Pablo
Iglesias / Publico.es /
25 noviembre 2015
Hoy
viajo a Villafranca de los Barros, el pueblo en el que creció mi abuelo Manuel,
para homenajear su memoria y la de todos los hombres y mujeres que, como él,
lucharon por un país mejor. España tiene aún una deuda pendiente con aquellos
que se enfrentaron al fascismo y lo pagaron con su vida, con la cárcel, con la
tortura y con el peor de los exilios, el interior.
Hoy
quiero compartir con vosotros “Siempre
España”, un artículo que publicó mi abuelo el 10 de febrero de 1939
poco antes de que Franco les derrotara, así como el poema que escribió a su
compañero celda poco antes de que éste abandonara la cárcel. Añado también unas
notas autobiográficas suyas escritas poco antes de morir que fueron publicadas
por Francisco Espinosa en “Masacre. La represión franquista en Villafranca de
los Barros (1936-1945)”.
Creo
que la historia de mi abuelo, socialista y cristiano, es representativa de la
de muchos españoles que perdieron una guerra pero que nos dejaron un legado que
será fundamental para hacer del nuestro un país mejor.
*
“Siempre España“
Manuel
Iglesias Ramírez
(Vida Nueva,
periódico al servicio del Régimen legalmente constituido, Año IX, Úbeda 10 de febrero de 1939, Número 381).
Al
Comisario de la 78 Brigada Mixta, Octavio L. Alba, que hermanó al Código con el
fusil.
Y una
calurosa mañana del mes de julio salieron armados de todas sus armas, y no
precisamente por la puerta falsa de un corral.
Un
grito desolador corrió de parte a parte la Península. Había aparecido un
monstruo. Un dragón horrible. La serpiente de las siete cabezas. Arrastrando su
viscosa piel multiforme –el capitalismo internacional– avanzaba en el verde
malva de la campiña andaluza el gigante macrocéfalo pero vacío de contenido. Le
acompañaban sus tres hijos: La Incultura, La Traición y El Odio. Al gigante le
llamaban el Fascismo y su lema era “Exterminio”. Iban derramando la sal, el
azufre y el vitriolo sobre las plantas cloróticas y los campos yermos de
Castilla.
Querían
despaganizar a España, libertarla del pagano moralismo senequista, de la
exótica doctrina marxista y del íntimo sentido liberal que nació en los viejos
Fueros ibéricos, reverdeció en los Consejos castellanos y se maduró –libertad e
independencia– en la Iglesia de San Felipe Neri en Cádiz. ¿Era esto lo que se
proponía el gigante?… ¡No! Bien sabía él que la corriente senequista era
españolísima; Seneca, Molinos y Ganivet no habían sido pasto del pueblo, y sí
de la clase a que pertenecía el gigante.
El
marxismo… ¿planta exótica? En la catalogación metodológica, como ciencia económico-política,
bueno. En su íntima raíz y estructura humana y humanística, de ninguna manera;
universal y apátrida, o mejor de todas las patrias. ¿Hemos olvidado la
organización de las guildas y conventos del medievo español? ¿Desconocemos la
influencia de nuestros teólogos en Tomás Moro y Campanella, que más tarde
influenciaron a los Hegel, Von Stein, Marx y Engels?
El
monstruo venía a imponer a Cristo, no en su doctrina y su obra, sino a
cristazos; golpeando las cabezas de los agonizantes de duda y de los incrédulos;
golpeándolas, con la madera de la cruz que Roma levantó para un “judío”, y Roma
quiere hundir, en beneficio de otro grupo de judíos que maldicen de su raza y
levantan al otro nuevo dios –el capital– un pedestal de hierro y de cadáveres.
