El primer ministro de Instrucción Pública de la
República no ha querido dejar para sus sucesores «el problema de cantidad».
Durante estos últimos años venimos oyendo con paciencia, en réplica a nuestras
peticiones: «El problema de la escuela no es un problema de cantidad». Parecía
importarles, ante todo, la calidad. «¡Hay que hacer maestros!». «Hay que crear
un magisterio de nueva formación». Este era el punto de vista profesional.
Pedagógico. ¡Cuántas sonrisas he tenido que aguantar, como discreta corrección
al empeño democrático, humanitario, puramente sentimental, de llevar nuestra
escuela, buena o mala, al alcance de todos los hijos de España! Llegué al
convencimiento de que esto solo podía hacerlo la República. Y declaro que en
los primeros pasos del nuevo régimen, viéndola entretenida, perfilando
detalles, temí que tampoco esta República tuviera decisión para acometer de
frente la obra revolucionaria. Hace cuatro días, no más, se anunciaba una
marcha en cierto modo lenta. Es ahora cuando el ministro de la Revolución,
Marcelino Domingo, da resueltamente el golpe revolucionario. ¡27.000 escuelas!
¡7.400 inauguradas antes de fin de año! Es decir, atacando con energía el
problema de cantidad.
Sin reservas, con todo el alma puesta en el aplauso,
he encendido esta noche mis luminarias para festejar el día grande. Si en
Valencia vi ya el buen augurio, la esperanza cierta, aquí veo fructificar la
voluntad. Es preciso hacerlo así, y supongo que no habrá desmayo, ni nadie ha
de volverse atrás. Dar pecho a la enorme obligación que la monarquía no quiso
cumplir y empezar firmando el compromiso que vale bastante más que una primera
piedra. Para mí esto bastaría a justificar el trastorno de un cambio de
régimen. La escuela del pueblo solo logra crearla el pueblo desde el poder.
*
La importancia de este decreto, de cuyas bases solo
conozco una referencia oficial, es, en el fondo y forma, comparable a las otras
grandes medidas revolucionarias que la nación aguardaba de la República.
Debemos distinguir los dos géneros de dificultad que ofrecía su planteamiento.
En el fondo no deberíamos llamarla revolucionaria, porque responde al criterio
ya iniciado antes de nuestra primera Revolución, la del año 12, y al
paternalismo dieciochesco de nuestros enciclopedistas, apasionados por la
ilustración. Lo es, sin embargo, porque jamás se hubiera llegado a «ilustrar al
pueblo», todo, y en todas partes, sin una transformación radical de la
política. Pero su carácter revolucionario se aprecia mejor en la forma. Puede decirse
que se salta por todo, forzando las ataduras administrativas y convirtiendo los
días en años. Hubiéramos llegado, quizá, a servir el mismo propósito en un
cuarto de siglo, con lo cual ya estaba fracasada la acción de nuestros
organismos oficiales, porque veinticinco años para cubrir una sola etapa,
quiere decir quedarse definitivamente atrás en la marcha acelerada de la
cultura (no la del español privilegiado, sin la del pueblo).
¿Cuánto tiempo requiere el plan de las 27.000
escuelas? La nota del Ministro adelantando que «la Monarquía no hizo en
cincuenta años la obra que la República ha sabido hacer en un mes», parece
indicar que la ejecución es inmediata. Busco hoy ampliación de la primera
referencia, y hallo algo en El Liberal. –Si se puede,
en tres años. Mejor, en dos. Y mejor, en uno y medio–. Ni la considerable
empresa de habilitar 27.600 locales, ni la más ardua todavía de preparar 27.000
nuevos maestros, pueden detener el propósito. Por eso es obra revolucionaria,
porque obliga a las circunstancias –materia maleable– a someterse al mandato de
la voluntad.
*
Pero aparte de la ocasión única que nos brinda el
advenimiento de la República, es que no se trata de ningún imposible. Pondremos
por delante lo que pudiera ser obstáculo material: la construcción de tantas
escuelas en tan breve espacio de tiempo; y con resolución queda bordeado este
primer escollo. Hay redactado un plan de tipo muy moderno, que supongo en
conocimiento del ministro, para llegar a esas altas cifras gravando en forma
llevadera el presupuesto anual del Estado y el de los Ayuntamientos
cooperadores. Dentro de condiciones técnicas de absoluta seguridad y depurada,
meditada, implacable economía –porque derrochar aquí sería un delito, y robar,
un crimen que merecería el castigo de las barricadas: ¡Pena de muerte al
ladrón!–, dentro de las mejores garantías, con estudio y con inteligencia, ese
vasto problema de las grandes construcciones con arreglo a los diversos climas
quedaría resuelto en plazo mínimo con ventaja para el trabajo y para las
industrias de construcción españolas.
Es posible, hacedero, aunque exija excepcional energía
y mucha competencia, resolver el problema de los locales. «Problema de cal y
canto», como se ha dicho muchas veces. Pero es posible también resolver el
otro, más grave: el de los 27.000 maestros. Para ello ha de haber, sin duda,
solución en las bases a que alude la nota oficiosa. Por no haber sido
publicadas aún, solo podemos suponer que el sistema de habilitar mediante un
cursillo a los maestros de las oposiciones del 29, que aún no habían obtenido
la gracia dispensada a millares de compañeros suyos, así como a los maestros
que firmaron las últimas, constituye un recurso de urgencia, merced al cual
podemos contar con el personal necesario para las 7.000 escuelas de nueva
creación. Pertenece este recurso al orden práctico y debe admitirse como
liquidación de pasados errores. Como cancelación de una deuda con los
opositores sorprendidos en las últimas emboscadas de la Dictadura. A partir de
esa cancelación, los procedimientos han de ser otros, muy distintos.
El propósito de tener dispuestas a fin de año 7.000
escuelas, y en un plazo no determinado, pero breve, 20.000 más, debemos
aplaudirlo como expresión de un plan más amplio de lo que hasta ahora veíamos
proyectado. Conviene, sin embargo, insistir en lo que significa en términos
administrativos «creación de escuelas». «Creación provisional». Es preciso,
dentro de la reglamentación vigente, que los pueblos ayuden. Si no lo hacen, la
creación se da por caducada, dentro de cierto término: por lo cual es
aventurado cualquier cálculo de probabilidades acerca de las que se logren.
Habrá, de seguro, más maestros disponibles de los que necesitemos de aquí
a fin de año, y puede plantearse en serio el problema de la preparación
sucesiva de los 20.000 nuevos maestros que deberán ser ya maestros de la
República.
¿En qué forma se completará su instrucción antes y
después de obtener plaza? Aun siendo la preparación intensiva, ha de ser muy
bien meditada. Se espera mucho de ellos. No puede la República continuar
troquelando maestros de cuño antiguo. Es por consiguiente necesario reformar
desde ahora mismo el taller. La Normal. De esto no era político hablar durante
la dictadura ni aun durante el régimen constitucional monárquico. Hoy es uno de
los asuntos más urgentes entre todos los que deben resolver los hombres de la
Revolución.
Luis Bello
Crisol, 16 de junio de 1931 - Pág. 7
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