Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 10 de mayo de 1843 - Madrid, 4 de enero de 1920) |
La España oficial, fría, seca y protocolaria, ha estado
ausente en la unánime demostración de pena provocada por la muerte de Galdós.
La visita del ministro de Instrucción Pública no basta. El pueblo, con su fina
y certera perspicacia, ha advertido esa ausencia en la casa del glorioso
maestro, en las listas de pésame donde han firmado ya los hijos espirituales de
D Benito, los legítimos descendientes de la duquesa Amaranta, de Gabrielillo
Araceli, de Sólita, de Misericordia y del doctor Centeno. Estos hombres y estas
mujeres de España no podían faltar en el homenaje al patriarca. Son los otros
los que han faltado. Y, ya a última hora, se ha querida remediar el olvido con
un decreto lamentable, espuma de la frivolidad oficial, ejemplo doloroso de
cómo pueden cegarse, en las esferas del Poder, los manantiales de la
sensibilidad.
Este decreto, en el que no hay ni una palabra emocionada,
destacará hoy su sequedad en las columnas de los periódicos, donde palpita el
dolor de todo un pueblo, donde tiemblan las frases tiernas y acongojadas de la
noble España galdosiana. Acaso hubo que dictarlo ateniéndose a preceptos del
protocolo. El protocolo entiende poco de distancias, y equipara a Galdós con
Campoamor. No hay desdén para el tierno poeta en señalar el deplorable contraste.
El buen D. Ramón, camarada de D. Benito, hubiera sido el primero en protestar.
Galdós era el genio. Campoamor el ingenio. La España oficial une a ambos en la
hora de los falsos homenajes.
No importa, sin embargo. El pueblo sabe que se le ha muerto
el más alto y peregrino de sus príncipes. Y aunque honor de príncipe se le
debiera rendir, no habrá para el difunto fastuosidades, corazas, penachos,
sables relucientes, músicas vibradoras ni desfiles marciales. ¡Es verdad que,
acaso, todo ello hubiera sido hoy inoportuno! Faltando eso, habrá en el acto de
hoy lo que no suele haber en aquellos otros que son aparatosos y solemnes
porque el Gobierno ordena que lo sean. Habrá un dolor íntimo y sincero que
unirá a todos los buenos españoles ante la tumba del maestro inolvidable. Y
esto valdrá por todos los Decretos que puedan aparecer en la Gaceta.
José Ortega y Gasset
El Sol, 5 de enero de
1920.
Sigamos leyendo y aprendiendo de este maestro. Denostado por dirigentes al mantener su dignidad.
ResponderEliminarPor mucho que quieran denostrar al maestro no lo conseguirán Mikel.
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