay que decirlo, como unidad no existe, es un conglomerado de
dialectos en que no se entienden a las veces los unos con los otros. Mis cuatro
abuelos eran, como mis padres, vascos; dos de ellos no podían entenderse entre
sí en vascuence, porque eran de distintas regiones: uno de Vizcaya y el otro de
Guipúzcoa. ¿Y en qué viene a parar el vascuence? En una cosa, naturalmente,
tocada por completo de castellano, en aquel canto que todos los vascos no hemos
oído nunca sin emoción, en el Guernica Arbola, cuando dice que tiene que
extender su fruto por el mundo, claro que no en vascuence. «Eman ta zabalzazu
munduan frutua adoratzen raitugu, arbola santua» «Da y extiende tu fruto por el
mundo mientras te adoramos, árbol santo.» Santo, sin duda; santo para todos los
vascos y más santo para mí, que a su pie tomé a la madre de mis hijos. Pero así
no puede ser, y recuerdo que cantando esta agonía un poeta vasco, en un último
adiós a la madre Euskera, invocaba el mar, y decía: «Lurtu, ichasoa.» «Conviértete
en tierra, mar»; pero el mar sigue siendo mar.
Y ¿qué ha ocurrido? Ha ocurrido que por querer hacer
una Lengua artificial, como la que ahora están queriendo fabricar los
irlandeses; por querer hacer una Lengua artificial, se ha hecho una especie de
«volapuk» perfectamente incomprensible. Porque el vascuence no tiene palabras
genéricas, ni abstractas, y todos los nombres espirituales son de origen
latino, ya que los latinos fueron los que nos civilizaron y los que nos
cristianaron también. (Un señor diputado de la minoría vasco navarra: Y
«gogua» ¿es latino?) Ahí voy yo. Tan es latino, que cuando han querido
introducir la palabra «espíritu», que se dice «izpiritué», han introducido ese
gogo, una palabra que significa como en alemán «stimmung», o como en castellano
«talante» es estado de ánimo, y al mismo tiempo igual que en catalán «talent»,
apetito. «Eztankat gogorik» es «no tengo ganas de comer, no tengo apetito».
Me alegro de eso, porque contaré más. Estaba yo en un
pueblecito de mi tierra, donde un cura había sustituido -y esto es una
cosa que no es cómica- el catecismo que todos habían aprendido, por uno de
estos catecismos renovados, y resultaba que como toda aquella gente había
aprendido a santiguarse diciendo: «Aitiaren eta semiaren eta izpirituaren
izenian» (En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo), se les hacía
decir: «Aitiaren eta semiaren eta Crogo dontsuaren izenian», que es: «En el
nombre del Padre, del Hijo y del santo apetito.» (Risas.) No;
la cosa no es cómica, la cosa es muy seria, porque la Iglesia, que se ha
fundado para salvar las almas, tiene que explicar al pueblo en la Lengua que el
pueblo habla, sea la que fuere, esté como esté; y así como hubiera sido un
atropello pretender, como en un tiempo pretendió Romero Robledo, que se
predicara en castellano en pueblos donde el castellano no se hablaba, es tan
absurdo predicar en esas Lenguas.
Esto me recuerda algo que no olvido nunca y que pasó
en América: que una Orden religiosa dio a los indios guaraníes un catecismo
queriendo traducir al guaraní los conceptos más complicados de la Teología, y,
naturalmente, fueron acusados por otra Orden de que les estaban enseñando
herejías; y es que no se puede poner el catecismo en guaraní ni azteca sin que
inmediatamente resulte una herejía. (Risas.)
Y después de todo, lo hondo, lo ínfimo de nuestro espíritu vasco, ¿en qué lo
hemos vertido? El hombre más grande que ha tenido nuestra raza ha sido Iñigo de
Loyola y sus Ejercicios no se escribieron en vascuence. No hay un alto espíritu
vasco, ni en España ni en Francia, que no se haya expresado o en castellano o
en francés. El primero que empezó a escribir en vascuence fue un protestante, y
luego los jesuitas. Es muy natural que nos halague mucho tener unos señores
alemanes que andan por ahí buscando conejillos de Indias para sus estudios
etnográficos y nos declaren el primer pueblo del mundo. Aquí se ha dicho eso de
los vascos.
