Jesús Hernández Tomás (Murcia 1907-Ciudad de México 1971), fue ministro de Instrucción Pública y Sanidad de la República Española y uno de los fundadores del P.C.E., expulsado del partido en 1944. Exiliado tras la Guerra en la Unión Soviética, representó al P.C.E. en la Komintern, y se ocupó de solventar la precaria situación de los refugiados españoles.
Transcribimos a continuación una conferencia de Jesús Hernández en la Escuela Superior de Cuadros del Partido Comunista Yugoslavo en Belgrado, impartida en octubre de 1951.
Todos
ustedes comprenden, por haber pasado por un proceso semejante, cuantas
resistencias de orden subjetivo hay que vencer para llegar a la conclusión de
que entre los hechos y las palabras de los hombres que dirigen los destinos de
la Unión Soviética media un abismo en el que han hundido los principios básicos
del socialismo. A esa conclusión no se llega mecánicamente, de la noche a la
mañana. Para mí fue un forcejeo en el que la fe resistía a la evidencia, y
cuando loa hechos me golpeaban con su realismo implacable aun me refugiaba en
el supremo recurso de creer que era de mi parte donde faltaba la preparación
debida para entender las sutilezas de la política soviética, de la sabiduría de
Stalin.
La Unión Soviética y personalmente Stalin, significaban para los comunistas
españoles algo intangible, una especie de tabú. Sin comprender que nuestra fe
era una fe fanáticamente sentida, fervorosamente acatada y poderosamente
influyente, no se explicaría ni comprendería nada de cuanto vamos a referir.
La
defensa a ultranza no solo de su existencia, sino de cuanto emanara de la Unión
Soviética, era nuestra norma y nuestra razón de ser comunistas. Por la U.R.S.S. y
por Stalin estábamos siembre, dispuestos a dar nuestras vidas y las de nuestros
padres y las de nuestros hijos. Durante la guerra, y en los largos años de la
sanguinaria represión franquista, nuestros hombres subían a los patíbulos o
caían acribillados a balazos contra los muros de la revancha falangista con las
banderas de Stalin y de la U.R.S.S. desplegadas en la garganta.
Nada
tiene, pues, de extraño, que el P.C. de España sometiera toda su política a la acción dirigente de Moscú, ni tampoco que los hombres que dirigíamos el
P.C. de España fuéramos y tuviéramos en la práctica más de súbditos soviéticos
que de hijos del pueblo español. Parece un absurdo, algo increíble, pero
nuestra educación bajo la tutela soviética nos había deformado hasta el punto
de desnacionalizarnos por completo, arrancándonos el alma nacional y
sustituyéndola por un internacionalismo furiosamente chauvinista cuyo principio
y fin eran las torres del Kremlin.
Pero
la dialéctica de la vida nos ha ido acorralando inexorablemente hasta
convencernos del error. La acumulación de hechos nos ha obligado a apreciar
cualitativamente el fenómeno en su conjunto, Y así, contando con el tiempo,
hemos llegado a la conclusión de que aquello que aisladamente no podíamos o nos
resistíamos a comprender no era fruto de la casualidad o de las circunstancias,
sino manifestaciones de una política que nada tenia de común con las teorías
del marxismo-leninismo. Tal es la razón de que hoy podamos referirnos a cosas
del pasado viéndolas en su verdadera fisonomía, con la mirada limpia de nieblas
de fe sectaria y con el criterio abierto a la verdad objetiva.
Para
apreciar mejor la acción de la política en España durante la guerra de
liberación es necesario bosquejar aunque sea brevemente el cuadro de cual era
la situación política en España en el año de 1936. Y el camarada Hernández explica a continuación cómo el pueblo español desde 1931 a 1936 utilizó y
empleó todas las armas conocidas de la lucha social y política, desde la simple
huelga hasta la insurrección armada. Refiere cómo todo el impulso
revolucionario del pueblo estallaba en las calles pretendiendo empujar la
revolución democrático-burguesa hasta sus objetivos finales y, principalmente,
contra la organización de la reacción que descaradamente se preparaba para
lanzarse al asalto de la República democrática. En todo el ámbito de España chocaban las fuerzas de la revolución y de la contrarrevolución, y el
Gobierno de la República temeroso de la una y de la otra se encontraba, como se
dice en términos militares, en la tierra de nadie. Y al iniciarse la
sublevación fascista el pueblo tiene que suplir de manera espontánea y
desarticulada las debilidades de sus gobernantes.
