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1854. Responso... a la poesía muerta (Un homenaje a Antonio Machado)

Entierro de Antonio Machado. Collioure, 23 de febrero de 1939


El 16 de septiembre de 1978 la Revista Triunfo publicaba un texto inédito de León Felipe. Se trataba de un discurso leído por el poeta el 14 de abril de 1949 en México, en el acto organizado para recordar el décimo aniversario de la muerte de Antonio Machado, organizado por la Unión de intelectuales españoles en México. 

El texto, cedido por Alejandro Finisterre, albacea testamentario del poeta, tiene como título Responso... a la poesía muerta.


Yo no soy prólogo de la comedia... ni el sacristán mayor que abre, en el alba, la puerta sagrada del templo.

No soy el oficiante, tampoco en este suntuoso Palacio de Bellas Artes... no conozco esta casa. Ahora mismo me he extraviado por el laberinto de salas varias, de corredores y escaleras... y he desembocado aquí, aturdido y sin memoria.

¿Es este el lugar? ¿Qué hora es? ¿He llegado a tiempo? He venido... he bajado por un camino desconocido para mi, y tal vez he entrado, confundido, por una puerta equivocada.

Se que algo misterioso me ha empujado hacía aquí... un mecanismo fatal. Pero no sé si he salido, para llegar a este micrófono, por donde sale el clown... o por donde sale el héroe... Y pregunto de nuevo. ¿Qué hora es?... ¿Dónde estoy?... ¿Es este un teatro o un templo?

Veo caras que me son familiares... y que me miran calladas, expectantes, sombrías, funerarias...

Allí hay un altar. Y todo está preparado como para una elegía... como para un llanto procesional... Esas mujeres enlutadas... son plañideras silenciosas, ¿verdad?... ¿Por qué lloran?... ¿Por quien lloran?

Y todo me invita a hablar con solemnidad... y con arrebato, como un héroe. Si... como un héroe.

Y ahora recuerdo que traigo en estas hojas una larga letanía de versos dislocados, arrancados de diversos poemas funerarios, escritos desesperadamente por mi en el destierro... y cuya rima sombría y arrebatada los junta aquí esta noche para ligar y tejer con ellos una guirnalda negra y escandalosa, que debo poner a los pies de un poeta muerto...¡Español! De un poeta muerto, español... ¿verdad? ¿O no será para ponerlos a los pies de toda la Poesía muerta del mundo?

¿Qué importan ya los nombres y los pueblos? ¡Son tantos los poetas muertos! ¡Todos! Los que se fueron y los que se quedaron aquí. Los que no han muerto... han enloquecido. ¡Todos muertos!...¡La Poesía ha muerto!

¿No lo sabíais? ¿A qué viene ese asombro? ¿No lo saben ya los grandes gobernantes y los políticos de toda la Tierra? Pero... ¿no lo saben los arzobispos? Tendré que repetir otra vez estos versos que me persiguen como la voz oculta y pertinaz de una profecía:

¡Eh, señores del Capitolio y del Vaticano...
Con los tubos sobrantes de vuestros fusiles y cañones
construiréis los órganos de las futuras catedrales...
Y el mundo dormirá tranquilo en los bancos de la parroquia...
Pero ya no habrá cañas para flautas.
El tamboril no llevará el ritmo de la sangre
y el caramillo no prolongará los sueños de la espiga.
Vuestra gran poesía de mañana nacerá para engordar las pesadillas...
Y es inútil que compongáis el viejo clavecín,
que volváis a castrar a los acólitos
y que digáis en los concilios: cebaremos tiplones para suplir a los poetas...
Porque lo que se ha muerto es la canción.
¿Oísteis? En todo el mundo se ha muerto la canción.
Nadie sabe hoy cantar. ¿Sabéis vosotros cantar?
Los maestros de canto se han ido a clavar ataudes y enterrar a los muertos.
Volverán cuanto a todos se nos limpie y se nos aclare la garganta.
La voz del hombre -lamento y grito todavía- no ha hecho más que denunciar la sangre de sus pies desollados.
A veces el lodo ha cubierto esta sangre como un ungüento negro... y el hombre ha pedido una guitarra y se ha regocijado.
Y este es su balance hasta ahora: un grito histérico y una guitarra rota.