En una ocasión contaba Michelet que discutía un vasco
con un montmorency, y que al decir el montmorency: «¿Nosotros los montmorency
datamos del siglo.., tal», el vasco contestó: «Pues nosotros, los vascos, no
datamos.» (Risas.) Y os digo que nosotros, en el orden
espiritual, en el orden de la conciencia universal, datamos de cuando los
pueblos latinos, de cuando Castilla, sobre todo, nos civilizó. Cuando yo
pronunciaba aquel discurso recibí una carta de D. Joaquín Costa lamentándose de
que el vascuence desapareciese siendo una cosa tan interesante para el estudio
de las antigüedades ibéricas. Yo hube de contestarle: «Está muy bien; pero no
por satisfacer a un patólogo voy a estar conservando la que creo que es una
enfermedad.» (Risas).
Y ahora hay una cosa. El aldeano, el verdadero
aldeano, el que no está perturbado por nacionalismos de señorito resentido, no
tiene interés en conservar el vascuence.
Se habla del anillo que en las escuelas iba pasando de un niño a otro hasta ir
a parar a manos de uno que hablaba castellano, a quien se le castigaba; pero
¿es que acaso no puede llegar otro anillo? ¿Es que no he oído decir yo: «No
enviéis a los niños a la escuela, que allí aprenden el castellano, y el
castellano es el vehículo del liberalismo»? Eso lo he oído yo, como he oído
decir: «¡Gora Euzkadi ascatuta!» («Euzkadi» es una palabra bárbara; cuando yo
era joven no existía; además conocí al que la inventó). «¡Gora Euzkadi
ascatuta!» Es decir: ¡Viva Vasconia libre! Acaso si un día viene otro anillo
habrá de gritar más bien: «¡Gora Ezpaña ascatuta!» ¡Viva España libre! Y sabéis
que España en vascuence significa labio; que viva el labio libre, pero que no
nos impongan anillos de ninguna clase.
Pasemos a Galicia; tampoco hay aquí, en rigor,
problema. Podrán decirme que no conozco Galicia y, acaso, ni Portugal, donde he
pasado tantas temporadas; pero ya hemos oído que Castilla no conoce la
periferia, y yo os digo que la periferia conoce mucho peor a Castilla; que hay
pocos espíritus más comprensivos que el castellano (Muy bien.) Pasemos,
como digo, a Galicia. Tampoco allí hay problema. No creo que en una verdadera
investigación resultara semejante mayoría. No me convencen de no. Pero aquí se
hablaba de la lengua universal, y el que hablaba sin duda recuerda lo que en la
introducción a los Aíres da miña terra decía Curros Enríquez
de la lengua universal:
«Cuando todas lenguas o fin topen que marca a todo o
providente
dedo e c'os vellos idiomas estinguidos
un solo idioma universal formemos;
esa lengua pulida, idioma úneco,
mais qu'hoxe enriquecido e mais perfeuto,
resume d'as palabras mais sonoras
qu'aquela n'os deixaran como enherdo.
Ese idioma, compendio d'os idiomas,
com'onha serenata pracenteiro,
com'onha noite de luar docísimo
será -¿que outro sinon?- será o gallego
Fala de minha nai, fala armoñosa,
en qu'o rogo d'os tristes sub'o ceo
y en que decende a prácida esperanza,
os afogados e doloridos peitos.
Falta de meus abós, fala en q'os párias,
de trevos e polvo e de sudor cubertos,
piden a terra o grau d'a cor'a sangue
qu'ha de cebar a besta d'o laudemio...
Lengua enxebre, en q'as anemas d'os mortos
n'as negras noites de silencio e medo
encomendan os vivos as obrigas,
que, ¡mal pecados!, sin cuprir morreron.
Idioma en que garula nos paxaros,
en que falan os anxeles, os nenos,
en qu'as fontes solouzan e marmullan
Entr'os follosos albores os ventos»
un solo idioma universal formemos;
esa lengua pulida, idioma úneco,
mais qu'hoxe enriquecido e mais perfeuto,
resume d'as palabras mais sonoras
qu'aquela n'os deixaran como enherdo.
Ese idioma, compendio d'os idiomas,
com'onha serenata pracenteiro,
com'onha noite de luar docísimo
será -¿que outro sinon?- será o gallego
Fala de minha nai, fala armoñosa,
en qu'o rogo d'os tristes sub'o ceo
y en que decende a prácida esperanza,
os afogados e doloridos peitos.
Falta de meus abós, fala en q'os párias,
de trevos e polvo e de sudor cubertos,
piden a terra o grau d'a cor'a sangue
qu'ha de cebar a besta d'o laudemio...