En
el orden internacional el panorama permitía ver la agresividad de las fuerzas
del fascismo y cómo las naciones democráticas se replegaban haciendo constantes
concesiones a las potencias del Eje. Es decir, la guerra de España se inicia en
un momento internacionalmente desfavorable para los defensores de la República
democrática.
¿Qué
fuerza en el mundo podía garantizar al pueblo español una solidaridad efectiva
y desinteresada? Como gran potencia, la Unión Soviética. Así lo creíamos. Así
lo creía nuestro pueblo. Y nuestra convicción, la de los comunistas, nacía de
una fe tan ciega que nos hubiera empujado hasta el crimen contra quienes
hubiesen osado ponerlo en duda. Estábamos, pues, totalmente incapacitados para
comprender que a la primera nación del mundo a la que más había contrariado la
heroica decisión de los antifascistas españoles de batirse a muerte por su
libertad y por su independencia, era precisamente a la Unión Soviética. La U.R.S.S. participaba en aquellos momentos de los mismos miedos que las
democracias burguesas frente a las potencias fascistas, y toda su política
internacional estaba orientada a un juego maquiavélico consistente, en sus
grandes lineamientos, a no desligarse de las potencias democráticas a fin de no
ofrecer un fácil blanco a los fascistas, y a coquetear con los fascistas para
asegurarse el apoyo de las democracias. Era el juego que había de culminar,
años después, en el pacto germano-soviético.
Una
política sistemática de torpezas había llevado a los dirigentes de la U.R.S.S. a
perder la confianza en las fuerzas de la clase obrera y del movimiento
revolucionario y progresivo del mundo. Y aunque el VII Congreso de la
Internacional Comunista quiso rectificar de un golpe todos los groseros errores
de muchos años de sectarismo — sectarismo que en países como Alemania barrió de
obstáculos el camino de Hitler al poder, y que imposibilitó la unidad del
movimiento obrero en todos los continentes, pues al que no era comunista se le
calificaba de social-fascista y de anarco-fascista— aunque pretendió,
repito, rectificar, el recurso era muy tardío. La reacción y el fascismo habían
conquistado posiciones poderosísimas en toda una serie de países. La falsa
orientación de la Internacional Comunista, reflejo de la política soviética,
había situado a la U.R.S.S. en un peligroso aislamiento del movimiento obrero
mundial y a los partidos comunistas en unas condiciones tales de debilidad no
solo numérica, sino de influencia, que en ninguna parte del mundo constituíamos
una fuerza decisiva. Y aunque en España y en Francia la política del Frente
Popular logró positivos éxitos, ni la situación de la U.R.S.S. ni la del movimiento
obrero en general, mejoraron al punto de poder decir que se había operado una
modificación en la situación internacional. De ahí que el equipo dirigente de
la Unión Soviética persistiera en su tremendo error de tener más confianza en
su turbio juego político que en las fuerzas revolucionarias y progresivas del mundo.
Tal era la situación internacional el 18 de Julio de 1936 al iniciarse la
guerra de liberación del pueblo español.
Ante
la inequívoca realidad de un pueblo que había empuñado las armas y que se batía
a todo lo largo y lo ancho de España, ¿cómo se planteó la Unión Soviética el
problema? A la luz de nuestra experiencia podemos afirmar hoy que en el Kremlin
las cosas discurrieron así: «La guerra en España puede servirnos de dos
maneras: una, utilizarla como un fantasma que agitaremos ante los ojos de las
potencias fascistas haciéndolas ver que los pueblos están dispuestos a empuñar
las armas y a batirse por la libertad y la democracia, y así obtener ciertas
ventajas de las mismas, y otra, que se funde y confunde con la primera formando
un todo, la de cotizar la sangre del pueblo español en el mercado de sus
conveniencias exteriores ante las asustadas democracias, demostrando que en las
manos de la U.R.S.S. está la llave que puede avivar o apagar las llamas que se han
encendido en España y cuyas chispas pueden hacer estallar el polvorín de la
temida guerra mundial».
Es
decir, el «caso español» se lo plantearon los señores del Kremlin no desde un
punto de vista socialista, sino fría y calculadamente, como un asunto de
política exterior, desprovisto de todo contenido o sentimentalismo
revolucionarlo.
Y
con la resonancia del trueno en las tormentas oceánicas retumbaron en los oídos
del mundo las palabras de Stalin: “La causa del pueblo español no es un asunto
privado de los españoles, sino la causa de toda la humanidad avanzada y
progresiva”. Nadie podía dudar que la U.R.S.S. se declaraba solidaria con la España
democrática. Y si esas palabras tuvieron en el mundo antifascista un eco cálido
de solidaridad con nuestra lucha, en España arraigaron con raíces de gratitud en
el corazón de todos los hombres y de todos los pueblos de la Península.
