De Juan Marín Hernández, autor de La sombra del recuerdo, para Búscame en el ciclo de la vida.
Sinopsis
La Guerra Civil, la Posguerra, la Segunda Guerra Mundial… Bajo la oscuridad de aquellos años, dos hermanos, obligados a enfrentarse en la contienda, vivieron destinos opuestos marcados por los acontecimientos históricos. Un hecho real envuelto en armas, sangre, esclavitud, desprecio y odio pero, a la vez, forjado por una promesa y un amor que pudo con todo, hasta con la muerte.
‘Vivir para contarlo’. Reviviendo aquel lema que se grabaron a fuego los presos españoles del campo de exterminio nazi de Mauthausen. Hoy esta historia deja de estar a la sombra de un recuerdo, arrojando luz a aquellos años de oscuridad.
La campana sonaba a las 4:30 horas de la madrugada. Su sonido anunciaba el inicio del martirio. Los kapos, a empujones y golpes, conducían a los prisioneros hasta la zona de aseo, situada en la parte central de la barraca. Centenares de hombres peleaban por utilizar los agujeros que usaban de retretes e intentaban hacerse un hueco para lavarse en unas grandes pilas circulares. No había jabón y solo unas pocas toallas sucias. Antes de que muchos hombres hubieran podido siquiera alcanzar los lavabos, los kapos anunciaban a su manera, que el tiempo del aseo había concluido.
La campana sonaba a las 4:30 horas de la madrugada. Su sonido anunciaba el inicio del martirio. Los kapos, a empujones y golpes, conducían a los prisioneros hasta la zona de aseo, situada en la parte central de la barraca. Centenares de hombres peleaban por utilizar los agujeros que usaban de retretes e intentaban hacerse un hueco para lavarse en unas grandes pilas circulares. No había jabón y solo unas pocas toallas sucias. Antes de que muchos hombres hubieran podido siquiera alcanzar los lavabos, los kapos anunciaban a su manera, que el tiempo del aseo había concluido.
En estas pésimas
condiciones, los deportados recibían el ‘desayuno’ que consistía en un vaso de
sucedáneo de café —por llamarlo de alguna manera—. Minutos después debían
presentarse a la primera formación del día.
Una vez acabado
el recuento, los prisioneros eran organizados en kommandos
para salir a trabajar al exterior del recinto. Entre las
seis de la mañana y las siete de la tarde el campo quedaba casi desierto.
Los prisioneros
solo ‘descansaban’ poco más de media hora al mediodía para tomar un ridículo
almuerzo, consistente en una sopa aguada de nabos con alguna patata o
zanahoria. Por la noche recibían un pequeño trozo
de salchichón y un pan minúsculo que tenían que repartirse entre varios.
Tras regresar
del trabajo a las 18:30 horas, formaban nuevamente en la appelplatz
para después devorar la escasa cena. Los prisioneros debían
entrar en la barraca entre las 20:30 horas, momento en que se apagaban las
luces, instante que aprovechaban los miembros del comando republicano para
ofrecer a los más débiles la poca comida que habían logrado recopilar. Después,
hablaban sobre alguna información que hubieran escuchado sobre el estado de la
guerra.
Más tarde,
tocaba intentar descansar, algo difícil ya que dormían en estrechas literas de
tres pisos que se amontonaban unas junto a otras y que eran compartidas por
tres y hasta cuatro reclusos.
Allí tumbado,
Francisco soñaba despierto con Bácor, ese olor a olivar, ese río donde se bañó
cientos de veces, el campo en el que trabajaba sin que nadie le gritara, ni le
diese culetazos con el fusil y sin el constante miedo a morir. Recordaba
aquellos días cuando paseaba cogido de la mano de Angustias, aquel primer beso,
la promesa que le hizo antes de marchar a la guerra. En su consciencia juraba que,
si saliese con vida de aquel infierno, se casaría y tendrían muchos hijos a los
que contaría todo lo que estaba viviendo para que, en un futuro, nunca se
olvidara aquel holocausto. También soñaba con ver a su familia. Le angustiaba
no saber el destino que les había deparado la guerra a sus hermanos. Rogaba que
hubieran tenido más suerte y, por supuesto, que no estuvieran pasando por lo mismo
que él.
Sin apenas haber
podido descansar, la campana sonaba anunciando el comienzo de un nuevo día en
Mauthausen.
Juan Marín Hernández
La sombra del recuerdo (extracto)
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