El
monstruo seguía avanzando. En su lucha contra liberales y demócratas del viejo
continente sólo había encontrado como valladar y dique a sus legítimas
aspiraciones, la ayuda de los vencidos en las luchas contra él. Esto, que
parece paradójico, es una verdad incontrovertible; proclamada por Ortega y
Gasset en su magnífico artículo “Sobre el fascismo–Sine ira et studio”. Es una
abstracción –dice Ortega– hablar de la fuerza de un Ejército. La fuerza de un
ejército depende de la del otro, y uno de sus ingredientes es la debilidad del
enemigo. Y así ocurrió. Frente a la acción destructora, solapada y cruel del
monstruo, sólo se levantó la inacción de liberales y demócratas. Hasta que la
bestia tendió uno de sus tentáculos hacia España.
España
que inició la contrarreforma. España que parió un mundo nuevo. España que creó
la palabra “liberal” y que derrotó a Napoleón, era algo superior y distinto a
toda la Europa occidental, decrépita y en ruinas.
Y una
calurosa mañana de julio un grupo de jóvenes desarrapados y sucios, empuñaron
unos viejos fusiles –tan viejos como la adarga y el lanzón del símbolo de la
raza, Alonso Quijano el Bueno– y en las crestas de Guadarrama, en las calles de
Madrid y Barcelona, en los llanos extremeños y en el barrio trianero de Sevilla
–filigrana de oro viejo en la forja del negro diamante del Sindicato del
Puerto– iniciaron la terrible lucha, el inconmesurable encuentro, el choque
apocalíptico.
Los
campos se cuajaron de rojas amapolas –sangre del pueblo eterno– y de negros
cuajarones del gigantesco sapo. La lucha sin igual y fantástica sigue a los dos
años de comenzada. Pero la aurora blanca que delicadamente arrastra a las
verdes estrellas, se aproxima.
Hermanos
atended. Escuchad amigos. La batalla va a llegar a su fin.
El
monstruo morderá el polvo de coraje y de impotencia. Y la estrella roja, la que
fue daga deshaciendo arterias, se envolverá en el opal cobalto de la tarde
morena de España. Luego, por nuestros muertos, un duelo de trabajos.
Yunques
sonad, enmudeced campanas [1]
M.
Iglesias Ramírez
Úbeda del Renacimiento 1939.
Úbeda del Renacimiento 1939.
[1] El
final está tomado de Antonio Machado y su poema a Giner de los Ríos: “Vivid, la
vida sigue / los muertos mueren y las sombras pasan / lleva quien deja y vive
el que ha vivido. / ¡Yunques sonad; enmudeced campanas!”.
FUENTE: Francisco Espinosa Maestre: Masacre. La represión franquista en Villafranca
de los Barros (1936-1945) Sevilla: Aconcagua Libros, 2011. Págs. 224-225.
*
Llegó
la libertad para el compañero de celda…
Para
Fernando Molano
No
tengas pena…
No me
digas nada…
Si no
puedes hablar de contento
Desde
que te han dicho que vas para casa
¿Para
qué me miras?
¿Para
qué me hablas?
Si no
aciertas a decir seguidas
Ni
cuatro palabras
Casi
me dan risa
Tu
risa y tu cara
¡Me
pareces tan raro, tan serio
Con
esa corbata!
Si ya
no te acuerdas de hacer la lazada:
Así…media
vuelta…
Y
tira hacia abajo, que quede apretada
Quítate
el piojo
Que
te sube por esa solapa
¡Condenados!
Ya ves, todo nuevo
Y
parece como si brotaran
De
los mismos poros…;
¡Claro
que un piojillo no tiene importancia!
Échate
la gorra hacia atrás
Que
se te vea la cara
¡La
cara de gloria con ojos de fiesta
Del
preso que marcha!
Deja
que te mire…
¡No
me digas nada!