Mi opinión es que hasta que el hombre no tenga los pies y las manos muy limpios, completamente limpios, tendrá ronca la voz... y no podrá cantar.

Y con la voz oscura. monótona, áspera y desarticulada de un sepulturero, voy a gritar y a plañir este responso.

Estamos en la época del grito y del lamento... y aún no hemos llegado a la canción. Todavía no nos han salido sueños.

Porque en el mundo hay ahora un ruido que no se había escuchado nunca... y un humo negro y acre de a carne chamuscada, que se agarra a la garganta del tenor y a la garganta del poeta, y le hace aullar como un perro leproso.

La lepra... la sangre envenenada... y el alma resentida, cantan como una lengua espesa y una laringe rota.

Ronca... negra es la voz del hombre.
¿No es el mundo un gran cántaro oscuro y vano -con una boca estrecha allá en la Luna- que alguien tapa y destapa... y deja a veces entreabierta?
¡Aaah!...¡Ooooh!..., es mi voz... y tu voz...
y la tuya... la voz de la Poesía muerta.
Nuestra voz aquí dentro, nuestra voz aquí abajo, nuestra voz ronca que retumba
contra el cóncavo barro de este cántaro hueco.
Nuestra voz negra, que golpea vencida
en la panza oscura del mundo.
Nuestra voz baja que se estrella contra el vientre ceniciento de todos los horizontes apagados... y los hombros de mi canción... y la canción de todos los poetas de la Tierra, no pueden levantar... ni aclarar... ni iluminar.
Polvo es el aire... polvo de carbón apagado
y un lobo negro y rabioso aulla sobre la luz.
¡Oh!...¡Y cómo veríamos el mundo..., la desnudez, la transparencia de la verdad y la belleza
si no estuviese ahí, tumbado en el aire,
manchando la luz, mordiendo mis ojos ... el humo,
el lobo negro y rabioso de la injusticia humana!

De aquí, de mis plantas, solo de mis plantas, 
sube hollín suficiente para estrangular el sol.

Polvo es el aire... polvo de carbón apagado...
Nadie nos ve.
Rompe ya tus señales,
y rasga tus banderas, marinero.
Nadie nos ve.
¿A quién guiña ese faro presumido?
¡Lo tumbará el mar!
Y quedará allí apagado como una colilla,
pisoteado pro el desprecio y la saliva de las olas.
Nadie nos ve.
El viento ha metido la ceniza de nuestros pecados en los párpados de las estrellas.
¡Y nadie nos llama ni nos guía!
Hemos bajado el último escalón,
el que acaba en la cripta.
Mirad ahora hacia arriba por el tubo viscoso,
por el pozo telescópico de la Historia:
Allá... en el disco apagado de la noche,
ni una voz... ni una estrella.
¡Nadie nos llama... ni nos guía!
¡Y no vemos nada!
Las esquinas del mundo... todas las esquinas del mundo, están rotas por las cachavas de los ciegos.
¡Eh! ¡Ciudadano de Madrid! ¿Quién eres tú?
¿Dónde estás?... ¿Qué hora es?
¿Anda... o está parado el reloj del Consistorio?
Y aquello que ondea sobre la torre de palacio,
¿es la vieja bandera roja y gualda de España,
o es la camisa ensangrentada y purulenta del Caudillo?
¡Español! ¡Español legañoso y franquista: Unge tus ojos con colirio... para que veas!
Y aquello que levanta en la mano la estatua de la Libertad, en la bahía de Manhattan,
¿es la vieja antorcha romántica, progresista y democrática.
o es la nueva bomba atómica, imperialista y criminal?
¡Americano! ¡Unge también tus ojos con colirio para que veas!
Polvo es el aire... polvo de carbón apagado...
y el mercader y el gobernante fabricando sonrisas para esconder el hambre y la miseria.
Polvo es el aire... polvo de carbón apagado.
Y el sacristán y el pregonero leyendo el banco de la paz por las esquinas.
¡No se ve anda!
Polvo es el aire... polvo de carbón apagado.
Y el lobo negro rabioso de la injusticia humana
¡aullando sobre la luz!
¡Eh!
¡Espantad ese lobo! ¡Perseguidlo!
Perseguidlo a pedradas y a palos...
Perseguidlo ... y ¡matadlo!