Lengua enxebre, en q'as anemas d'os mortos
n'as negras noites de silencio e medo
encomendan os vivos as obrigas,
que, ¡mal pecados!, sin cuprir morreron.
Idioma en que garula nos paxaros,
en que falan os anxeles, os nenos,
en qu'as fontes solouzan e marmullan
Entr'os follosos albores os ventos»
Todo eso está bien; pero que me permita Curros y
permitidme vosotros; me da pena verle siempre con ese tono de quejumbrosidad.
Parias, azotada, escarnecida..., amarrada contra una roca..., clavado un puñal
en el seno... ¿De dónde es así eso? ¿Es que se pueden tomar en serio burlas, a
las veces cariñosas, de las gentes? No. Es como lo de la emigración. El mismo
Curros, cuando habla de la emigración -lo sabe bien mi buen amigo
Castelao-, dice, refiriéndose al gaitero:
«Tocaba..., e cando tocaba,
o vento que d'o roncón
pol-o canuto fungaba,
dixeran que se queixaba
d'a gallega emigración.
Dixeran que esmorecida
de door a Patria nosa,
azoutada, escarnecida,
chamaba, outra Nai chorosa,
os filliños d'a sus vida...
Y era verdá. ¡Mal pocada!
Contr'on peneda amarrada,
crabad'un puñas n'o seo,
n'aquella gaite lembrada
Galicia era un Prometeo.»
pol-o canuto fungaba,
dixeran que se queixaba
d'a gallega emigración.
Dixeran que esmorecida
de door a Patria nosa,
azoutada, escarnecida,
chamaba, outra Nai chorosa,
os filliños d'a sus vida...
Y era verdá. ¡Mal pocada!
Contr'on peneda amarrada,
crabad'un puñas n'o seo,
n'aquella gaite lembrada
Galicia era un Prometeo.»
No; hay que levantar el ánimo de esas quejumbres,
quejumbres además, que no son de aldeanos. Rosalía decía aquello de:
«Castellanos de Castilla,
tratade ben os gallegos;
cando van, van como rosas;
cando veñen, como negros.»
cando van, van como rosas;
cando veñen, como negros.»
¿Es que les trataban mal? No. Eran ellos los que se
trataban mal, para ahorrar los cuartos y luego gastarlos alegre y rumbosamente
en su tierra, porque no hay nada más rumboso, ni menos avaro, ni más alegre,
que un aldeano gallego. Todas esas morriñas de la gaita son cosas de los
poetas. (Risas).
Vuestra misma Rosalía de Castro, después de todo,
cuando quiso encontrar la mujer universal, que era una alta mujer, toda una
mujer, no la encontró en aquellas coplas gallegas; la encontró en sus poesías
castellanas de Las orillas del Sar. (Denegaciones en algunos señores
diputados de la minoría gallega.) ¿Y quiénes han enriquecido
últimamente a la Lengua castellana, tendiendo a que sea española? Porque hay
que tener en cuenta que el castellano es una Lengua hecha, y el español es una
Lengua que estamos haciendo. ¿Y quiénes han contribuido más que algunos
escritores galleros -y no quiero nombrarlos nominativamente,
estrictamente-, que han traído a la Lengua española un acento y una nota
nuevos?
Y ahora vengamos a Cataluña. Me parece que el problema
es más vivo y habrá que estudiarlo en esta hora de compresión, de cordialidad y
de veracidad. Yo conocí, traté, en vuestra tierra, a uno de los hombres que me
ha dejado más profunda huella, a un cerebro cordial, a un corazón cerebral,
aquel gran hombre que fue Juan Maragall. Oíd:
«Escolta, Espanya le veu d'un fill
que't parla en llengua no castellana,
parlo en la llengua que m'ha donat
la terra apra,
en questa llengua pocs t'han parlat;
en l'altra..., massa.
parlo en la llengua que m'ha donat
la terra apra,
en questa llengua pocs t'han parlat;
en l'altra..., massa.
En esta Lengua pocos te han hablado, en la otra...
demasiados.
Hon ets Espanya? No't veig enlloc,
no sents la meva ven atronadora?
No entensa aquesta llengua que't parla entre perills?
Has desaprés d'entendre an els teus fils?
Adeu, Espanya!»
no sents la meva ven atronadora?
No entensa aquesta llengua que't parla entre perills?