A ver
si es que puedo llevarte al rastrillo
Sin
soltar las lágrimas
A ver
si soy hombre y te doy la mano
Sin volver
la cara…
Si
ves a mis hijos…
-aquel
pequeñito que siempre sentaba
Sobre
mis rodillas, por hacerle fiestas
Al
llegar a casa…
Y
aquel ángel rubio que no se dormía
Por
las noches, si no le besaba-
Diles
que me quieran
Que
ya pronto, muy pronto, es la marcha
…Pero
no, que podría dolerles
Si
supieran mi angustia y mis ansias
Y no
quiero que lloren
Ni
quiero que tengan pena por mi causa
Si
ves a mis hijos
no
les digas nada
Tírales
un beso
Que
es la mejor frase que recita el alma
Saluda
a mi esposa
Saluda
a mi madre…
A mis
bien amadas
Y
diles que bebo su ausencia
En la
bella copa de azules mañanas
Dame
ya la mano
Y
vete a la vida que tu vuelta aguarda
No me
tengas pena
No me
digas nada
Que
esa misma cancela que hoy se abre para darte paso
Se
abrirá mañana
Y
entraremos de nuevo en la vida
Los
que ahora quedamos soñando esperanza
¡Adiós…
y no vuelvas…!
¡Sécate
esa lágrima!
*
Nota
autobiográfica de Manuel Iglesias Ramírez
Nací,
en el seno de una familia modesta, el año 1913, en Villafranca de los Barros (Badajoz).
Estudié el bachillerato en el Colegio de los P.P. Jesuitas de mi pueblo. Desde
el ingreso hasta cuarto curso, que en el 1926, los jesuitas suprimieron en sus
colegios 5º y 6º cursos de bachillerato porque no estuvieron conformes con el
plan agustiniano de Eduardo Callejo, Ministro de Instrucción Pública de la
dictadura de D. Miguel Primo de Rivera. Por esta razón cursé los años 5º y 6º
del bachillerato en el Colegio de los Salesianos de Utrera (Sevilla). Fui
premio Extraordinario en el llamado entonces Examen de Estado, en el bachiller
superior de letras.
Terminado
el bachillerato en junio de 1929, me matriculé en la Facultad de Derecho de la
Universidad de Sevilla. Y en octubre de ese mismo año, 1929, ingresé en las
Juventudes Socialistas sevillanas, en el local que entonces tenía el Partido en
la calle Trajano nº 16, siendo Presidente y Secretario, respectivamente, el
Doctor Aceituno y Herme-negildo Casas. Durante mi estancia en Sevilla, fui
presidente de le F.U.E. (Federación Universitaria Escolar) desde 1932 al 34.
Representé, como Delegado, a la F.U.E. de Sevilla, en los tres Congresos
Nacionales de la U.F.E.H. (Unión Federal de Estudiantes Hispanos), en el de
Madrid (1931) y en los de Valencia (1933) y Sevilla (1934). Hice, como
“telonero”, las tres campañas electorales de la República por la provincia de
Badajoz. La primera (1931) con Margarita Nelken y D. Gustavo Pittaluga, el
microbiólogo universal. La segunda (1933) con la Nelken y Juan Simeón Vidarte,
y la tercera (1936) con la Nelken, Juan Simeón Vidarte Franco-Romero y Ricardo
Zabalza Elorga.
Terminada
la carrera y licenciado en Derecho por Sevilla, en junio de 1934, con doce
Matrículas de Honor, me licencié en Historia de América en la Universidad
Hispanoamericana de Sevilla que dirigía el Catedrático de Historia del Derecho
D. José María Ots y Capdequí. En septiembre del 34 fui detenido por primera vez
en mi vida como consecuencia de la huelga revolucionaria de Asturias, contra la
que voté en el seno del Partido. Cuando se produjo la unificación de las
juventudes socialista y comunista, no me quise unificar, seguísiendo
simplemente socialista. Aquella unificación, inspirada por Carlos Baraibar,
Julio Álvarez del Vayo, y sobre todo, por Luis Araquistain desde la revista
“Leviatán”, trajo luego el arrepentimiento de estos hombres (Véase el libro póstumo
de Araquistain –”El pensamiento español contemporáneo”, Ed. Losada, Buenos
Aires, 1962, prologado por Luis Jiménez de Asúa). Pero al no unificarme fui
tachado de socialfascista y besteirista, pese a haber militado, dentro de la
F.U.E., en el B.E.O.R. (Bloque Estudiantil de Oposición Revolucionaria) que
dirigían Fernando Claudín y Manolo Tagüeña; el primero vivo y el segundo
muerto, pero ambos separados del Partido Comunista (Véanse sus libros
respectivos “La crisis del comunismo” y “Testimonio de dos guerras” –Ediciones
Oasis– México, 1973).
