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1721. Niño muerto

Niños refugiados vascos a su llegada a Inglaterra en Junio de 1937

María Torres / 4 Diciembre 2015

En mayo de 1937, casi cuatro mil niños vascos fueron evacuados de Bilbao con destino a Inglaterra. Una gran parte de ellos fueron acogidos por Lord Farringdon, quien puso a disposición de los refugiados su finca de Eaton Hastings, donde se estableció la colonia de niños conocida como Basque House.

Uno de esos niños era José Sobrino Riaño, aunque le llamaban Iñaki. Tenía 15 años. Su padre trabajaba en los Altos Hornos de Bilbao y allí quería trabajar él cuando finalizara la guerra y volviera a casa. Aprendió inglés en muy poco tiempo, destacó por su inteligencia y su capacidad, tanto que Lord Farringdon pensó en enviarlo a uno de los prestigiosos colegios británicos, pero el chico se negó: "Mi padre trabajó en los altos hornos y en los altos hornos trabajaré yo". Nunca pudo alcanzar su deseo, ya que enfermó de leucemía y falleció el 27 de marzo de 1938 en el hospital de Radcliffe.

En la Residencia de Lord Farringdon trabajó Luis Cernuda nada más llegar a Inglaterra como profesor de un grupo de niños vascos.  Con José Sobrino tenía una relación especial, tanto que cuando se encontraba agonizando pidió que Cernuda estuviera con él y le recitara algún poema. Así lo hizo el poeta. Cuando finalizó, el niño desde su lecho de muerte le dijo: "Ahora, por favor; no se marche, pero me voy a volver hacia la pared para que no me vea morir". Segundos después se produjo un largo suspiro. El muchacho había muerto. 

Fue enterrado en una tumba sin nombre en el cementerio Rose Hill, Oxford, en una sencilla ceremonia a la que asistieron sus compañeros. 

De aquella triste y conmovedora historia Luis Cernuda, que prometió no volver jamás a un hogar de niños,  nos dejó la herencia de este conmovedor poema que inicialmente se llamó "Elegía de un muchacho vasco muerto en Inglaterra".


Niño muerto

Si llegara hasta ti bajo la hierba
Joven como tu cuerpo, ya cubriendo
Un destierro más vasto con la muerte,
De los amigos la voz fugaz y clara,
Con oscura nostalgia quizá pienses
Que tu vida es materia del olvido.

Recordarás acaso nuestros días,
Este dejarse ir en la corriente
Insensible de trabajos y penas,
Este apagarse lento, melancólico,
Como las llamas de tu hogar antiguo,
Como la lluvia sobre aquel tejado.

Tal vez busques el campo de tu aldea,
El galopar alegre de los potros,
La amarillenta luz sobre las tapias,
La vieja torre gris, un lado en sombra,
Tal una mano fiel que te guiara
Por las sendas perdidas de la noche.

Recordarás cruzando el mar un día
Tu leve juventud con tus amigos
En flor, así alejados de la guerra.
La angustia resbalaba entre vosotros
Y el mar sombrío al veros sonreía,
Olvidando que él mismo te llevaba
A la muerte, tras un corto destierro.

Yo hubiera compartido aquellas horas
Yertas de un hospital. Tus ojos solos
Frente a la imagen dura de la muerte.
Ese sueño de Dios no lo aceptaste.
Así como tu cuerpo era de frágil,
Enérgica y viril era tu alma.

De un solo trago largo consumiste
La muerte tuya, la que te destinaban,
Sin volver un instante la mirada
Atrás, tal hace el hombre cuando lucha.
Inmensa indiferencia te cubría
Antes de que la tierra te cubriera.

El llanto que tú mismo no has llorado,
Yo lo lloro por ti. En mí no estaba
El ahuyentar tu muerte como a un perro
Enojoso. E inútil es que quiera
Ver tu cuerpo crecido, verde y puro,
Pasando como pasan estos otros
De tus amigos, por el aire blanco
De los campos ingleses, vivamente.

Volviste la cabeza contra el muro
Con el gesto de un niño que temiese
Mostrar fragilidad en su deseo.
Y te cubrió la eterna sombra larga.
Profundamente duermes. Mas escucha:
Yo quiero estar contigo; no estás solo.


Luis Cernuda
Las Nubes, 1940







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