Has desaprés d'entendre an els teus fils?
Adeu, Espanya!»
Es cierto. Pero él, Maragall, el hombre qué decía
esto, como si no fuera bastante lo demasiado que se le había hablado en la otra
Lengua, en castellano, a España, él habló siempre, en su trabajo, en su labor
periodística; habló siempre, digo, en un español, por cieno lleno de enjundia,
de vigor, de fuerza, en un castellano digno, creo que superior al castellano,
al español, de Jaime Balmes o de Francisco Pi y Margall. No. Hay una especie de
coquetería. Yo oía aquí, el otro día, al señor Torres empezar excusándose de no
tener costumbre de hablar en castellano, y luego, me sorprendió que en español
no es que vestía, es que desnudaba perfectamente su espíritu, y es mucho más
difícil desnudarlo que vestirlo en una Lengua. (Risas.) He
llegado -permitidme- a creer que no habláis el catalán mejor que el
castellano. (Nuevas risas.) Aquí se nos habla siempre de uno
de los mitos que ahora están más en vigor, y es el «hecho». Hay el hecho
diferencial, el hecho tal, el hecho consumado. (Risas.) El
catalán, que tuvo una espléndida florescencia literaria hasta el siglo XV,
enmudeció entonces como Lengua de cultura, y mudo permaneció los siglos del
Renacimiento, de la Reforma y la Revolución. Volvió a renacer hará cosa de un
siglo -ya diré lo que son estos aparentes renacimientos-; iba a quedar
reducido a lo que se llamó el «parlá munisipal». Les había dolido una
comparanza -que yo hice, primero en mi tierra, y, después, en
Cataluña- entre el máuser y la espingarda, diciendo: yo la espingarda, con
la cual se defendieran mis antepasados, la pondré en un sitio de honor, pero
para defenderme lo haré con un máuser, que es como se defienden todos, incluso
los moros. (Risas.) Porque los moros no tenían espingardas,
sino, quizá, mejor armamento que nosotros mismos.
Hoy, afortunadamente, está encargado de esta obra de
renovación del catalán un hombre de una gran competencia y, sobre todo, de una
exquisita probidad intelectual y de una honradez científica como las de Pompeyo
Fabra. Pero aquí viene el punto grave, aquel a que se alude en la enmienda al
decir: «no se podrá imponer a nadie».
Como no quiero amezquinar y achicar esto, que hoy no
se debate, dejo, para cuando otros artículos se toquen, el hablar y el
denunciar algunas cosas que pasan. Algunas las denunció Menéndez Pidal. No se
puede negar que fueran ciertas.
Lo demás me parece bien. Hasta es necesario; el
catalán tiene que defenderse y conviene que se defienda; conviene hasta al
castellano. Por ejemplo, no hace mucho, la Generalidad, que en este caso
actuaba, no de generalidad sino de panicularidad (Risas) dirigió
un escrito oficial en catalán al cónsul de España en una ciudad francesa, y el
cónsul, vasco por cierto, lo devolvió. Además, está recibiendo constantemente
obreros catalanes que se presentan diciendo: «No sabemos castellano», y él
responde: «Pues yo no sé catalán; busquen un intérprete.» No es lo malo esto,
es que lo saben, es que la mayoría de ellos miente, y éste no es nunca un medio
de defenderse. (Rumores en la minoría de Izquierda catalana.- Un señor
diputado pronuncia palabras que no se perciben claramente.) Eso es
exacto. (Un señor diputado: Eso es inexacto.- El señor
Santaló: Sobre todo su señoría no tiene autoridad para investigar si
miente o no un señor que se dirige a un cónsul.-Otro señor diputado
pronuncia palabras que no se perciben claramente.- Rumores.) ¿Es usted
un obrero? (Rumores.- Varios señores diputados pronuncian algunas
palabras que no se perciben con claridad.- Continúan los rumores, que impiden
oír al orador.)... que hablen en cristiano. Es verdad. Toda persecución a
una Lengua es un acto impío e impatriota. (Un señor diputado: Y
sobre todo cuando procede de un intelectual.) Ved esto si es incomprensión. Yo
sé lo que en una libre lucha puede suceder. En artículos de la Constitución, al
establecer la forma en que se ha de dar la enseñanza, trataremos de cómo el
Estado español tendrá que tener allí quien obligue a saber castellano, y sé que
si mañana hay una Universidad castellana, mejor española, con superioridad,
siempre prevalecerá sobre la otra; es más, ellos mismos la buscarán. Os digo
aún más, y es que cuando no se persiga su Lengua, ellos empezarán a hablar y a
querer conocer la otra. (Varios señores diputados de la minoría de la
Izquierda catalana pronuncian algunas palabras que no se entienden claramente.-
Un señor diputado: Lo queremos ya.- Rumores.) Como
sobre esto se ha de volver y veo que, en efecto, estoy hiriendo
resentimientos... (Rumores.- Un señor diputado: Sentimientos;
no resentimientos.) Lo que yo no quiero es que llegue un momento en que una
obcecación pueda llevaros al suicidio cultural. No lo creo, porque una vez en
que aquí en un debate el ministro de la Gobernación hablaba del suicidio de una
región yo interrumpí diciendo: «No hay derecho al suicidio.» En efecto, cuando
un semejante, cuando un hermano mío quiere suicidarse, yo tengo la obligación de
impedírselo, incluso por la fuerza si es preciso, no tanto como poniendo en
peligro su vida cuando voy a salvarle, pero sí incluso poniendo en peligro mi
propia vida. (Muy bien, muy bien.)
