El
primer Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura tuvo lugar en el Palais de la Mutualité de París del 21 al 25 de junio de 1935 y contó con 230 delegados de 38 países. El Congreso pretendía demostrar la unidad cultural entre intelectuales en la lucha contra el fascismo.
La Alianza Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, dió lugar en España a la Asociación de Escritores Antifascistas, quien sería la encargada de celebrar en 1937, en plena guerra, el II Congreso Internacional.
Os dejamos la intervención de Bertolt Brecht en el Congreso de París de 1935.
El escritor puede decir: Mi cometido es denunciar la
injusticia, y puede dejar a cargo del lector el cuidado de acabar con ella.
Pero luego el escritor hará una experiencia singular. Se dará cuenta de que la
cólera, como la compasión, es algo masivo, algo que existe en cantidad y puede
agotarse. Y lo peor del caso: se agota en la medida en que se hace más
necesaria. Algunos camaradas me han dicho: cuando referimos por primera vez que
nuestros amigos eran sacrificados, hubo un clamor de horror y se ofrecieron
muchas ayudas. Entonces hubo cien muertos. Pero cuando fueron mil y la
carnicería no tenía fin, cundió el silencio y cada vez hubo menos ayuda. Así
son las cosas: Cuando los crímenes proliferan, se hacen invisibles. Cuando las
penas se vuelven insoportables, ya no se oyen clamores. Un hombre es golpeado y
el espectador de la escena se desmaya. Claro que es natural. Cuando llega el
crimen, como la lluvia que cae, ya nadie grita entonces “alto”.
¿Cómo remediarlo? ¿No existe el medio de impedir al hombre que vuelva la cara
ante la abominación? ¿Por qué vuelve la cara? Vuelve la cara porque no ve
ninguna posibilidad de intervenir. El hombre no se detiene en el dolor del otro
si no puede ayudarle. Uno puede detener el golpe, si sabe cuándo cae y hacia
dónde y por qué, y para qué cae. Y si uno puede detener el golpe, si existe
alguna posibilidad, por pequeña que sea, de detenerlo, entonces puede sentir
compasión de la víctima. De no ser así, también se puede sentir compasión, pero
no por mucho tiempo, en todo caso no durante todo el tiempo que silben los
golpes sobre la víctima. Por tanto: ¿Por qué cae el golpe? ¿Por qué se arroja
la cultura por la borda como un lastre, aquellos restos de cultura que nos
quedan? ¿Por qué la vida de millones de seres, de la mayoría de seres, está tan
depauperada, despojada, semi o totalmente destruida?
Algunos de nosotros responden a esta pregunta
diciendo: por salvajismo. Creen estar viviendo una terrible erupción en una
gran parte de la humanidad, cada vez mayor, un fenómeno horripilante sin causas
aparentes, que aparece de repente y tal vez, es de esperar, desaparezca también
de repente, el desbordamiento impetuoso de una barbarie largo tiempo sofocada o
adormecida, de naturaleza instintiva.
Los que responde así, se dan cuenta, naturalmente,
ellos mismos, de que tal respuesta no alcanza lo suficiente. Y también se dan
cuenta de que no se puede dar al salvajismo visos de fuerza natural, de
potencia invencible de los infiernos.
Hablan también de negligencia en la educación del
género humano. Algo se desatendió en este sentido o no puede hacerse con las
prisas. Ahora hay que recuperar lo perdido. Contra el estado salvaje hay que
implantar la bondad. Hay que evocar las grandes palabras, los conjuros que ya
en una ocasión prestaron ayuda, los conceptos imperecederos: amor a la
libertad, dignidad, justicia, cuya eficacia está históricamente garantizada. Y
emplean los grandes conjuros. ¿Qué sucede? A la alusión de que el fascismo es
salvaje responde éste con el elogio fanático del salvajismo. Acusado de
fanático, responde con el elogio del fanatismo. A la imputación de que conculca
la razón, condena alegremente la razón.
También el fascismo encuentra la educación descuidada.
Espera mucho de una influencia sobre los cerebros y un fortalecimiento de los
corazones. A las brutalidades de sus sótanos de tortura añade las de sus
escuelas, periódicos, teatros. Educa a la nación entera, y lo hace durante todo
el día. No dispone de demasiadas cosas que ofrecer a la gran mayoría, y eso
significa tener que educar mucho. Como no proporciona comida, debe educar para
la autodisciplina. Como es incapaz de poner orden en su producción y necesita
guerras, debe educar para el valor físico. Necesita víctimas, y entonces tiene
que inculcar a la gente el espíritu de sacrificio. También ideales, postulados
formulados a los hombres, algunos son incluso grandes ideales, grandes
postulados.