El
estallido de la guerra civil me cogió en Madrid. El día 22 de julio de 1936 fui
convocado por Margarita Nelken y Jesús de Miguel, ambos diputados por Badajoz,
en la Ciudad Universitaria, y allí se me entregaron 75 fusiles del año catapúm,
para que los llevara al pueblo, y con ellos hacer frente a los moros y al
tercio, que, mandados por el Comandante Castejón, subían de Sevilla a Badajoz.
A las órdenes del Coronel Puigdengolas, les hicimos frente a las fuerzas fascistas
en la Sierra de San Jorge, en los Santos de Maimona. Al primer choque, aquellos
hombres, entrenados y aguerridos, nos disolvieron y nos hicieron huir a la
desbandada. Yo tomé el último tren que salía de Mérida para Madrid, y a eso le
debo la vida.
En la
sentencia que se dictó contra mí –Manuel Iglesias Ramírez y 43 más– (cuarenta y
una penas de muerte, entre ellas la mía) en Úbeda (Jaén) el 27 de junio de 1939
(Sumarísimo de urgencia nº 15.524), se dice que, en estos días, yo asalté el
Cuartel de la Guardia Civil de mi pueblo. Yo solito, frente a un gran número de
guardias. Nada más lejos de la verdad. Para evitar un día de luto, invité a los
guardias civiles a que, uno a uno y acompañados por mí, fuéramos a las casas de
las familias amigas de ellos que me señalaran y que permanecieran allí. Así lo
hicimos y la cosa resultó bien. En Villafranca de los Barros, entre los días 18
de julio y 6 de agosto de 1936 no se mató a ninguna persona de derechas, ni
tampoco luego. Los únicos muertos de Villafranca fueron Paco Corredera y
Hernández Prieto (sic), ambos de Falange, que al huir de nuestro pueblo fueron
asesinados en Fuente del Maestre. Pese a esto cuando entraron las fuerzas
fascistas en mi pueblo asesinaron a más de 600 personas.
Vuelto
a Madrid, me nombran Comisario del Batallón “Margarita Nelken”, que mandaba el
egregio ferroviario de Mérida Nieto. Estuvimos en la Universitaria y en Usera.
Un período de descanso a principios de 1937 en Alcázar de San Juan (C. Real) y
un comunicado de Indalecio Prieto por el que se me nombra Teniente Auditor para
Aragón, a las órdenes directas del general Pozas y a las indirectas del
Gobernador especial D. José Ignacio Mantecón. En agosto del 37 me entero en
Bujalaroz de que han convocado oposiciones para el ingreso en el Cuerpo
Jurídico Militar de la República. No me gusta el haber sido designado por
Prieto sin más, y acudo a Valencia, hago las oposiciones, gano plaza y salgo
como Teniente Auditor en Campaña con destino, como Secretario Relator, al
Tribunal del VI Cuerpo de Ejército, que primero estuvo en El Pardo y luego en
Hoyo de Manzanares.
