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1774. Los niños tiznados de España




Los he visto pasar, durante mucho tiempo, al lado mío. He vivido muchos años junto a ellos, esos niños tiznados que van descalzos y sucios, errantes y medio desnudos por los muelles, pordioseando con su lata vacía, las sobras de la escasa comida de los marineros. Son niños huraños, desconfiados, cuya mirada es difícil encontrar bajo las manchas oscuras del carbón, y aún más difícil bajo las manchas ariscas que el mal trato diario, el desprecio, el abandono, la miseria y el hambre han ido dejando constantemente en la temblorosa soledad de su infancia. Se les ve cruzar como sombras miedosas, chorreantes de hollín y de lluvia, y acercarse sin preguntar a los costados de los grandes buques para mirar por las rendijas de las claraboyas el misterio luminoso de la vida que encierran bajo los hierros curvos de su casco. Se les ve, durante las madrugada de frío, apelotonarse temblorosos unos contra otros, buscando abrigo para descansar, bajo las grandes cajas de mercancías que aguardan en los muelles.

Yo he visto jugar a estos niños. Sí, los he visto nadar desnudos bajo el agua sucia, grasienta, del puerto, y subir luego medio asfixiados, sonrientes, llevando entre las manos algunos trozos de carbón que les iban a producir unos céntimos para aquel día. Estos son los únicos juegos de los niños tiznados.

También he visto pasar a mi lado, he vivido mucho también con los niños areneros, hijos de pescadores; niños sonrientes, con la sonrisa precoz de la tristeza; niños con miradas de cobre, en las que saben ya alternar, con la dureza del reproche justo, la dulzura paternal del reconocimiento.

Estos niños sin escuela apenas tienen día suficiente para terminar su trabajo; trabajo que a veces realizan dentro de las mismas cuevas que les sirven de viviendas. Cargan con la arena los sacos pesados que desfiguran sus espaldas, y allí van ofreciendo su pobre mercancía, que casi siempre es rechazada o recibida entre desprecio y malas palabras. Recuerdo, entre los niños areneros de Málaga, de Miraflores del Palo, el número de los pequeños camaradas muertos en los derrumbamientos de las minas, cuando recogían la arena que iba a producirles unos céntimos, y a veces sólo un pedazo duro de pan con que matar el hambre de la jornada.

Estos son los únicos juegos que a estos niños ofrecen los que hoy, del otro lado de nuestra guerra, se alzan contra la España que nacía de paz, de igualdad de derechos y de trabajo.

Ellos, los que han pasado junto a estos niños sin verlos, los que con la organización sangrienta de su sistema social fueron causa del desnivel trágico en que vivieron, no escatiman ahora tampoco ninguno de los medios de destrucción para impedir el avance natural hacia una era en que los niños desconozcan la injusticia actual para la que sufren.

Vosotros, niños areneros, niños tiznados de los muelles, niños abandonados que sólo habéis conocido como único abrigo el de la humedad salobre de los puentes; hijos de los antiguos obreros parados, que antes paseabais vuestros enormes ojos hambrientos por los escaparates repletos de las ciudades... Vosotros ya conocéis de pleno el escándalo, el dolor, el espanto y el color de vuestra sangre sobre las piedras derramada cobardemente. Alguno de vosotros, ya adolescente, ha sabido escoger su lugar en la lucha.

Aguardad. Nosotros os prometemos, niños españoles, niños tiznados de los muelles, que muy pronto podréis tener juguetes, libros, bibliotecas y aire pleno para jugar, y esta vez lo tendréis sin miedo, porque será vuestra toda la playa, todo el mar, toda la tierra en que juguéis.

¡Madres españolas, hombres libres, luchadores de nuestras filas, contribuid todos para que estos niños puedan jugar entre nosotros este año!


Emilio Prados
Ayuda núm. 36
2 de enero de 1937







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