Querida
amiga María: No puedes imaginarte cuánto he pensado en tu persona desde nuestro
reencuentro en tu pueblo. ¡Qué poco nos hemos tratado! ¿no te parece? Te conocí
de pronto en Orihuela, te hablé unos momentos; te vi en Cartagena después otros
instantes y, por fin, este agosto pasado, inolvidables para mí, los días que
estuve por esas tierras, logré hablarte durante varias horas. ¿Por qué no nos
veremos con más constancia? Sólo me queda de tu compañía tu libro y dos
mendrugos de mineral. Nada más, aunque no es poco.
He
leído tu libro muy bien: ¡qué a la perfección te reflejan esos poemas
femeninos, rociados de pólenes de las minas y el corazón, sumergidos en
melancolía, mar y soledades! A mi sencillo parecer has hecho una obra que ya
quisieran hacer muchas de las mujeres poetas de por aquí. Perdóname, María: no
sé que decirte más, sobre tus páginas. Ya sabes que no sé hablar acertado de
nadie. Te diré que me han conmovido muchos de tus poemas y que te agradezco
eternamente el mío. ¿ Cuándo vendrás por Madrid? Quiero que te conozcan mis
amigos mucho. He hablado de ti a Neruda, hablaré a Vicente Aleixandre y a quien
a mi me interesa más poéticamente. Pablo me ha pedido tu descripción y se la he
hecho de modo que has salido muy favorecida. ¡Perdón! Le prestaré mi libro
tuyo; si puedes enviarme algunos ejemplares y los repartiré entre quienes crea
conveniente. Voy dando fin a mi tragedia, y pronto empezaremos Maruja Mallo y yo a preocuparnos de su estreno.
Me
acuerdo mucho de tí y de tu padre, hermana y madre, tan simpáticos. ¡Ah!
también del jardín íntimo que es tu casa. El otro día quité de la solapa de mi
chaqueta aquel nardo que me regalaste. María: ha llegado conmigo hasta Madrid:
no debió mustiarse nunca. Deseándote en tu ambiente aldeano muchas cosas buenas
y esperando verte pronto, te saludo con mucho cariño:
Adiós.
Miguel
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