El día
de las elecciones ha sido en Madrid el más tranquilo del año.
¿Pero
de verdad hay elecciones? ¿Sí? Pues nadie lo diría. Yo creí que se trataba de
una broma que había querido gastarnos ese señor de la melena platino que se
llama don Manuel Portela Valladares.
El
sábado, por la noche, habíamos llegado a la máxima tensión.
Yo
salí temprano de mi casa, después de haberme despedido de mi familia con
lágrimas en los ojos. Una hermana mía me sujetaba, tirándome del
impermeable.
—¡Por
Dios, no salgas! Morir por la Patria es grandioso; pero morir por un artículo
para el Gráfico…
Otro
familiar, menos impresionable, comprendió que las súplicas eran inútiles, y
viendo que la cosa no tenía remedio, me advirtió:
—Procura
que no te den en la cabeza, que es lo peor, y llévate una tarjetita con el
número del teléfono en sitio visible para que nos avisen en seguida de la
Casa de Socorro.
Arreglados
mis asuntos, bajé la escalera, dispuesta a caer víctima del sistema
parlamentario, gritando: «¡Viva España y Viva la República!»
Pero
la hija del portero me dio la primera sorpresa:
—Si
no pasa nada. Todo está más tranquilito…
En
efecto, la calle estaba como nunca. El aire agresivo que tenía la gente el
sábado se había cambiado en un aire dulce y manso que daba gusto. Nada de
gritos ni de miradas de desafío. Unos jóvenes con papeles blancos en la mano se
me acercaron y me dijeron en voz muy baja:
—Es
conveniente votar al Frente Popular, compañera. Gil Robles es un buen muchacho;
pero, sin duda, equivocado.
Un
poco más allá, un correcto caballero me saludó cortésmente:
—Señorita,
¿tendría usted la amabilidad de votar a las derechas? Ande, no sea tonta. Dios
y el jefe se lo pagarán.
Hasta
los fascistas, que el sábado parecía que se iban a comer a la gente cruda, se
producían versallescamente a la puerta de los colegios. Uno de ellos me dijo:
—¿Sería
usted tan gentil que aceptase una papeletíta de Falange?
Para
que todo fuera completo, apenas se veían guardias por la calle. Se
divisaban algunos a las puertas de los colegios y en los centros oficiales;
pero tenían un aire tan beatífico, que daban ganas de convidarles. En la
Guindalera presenciamos un espectáculo nunca visto: un cabo de la Guardia civil
sonreía…
Cansados
de tanto almíbar y sintiendo un poco la nostalgia de «la leña», nos fuimos a
los Cuatro Caminos. Calma absoluta también. Ni en toda la glorieta, ni en la
calle de Bravo Murillo, ni en la avenida de Pablo Iglesias se veía un solo
cartel de derechas. Ante los del Frente Popular la gente se agolpaba; pero no
se oía un solo grito contra nadie.
Entramos
en un colegio electoral instalado en una Casa de Baños. En una de las
secciones, los interventores de derechas estaban sentados en la misma mesa que
los del Frente Popular y departían como amigos de toda la vida. Daba gusto
verlos…
Como
en los Cuatro Caminos tampoco había nada, nos marchamos a los barrios bajos. El
fotógrafo Videa iba desconsolado, y me decía:
—¿Pero
cómo me presento yo en el periódico sin una foto de un mal tumulto? Si no hay
ni «colas» siquiera…
En
la calle de Embajadores, la gente estaba tan tranquila como en la Guindalera.
Ni un grito, ni una voz más alta que otra. De tan aburridos que estaban
los guardias, bostezaban. Uno nos dijo:
—Aquí
no pasa nada, ya está visto. Ahora, que en los pueblos se van a dar más que a
una estera.
En
vista de ello, y para satisfacer las legítimas ansias de información que sentía
el fotógrafo, nos fuimos al pueblo que teníamos más a mano: a Vallecas. Unos
guardias civiles tomaban tranquilamente el sol en la plaza del pueblo.
—¿Pero
es que aquí no hay elecciones? —le preguntamos al teniente.
—Sí;
pero la gente ha ido a votar tempranito, y ya están todos en sus casas.
Aquí no ocurre nada.
—Pues
nos habían dicho que en este pueblo había muchos socialistas…
—Sí,
es verdad. Pero han sido ellos los primeros en guardar orden.
Volvimos
a Madrid como habíamos salido. Los niños jugaban al fútbol en las calles. Daba
gusto…
Perdóneme,
lector. Yo pensaba ofrecerle una información impresionante; pero… la verdad
ante todo. Y la verdad es que el día de las elecciones ha sido el día más
tranquilo del año.
Josefina
Carabias
Mundo Gráfico, 19 de febrero de 1936
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