Y tal vez haya quien sueñe también con la conquista
lingüística de Valencia. Estaba yo en Valencia cuando se anunció que iba a
llegar el señor Cambó y afirmé yo, y todos me dieron la razón, que allí, en
aquella ciudad, le hubieran entendido mejor en castellano que si hablara en
catalán. Porque hay que ver lo que es hoy el valenciano en Valencia, que fue la
patria del más grande poeta catalán, Ausias March, donde Ramón Muntaner
escribió su maravillosa crónica, de donde salió Tirant lo Blanc.
El más grande poeta valenciano del siglo pasado, uno
de los más grandes de España, fue Vicente Wenceslao Querol. Querol quiso
escribir en lemosín, que era una cosa artificial y artificiosa y no era su
lengua natal; el hombre en aquel lenguaje de juegos florales se dirigía a
Valencia y le decía:
«Fill so de la joyosa vida qu'al sol s'escampa
tot temps de fresques roses bronat son mantell d'or,
fill so de la que gusitan com dos geganta cativa
d'un cap Peñagolosa, de l'altre cap Mongó,
de la que en l'aigua juga, de la que fon por bella
dues voltes desposada, ab lo Cid de Castella
y ab Jaume d'Aragó.»
fill so de la que gusitan com dos geganta cativa
d'un cap Peñagolosa, de l'altre cap Mongó,
de la que en l'aigua juga, de la que fon por bella
dues voltes desposada, ab lo Cid de Castella
y ab Jaume d'Aragó.»
Pero él, Querol, cuando tenía que sacar el alma de su
Valencia no la sacaba en la Lengua de Jaime de Aragón, sino en la Lengua
castellana, en la del Cid de Castilla. Para convencerse no hay más que leer sin
que se le empañen los ojos de lágrimas.
El valenciano corriente es el de los donosos sainetes de Eduardo Escalante, y algunas veces el de aquella regocijantes salacidades de Valldoví de Sueca, al pie de cuyo monumento no hace mucho me he recreado yo. Y también el de Teodoro Llorente cuando decía que la patria lemosina renace por todas partes, añadiendo aquello de...
«... y en membransa dels avis, en penyora
de la gloria passada y venidora,
en fe de germandat,
com penó, com estrella que nos guía
entre llaus de victoria y alegría,
alsem lo Rat-Penat.»
en fe de germandat,
com penó, com estrella que nos guía
entre llaus de victoria y alegría,
alsem lo Rat-Penat.»
«Lo rat penat»; alcemos «lo rat penat», es decir, el
ratón alado que, según la leyenda, se posó en el casco de Jaime el Conquistador
y que corona los escudos de Valencia, de Cataluña y de Aragón; ratón alado que
en Castilla se le llama murciélago o ratón ciego; en mi tierra vasca,
«saguzarra», ratón viejo, y en Francia, ratón calvo; y esta cabecita calva,
ciega y vieja, aunque de ratón alado, no es más que cabeza de ratón. Me diréis que
es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. No; cola de león, no; cabeza de
león, sí, como la que dominó el Cid.
Cuando yo fui a mi pueblo, fui a predicarles el
imperialismo; que se pusieran al frente de España; y es lo que vengo a predicar
a cada una de las regiones: que nos conquisten; que nos conquistemos los unos a
los otros; yo sé lo que de esta conquista mutua puede salir; puede y debe salir
la España para todos.
