De don Miguel de Unamuno, del gran don Miguel de
Unamuno, el maestro querido, publica Hora de España, en su número
XV, algunas composiciones inéditas, acompañadas de notas tan amorosas como
inteligentes de José María Quiroga Pla, su yerno.
Para los amantes de lo anecdótico, la muerte de don
Miguel de Unamuno ha quedado envuelta en el misterio. A quienes lo conocíamos y
lo amábamos no nos inquietan las circunstancias más o menos tenebrosas de su
acabamiento; sabemos de él lo que nos importaba saber: que murió, sin duda
alguna, tan noblemente como había vivido. La vida de don Miguel de Unamuno fue
toda ella una meditación sobre la muerte, y una egregia y luminosa agonía. ¿De
qué otro modo podía morir, sino luchando consigo mismo, con su hombre esencial
y con su propio Dios?
Abogada de imposibles / Santa Rita la bendita / la
vida es un don del cielo; / lo que se da no se quita.
Con estos versos en que se glosa un dicho infantil,
con estos versos que tienen algo de plegaria y algo de blasfemia como toda
expresión sinceramente religiosa, con estos versos en los labios, pudo morir
don Miguel de Unamuno, allá, en su dorada Salamanca, que ya no le dejaban
contemplar los esbirros de Mola.
De los cuatro Migueles que asumen y resumen las
esencias de España (Miguel Servet, Miguel de Cervantes, Miguel de Molinos y
Miguel de Unamuno) es Unamuno el último en el tiempo, de ningún modo el menor
de los cuatro gigantes.
De quienes ignoran el haberse apagado la voz de
Unamuno es algo con proporciones de catástrofe nacional, habría que decir:
¡Perdónalos, Señor, porque no saben lo que han perdido!
Aunque la vida de don Miguel de Unamuno fue en su
totalidad una meditación sobre la muerte, no fue una meditación estoica para
resignarse a morir, sino todo lo contrario. Unamuno es el perfecto antipolo de
Séneca. Es Unamuno uno de los grandes pensadores «existencialistas» que se
adelanta a la novísima filosofía (la de Friburgo), que culmina en Heidegger;
pero Unamuno llegó a conclusiones radicalmente opuestas. «La vida, desde su
principio hasta su término, es lucha contra la fatalidad de morir, lucha a
muerte, agonía. Las virtudes humanas son tanto más altas cuanto más hondamente
arrancan de esta suprema desesperación de la conciencia trágica y agónica del
hombre. Su héroe fue Don Quijote, el antipragmatista por excelencia, el héroe
éticamente invicto e invencible que sabe, o cree saber, que toda victoria
inmerecida es una derrota moral, y que, en último caso, más que la victoria
importa merecerla». La idea esencial quijotesca se hermana con el más hondo
sentir de Unamuno: «Vivid de tal suerte que el morir sea para vosotros una
suprema injusticia».
Antonio Machado
La Guerra. Escritos: 1936-39
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