Un colegio de jesuitas ha sido convertido en un centro
de formación para trabajadores.
De la corresponsal del Dagens Nyheter, Barbro
Alving (Bang)
En plena guerra con sus hambres y horrores, han
abierto un instituto para formación popular, y dentro de pocos días abrirán
otro parecido en Madrid.
Sobre esto trata la carta de la corresponsal del Dagens
Nyheter, que ha visitado el instituto, donde alumnos de los ambos
sexos, entre los 14 y 35 años, algunos de ellos analfabetos en el momento de la
matriculación, van a presentarse a exámenes después de dos años de estudios.
Valencia, noviembre
El camino entre Barcelona y Valencia
es una pesadilla. No en sí mismo; es un viaje muy hermoso entre olivares verdes
y un Mediterráneo azul con su playa roja. Pero para mí, esta vista soleada
queda oculta por la visión de otra cara. Por delante de nosotros, durante los
últimos 10 kilómetros va una ambulancia, y en la parte de atrás está sentado un
chico joven. Lleva toda la cabeza vendada y su cara tiene el mismo color
amarillo pálido que el vendaje; la cabeza va balanceándose sin resistencia en
las curvas y sus ojos negros no están en su sitio por el dolor. Se ve cómo
adolece de una locura en cada bache del camino y se siente que ha ido así,
balanceándose, las veinticuatro horas del día.
Ahora no hay ni pollo, ni pan
Hay una segunda razón para no ver el
camino como aparece ante la vista. Todo este camino, que dura ocho o nueve
horas en coche, infunde temor y tensión a causa de los pilotos «héroes» de
Mussolini, y también del hambre que provocan los aliados de estos desde el mar
y las vías del tren hasta Valencia.
Se les pide a los pueblos fuerza para
resistir, pero parece que esto no funciona, así de lejos se ha llegado; no son
solamente las ciudades grandes como Barcelona y Valencia con sus enormes
poblaciones quienes están pasando hambre: falta comida también en los pueblos
pequeños. Recuerdo el otoño pasado, cuando estuve aquí recorriendo otro camino,
que paramos en un restaurante; no tardó mucho en llegar a la mesa un pollo, una
botella de vino tinto y un pan grande. Pero eso era entonces y Madrid estaba
cerca de Valencia. Ahora estamos lejos de todo, de la capital, del hambre y del
frente, y aquí ya no hay ni pollo ni pan. El campo de España va a pasar un
invierno sin pan y cuando digo pan no lo digo simbólicamente, no es una
metáfora, sino que pan significa ‘pan’.
No hay ni un trozo de pan para dar a
los niños que están gritando en las calles del pueblo; al caer el día, entre
las casas de los payeses crecen las colas para coger la comida, y en la puerta
del mayor hotel de Tarragona, donde almorzamos, hay colgado un cartel con un
texto tan horroroso para un español como los sanguinarios boletines de guerra:
«No hay pan». No hay nada para masticar. Viene a la cabeza una idea: en el
Primer Mundo hay excedente de cereales.
La gente es barrida de la calle cuando suena la señal
de alarma
Bueno, a pesar de todo, la vida tiene
que continuar. Se sientan los conductores con caras desesperadas, para ellos el
pan es como para nosotros las patatas. Pero no están sentados mucho tiempo. En
la calle mayor y apacible de Tarragona comienza el sonido de las alarmas y la
gente es barrida de la calle como con una escoba gigante, pero da tiempo a ver
dos aviones antes de que desaparezcan con rapidez, como una flecha, sobre los
tejados de las casas. Anoche, a las cuatro, había bombardeos sobre la ciudad y
a las once de esta mañana, también; ahora se reanuda el grito de la muerte.
Estoy intentando imaginarme las ciudades suecas como Strängnäs, Mariefred,
Trosa con ese ajetreo constante; intento imaginarme a sus nobles familias
empujando a sus hijos a refugios parecidos a estos que acabo de visitar. La
visita, que creí sería larga, fue más corta de lo que pensaba porque no
aguantaba más. Una escalera empinada daba a un agujero, oscuro, húmedo, frío.
Estar aquí es la muerte, que se siente durante horas. Así es la vida aquí; las
madres, día tras día van de los refugios atestados y oscuros a las cocinas
vacías; por las tardes los pueblos quedan oscuros de guerra y de hambre, como
una agonía.
Esto es increíble
Así es la vida aquí. Y ante esta tesitura,
ante el desconsuelo y la tristeza, hace otro intento, conquista el alma
española tierra nueva, y eso es lo más increíble. Mientras las bombas y el
hambre los arañan, tienen voluntad y ganas de construir y avanzar como humanos.
Suena pomposo, pero yo vengo de una universidad popular y me sentí muy
emocionada al ver el primer instituto de formación para trabajadores españoles.
