Ernest Hemingway (Oak Park, Illinois, 21 de julio de 1899 - Ketchum, Idaho, 2 de julio de 1961) |
Durante los últimos quince meses he visto
asesinatos en España, cometidos por los invasores fascistas. El asesinato es
diferente de la guerra. Se puede odiar la guerra y ser contrario a ella y, sin embargo, acostumbrarse a ella como un modo de vida cuando
se lucha para defender el propio país contra un invasor y por el derecho a
vivir y trabajar como un hombre libre. En este caso ningún hombre que merezca
el nombre de tal concede mucha importancia a su vida porque están en juego
cosas mucho más importantes. Un hombre que observa esta misma guerra y escribe
sobre ella no se preocupa por su vida si cree en la necesidad de lo que está
haciendo. Solo le preocupa escribir la verdad.
Así pues, cuando el Messerschmidt alemán baja en
picado sobre tu coche, disparando sus cuatro ametralladoras, te desvías bruscamente hacia la cuneta y saltas del
coche. Te echas bajo un árbol, si hay un árbol, o dentro de una zanja, si hay
una zanja, o a veces en el campo abierto. Y cuando el avión vuelve para
intentar matarte de nuevo y sus balas levantan surtidores de polvo sobre tu
espalda, yaces con la boca seca. Pero te ríes del avión porque estás vivo.
No sientes odio. Es la guerra. Él cree que tu coche es
un coche del estado mayor y tiene derecho a matarte. No te mata y por eso ríes.
El Messerschmidt es demasiado rápido para disparar acertadamente en vuelo
bajo.
Cuando sube de nuevo, deja caer varias bombas pequeñas
como granadas de mano atadas en racimo a un paracaídas. Producen un
gran fulgor y un estruendo y levantan una nube de humo gris. Tú aún estás vivo
y el Messerschmidt ha desaparecido y su motor profiere un gemido semejante al
de una sierra circular al cortar un tronco en un aserradero. Intentas escupir
porque sabes por experiencia que no puedes escupir cuando estás realmente
asustado. Descubres que tienes la boca demasiado seca para escupir y vuelves a
reírte y esto es todo.
No hay amargura cuando los fascistas intentan matarte.
Porque tienen derecho a hacerlo. Incluso por error.
Sin embargo, sientes cólera y odio cuando los ves asesinar. Y los ves hacerlo casi todos
los días.
Los ves hacerlo en Barcelona cuando bombardean los
barrios obreros desde una altura tan grande que es imposible que su objetivo
sea otro que los bloques de apartamentos donde vive la población. Ves a los
niños asesinados con las piernas retorcidas, los brazos doblados en direcciones
absurdas y los rostros espolvoreados de yeso. Ves a las mujeres, a veces sin
marcas cuando mueren por conmoción, con las caras grises y una sustancia verde
brotando de sus bocas a causa de las vesículas biliares reventadas. A veces,
las ves como fardos de trapos ensangrentados. Otras las ves partidas en fragmentos caprichosos como
un matarife demente podría descuartizar una res muerta. Y odias a los asesinos
italianos y alemanes que hacen esto como no has odiado nunca.
Vives en Madrid, bombardeado durante meses, y durante
tu estancia el hotel donde te hospedas es acertado cincuenta y tres veces por
fuego de artillería. Desde tu ventana ves muchos asesinatos, porque hay un cine
al otro lado de la calle y los fascistas hacen coincidir sus bombardeos con las
horas en que la gente sale del cine para ir a sus casas. De este modo saben que
tendrán víctimas antes de que la gente pueda buscar refugio.
Cuando bombardean el edificio de la Telefónica de
Madrid, está bien porque es un objetivo militar. Cuando bombardean puestos de
artillería y de observación, es la guerra. Si. las bombas caen demasiado cerca
o demasiado lejos, también es la guerra. Pero cuando bombardean la ciudad
indiscriminadamente en plena noche para matar a los civiles en sus camas, es
asesinato.
Cuando bombardean al público del cine, concentrándose
en las plazas adonde saldrá la gente a las seis de la tarde, es asesinato.
Ves caer una bomba sobre una hilera de mujeres que hacen cola para comprar jabón. Solo
matan a cuatro, pero parte del torso de una de ellas sale despedida contra una
pared de piedra de modo que la sangre se infiltra en la piedra con tanta fuerza
que después no pueden limpiarla ni con chorros de arena. Las otras mujeres
muertas yacen diseminadas como fardos negros y las heridas gimen o
gritan.
Ves una bomba de nueve pulgadas caer sobre un tranvía
lleno de obreros. Después del fulgor, el estallido y el polvo, el tranvía yace
de costado. Dos personas están vivas, pero sería mejor que hubiesen muerto, y
las otras deben ser retiradas con palas. Antes de que caiga la próxima bomba, un perro se acerca al tranvía
volcado. Olfatea el polvo de granito. Nadie se fija en el perro mientras se
llevan a las dos víctimas indeciblemente mutiladas y, cuando la próxima bomba
llega silbando en una caída vertiginosa, el perro sube corriendo la calle con
un metro de intestinos colgando de sus mandíbulas. Tenía hambre, como todos los
demás en Madrid.
Durante toda la primavera pasada y todo el otoño y el
invierno pasados vimos a la artillería fascista asesinar en Madrid y nunca lo
vimos sin cólera y odio.
Después hubo guerra en la batalla de Teruel y la guerra parecía honesta y justificada hasta
cierto punto después de los bárbaros asesinatos de Madrid. Acompañamos a la
infantería al ataque de Teruel y entramos en la ciudad con las primeras tropas
y durante la lucha en la ciudad vimos a tropas del gobierno llevar
cuidadosamente a niños, ayudar a viejos y a mujeres a evacuar la ciudad. No
vimos ningún acto de brutalidad o barbarie.
En cambio, antes de Teruel hubo el sanguinario
bombardeo de Lérida. Después hubo el horror de Barcelona y los diarios ataques
aéreos contra los pueblos costeros entre Valencia y Tarragona. Más tarde los
fascistas bombardearon la ciudad de Alicante, no el puerto, y
mataron a más de trescientas personas. Aún más tarde bombardearon la plaza del
mercado de Granollers, lejos de la guerra o cualquier actividad bélica, y
asesinaron a otros centenares de personas.
Asesinan por dos razones: para destruir la moral del
pueblo español y para probar el efecto de sus diversas bombas en preparación de
la guerra que Italia y Alemania esperan librar. Sus bombas son muy buenas. Han
aprendido mucho en sus experimentos de España y sus bombardeos mejoran cada
día.
En cuanto a la destrucción de la moral del pueblo
español, la actual heroica resistencia en la carretera de Valencia a
Teruel se debe más al odio hacia los invasores fascistas, inspirado por las
atrocidades de sus bombardeos, que a cualquier otra cosa. Se puede asustar a un
hombre amenazando con matar a su hermano o a su esposa e hijos. Pero si uno
mata a su hermano o a su esposa e hijos, solo consigue hacer de él un enemigo
implacable. Esta es la lección que los fascistas aún no han aprendido.
Tienen éxito mientras pueden chantajear a los países
que los temen. Pero cuando empiezan a asesinar y a luchar, están perdidos.
Porque los hermanos y los padres de sus víctimas no perdonarán ni olvidarán jamás. Los crímenes
cometidos por el fascismo alzarán al mundo en su contra.
Ernest Hemingway
Artículo publicado en Pravda unos días después del 1 de agosto de 1938
Recogido en el Libro Despachos de la Guerra civil española
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