Hace dos años
nos reuniamos en esta misma sala para celebrar la concesión del Premio Nobel a
Pablo Neruda, y
hoy nos volvemos a reunir para llorar su muerte. Dramática y significativa muerte la del gran poeta y gran amigo
nuestro. Aún no
salimos de la consternación que
el triste acontecimiento nos produjo. Moria Pablo en una hora de atroz martirio para su
pueblo. El
noble presidente Allende caia asesinado por los gorilas traidores en el Palacio
de la Moneda defendiendo los principios por los que luchara toda su vida; en las fábricas, en las universidades, en las calles mismas eran
ametrallados miles de obreros y estudiantes por el solo hecho de serlo; un terror desenfrenado, vesánico, el terror fascista que no
encuentra limites para saciarse, se abatia, como instrumento del
imperialismo y de su brazo
ejecutor, la
CIA, sobre
hombres y mujeres inocentes, y
el corazón del
poeta se rompe ante tanta infamia, tanta
bestialidad y tanto dolor. La muerte de Neruda es por
eso un crimen más
del fascismo chileno, que
hoy condena el mundo entero. Pero
los que allanaron y arrasaron su casa no podrán allanar la inmensa morada, la morada universal en que desde ahora vive para
siempre Pablo Neruda. Y
los que quemaron sus
libros no podrán destruir su obra, su
caudalosa y
generosa obra, que sigue iluminando el
corazón de los hombres, como
no lograrán destruir las ideas que dieron conciencia política al pueblo de
Chile y que
un dia lo ayudarán a recobrar su destino, pese a la brutal agresión
que ahora lo desangra. Ya
en el entierro mismo de Pablo el
pueblo dio la primera respuesta a sus feroces verdugos. Al paso del ataúd por las calles de la
capital chilena se fue improvisando un nutrido cortejo que llegó a sumar
a miles de personas, quienes
cantando unas veces los himnos revolucionarios y
recitando otras versos
de Neruda, acompañó
el cadáver del poeta hasta su tumba, donde también se alzaron voces de
protesta, de
indignación, de
lucha. Y
es que la
cauda que deja un poeta tan grande y verdadero, un poeta tan entrañado en el alma de su
pueblo como Pablo Neruda, no
la borran todos los espadones fascistas confabulados.
La obra
poética que Pablo Neruda levantó verso a verso, piedra a piedra, hombre a hombre, su potencialidad expresiva, su asombrosa versatilidad y, sobre todo, su originalidad imarchitable y su sentido profundamente humanista, se alejan de lo común: entran en el espacio de lo portentoso. Cincuenta años de navegaciones
no le vieron repetir una singladura, aunque la nave fuera siempre
la misma. Parecía que cada mañana tocaba y miraba
por vez primera los bordes de la tierra. Era
poeta que nacía todos los dias con una visión nueva, con un mayor dominio de las formas
verbales, con una fe
más ancha en los destinos humanos.
La palabra
poética de Pablo Neruda, vasta
como un continente, cantó todos los continentes, los de la tierra y los del
hombre. Primero, tras la canción de amor
juvenil que ha recorrido todos los idiomas, fue la búsqueda desolada
impuesta por la soledad: la
inmersión en
los seres y
las cosas para llegar a su cotidiano misterio y recoger sus nocturnas materias apenas
reveladas. Luego, el abrir los ojos, el conmoverse hasta la
última fibra ante
el dolor del mundo y, como
consecuencia, el
extender el canto por encima de todas las fronteras y todas las limitaciones
con que la poesia gustaba aún de automutilarse, tanto
en sus motivos profundos como en la utilización del lenguaje. Ningún poeta de esta época -y quizá de época alguna- logró reunir en su voz, como Pablo Neruda, mayor suma de sufrimientos y
de anhelos, de
sueños y de tempestades. Como
una cordillera errante y resonante, su acento supo ganar los confines más
remotos, y
en todas partes, torrecial y profundo, dejó un rayo de cólera y de
belleza, de
ternura y de rebeldía.
