En el curso de los últimos quince meses he visto los crímenes que se
cometen en España por los intervencionistas fascistas. El crimen y la guerra
son dos cuestiones diferentes. Se puede odiar la guerra, estar en contra, pero
puedes acostumbrarte a ella cuando luchas en defensa de la patria, contra la
invasión del enemigo y por el derecho a vivir y trabajar en libertad. En este
caso, el hombre no da ninguna importancia a su propia vida, ya que está en
juego algo más importante que eso.
El hombre que observa y describe una guerra
semejante no teme por su vida si cree en la necesidad de lo que está haciendo.
Sólo se preocupa de decir la verdad.
Por eso cuando el Messerschmidt alemán sobrevuela tu automóvil y abre fuego
con sus cuatro ametralladoras, te sales de la carretera y saltas del automóvil.
Te tiras bajo un árbol si es que hay uno, o en una zanja si es que hay una, o
simplemente en un campo abierto. Cuando el avión vuelve para intentar otra vez
matarte y sus balas levantan polvo a tus espaldas, te quedas tirado con la
garganta reseca... Pero te ríes del avión porque estás vivo.
El avión se lanza en picado, se nivela y arroja varias bombas pequeñas,
semejantes a granadas de mano, formando racimos. Resplandecen las llamas, se
oye el estallido, luego se levanta una nube de polvo gris. Pero tú aún estás
vivo y el Messerschmidt se alejó. El rugido de su motor hace recordar el sonido
de la sierra circular de una serrería. Intentas escupir porque sabes por
experiencia que no lo puedes hacer si estás realmente asustado. Resulta que
tienes la boca tan reseca que no puedes escupir, y te ríes de nuevo. Y esto es
todo.
No te pones furioso cuando los fascistas intentan matarte, pero te inundas de
cólera y odio, cuando ves cómo matan. Y esto lo ves casi todos los días. Ves
cómo lo hacen en Barcelona, donde bombardean los barrios obreros desde una
altura tan grande que sólo pueden ver barrios completos y no blancos concretos.
Ves a niños muertos con las piernas entrelazadas y los brazos extrañamente extendidos
y con las caritas cubiertas de estuco. Ves a mujeres muertas a causa de las
contusiones. Ves a muertos que parecen un montón de andrajos. Ves trozos de
carne humana de formas tan extrañas que te hacen pensar en un carnicero
demente. Y odias a los asesinos italianos y alemanes corno a nadie en el
mundo.El avión se lanza en picado, se nivela y arroja varias bombas pequeñas,
semejantes a granadas de mano, formando racimos. Resplandecen las llamas, se
oye el estallido, luego se levanta una nube de polvo gris. Pero tú aún estás
vivo y el Messerschmidt se alejó. El rugido de su motor hace recordar el sonido
de la sierra circular de una serrería. Intentas escupir porque sabes por
experiencia que no lo puedes hacer si estás realmente asustado. Resulta que tienes
la boca tan reseca que no puedes escupir, y te ríes de nuevo. Y esto es todo.
Durante varios meses vives en Madrid bajo los bombardeos. En el hotel donde
te hospedas, 53 veces han hecho blanco los proyectiles de artillería. Desde tu
ventana ves muchos crímenes, porque al otro lado de la calle hay un cine y los
fascistas comienzan los bombardeos precisamente cuando el público sale del
local. Saben que habrá víctimas antes de que la gente logre llegar a los
refugios.
Cuando los fascistas abren fuego de artillería sobre la Telefónica de
Madrid esto se comprende, pues es un blanco militar. Si bombardean las
posiciones de artillería y puntos de Observación, es la guerra. Si los
proyectiles no llegan al blanco o los sobrepasan, es la guerra. Pero cuando por
la noche abren fuego sobre una ciudad con el único fin de matar a gente
dormida, es un asesinato.
¡Cuando ametrallan masas de gente que se concentran a las seis de la tarde
junto al cine o en las plazas, es un asesinato!
Un proyectil hizo blanco en un grupo de mujeres que guardaban cola para
comprar jabón. Cuatro mujeres muertas. Su sangre fue literalmente absorbida por
la piedra, las manchas ni siquiera se quitaban con la arena. Los cadáveres
quedaron esparcidos.
Un proyectil de artillería cayó sobre un tranvía repleto de trabajadores.
Llamas, estallido. El humo desapareció; el vagón, volcado. Sólo dos personas
quedaron vivas, aunque hubiera sido mejor que muriesen. De los escombros sacan
a dos heridos terriblemente mutilados. Se oye el estallido de un segundo proyectil.
Y así interminablemente...
Durante toda la primavera, otoño e invierno pasados hemos visto cómo la
artillería fascista cometía crímenes en Madrid. No se podía ver todo aquello
sin ira y sin odio.
Luego comenzaron las batallas de Teruel. Ibamos al ataque junto con la
infantería. Entramos en la ciudad con los primeros destacados del Ejército
republicano. Durante las batallas en la ciudad hemos visto con qué cariño el
Ejército del Gobierno trataba a los niños y ayudaba a las mujeres y ancianos en
la evacuación. No hemos visto ni un caso de crueldad.
Pero antes de Teruel hubo un bombardeo devastador de Lérida. Luego
comenzaron los terrores barceloneses y los ataques diarios de la aviación
fascista a las ciudades costeras entre Valencia y Tarragona. Luego los
fascistas bombardearon no el puerto, sino la ciudad de Alicante, y mataron a
más de trescientas personas. Después lanzaron bombas sobre la plaza del Mercado
en la pacífica ciudad de Granollers y mataron a centenares de personas.
Los fascistas tienen dos motivos para matar: para doblegar al pueblo
español y para probar en acción las diversas bombas con vistas a la preparación
de la guerra en la que piensan Italia y Alemania.
En cuanto a sus intenciones de doblegar al pueblo español, la heroica
resistencia contra los fascistas que ahora avanzan hacia Valencia se explica
con el mismo grado de odio que los intervencionistas fascistas provocaron con
sus feroces bombardeos, al igual que con otras causas.
Los fascistas tendrán éxito mientras puedan chantajear a los países que les
tienen miedo. Pero los hermanos y padres de sus víctimas jamás les perdonarán y
jamás lo olvidarán. Los crímenes que se cometen por el fascismo sublevarán en
su contra al mundo entero.
Ernest Hemingway
Pravda, 1 de abril de 1938
El Fascismo es la anti-vida, una devastadora enfermedad social. Y con la enfermedad no se discute, como bien dijo Durruti: «Al Fascismo no se le discute, se le destruye.»
ResponderEliminarSalud compañera!