La Poesía... era un sistema luminoso de señales, hogueras, que encendíamos los poetas aquí abajo para que alguien nos viese... para que no nos olvidasen las estrellas. ¡Aquí estamos, Señor!... decíamos.

Pero ahora, vosotros, los generales iscariotes, los arzobispos ambiciosos y farisaicos, los mercaderes y los gobernantes, habéis llenado el aire de hollín, de baba negra y de betún. Y no vemos anda... Nadie nos oye... ¡Y la Poesía ha muerto!... Habéis asesinado a los poetas... ¿oís?

El que no ha muerto asesinado, ha muerto de asfixia. Y el que no ha muerto de asfixia, ha enloquecido... ¡La Poesía ha muerto!

¿Otra vez muecas de asombro y de sorpresa?

Pero, ¿qué creíais vosotros? ¿Qué creía Churchill... y los augustos ministros británicos? ¿Que la frente de los poetas era una bóveda blindada como las criptas imperiales de Inglaterra y los refugios subterráneos de la City?

¿Qué creían Truman y los grandes millonarios de Wall Street? ¿Qué el poema era como el oro, como su oro, que se puede guardar seguro en una caja fuerte, custodiada por palancas, cerrojos y claves misteriosas?

¿Qué creían los arzobispos... y el Gran Mago de Roma? ¿Qe la canción estaba defendida por un cerco volante de pétreos cardenales engrapados como la tiara de los Papas? ¡No!

Londres es invencible,
Washinton es poderosa
y Roma es inmortal.
Pero, ¡ay!... el poeta, el poema y la canción son más frágiles que el manto de las hadas.

Vosotros, los grandes poderes de la Tierra, habéis ganado todas las batallas.

El poeta las ha perdido todas.

¡Hurra! ¡Os salvasteis, ingleses!... con toda la vieja tramoya que escondisteis, astutos, entre topos, algodones y espesas telarañas, bajo las cuevas recónditas del Támesis... Os salvasteis. Salvasteis lo vuestro, lo que os proponíais defender, como dijo Churchill, cuando la guerra iba ya vencida. Y también dijo: -¿os acordáis?-: el hombre ya no lucha por un ideal. Os salvasteis. Salvasteis lo que os proponíais defender.

El Palacio... la lonja... el Parlamento...
La corona imperial,
las insignias de lord,
la peluca barroca del juez,
la vara de medir
y los troqueles esterlinos.

¡Os salvasteis! Pero habéis asesinado la Justicia.

¡Hurra, norteamericanos!

También vosotros salvasteis lo vuestro. Todo lo que se pesa, todo lo que se mide, todo lo que se compra y que se cuenta lo defendisteis como perros... y todo se ha salvado. Todo lo vuestro se ha salvado. ¡Todo! Pero habéis asesinado los sueños.

Y, ¡aleluya! ¡Que también se ha salvado el Vaticano! ¡Aleluya arzobispos y cardenales! Nada se ha perdido bajo la bóveda sagrada de San Pedro. Todavía está intacto el tesoro de las reliquias y de las ofrendas. Aún tiene oro y joyas el Papa, el Gran Mago de Roma, para fabricar una espada de diamantes y regalársela simbólicamente al caudillo criminal de las Españas... al sapo iscariote y ladrón. ¡Aleluya, sacerdotes, mercaderes de la Cruz y cardenales! Todo lo vuestro se ha salvado también. ¡Pero habéis asesinado el amor!

