«Nunca he paseado con los cadáveres debajo del brazo, pues muchos otros sufrieron mayores tragedias que las que vivió mi familia, pero tampoco he dejado nunca de vivir de acuerdo a lo que esperaba mi padre de mí. Siempre he tratado de ser digno de él. »
María Torres / 27 Mayo 2016
José Vela Zanetti, uno de los pintores y muralistas más importantes del siglo XX, nace en el pueblo burgalés de Milagros el 27 de mayo de 1913. Su padre, Nicóstrato Vela era veterinario de profesión y republicano. María Zanetti, su madre, una mujer devota de origen veneciano. Antes de que cumpliera un año de vida la familia se traslada a León, ciudad en la que José comienza su formación artística bajo la tutela de Manuel Bartolomé Cossío, amigo de su padre, quien despierta en él el interés por la pintura mural. Más tarde en Madrid, Vela Zanetti es discípulo de de José Ramón Zaragoza. En 1931 expone por primera vez en León y dos años más tarde recibe una beca de la Diputación para cursar estudios en Florencia, donde completa su formación con el descubrimiento de los grandes maestros del Renacimiento
Comprometido con la defensa de la República, afiliado a UGT, cuando se produce el golpe de estado del general Franco se encuentra residiendo en Madrid. En octubre de 1936 se alista voluntario en la Brigada Motorizada de Ametralladoras de El Batallón de Hierro, donde permanece hasta julio de 1937 en que es destinado a la División Durán. Entre combate y combate escribe artículos de divulgación y propaganda en varias revistas del frente.
Su padre, depurado por los franquistas, pierde el cargo de jefe del matadero municipal de León, al mismo tiempo que es destituido como profesor de la Escuela de Veterinaria. El 4 de diciembre de 1936 es ejecutado en el campo de tiro de Puente Castro. Este trágico hecho marca la existencia de su hijo: «Toda mi vida ha sido un intentar ser un hombre digno, como reacción a la muerte injusta de mi padre. Son hechos que marcaron mi camino [...] La Guerra y el exilio al intentar destruirme hicieron todo lo contrario, lograron hacerme más de lo que quería, era una sensación como si yo fuese España, a partir de ese momento tenía que responder de mis actos como si yo fuese el país entero. Me impuse desde entonces una constancia ante mi propia conciencia, mantener siempre una vida digna».
Cuando finaliza la guerra José Vela cruza la frontera francesa con el grueso del Ejército Republicano y es internado en un campo de concentración. Ese mismo año y gracias al apoyo del Cónsul de la República Dominicana, consigue llegar a Santo Domingo a bordo del Flandre, una embarcación de bandera francesa.
Poco tiempo después realiza su primera exposición como transerrado bajo el título Estampas Españolas, con las obras realizadas durante el tiempo que permaneció en el campo de concentración francés. Cuentan que su primer mural lo pinta en la Universidad de Puerto Rico. Le pidieron hacer la última cena y él decide pintar a Jesús como un hombre cualquiera cenando con sus amigos. No fue del agrado de muchos. En los siguientes cinco años realiza cuarenta murales alegóricos de temática religiosa, histórica y costumbrista.
En 1949 es nombrado director de la Escuela Nacional de Bellas Artes y en 1950 la Fundación Guggenheim le concede una beca para artistas hispanoamericanos menores de 40 años que le permite viajar a Nueva York. Gracias a esta beca, que fué renovada, pudo realizar la que se considera su obra más universal: La ruta de la Libertad, una serie mural de veinte metros de longitud y tres y medio de altura, más de setenta y cinco metros cuadrados, conocida popularmente como El mural de los Derechos Humanos, destinada al edificio de la ONU de Nueva York, organización a la que España no se integraría hasta 1955. No dejaba de ser insólito que un exiliado español, desconocido en su patria y en Estados Unidos, recibiera un encargo de las Naciones Unidas.