Pero
Stalin, que había sabido dar la definición justa, no quiso hacer honor a sus
palabras. Y se produjo un fenómeno singular. Mientras en el mundo entero los
mejores hijos de la clase obrera y del antifascismo, venciendo miles de
dificultades y todas las persecuciones policíacas, atraviesan mares y fronteras
para llegar hasta la España republicana y
dar a nuestro pueblo la prueba más grandiosa de solidaridad formando las
Brigadas Internacionales, la Unión Soviética comienza a negarnos la venta del
armamento que en buena moneda quería comprar el Gobierno de la República al
País del Socialismo, venta que estaba dentro del derecho internacional por ser
la República el régimen legal de España.
Las
naciones de regímenes democráticos y liberales ignoraron, por sus miedos y sus
razones particulares, la legitimidad de la España Republicana, nos embargaron
las armas adquiridas incluso con anterioridad al levantamiento franquista,
cerraban sus mercados a toda clase de compras de pertrechos militares que nos
eran indispensables y con los cuales temamos asegurada la victoria. La Unión
Soviética, no obstante las grandilocuentes palabras de Stalin, no se situó en
un terreno muy diferente al de las democracias burguesas.
Todos
ustedes saben, que sin un Ejército, sin mandos, sin plan de guerra ni cartas
militares, solamente con el entusiasmo y la intuición espontánea de las masas
armadas con viejas pistolas y escopetas de caza, cuchillos y algunos fusiles,
el pueblo español venció a la reacción y derrotó a los militares sublevados en
las principales provincias y nacionalidades de España en las primeras 48 horas
de la lucha. Si los países democráticos, y fundamentalmente la Unión Soviética,
nos hubieran facilitado la adquisición de las armas que el pueblo español
quería comprar y pagar, la sublevación franquista hubiera sido vencida antes de
que Hitler y Mussolini tuvieran tiempo de volcar contra él sus efectivos en
hombres y en material de guerra y de crear el tremendo desequilibrio en que se
desarrolló la lucha del pueblo español. Desde el principio hasta el fin Franco
nos superó en cien veces la proporción de los armamentos. En esos primeros días
y en esas primeras resistencias y dilaciones de la Unión Soviética se
perfilaron ya lo que había de constituir la trayectoria de la U.R.S.S. en la guerra
del pueblo español: Stalin, en vez de mandarnos armas, nos mandaba abundantes «consejeros» militares, políticos, y policiacos. A todos ellos, tanto el
Gobierno como el P.C., apremiábamos en la petición de armas y en el envío rápido
de las mismas. No estará de más decir que muchos de estos consejeros, la
casi totalidad, han sido posteriormente fusilados por Stalin bajo la acusación
de contrarrevolucionarios y agentes del enemigo. Si admitimos la acusación que
los llevó al patíbulo ya tendríamos mucho que decir de un Estado socialista que
nos manda como ayuda a un equipo de hombres en un noventa por ciento
fusilables por agentes de Hitler. Pero sin entrar en los casos particulares
de cada uno de ellos debemos declarar, porque la verdad lo exige, que esos
hombres, los fusilados, no actuaron en España como agentes del enemigo.
Nos
inclinamos a creer que Stalin liquidó a la mayoría de esos consejeros por
que al igual que nosotros no comprendían la actitud de los dirigentes de su
país, resistiéndose a vendernos las armas que para la guerra y para la victoria
precisaba el pueblo español. Es muy probable que en las informaciones a su
Gobierno y a su Partido esos consejeros reflejaran su perplejidad. Y esa
perplejidad, esas extrañezas, fueron las que les llevaron hasta el muro de la
ejecución. Eran testigos demasiado peligrosos, hombres que sabían más de lo
debido acerca del juego criminal del Kremlin en la guerra de España. No es esta
una opinión simplemente hipotética, pues con la mayoría de los fusilados tuvo
el P.C. de España, y yo personalmente, frecuentes y repetidas conversaciones en
las que les vimos manifestarse con tanta extrañeza como disgusto como nosotros
por la política de suministros militares de la U.R.S.S. a la República española. De
otro lado si estos primeros consejeros hubieran sido agentes de Hitler, la
guerra del pueblo español hubiera terminado a favor de Franco en unas semanas.