Gobernantes, generales, arzobispos: habéis ganado todas las batallas de la Tierra... ¡Todas! Pero los poetas... todos los poetas del mundo han muerto. Y no habrá quien componga la canción de la victoria.

¿Oísteis?

¡No habrá quien componga la canción de la Victoria!

Y ahora... ya con todas las batallas ganadas, queréis negociar la paz. Y con la pluma larga de los nuncios y de los banqueros; con esa pluma ubicua de los chalanes, de los cuervos y de los coyotes, con esa pluma negra que hunde su hocico de oro en un pozo de sangre y en otro de betún, queréis firmar la paz... la paz eterna... la paz romana... ¿verdad?

Pero el poeta ha muerto
y no habrá quien componga el poema de esa paz.
Habéis roto el poema de la Justicia que España había escrito hace mucho tiempo.
España vino al mundo sólo para escribir el poema de la Justicia...
¡Nadie lo entendió!
Ahora... no se puede escribir el poema de la paz.
Porque la paz no existe por si sola.
Es un resultado de la Justicia.

La paz nace cuando la Justicia abre la puerta, las entrañas, sus entrañas amorosas, como la madre, para que nazca el hijo.

La paz es un acto de amor de la Justicia. La Justicia es amor. Y nada existe que tenga más valor sobre la Tierra. la Justicia es amor. ¡Amor! Lo que origina, organiza, y hace caminar al mundo. La esencia primera que está en el corazón del universo y en el corazón del hombre, y que nos dice siempre cual es lo tuyo y lo mío. En forma de Justicia está contenido en las más rígidas pragmáticas, lo mismo que en el Decálogo. Por amor se hacen las revoluciones y se establece la política. Lo llamamos Justicia, pero no es más que amor. es la luz que gobierna el espíritu, como la gravedad gobierna la materia. Si esta ley se rompe, se descompone o se debilita, no puede haber paz entre los hombres, aunque se llenen las audiencias de magistrados y las calles de policías. La paz no se pide. Viene, llega sola, como la luz, cuando la Justicia se cumple.

Sólo en días tenebrosos como estos, en que el sol de la Justicia no sale en ninguna latitud de la Tierra... ¡se pide la paz!

Y la pide el ladrón y el asesino para que a él -¡claro!- no le pidan cuentas ni la Justicia de Dios.

La paz no la puede pedir nadie..., menos el criminal. Ni imponerla nada..., menos la bomba atómica. Ni impetrarla un Pontífice cuando se le antoje... y se le puede antojar cuando aún tiene sus vestiduras llenas de sangre.

La paz se cumple... viene... llega sola cuando al principio de amor y de armonía no lo han violentado la ambición y el egoísmo de los hombre. No hay que pedir la paz. Hay que salvar la Justicia, dándolo todo por ella.

Nosotros lo perdimos todo por la Justicia. Todo. La patria, el pozo y la ventana, la torre en el cielo con el vuelo de las cigüeñas, y las viejas montañas de granito con el nido de las águilas.

Al fin no nos quedó más que la defensa inerme y loca de la Justicia... de la misma Justicia que defendía Don Quijote, loco y sin armas también.

Pero el fue quien nos dijo:

La Justicia se defiende con una lanza rota y con una visera de papel.

Antes había dicho Cristo:

La luz de la Justicia la ganaréis con una corona de sarmientos y con un cetro de caña de escoba.

Pero los católicos, hoy han vestido a Jesús con las insignias de un Emperador romano... y los protestantes le han puesto la bomba atómica en la mano a la Estatua de la Libertad... para que nadie pida Justicia sobre la Tierra.

Nosotros pusimos la Justicia por encima de la familia. Y dijimos.
¿Qué vale la familia ante la Justicia?
Y por encima de la ciudad:
¿Qué vale Madrid ante la Justicia?
Y por encima de la patria:
¿Qué vale España ante la Justicia?
Y por encima de nuestra Historia... si esta Historia no fuese la defensa misma de la Justicia.
Al fin hemos perdido la Justicia también...
¿Ha huido?
¿Dónde está? No nos queda más que la palabra Justicia... una palabra tabú que nadie se atreve a pronunciar.

