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1699. La situación española

Franco, acompañado de Antonio Correa y dirigentes falangistas, pasa revista a la centuria "Guillermo Lambruschini" delante de la
Jefatura Provincial del Movimiento. Barcelona, 28 de enero de 1942. Pérez de Rozas (AFB)


Franco continua en el poder. Espera seguir en él y, no consiguiéndolo con sus amigos tradicionales, trata de hacerlo con el apoyo de las democracias. Habla de la España falangista como de una “democracia orgánica”, y ha tenido la idea de un “bloque católico”, en el que España sería participante. Con ello cree hacer bastantes concesiones para reclamar un puesto en la Conferencia de la Paz. Ha pretendido que las naciones que han sabido mantenerse en paz han de ser consideradas más aptas para entender en los problemas que plantee la paz misma.

Simultáneamente se iniciaban relaciones para formar un Gobierno de transición. El mismo Franco se ha ofrecido, en vano hasta ahora, al partido monárquico, mientras en París, Miguel Maura se decía mandatario de los republicanos españoles para entrar en contacto con el Caudillo.

Frente a Franco están los republicanos españoles y los Aliados, que han adoptado una actitud ambigua y se relacionan diplomáticamente con España. Monseñor Spelmann utiliza su crédito en favor de Franco, y los conservadores británicos esperaron las proposiciones del dictador para negarle todo derecho moral a participar en la Conferencia de la Paz.

Al mismo tiempo los Aliados favorecen la oposición republicana. La noción de democracia falangista sólo halló en ellos un eco de incredulidad. Y se deja que la Prensa y ciertas personalidades subrayen que España no estuvo nunca en paz, ya que por su no-beligerancia ha retenido divisiones francesas en su frontera, ha combatido contra Rusia y aprovechó la difícil situación de Inglaterra para modificar por un golpe de fuerza el Estatuto de Tanger.

Diversas fracciones de opinión republicana-parlamentaria, movimientos de izquierda republicana y, sobre todo, organizaciones sindicales, C.N.T.-U.G.T., niegan a Unión Nacional el derecho de hablar en nombre de todos. La principal razón que aducen es la presencia en la O. N. U., de hombres del antiguo régimen que tienen algo que ver en la represión de Asturias en 1934.

En todo caso hay más probabilidades de que la unión de los republicanos se haga en torno a Indalecio Prieto, que está en México. Todo esto no impide que los republicanos preparen al unísono la caída del régimen franquista y que se asombren de la incertidumbre de la política Aliada.

Como se ve todavía hay Pirineos. Si hemos de desear que no los haya, habremos de convenir que no será posible hasta el día en que España, sea nuestra amiga. Preguntan algunos lectores el motivo que tenemos para dar esta interpretación a los asuntos de España. Es preciso tomar partido en ciertos casos; y si Francia se ve obligada hoy a guerrear contra el fascismo, ha de hacerlo totalmente o no hacerlo. Queremos que nuestras informaciones sean objetivas; pero en un problema en que el honor de los pueblos libres coincide con el interés de Francia, no debemos permanecer neutrales.

No tenemos por qué intervenir en los asuntos de España. Creemos incluso que los republicanos españoles han de calibrar el momento oportuno para actuar con seguridad. Pero también sabemos que una presión política Aliada bastaría para apresurar la caída de Franco y evitar que se derrame la sangre de uno de los pueblos más generosos de Europa. Y sería una cobardía no hacer lo posible para evitarlo.

Nada perdería Francia. Los únicos amigos que tenemos en España son los republicanos. Pero son los más en número. Entre estos hay seiscientos cuarenta mil que no olvidaremos jamás. Hace seis años que viven desesperadamente en las prisiones franquistas. Los españoles han conocido, como nosotros, la desgracia de luchar sin esperanza. Ellos y nosotros hemos entrado en una comunidad espiritual y cordial que no se eclipsará jamás. No queremos amistades de las que no podamos sentirnos honrados y esta amistad con España nos honra tanto como nos obliga. Francia republicana no puede tener dos políticas, puesto que no tiene más que una palabra.


Albert Camus
Combat, 21 de noviembre 1944









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