Estos primeros consejeros soviéticos se centraban en todos los Estados
Mayores y elaboraban junto con los militares españoles los planes de todas las
batallas. Y aun más: contaban con la fe ciega de los comunistas que les
hubiéramos secundado, en aquellos momentos, aun en sus más descabellados planes
militares, por el simple hecho de estar concebidos por los hombres de Stalin. Y
fueron precisamente en aquellas primeras semanas y meses cuando más derroche de
tesón y de heroísmos, de esfuerzos de organización y de disciplina, se
realizaron en la España republicana para estructurar y dirigir las acciones de
las múltiples milicias y columnas que se creaban por los partidos y las
organizaciones sindicales.
En
este período, a las gestiones directas de nuestro partido, Moscú contestaba con
vagas razones de gigantescas dificultades técnicas para el envío de las armas
al mismo tiempo que deslizaba en nuestros oídos argumentos tan capciosos como
el de que la situación internacional era tan extremadamente tensa y delicada
que una acción más abierta en favor de la España republicana podía crear
gravísimas complicaciones a la U.R.S.S. con las potencias fascistas y asustar a los
Chamberlain, Daladier y Rooselvet, acentuando a la vez que el aislamiento de la
República española, el peligro de la U.R.S.S. Era ya el camino que había de
conducir a la U.R.S.S. a colaborar en la monstruosa política de la no
intervención.
La no intervención tenía un doble significado: el que igualaba la legitimidad
del régimen republicano a los sublevados fascistas, situando a ambas partes en
un mismo plano ante el derecho internacional, y el otro, que era el
fundamental: el que ataba las manos al pueblo español, notificaba todas las
defecciones en el orden internacional, y dejaba las puertas abiertas a Hitler y
Mussolini para introducir subrepticiamente toda la cantidad de armas y de
tropas regulares que quisieran para ahogar en sangre la lucha de las fuerzas
democráticas de España. La U.R.S.S. no vaciló en colaborar con los fascistas y con
los demócratas en el estrangulamiento jurídico y práctico del pueblo español.
En
honor a la verdad, no podemos dejar de reconocer que la Unión Soviética nos
vendió algunas armas: quizá menos que las que nos facilitaron algunos países
capitalistas, pero no tenemos derecho a desconocer ese hecho. Para la U.R.S.S. las
ventas de armas a los republicanos españoles eran más simbólicas que efectivas,
más para la propaganda, para mantener el fuego sagrado, que para facilitar la
victoria de la “causa de toda la humanidad avanzada y progresiva”. Así, cuando
Franco recibía doscientos aviones, nosotros lográbamos una veintena; cuando
Franco obtenía mil cañones, nosotros recibíamos cincuenta. Igual proporción con
los tanques, fusiles o ametralladoras.
¿Era
posible burlar el bloqueo de la no intervención? ¡Claro que era posible! Lo
burlaban Hitler y Mussolini descaradamente y lo burlaban nuestros barcos que
iban a recoger las escasas mercancías que se nos facilitaban en los puertos
soviéticos. Estos mismos barcos tenían capacidad para traer, y el Gobierno
republicano suficiente dinero para pagar, mil veces más cantidad de armamento
que lo que transportaban hasta la España leal. Luego era una solemne mentira lo
de las dificultades técnicas.
Si
la República pudo sostener una guerra de casi tres años en desesperante
situación de inferioridad, si pudo resistir, fue gracias a que fue comprando
clandestinamente por todos los países la chatarra, los trastos de deshecho que
tenían arrumbados todos los ejércitos del mundo. Comprábamos cañones con dos
docenas de proyectiles, y otros, que se desprendían de las cureñas al primer
disparo. Teníamos decenas de clases de calibre en los fusiles de nuestra
infantería, lo que nos creaba difíciles problemas de municionamiento, al punto
de tener que racionar la cartuchería a los soldados en
el frente como se racionaba el pan en la retaguardia.
Podríamos
ya hacernos la pregunta: ¿es que quería la Unión Soviética la derrota del
pueblo español? Para contestar correctamente debemos afirmar que todos los
hechos demostraban que no te interesaba la victoria. Adentrándonos en el fondo
del problema podemos llegar a la conclusión de que la Unión Soviética estaba
interesada en prolongar la lucha, del pueblo español sin permitirle lograr una
victoria decisiva que pudiera crearle a ella dificultades en el orden
internacional. En la prolongada agonía del pueblo español, en su sangre y en su
sacrificio, tenía la Unión Soviética una moneda de cambio de alta cotización en
las cancillerías extranjeras.