Esos congresistas de Franco y del Vaticano que han venido con el Lábaro de la Pax Romana. ¿han hablado de Justicia? No. Nadie habla hoy de Justicia en el mundo. Sólo algunos españoles desterrados nos atrevemos a decir esta palabra maldita. Esta palabra desterrada también, como nosotros, los desterrados españoles, en todos los congresos de la Tierra.

Cuando el último español del "éxodo y del llanto" se muera, se la llevará en el ataúd, clavado en su mortaja se llevará la palabra Justicia... en su mortaja hecha con los arreos harapientos ya de Don Quijote. Y el mundo se quedará tranquilo, roncando satisfecho en los bancos de la parroquia... ya en paz.

Y España otra vez hundida en un sueño tenebroso.

Cuando la Justicia se cumple, nace la paz amorosa de la vida. Cuando la Justicia desaparece. surge la paz tenebrosa del sueño. Y España, que nació bajo el signo de la Justicia, ha vivido siempre o dormida, o cabalgando en la lanza primera de la aurora.

Ahora le toca dormir otra vez... como un muerto... Tal vez no despierte. Los arzobispos, con su gran ejército de sacristanes, de tiplones y de acólitos castrados, encenderán las grandes hachas funerarias y abrirán el viejo libro de las salmodias. Los barberos que aún tienen templada la bandurria, harán las coplas de rigor para los funerales.

Pero las últimas azañas... la última cruzada, la última cruzada criminal y cainita de la Tierra, no la cantará nadie... nadie... porque los poetas, todos los grandes poetas han muerto. Y la Poesía española está ahí... ¡Miradla! Vencida sobre la tierra... asesinada para siempre.

Os he defraudado... os he engañado... ¿verdad? ¿Creíais que venía yo aquí esta noche a hablar de Antonio machado, con un discurso de ocasión, y que me iba a comportar como un mantenedor de juegos funerarios?

Machado, que está ahí en efigie... y su espíritu invade el ámbito de este templo, porque todos ahora pensamos en él, sabe que todo cuanto he dicho de los poetas muertos y de la Poesía asesinada, lo he dicho por él y para él.

Machado fue un gran hombre... uno de los pocos poetas españoles ungidos con aceite puro y sagrado de olivos. Y un mártir -algo forzado ya- del ensueño y de la esperanza. Quiso creer, pero no pudo, como Don Miguel de Unamuno.

Su nombre queda escrito en el santoral trágico y poético español, que no sabemos la suerte que correrá "en la muerte, el silencio y el olvido" de España, de este pueblo extraño que nació para que sus poetas cantasen el triunfo de la Justicia... y no pudieron cantar más que la envidia, la traición y la desventura.

¡España... España! ¿Por qué tu que viniste al mundo a defender la Justicia "con  una lanza rota y con una visera de papel", acabaste siendo madre de traidores y te has deshecho en polvo rencoroso?

Cuando dentro de algunos siglos, si el mundo sigue caminando, los eruditos y los paleógrafos venideros encuentren los libros de Machado, en algún rincón defendido por el viento, se quedarán absortos y ceñudos ante versos como éstos, que no podrán transcribir:

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta.
No fue por estos campos el bíblico jardín...
Son tierras para el águila... un trozo del planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.

¿Qué querría decir aquí el poeta?... ¿Y aquí? ¿Qué quiere decir?

Tiene el padre entre las cejas un ceño que le aborrasca
el  rostro un tachón sombrío como la huella de un hacha.
Los hijos de Alvar González ya tienen huerta y majada.

Y otra vez aquí la palabra Caín, que se repite tanto:

Mucha sangre de Caín
tiene la gente labriega...

Y este soneto..., ¿por qué terminaría así este soneto el poeta Machado?

