Y golpeé las puertas de la tierra,
y sin remedio entré a la vida. Como
al reloj de la torre aquella, dieron
cuerda a mi corazón, y era mi empuje
incontenible, y era mi alegría
yerba verde pisada por un caballo al trote.
Parece que fue ayer, que no era el año
mil novecientos treinta y ocho. Bosques
en llamas, altas
palmeras encendidas, hombres muertos,
hermanos muertos con la frente muerta,
me rodeaban, lo recuerdo todo.
Era un pueblo al alcance de mi mano,
perdido en un rincón, una cabeza
de alfiler en la carne de la patria.
Y la patria sangraba.
Me vendaron los ojos, me decían:
"Es mentira el dolor, el hambre, todo.
No pienses más, olvida. Duerme, duerme."
Y bajaba dormida el agua, dando
saltos de gozo, resbalando
su claridad entre las piedras, viendo
inéditas palomas, altos ángeles
casi de carne y hueso, con las alas abiertas.
Vista de lejos, ay, era la vida
bella como un naranjo con naranjas,
alegre como un súbito surtidor hasta el cielo,
y otra vez bella, y otra vez alegre.
Era la vida, el viento,
apresando en sus redes la creciente
felicidad, era la muerte misma
que yo veía lejos o casi no veía.
Parado estuve, absorto, contemplador, ardiendo,
escuchando esa música, esa brisa,
esos racimos de esperanza ...
Pero avancé. ¡Quítame el pecho, madre,
déjame ver detrás de tí las sombras
del dolor, déjame que sienta miedo
como todos los hombres, déjame
solo, no me defiendas, soy un río,
soy un árbol, un árbol ... ! Piensa que soy un árbol
de aquellos que han crecido sin que nadie los riegue.
Pero avancé. Y la vida se hizo dura,
como una roca, innecesaria
igual que la ventana de una celda.
Crecí y crecí.
¡Qué oscuro el campo, el tiempo,
el viento, el valle, cómo mi alegría
se va, la entierran, se la llevan ... !
Pero avancé. Con aire triste y triste
iban los hombres al trabajo, algunos
cruzaban por un puente
y dejaban el agua emocionada,
algunos no cruzaban, se dejaban caer
desde el puente y venían los jueces a juzgarlos.
Pero todos me amaban,
y se volvían buenos al mirarme,
al verme abrir los brazos,
para abarcar a todos en mi pecho de río.
Carlos Sahagún
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