Dibujo de Margarita Garcia Alonso, Premio de la Fundación Cultural Miguel Hernández |
En el cañaveral del río que andaba como con zapatos
de lana silenciosa por el campo más desamparado de criaturas y árboles, ahí
mora, en el nido heredado de sus padres, el pájaro que más hondamente siente en
su garganta y en su sangre la influencia de los plenilunios. Las noches de luna
como novias pluviales y resplandecientes, se las pasa el pájaro con el pico y
la voz desvelados, la lengua cubierta de corazón y el pecho temblándole como
una lágrima plumífera. Los dulces peces del río aguzan sus branquias como
orejas y escuchan ensimismados y devotos el cántico de amorosas llamas y plumas
devuelto al aire por la superficie de resonancia del agua. Se queja el pájaro,
se acongojan las cañas sobre las que levanta la monarquía triste de sus
acentos; su pico esgrimido contra su pico, como anclado alrededor de su voz,
sus alas cejijuntas, sus ojos alicaídos, sus patas empuñando desesperadamente
el talle de las cañas. Las demás noches calla y sufre de amor, rabioso, va de
un lado de la vía láctea al otro lado, de piedra en piedra, de pena en pena, de
soledad en soledad. Necesita la hembra: se la exigen sus venas con el fervor
ardiente del sol de agosto, con gritos de vino hirviendo, con herraduras
transparentes de enardecidas. Le duelen como golpeadas con grupos de ortigas,
el corazón y el sexo, los ojos se le intensifican de deseosos y expectantes. La
hembra: la busca bajo los juncos, la requiere desde los aires, la sueña en la
atmósfera de polen de palmera masculina de la luna. Y se desangra y fluye su
corazón por la lengua y sus venas aumentan y abultan como con el castigo de un
látigo cuando imperan los plenilunios.
En la lluvia de alambre de la jaula, a los dos días de
ser sorprendido y secuestrado, cuando ya no veía de tanto cantar una noche, ha
muerto el pájaro ante los ojos envidiosos del gato de su carcelero. Ni una sola
vez ha prorrumpido en trinos dentro del reducido ámbito a la expansión de su
vuelo que le marcaron. En los primeros momentos picó exasperado, se batió
contra su cárcel; después inclinó la postura de la cabeza y sumergió el pico
resignado en el pecho: así ha muerto. Pájaro fiel a su destino de pájaro,
negándose a vivir fuera de las oceánicas libertades del cielo y la tierra, que
le prometiera dos alas y un pico besable en su soledad de enamorado. Él no
podía poner su voz al servicio de una casa, esclava de otra voluntad. Él
cantaba, siempre, como cantamos, por enamorado y jamás por oficio. Fue un
verdadero pájaro, anarquista de pluma, ruiseñor esquivo y exquisito.
Los canarios y jilgueros domésticos, traidores a su
especie, comentan a grandes silbos burlones la muerte del ruiseñor y le llaman
tonto.
Miguel Hernández
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