Decía Vela Zanetti que «El arte nos permite soportar todas las ignominias de la política». La idea original de la obra era la condena del holocausto:«En principio, se puede afirmar que será un grito latente de protesta por los sufrimientos y las víctimas causadas por las conflagraciones modernas. Será una exaltación de la masa consciente y de los principios de la Carta de las Naciones Unidas». Cuando lo finaliza se convierte en una reivindicación de la paz frente al racismo y la violencia: «Aspiro a que aquellos que contemplen este mural se den cuenta de que la paz hay que ganarla, no una vez para siempre, sino todos los días, recordando el sufrimiento pasado y haciendo realidad lo que los hombres aspiran para el futuro».
En marzo de 1960 regresa a España y fija su residencia en Milagros, su pueblo natal. Tras tres años de trabajo y silencio, en los que cumple su promesa a los representantes del gobierno español en el exilio de no exponer nada más llegar a España para que su regreso no sea manipulado políticamente. En 1963 expone en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Por este trabajo recibe la Medalla Eugenio D'Ors a la mejor muestra pictórica del año.
Trabajó todas las técnicas pictóricas y abordó todas las temáticas. Realizó importantes trabajos murales en la República Dominicana, Puerto Rico, Nueva York, Colombia, México y España, con un denominador común: «la dignidad del hombre, del hombre sencillo, esforzado, heroico, al que homenajeó en todas sus etapas y universalizó, huyendo de la idealización, para apostar por los rostros del pueblo.»
En 1985 recibe el nombramiento como miembro de la Real Academia de San Fernando de Madrid y en 1997 se constituye en León la fundación que lleva su nombre.
Fallece en Burgos el 4 de enero de 1999, a los 86 años. Era un transterrado que había regresado a España pero como el dijo: «Soy de donde fui, de donde se me dejó ser feliz y pintar. Por eso soy de León, de Burgos, de la República Dominicana, de Nueva York, de México, de Florencia... sí, soy de donde fui, de donde se me dejó ser feliz y pintar».
Bernardo Clariana le dedicó en 1953 este poema:
A Vela Zanetti
Con motivo de su mural «Plaza Castellana»
Almotacén de España tu pintura
contraste es fiel de corazón que pesa
siendo la pesa de nostalgia pura.
En matizada yedra convertida,
cien muros escaló, y una remesa
de amor cada vez era y más sentida.
Dulcemente cautivas mariposas
volaban tus murales, vueltos cartas
amorosas de España y de sus cosas.
Fieramente pintadas galerías
del sueño y la vigilia en manso envuelto
ocre eternal, rebozo de los días.
Allí la fuente, el santo, el aldeano,
la yunta y la mujer de rostro triste,
gravedad y sudor, vida a trasmano.
Pie te di a tu mural con dulce prenda
que Gabriela inspiró; tú la leíste
y al pie del santo está como una ofrenda.
«Congréganse en espíritu y puntuales
Los trabajos domésticos, las yuntas
Y esa voz a sudor de cada día
Y a los pasos de gentes que se afanan
A la hora en que el pregón del municipio
La norma da del trigo cotidiano.
Era la paz de España convocada;
La diaria servidumbre de la gleba,
Los hombres discutiendo sus sudores
Bajo el genio aldeano de la fuente.
Sólo queda el amor como una patria,
Su desnudez por pura geografía».
A falta de verídico paisaje,
tu severo León y España entera,
alminar los convoca tu andamiaje.
De la patria que pintas eres centro
cordial, y si extra muros y en espera
muros pintas, los pintas hombre adentro.
Tu mural se me vuelve una ventana
de mansa luz de tarde, el muro cede
y oigo un rumor de plaza castellana.
Bernardo Clariana
New York, Diciembre de 1953
Fotografía: José Vela Zanetti, con uniforme del Ejército Popular de la República durante la Guerra de España. Fundación Vela Zanetti.
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