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1738. El parapeto de la muerte

Te escribo desde la Sierra de Guadarrama, en donde me he pasado ocho días con la columna de Paco Galán, viviendo en su casa, asistiendo a las asambleas de los milicianos, sufriendo todas las mañanas el cañoneo matutino e hijo de puta de los fascistas y subiendo a los parapetos y disparando a la canalla. Por cierto, debo notificarte, no sin un poco de desprecio a tanta literatura falsificada como se está haciendo de la guerra en los periódicos, que, según me dijeron los  milicianos y los oficiales de la columna, el primer periodista que subía con ellos, a pasarse las veinticuatro horas de guardia, había sido yo. Tuvimos ese día fuego nutrido con ellos. Nuestro parapeto es uno que se conoce por "La Peña del Alemán", y está frente a uno de ellos al que llamaban "el parapeto de la muerte". Estos puntos constituyen los dos fuegos más próximos, al extremo de que, en cuanto oscurece, empiezan, de parte y parte, los discursos que concluyen con los insultos de rigor. Yo tuve el honor de endilgarles tres discursos en una sola noche. Y acabaron por gritar: "Que hable el cubano". Ya ves tú qué honor, que los "camaradas fascistas", como les llamaba, tuvieron gusto en oirme. Claro que no fueron discursos al estilo mío del "Mella", que tanto indignaban la seriedad de la compañera de Ramírez. Fueron en serio y después de cada uno de ellos se quedan en silencio, como pensando qué contestar. Al fin se salían por la tangente, planteando otros problemas, a los cuales daba rápida contestación. Por último, donde llegó mi elocuencia a la cúspide fue cuando, recogiendo mi alusión de que les disparábamos con balas mexicanas, me plantearon el problema de cómo yo me atrevía a reprocharles a ellos usar aviones italianos si empleábamos balas mexicanas. Y he aquí que mi "poderosa" dialéctica dejó definitivamente aclarada la diferencia que existe entre un avión de Mussolini y una bala de los trabajadores de México. Después de esto, lo menos que me dijeron, hijo de puta, etc., que era precisamente lo que yo quería. Pues en estas luchas oratorias nocturnas, lo importante es dejar sin argumentos al contrario, para irle minando las fuerzas.


Pablo de la Torriente Brau
Cartas desde España








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