Bien, sabemos para qué sirven estos ideales, quién
educa y a quién será útil esta educación –no a los educados-. ¿Qué ocurre con
nuestros ideales? También aquellos de nosotros que ven el origen de todos los
males en el salvajismo, la barbarie, sólo hablan, como hemos podido comprobar,
de educación, de intervenir en los espíritus –de ningún otro tipo de
intervención, sin embargo-. Hablan de educar a la gente para la bondad. Pero la
bondad no saldrá a fuerza de exigir la bondad, exigirla bajo todas las
condiciones, incluso las peores, así como la brutalidad no puede salir de la
brutalidad.
Yo, por mi parte, no creo en la brutalidad por amor a
la brutalidad. Hay que defender a la humanidad contra la acusación de que sería
también brutal, si esto no fuera tan buen negocio; es una tergiversación
ingeniosa de mi amigo Feuchtwanger cuando dice: la villanía precede al egoísmo;
pero no tiene razón. El salvajismo no viene del salvajismo, sino de los
negocios, que sin él no podrían seguir haciéndose.
En el pequeño país del cual procedo, reinan
condiciones menos alarmantes que en muchos otros países; pero cada semana son
destruidas 5.000 reses de matanza. Es una cosa grave, pero no es una explosión
repentina de sangre. Si lo fuera, la cosa sería menos grave. La destrucción de
cabezas de ganado y la destrucción de la cultura no tienen sus causas en
instintos bárbaros. En ambos casos se destruye una parte de bienes producidos
no sin esfuerzo, porque se ha convertido en una carga. (…) En la mayoría de los
países de la tierra tenemos hoy unas condiciones sociales en las que los
crímenes de toda clase son altamente premiados y las virtudes cuestan mucho:
“La buena persona está indefensa, y el indefenso es apaleado, pero con la
brutalidad puede uno tenerlo todo. La villanía toma sus medidas para 10.000
años. La bondad, por el contrario, necesita una guardia de corps; pero no la
encuentra”.
¡Guardémonos buenamente de pretenderla de los hombres!
¡Y ojalá no pretendiéramos nada imposible! ¡No nos expongamos al reproche de
que también nosotros hacemos llamamientos a los hombres para cosas
sobrehumanas, esto es que, a base de practicar virtudes sublimes, sobrelleven
condiciones de vida horribles que, desde luego, es posible cambiar, pero que no
van a cambiar! ¡No hablamos solamente en pro de la cultura!
Compadezcámonos de la cultura, ¡pero compadezcámonos
primero de los hombres! La cultura estará salvada, si los hombres se salvan. No
nos debemos arrastrar hasta el punto de afirmar que los hombres existen para la
cultura y ¡no la cultura para los hombres! Haría pensar demasiado en la
práctica de los grandes mercados, donde los hombres acuden para las reses, ¡no
las reses para los hombres!
¡Camaradas, reflexionamos sobre las raíces del mal!
Muchos de nosotros, escritores, que viven el horror
del fascismo y se horrorizan de él, no han comprendido todavía esta doctrina,
no han descubierto aún las raíces del salvajismo que les aterra. Siempre existe
en ellos el peligro de considerar las atrocidades del fascismo como atrocidades
inútiles. Siguen aferrados a las condiciones de propiedad imperantes, porque
creen que, para su defensa, no son necesarias las atrocidades del fascismo. Sin
embargo, para el mantenimiento de esta situación son necesarias las atrocidades
del fascismo. En esto no mienten los fascistas, dicen la verdad. Aquellos de
nuestros enemigos que están tan horrorizados como nosotros de las atrocidades
fascistas, pero quieren mantener las actuales condiciones de propiedad o se
muestran indiferentes ante su mantenimiento, no pueden hacer una guerra lo
bastante vigorosa y duradera contra la barbarie predominante, porque no son
capaces de ayudar a sugerir y crear unas condiciones sociales en las cuales la
barbarie sea superflua. Pero aquellos que, en la búsqueda de las raíces del
mal, han dado con las condiciones de propiedad, han ido profundizando más y
más, a través de un infierno de atrocidades cada vez más bajas, hasta llegar al
lugar donde una pequeña parte de la humanidad ha anclado y establecido su
dominio despiadado. Ha echado el ancla en aquella propiedad del individuo que
sirve a la explotación del prójimo y es defendida a ultranza con uñas y
dientes, abandonando una cultura que no se presta ya a defenderse o ya no es
capaz de hacerlo, abandonando, en fin, todas las leyes de la convivencia
humana, por las cuales la humanidad ha luchado desesperadamente tanto tiempo y
con tanto denuedo.
¡Camaradas, hablemos de las condiciones de propiedad!
Bertolt Brecht
París, 23 de junio de 1935
Qué análisis impecable y acertado.
ResponderEliminarMuy grande Brecht!!!
GRACIAS POR LA INFORMACIÓN Y POR RECUPERAR LA MEMORIA!! GRACIAS!!
ResponderEliminarGracias a ti Patricia, por caminar junto a nosotrxs!!
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