Conviene
recordar aquí que este segundo nacimiento de Neruda para la poesía, esta línea divisoria que marca
dos tiempos y dos actitudes en
su obra, tiene
una clave, y
esa clave tiene un nombre: España. El encuentro de Pablo Neruda con España o, para mayor exactitud, con el pueblo heroico de España, con el pueblo traicionado y
agredido, determina un cambio radical, esencial, en su poesia. Un cambio que no es necesriamente una retractación, sino un nuevo descubrimiento
del mundo y una
nueva forma de interpretarlo. Aqui
radica, precisamente, lo sustancial de este
fenómeno. La
poesia de Neruda, sin
renunciar a los tesoros conquistados, tesoros extraidos, como en una nueva fábula, de las grietas telúricas y de las
grietas humanas, abandona
entonces lo subterráneo, sube
de los abismos ciegos, deja
de hurgar en las vetas oscuras, en
la flor venenosa, y
se instala, rutilante
y humilde, en
la frente del
hombre, en
sus estrella dolorosa y esperanzada. Mira
hacia arriba. Se
entrega a los demás. Da
la espalda a un mundo cuyas caducidadas y miserias ha sacado como un
buzo a la superficie, y
abre los brazos al
mundo que está naciendo entre grandes heridas y resplandores. El poeta mismo lo dejó escrito en su
"Testamento de otoño":
"Me preguntaron una vez/por qué escribia tan oscuro,/pueden preguntarlo a la noche,/al mineral a las raíces./Yo no supe qué contestar/hasta que luego y después/me agredieron dos desalmados/acusándome de sencillo:/Que responda el agua que corre,/y me fui corriendo y cantando".
Y mucho antes, en plena guerra de España habia dicho también:
"Preguntareis:¿por qué su poesía/no nos habla del suelo, de las hojas,/de los grandes volcanes de su pais natal?/¡Venid a ver la sangre por las calles, venid a ver/la sangre por las calles,/venid a ver la sangre/por las calles!"
La razón, como se ve, es simple. Simple y profunda. El poeta se identificó a plenitud con el hombre, o al revés. El poeta vio en la tragedia de España su propia tragedia: la tragedia de todos los hombres, una tragedia de la que nadie podía desertar. Los más grandes poetas de aquella hora pensaron lo mismo. Hay unas palabras del propio Neruda que no dejan lugar a dudas. Cuando publicó "Las furias y las penas" declaró en unas líneas:"En 1934 fue escrito este poema. ¡Cuántas cosas han sobrevenido desde entonces! España, donde lo escribí, es una cintura de ruinas. ¡Ay! si con sólo una gota de poesía o de amor pudiéramos aplacar la ira del mundo, pero eso lo pueden sólo la lucha y el corazón resuelto. El mundo ha cambiado y mi poesía ha cambiado. Juro defender hasta mi muerte lo que han asesinado en España:el derecho a la felicidad." Pablo Neruda se convirtió desde entonces, y través de su dilatada obra posterior, en algo asi como la conciencia estética y civil de nuestra época. Todo lo abraza, todo lo canta. Todo, por unos caminos o por otros, llega a su sensibilidad. Parece decir: la poesia puede estar en todas las cosas, en lo individual y en lo co- lectivo, en el vuelo de una abeja y en el grito de una multitud. La poesía no admite apellidos ni, menos, apodos. Es, cuando lo es de modo auténtico, poesia simplemente. Un día somos herméticos, y al otro transparentes. Hoy mi verso se embriaga entre los brazos de la mujer que amo, y mañana será ola restallante contra la injusticia y el error.
"Me preguntaron una vez/por qué escribia tan oscuro,/pueden preguntarlo a la noche,/al mineral a las raíces./Yo no supe qué contestar/hasta que luego y después/me agredieron dos desalmados/acusándome de sencillo:/Que responda el agua que corre,/y me fui corriendo y cantando".
Y mucho antes, en plena guerra de España habia dicho también:
"Preguntareis:¿por qué su poesía/no nos habla del suelo, de las hojas,/de los grandes volcanes de su pais natal?/¡Venid a ver la sangre por las calles, venid a ver/la sangre por las calles,/venid a ver la sangre/por las calles!"