El
jefe de este Cuerpo de Ejército, Teniente Coronel Ortega, fanático comunista,
no se entiende conmigo. Me hace la vida imposible. Acudo a Indalecio Prieto y
le relato mis cuitas. Me traslada al IX Cuerpo de Ejército, mandado por un
socialista y militar profesional, D. Francisco Menoyo Baños, y en el que está
de Comisario un viejo amigo mío y antiguo socialista, Cayetano Redondo. Me
nombran Auditor-Presidente del Tribunal Militar radicado en Úbeda. Allí aparte
mi labor jurídica, hice campañas político-sociales de las que son buena prueba
los periódicos de la época. Conquisté amigos en todos los bandos, porque yo
jamás, conscientemente, he causado mal a ninguna persona, pensare como pensare.
Mantuve, eso sí, la máxima disciplina en mi Cuerpo de Ejército, pero siempre a
través del Código. Juzgado en Consejo Militar el día 27 de junio de 1939, en el
Ayuntamiento de Úbeda, fui condenado a muerte y en esta situación estuve cinco
meses y cinco años y medio en las cárceles de Úbeda, Puerto de Santa María y
Sevilla.
En el
juicio no se me dejó hablar ni alegar nada y cuando al final pronuncié la frase
“si los hombres nos conociéramos mejor, nos odiaríamos menos”, se me llamó
“chulo” y se dio por terminado el Consejo. Desconozco el nombre del Fiscal
Jurídico-Militar, así como el del Alférez que me defendió –es un decir– y que
nunca habló conmigo. El Fiscal, para probar que yo, desde el punto de vista
religioso no era un creyente –¡que sí lo soy!– me atribuyó unos versos de
Antonio Machado “A la muerte de Giner”: “Yunques sonad, enmudeced campanas”,
que yo había traído a colación en el periódico “Democracia” de Jaén cuando
murió en Francia D. Antonio.
En la
sentencia contra mí dictada se dice que soy un marxista ortodoxo desde mis más
tiernos años. Lo que tampoco es cierto, porque yo soy, desde los 16 años, un
socialista humanista, en la línea de los Pablo Iglesias, Jaime Vera, Fernando
de los Ríos, Besteiro y todos aquellos hombres trabajadores que desde Llaneza a
Saborit, pasando por Trifón Gómez y Lucio Martínez, siguieron las normas éticas
del P.S.O.E.
Después
de la cárcel, y colocado por una cuñada mía, he trabajado en el Ministerio de
Trabajo al Servicio del Seguro Obligatorio de Enfermedad, que nosotros no
creamos. Tengo seis hijos, todos con carreras universitarias. Sigo tan pobre
como cuando nací y lo único que odio en este mundo son las dictaduras, lo mismo
las del sable que las del partido. Mi libertad termina donde empieza la tuya y
viceversa. Socialista humanista antes y ahora… Aquí estoy otra vez.
Mi
lucha en la clandestinidad arranca de 1946 y poseo, de esa fecha, el carnet nº
17. Ahora, se me nubla la vista cuando veo a tantos jóvenes y no jóvenes,
arrogantes y en posesión de la verdad –”su verdad”-– de ambiciones personales.
Ha vuelto a surgir el mito de Eróstrato. Éste incendió el templo de Diana para
pasar a la historia; en este momento de España, los advenedizos matan a su
madre para salir en los periódicos y ser jefecillos de facciones. Hay mucho
impudor y desvergüenza. De los líderes actuales conocí a muy pocos en la
clandestinidad, de los candidatos que presenta el P.S.O.E. renovado sólo
conozco a nueve que actuaron entre los años 1946 y 1960.
No
ataco a nadie, sólo hago una confesión sincera, cuyos extremos puedo probar
fehacientemente. Una confesión de socialista de 1929, año en que fundamos la
casa del Pueblo de Villafranca de los Barros Saborit, Lucio Martínez y el que
suscribe.
He
publicado nueve libros sobre materias laborales, políticas y literarias.
Manuel Iglesias Ramírez
Post
scríptum de mi abuela:
“… y he dejado esta vida en Rascafría,
en la madrugada del 6 de julio de 1986…”
“… y he dejado esta vida en Rascafría,
en la madrugada del 6 de julio de 1986…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario