Tomasa Cuevas, sentada a la derecha. Prision de Amorebieta, 1942 |
Efectivamente, cuando salió le
detuvieron y yo me llevé el paquetito a mi casa y lo escondí. Entonces todavía
no estaba metida en política. Al día siguiente vino a verme el que era el
secretario general del Partido en Guadalajara, que se llamaba Raimundo Serrano,
y me dijo: oye peque --que aquello de peque todavía me queda como mote--
¿Santos te ha dado algo para mí? Ni para ti ni para nadie, le contesté yo, a mi
no me ha dado nada Santos. El venga a insistir y yo venga a negarme, porque
Santos me había dicho que no se lo diera a nadie. Así durante varios días en
los que Raimundo me salía en el camino y me pedía el paquete. Yo seguía negando
que me hubieran dado nada para él, hasta que un buen día se presentó con una
nota de Santos, porque como entonces teníamos guardias de asalto que eran
nuestros, a través de uno de ellos habían sacado la nota de la cárcel. Sólo así
cedí y le entregué el paquete, pero aquella fue ya mi perdición de comunista, porque
a partir de entonces ya todo era: peque guarda esto, peque esconde esto otro,
peque ve a ver a fulano de tal y dile que le espero en tal sitio, te dará una
cosa y me la das a mí.
Así pasó el tiempo hasta que me
detuvieron por primera vez a finales del 34. Acababa de suceder lo de los
mineros de Asturias, cuando lo de octubre, y por Guadalajara pasó una
expedición de niños hacia Madrid, donde les cuidarían mientras los padres
estaban en la cárcel. Con otros compañeros de la fábrica fui a la estación y un
guardia de asalto dio un meneo a un crío y le dije: no toqué usted a ese crío
porque como lo haga le voy a dar una hostia y me voy a cagar en su madre ¡A un
guardia de asalto! Me detuvo, claro.
Me llevaron al calabozo de la Dirección
General de Seguridad y me preguntaron que quién me había mandado ir a la
estación. Nadie, contesté, yo he visto niños allí y he ido a ver qué pasaba. ¿Y
no te ha mandado nadie? No, yo he visto niños allí y he ido a ver. Pero tú has
amenazado a un guardia y te has cagado en su madre. Bueno, yo le he amenazado,
pero no me he cagado en nadie, le he dicho que lo haría si tocaba al niño, pero
como no le ha tocado ni le he dado la hostia que le había prometido ni me he
cagado en nadie. Estuve tres días en el calabozo.
En esa época ya tenía yo el carnet de
las Juventudes, el número siete. Raimundo me había reunido un día con otros
para proponernos formar las Juventudes Comunistas, porque hasta entonces sólo
existía el Partido, y nos explicó lo que significaba: las consecuencias son
estas y estas, todo lo que me podía pasar siendo comunista. No pasa nada, le
dije yo, si hay que luchar, se lucha; si a los once años tuve que ir a
trabajar, justo es que luche yo con vosotros por mis derechos y si hay que ir a
la Juventud, pues a la Juventud.
Cuando salí de aquella primera detención
fui a mi casa. Vivíamos en una planta baja y cuando llegué, mi padre estaba con
una zapatilla esperándome, porque su idea era darme una paliza para que no
repitiera. Entra, entra, me decía. El iba retrocediendo mientras me lo decía y
yo iba entrando. Teníamos la puerta a la calle y un pasillo, una comuna, un
retrete comunal de los de entonces, donde yo tenía el carnet de las Juventudes
escondido, y cuando llegué a él abrí la puerta, lo saqué y le dije a mi padre:
mire, soy comunista, tengo que luchar por mis derechos y como ya se ganarme el
coscurro, con esto estaré en la casa, pero sin esto me voy. Mi padre dejo la
zapatilla y dijo: mira hija, yo no supe luchar por lo mío, lucha tú por lo
tuyo. Mi madre dijo: ¿esa era la paliza que le ibas a pegar?
Yo seguía cogiendo puntos y trabajando
en la fábrica, porque la vida nuestra era muy puñetera. Mi padre ganaba
veinticuatro pesetas y mi madre estaba enferma del estómago con una úlcera
sangrante, así que seguía cogiendo puntos por la noche. Como no teníamos una
luz aparente me subía en la mesa con una silla, me sentaba debajo de la
bombilla y allí cogía los puntos.
Mi madre tenía que tomar mucha leche,
así que por las mañanas me busqué un trabajo para repartir leche por las casas
con dos cántaras. Me daban quince pesetas. En invierno se me quedaban las manos
agarrotadas de llevar las cantaritas de leche y las clientas se la tenían que
servir ellas mismas porque yo no podía, pero a mí me daban dos litros. En la
casa donde vivíamos pagábamos quince pesetas de alquiler y como las dueñas de
la casa no tenían agua corriente y tenían que llevarla con un cántaro, un día
sí y otro no yo iba también a llevarles el agua por las tardes, cuando salía de
la fábrica, y me pagaban con el recibo de la casa. Así íbamos trampeando.
En esa época también me eché novio. Era
un muchacho muy majo y muy guapito y nos queríamos. Un día vino y me dijo que
no podíamos salir porque tenía que hacer una chapuza, yo le dije que de acuerdo
y en cuanto el se fue me marché yo también porque tenía una reunión de las
Juventudes, que se celebraban en una casa que teníamos en la plaza de la
Concordia, en Guadalajara. En la puerta había un grupito de gente, entre los
que estaba mi novio, que miraba a los que entraban. Yo le vi, pero entré en la
casa. Cuando empezó la reunión entró el grupito que estaba fuera y mi novio con
ellos. Así me enteré que él también estaba en las Juventudes y él se enteró de
que estaba yo, porque hasta entonces, como éramos clandestinos, no lo sabíamos.
Tomasa Cuevas
(Brihuega, Guadalajara, 7 de marzo de 1917 — Barcelona, 25 de abril de 2007)
"Comunistas. (Memorias de lucha y de clandestinidad)"
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