Y ahora, permitidme un pequeño recuerdo. Al principio
del Libro de los Hechos de los Apóstoles se cuenta la jornada de aquello que
pudiéramos llamar las primeras Cortes Constituyentes de la primitiva Iglesia
cristiana, el Pentecostés; cuando sopló como un eco el Espíritu vivo, vinieron
lenguas de fuego sobre los apóstoles, se fundió todo el pueblo, hablaron en
cristiano y cada uno oyó en su Lengua y en su dialecto: sulamitas, persas,
medos, frigios, árabes y egipcios. Y esto es lo que he querido hacer al traer
aquí un eco de todas estas lenguas; porque yo, que subí a las montañas costeras
de mi tierra a secar mis huesos, los del cuerpo y los del alma, y en tierra
castellana fui a enseñar castellano a los hijos de Castilla, he dedicado largas
vigilias durante largos años al estudio de las Lenguas todas de la Patria, y no
sólo las he estudiado, las he enseñado, fuera, naturalmente, del vascuence,
porque todos mis discípulos han salido iniciados en el conocimiento del
castellano, del galaico-portugués y del catalán. Y es que yo, a mi vez,
paladeaba y me regodeaba en esas Lenguas, y era para hacerme la mía propia,
para rehacer el castellano haciéndolo español, para rehacerlo y recrearlo en el
español recreándome en él. Y esto es lo que importa. El español, lo mismo me da
que se le llame castellano, yo le llamo el español de España, como recordaba el
señor Ovejero, el español de América y no sólo el español de América, sino
español del extremo de Asia, que allí dejo marcadas sus huellas y con sangre de
mártir el imperio de la Lengua española, con sangre de Rizal, aquel hombre que
en los tiempos de la Regencia de doña María Cristina de Habsburgo Lorena fue
entregado a la milicia pretoriana y a la frailería mercenaria para que pagara
la culpa de ser el padre de su Patria y de ser un español libre. (Aplausos.) Aquel
hombre noble a quien aquella España trató de tal modo, con aquellos verdugos,
al despedirse, se despidió en Lengua española de sus hijos pidiendo ir allí
donde la fe no mata, donde el que reina es Dios, en tanto mascullaban unos sus
rezos y barbotaban otros sus órdenes, blasfemando todos ellos el nombre de
Dios. Pues bien; aquí mi buen amigo Alomar se atiene a lo de castellano. El
castellano es una obra de integración: ha venido elementos leoneses y han
venido elementos aragoneses, y estamos haciendo el español, lo estamos haciendo
todos los que hacemos Lengua o los que hacemos poesía, lo está haciendo el
señor Alomar, y el señor Alomar, que vive de la palabra, por la palabra y para
la palabra, como yo, se preocupaba de esto, como se preocupaba de la palabra
nación. Yo también, amigo Alomar, yo también en estos días de renacimiento he
estado pensando en eso, y me ha venido la palabra precisa: España no es nación,
es renación; renación de renacimiento y renación de renacer, allí donde se
funden todas las diferencias, donde desaparece esa triste y pobre personalidad
diferencial. Nadie con más tesón ha defendido la salvaje autonomía -toda
autonomía, y no es reproche, es salvaje- de su propia personalidad
diferencial que lo he hecho yo; yo, que he estado señero defendiendo, no
queriendo rendirme, actuando tantas veces de jabalí, y cuántos de vosotros
acaso habréis recibido alguna vez alguna colmillada mía. Pero así, no. Ni
individuo, ni pueblo, ni Lengua renacen sino muriendo; es la única manera de
renacer: fundiéndose en otro. Y esto lo sé yo muy bien ahora que me viene este
renacimiento, ahora que, traspuesto el puerto serrano que separa la solana de
la umbría, me siento bajar poco a poco, al peso, no de años, de siglos de
recuerdos de Historia, al final y merecido descanso al regazo de la tierra maternal
de nuestra común España, de la renación española, a esperar, a esperar allí que
en la hierba crezca sobre mi tañan ecos de una sola Lengua española que haya
recogido, integrado, federado si queréis, todas las esencias íntimas, todos los
jugos, todas las virtudes de esas Lenguas que hoy tan tristemente, tan
pobremente nos diferencian. Y aquello sí que será gloria.(Grandes aplausos.)
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