La razón, como se ve, es simple. Simple y profunda. El poeta se identificó a plenitud con el hombre, o al revés. El poeta vio en la tragedia de España su propia tragedia: la tragedia de todos los hombres, una tragedia de la que nadie podía desertar. Los más grandes poetas de aquella hora pensaron lo mismo. Hay unas palabras del propio Neruda que no dejan lugar a dudas. Cuando publicó "Las furias y las penas" declaró en unas líneas:"En 1934 fue escrito este poema. ¡Cuántas cosas han sobrevenido desde entonces! España, donde lo escribí, es una cintura de ruinas. ¡Ay! si con sólo una gota de poesía o de amor pudiéramos aplacar la ira del mundo, pero eso lo pueden sólo la lucha y el corazón resuelto. El mundo ha cambiado y mi poesía ha cambiado. Juro defender hasta mi muerte lo que han asesinado en España:el derecho a la felicidad." Pablo Neruda se convirtió desde entonces, y través de su dilatada obra posterior, en algo asi como la conciencia estética y civil de nuestra época. Todo lo abraza, todo lo canta. Todo, por unos caminos o por otros, llega a su sensibilidad. Parece decir: la poesia puede estar en todas las cosas, en lo individual y en lo co- lectivo, en el vuelo de una abeja y en el grito de una multitud. La poesía no admite apellidos ni, menos, apodos. Es, cuando lo es de modo auténtico, poesia simplemente. Un día somos herméticos, y al otro transparentes. Hoy mi verso se embriaga entre los brazos de la mujer que amo, y mañana será ola restallante contra la injusticia y el error.
Toda la vieja
polémica, tan
inútil como absurda, sobre
la llamada poesía
pura y la llamada poesia social —semejante
a la que todavía padecemos
en la plástica sobre el llamado arte abstracto y el llamado arte figurativo— hace crisis en la voz
universal y descomunal de Pablo
Neruda. Una
crisis que se resuelve en favor de la poesía. Al cabo del tiempo, el poeta de "Residencia
en la tierra" es el mismo poeta del "Canto General"; el poeta de las "Odas
elementales" es el mismo poeta de "Estravagario". Los poemas
amorosos de la primera época se abrazan y confunden con los poemas sociales y aun
políticos de años
después. Caidas
y hallazgos deslumbrantes, errores
e intuiciones geniales, son ya partes inseparables de
un mismo
cuerpo. En
la poesia de
Neruda, en
esta poesía combatida a veces como portadora de elementos dogmáticos, partidistas, se diria que habita la
tolerancia misma. A
lo largo de ella sentimos el secreto indivisible de la facultad creadora y se reafirma en
nosotros la convicción de que los dogmatismos radican precisamente en aquellos que
niegan a la poesía su maravilloso don de ubicuidad, su prodigiosa capacidad para brotar en los más diversos climas del
espíritu. ¿Quién
ha llegado aún a definir la poesia? ¿Quién ha logrado sorprender
su verdadero rostro? ¿Alguién ha podido apropiársela —¡Oh, ilusiones de Juan Ramón! para disfrutar exclusivamente
de ella? ¿No está acaso la poesía en Whitman lo mismo que en Mallarmé, en Valery lo mismo que en Maiakovski, en Nazim Hikmet lo mismo que en Rilke? Hace años, cuando algunos poetas
dirigían su mirada
a los graves conflictos sociales, a
los grandes dramas humanos, los
celosos guardianes de la poesia pura se desataban en ofensiva contra ellos, y ellos, a su vez, solian también, de vez en cuando, arremeter contra sus
antagonistas, olvidando
unos y otros toda una tradición ejemplar
en la que no es posible separar los frutos del pensamiento humano. Hoy, las nuevas generaciones, los jóvenes poetas, tienen una actitud mucho más
comprensiva y, a
pesar de ciertas corrientes de irracionalismo que se mueven en la política y el
arte, muestran
una clara preocupación por los problemas sociales o
lo que fluye, vive
en torno a esos problemas. Pero
no por eso lanzan excomuniones, ni deja incluso de haber
entre ellos mismo quienes cultivan también el poema de condición intimista. No en balde los últimos
decenios han esclarecido tantas cosas esenciales y están contribuyendo a desterrar viejos y torpes pleitos que son la
negación del espiritu creador.