A pesar de la guerra, el año pasado se publicó, el 21 de noviembre, el decreto
de los trabajadores españoles; iban a tener la oportunidad de desarrollar su
inteligencia y en pleno caos de organización durante ese año de lucha, de
dificultades y de falta de todo, aquí en Valencia ha crecido un instituto para
la formación del pueblo.
Alumnos de 14 a 35 años
Un viejo colegio de jesuitas cerrado
desde 1931 ha sido transformado en un centro moderno. Ahora están ampliándolo,
todavía no está listo, pero los estudiantes del pueblo no han podido esperar.
Han empezado a estudiar entre latas de pintura, argamasa y andamios. Entro en
una clase donde están deletreando sus primeras palabras en francés; allí
encuentro sentados a trabajadores-alumnos de 14 a 35 años, y también guapas
niñas morenas consultando sus antiguos diccionarios. La guerra ha paralizado el
aprovisionamiento de libros. El profesor pasea por la sala, con su camisa
marrón de cuadros, aunque aquí no hace falta nadie que controle a los alumnos:
trabajan tanto que el aire se para. En la pared, un cartel dice: «Tanques,
tanques, tanques, los vehículos de la victoria» en color rojo sangre. El tanque
avanza sobre las cabezas morenas concentradas en el estudio, que avanzan por
otro camino: el camino de la cultura.
Prueba de inteligencia antes de la matrícula: sólo los
más dotados pueden continuar
La imagen quiere ser una reflexión, pero
la idea que me queda es otra. Si nunca lo había entendido antes, lo entiendo
ahora: ¡Qué profundamente criminal es aquel que deja a esta joven, inteligente
España en el analfabetismo y en la oscuridad de la ignorancia! ¡Cuánto talento
sin aprovechar ha quedado en este país! Solamente 150 chicos y chicas han
podido matricularse el primer cuatrimestre. Al abrir las puertas, la cola era
de 600 personas y muchos de ellos ni siquiera sabían leer. Ahora van a tirar
paredes y ampliar espacios para que el próximo cuatrimestre puedan matricularse
300 alumnos más. Hay que presentarse a exámenes a los dos años, excepto de
latín, y en la primera selección pasarán 89 alumnos. La prueba de entrada es
una prueba de inteligencia, no de conocimiento, y después de dos meses de
prueba pueden continuar sólo los más inteligentes. El Gobierno español no tiene
dinero para dar formación a la mitad de la mano de obra, todo es gratuito, y
algunos estudiantes reciben incluso su salario perdido.
Una casa de la que nosotros en nuestra tierra
estaríamos orgullosos
Mi camino continúa, pero una cosa es
segura: nosotros estaríamos orgullosos de ese centro en nuestra tierra. Por
largos y limpios corredores de azulejos caminan desde las clases a sus
habitaciones; los que no viven en Valencia pueden vivir en la escuela. Tres
personas en cada habitación con cuarto de baño de paredes azules y bañera, algo
que nosotros no tenemos en algunos pueblos suecos. Las 32 chicas tienen su
propio departamento. Para las madres, al principio era un poco raro. Cuando se
enteraron de que todas vivían juntas tenían miedo, pero ahora han comprobado
que funciona bien. La sala de estar, con sus sillones de mimbre, parece un
barco transatlántico por su amplitud; la biblioteca tiene ceniceros; en el
techo se cuelgan aros para hacer gimnasia sueca, y por la gran cocina circula
una enorme cafetera que lleva una pequeña mujer negra con un palillo de dientes
en su boca. Hay baños reservados para el personal de la cocina y una persona
que cuida de que sean utilizados adecuadamente. Entre los alumnos de
agricultura hay también muchos que nunca han visto una ducha; a otros hay que
enseñarles cómo usar los cubiertos; pero después de la primera lección están
contentos y después de la primera reprimenda saben que no se debe saltar por
encima de la valla del colegio por la noche.
Estamos otra vez en la entrada del
edificio. Salgo bajo la banderola roja con el texto: «Aquí está la nueva
brigada de trabajadores, estudiando». Pero el director del instituto me para y
me hace un ruego. En plena guerra, con bombarderos amenazándolos y sin pan en
las mesas de los hogares, aquí hay un puñado de estudiantes trabajadores con un
deseo muy fuerte: necesitan material pedagógico: revistas, periódicos,
folletos, obras populares. Le prometo que voy a decírselo a mis compañeros
estudiantes suecos, y hay pocas promesas en mi vida que tenga más ganas de
cumplir. Lo creáis o no, dentro de unos días abren un centro parecido en
Madrid.
Barbro Alving (Bang)
«La sed de
conocimiento se sacia en plena guerra»
Dagens Nyheter, 9 de noviembre de 1937
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