Hoy que es espalda el lomo de tu fiera
y es el milagro de no ser cumplido,
brinda, poeta, un canto de frontera
a la muerte, al silencio y el olvido.

Ya no es más que un símbolo. Ahora Machado ya no es más que un símbolo... un símbolo y una acusación, como García Lorca y como don Miguel de Unamuno.

Ayer... hace ahora poco más de diez años, todavía era un hombre. Lo conocí. Fuimos amigos apretados por la tragedia y el desvelo. Podría contar hechos y palabras suyas que yo solo sé. pero no es esta la hora de las anécdotas ni de la historia puntual tampoco.

Subimos y bajamos muchas escaleras juntos en los días oscuros de la guerra. ¿De qué guerra? ¿De la guerra de España? No ha habido nunca más que una guerra en el mundo... ¡la del hombre! Como no ha habido nunca más una sola Poesía... y un solo poeta: el viento... el viento cantando su vieja y monótona canción por el gran embudo de la Tierra.

Y ese viento, que es la voz de Dios, ha enmudecido ahora. Y la Tierra que antes nos mostraba signos misteriosos que esperaban la fecundación -la interpretación del viento-, se ha vuelto hoy estéril, opaca y enemiga. Porque el mundo está ganado por una ráfaga sorda y acusadora del hombre. Aquella ciudad ideal que queríais levantar los filósofos y los santos, es ahora una Babel dirigida por la codicia, por el fraude y por el miedo, y donde la voz misma de Isaías quedaría aplastada bajo el pregón mecánico del mercader.

El poeta y el profeta no tienen silla ni lugar hoy en esta ciudad... donde los ladrones del pan y el espíritu se han apoderado de todas las tribunas.

Y la piedra... aquella piedra que había en el ejido, a la puerta de la ciudad, donde el poeta extraviado y el profeta vagabundo se levantaban con los pies descalzos, a pedir perdón y hospitalidad, y desde donde decían la palabra de Dios, con la espada del verbo en la boca ya ha derribado la piqueta del odio y del terror. Porque tienen miedo de todo y piensan que hasta el poeta puede ser un espía enmascarado.

Yo soy un espía enmascarado.

Tal vez soy el último poeta del mundo. Podéis subrayar la palabra último para significar que soy el último en méritos y el último en la gran cauda de los poetas condenados de España, que solo han sabido cantar desesperadamente la muerte:

¡España... España! todos pensaban...
el hombre, la historia y la fábula...
todos pensaban
que ibas a terminar en una llama
y has terminado en una charca.
¡Mirad! Allí no queda nada.
Al borde de las aguas cenagosas:
una sotana negra... una gran calavera...
y una espada...

Sí, soy el último poeta condenado de España, ya próximo a enloquecer y enmudecer, Y he venido aquí esta noche a dejar estas palabras acusadoras, esta corona de rosas negras, a los pies de un poeta muerto, de El Poeta Muerto... de la poesía asesinada.


León Felipe









5 comentarios:

  1. Lo que a García Lorca dedicó Miguel Hernández, bien vale para Machado:

    Caiga tu alegre sangre de granado,
    como un derrumbamiento de martillos feroces,
    sobre quien te detuvo mortalmente.
    Salivazos y hoces
    caigan sobre la mancha de su frente.

    Muere un poeta y la creación se siente
    herida y moribunda en las entrañas.
    Un cósmico temblor de escalofríos
    mueve temiblemente las montañas,
    un resplandor de muerte la matriz de los ríos.
    ______________________________________________

    Salud!

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    1. Loam, te dejo más palabras de Miguel Hernández: " (...) cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido. Ante la sombra de dos poetas nos levantamos otros dos, y ante la nuestra se levantarán otros dos mañana. Nuestro cimiento será siempre el mismo: la tierra. Nuestro destino es parar en las manos del pueblo"
      ________________________

      Salud!

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  2. Calan hondo las palabras de León Felipe.
    Estremecen.
    Y...." Son tantos los poetas muertos!"

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