Yo he dicho en
otra ocasión que los republicanos españoles tuvimos siempre como nuestro a Pablo
Neruda. Sentimos
que Pablo Neruda, además de un poeta chileno, además de un poeta
latinoamericano, es
también un poeta esañol. Y no sólo por razones de
lengua y de cultura, que
ya sería bastante, sino, lo que es más significativo, por su identificación plena con la España desangrada e insurgente, con la España de la República y de Guernica, con la España de la agonía y
de la esperanza. Hoy, después de la tragedia chilena, Pablo Neruda es más nuestro
que nunca. Las dramáticas circunstancias de su muerte lo acercan
más a nosotros, lo
acercan más a España. Sus
ojos en agonía, como
los de nuestro Antonio Machado al pasar los Pirineos y morir en Colliure en
l939, debieron
sin duda reflejar el mismo panorama de desolación y de muerte, la misma angustia, el mismo dolor, y acaso también la misma
certidumbre de el mañana no pertenece a los enemigos
de la cultura, sino a los que la crean con sus manos y
con su espíritu.
Desde 1936, es decir, desde la iniciación de la guerra española, toda la obra de Pablo Neruda está recorrida por el sentimiento de España. En plena contienda, el poeta escribe su libro "España en el corazón", que los propios sodados de la República imprimen en el frente. Es un libro desgarrador, violentamente condenatorio. Al poeta se le transforma a veces la voz en llamarada, en aullido, en grito sordo, ante la crueldad inaudita de los agresores, y otras veces solloza como un niño con las madres de los milicianos muertos. España el dolor indecible de España, se le mete en el corazón a Neruda fisicamente, lo conmueve, lo tortura acaso como ningún otro suceso antes vivido.
Desde 1936, es decir, desde la iniciación de la guerra española, toda la obra de Pablo Neruda está recorrida por el sentimiento de España. En plena contienda, el poeta escribe su libro "España en el corazón", que los propios sodados de la República imprimen en el frente. Es un libro desgarrador, violentamente condenatorio. Al poeta se le transforma a veces la voz en llamarada, en aullido, en grito sordo, ante la crueldad inaudita de los agresores, y otras veces solloza como un niño con las madres de los milicianos muertos. España el dolor indecible de España, se le mete en el corazón a Neruda fisicamente, lo conmueve, lo tortura acaso como ningún otro suceso antes vivido.
Pero después
de este libro, forman muchedumbre los poemas que
Pablo Neruda escribió
sobre el mismo tema español. En México o en Chile, en la Unión Soviética o en
China, en Italia o en Hungría, en Francia o en Polonia, en el mar o en la tierra, alli donde se encontraba el recuerdo de España volvia
a la poesia de Neruda con la
misma intensida y
el mismo fuego. No
es posible enumerar aquí los muchos poemas escritos por Neruda acerca del drama
español. Permitidme, sin embargo, que lea uno solamente. Este poema lo compuso Pablo
en su
destierro europeo de
los años cincuenta, y
en algunos de sus fragmentos dice así:
"España, España corazón violeta,/me
has faltado del pecho, tú me faltas/no como falta
el sol en la cintura/sino como la sal en
la garganta,/como el pan en los
dientes, como
el odio/en la colmena negra como el dia/sobre los sobresaltos de
la aurora,/pero no es eso aún, como el tejido/del elemento
visceral, profundo/párpado
que no mira y que no cede,/terreno mineral, rosa de hueso/abierta en mi
razón como un castillo.
Ven a mí, devuélveme la torre/que me robaron, devuélveme la lengua/y el pueblo que me esperan, asómbrame/con la unidad final de tu hermosura./Levántate en tu sangre y en tu fuego:/la sangre que tu diste, la primera,/y el fuego, nido de tu luz sagrada"
Ven a mí, devuélveme la torre/que me robaron, devuélveme la lengua/y el pueblo que me esperan, asómbrame/con la unidad final de tu hermosura./Levántate en tu sangre y en tu fuego:/la sangre que tu diste, la primera,/y el fuego, nido de tu luz sagrada"
Fiel
a su palabra -"juro defender hasta mi muerte lo que han asesinado en
España- Pablo Neruda llegó hasta sus últimos momentos abrazado a los principios
revolucionarios que tan valerosamente supo mantener siempre; abrazado a la poesía,
carne de su espíritu, razón de su vida. Con la noche del fascismo
ensombreciendo su frente, si, pero también estoy seguro de ello, con la
esperanza, con la certeza de que su pueblo se levantará contra las salvajes
sombras que hoy tratan de estrangularlo, para ahuyentarlas definitivamente de
su tierra y seguir su camino hacia el socialismo.
Juan
Rejano
Homenaje
a Pablo Neruda realizado en el Ateneo Español de México el 21 de octubre de
1973
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