He
aquí un ejemplo concreto no desmentido hasta hoy por las autoridades
soviéticas: Después de terminada la segunda guerra mundial el Departamento de
Estado de los EE.UU. de Norte América hizo público que en los archivos que
obran en su poder, capturados a los alemanes en Berlín, existen cartas, que
citaban, del entonces Embajador de Hitler en Moscú, en las que dicho Embajador
informaba a su Gobierno de la cantidad y calidad de las armas que Moscú vendía
a la República española, aclarando en sus comentarios que la ayuda soviética a
los rojos de España era una ayuda lo suficientemente limitada para no permitir
cambio alguno en la proporción de potencialidad militar establecida, ayuda que
no alteraría en ningún momento el curso de la guerra y que permitía al Gobierno
Soviético sostener moralmente su prestigio
ame los ojos de sus partidarios. Es decir, los alemanes estaban perfectamente
al corriente de la clase de auxilio que la U.R.S.S. prestaba a los combatientes
republicanos españoles no solo por el servicio de Información de la Gestapo,
sino por los datos que oficialmente le facilitaba el propio Gobierno Soviético.
Veamos ahora la política soviética en España desde otro punto de vista. El P.C. de España desde el comienzo de la guerra se convirtió en una poderosa fuerza
tanto numérica como influyente en la dirección de la política del país. El P.C.,
cuando todo el aparato del Estado se derrumbaba, supo — conjuntamente con el
P.S.U. de Cataluña y con las demás fuerzas obreras y democráticas del país —
iniciar las más elementales normas de organización y asentar los principios de
una disciplina que permitiera acabar con el caos de la espontaneidad en el que
se malograban la eficacia y esterilizaban los entusiasmos. Fuertemente
enraizado el P.C. en las organizaciones del Frente Popular y actuando en común
con la mayoría del P.S.O.E. y con las Juventudes Unificadas, llegó a ser una fuerza
de carácter decisivo a los pocos meses de comenzada la guerra. Creo poder
afirmar sin exageración alguna, que el P.C. pudo tomar el poder sin grandes
dificultades y con muy pocas oposiciones.
En
Moscú se llegó a temer que los comunistas españoles nos decidiéramos a
adueñarnos del poder. Debemos declarar que nunca pensamos hacerlo, pues
estábamos más que nadie interesados en mantener el carácter de origen de
nuestra guerra, que era la defensa de la República democrática agredida y
asaltada por la reacción nacional y por el fascismo extranjero. Pero si esto es
cierto, también lo es que sentíamos la necesidad de tener en nuestras manos
algunos de los puntos claves de la dirección política, y de la guerra. Fuese
ambiciosa o no, la aspiración era perfectamente legítima y respondía a la
fuerza combatiente y a la influencia política que representaban el P.C. de España
y el P.S.U. de Cataluña. Pero para disuadirnos de tal locura no eran
suficientes las resistencias que pudiéramos encontrar en la oposición de otros
sectores políticos de la República, sino que vino la carga de los cosacos,
la presión decidida de los consejeros políticos y de la Embajada soviética, y
hasta la coacción descarada envuelta en amenazas de forzosas retiradas de las
ayudas que se nos prestaban, pues una tal actitud de los comunistas españoles
reforzarían las campañas provocadoras de los fascistas contra la U.R.S.S. en el
orden internacional.
Pero
lo extraordinario de toda esta política soviética era que al mismo tiempo que
nos entorpecía la posibilidad de tomar palancas más decisivas de la guerra y de
la política de nuestro país en la mano, nos aconsejaba acabar con los hombres
y con los partidos que “no dirigían la guerra de manera consecuente”'. Así
acabamos con el Gobierno y lesionamos el prestigio personal de Largo Caballero,
Jefe del Gobierno y Ministro de la Guerra, Presidente del P.S.O.E. y de la U.G.T., la
figura más influyente dentro del movimiento del socialismo español al que
habíamos denominado el Lenin español. No es este el momento de hablar de las
cualidades de estadista o de estratega militar de Largo Caballero, el cual, sin
duda, adolecía de muchos defectos y limitaciones, como adolecíamos todos los
ministros de su Gobierno. Lo importante es la política que se nos aconsejaba hacer y que hacíamos ciegamente.
Provocada
la crisis por la acción del P.C. contra Largo Caballero, la política, de guerra
no tuvo cambios apreciables, y sí los tuvo no fueron favorables a los comunistas,
pues Indalecio Prieto desde el Ministerio de Defensa Nacional, para el que fue
nombrado, se encargaba de ello. Es decir, la política aconsejada desde Moscú
nos empujó a derribar a un socialista prestigioso por considerar que no
conducía la guerra enérgicamente y cuando el P.C. se hace fuerte en la exigencia
de tomar ministerios clave en la mano, Moscú nos ordena retirar todas nuestras
demandas y aceptar, para esos mismos ministerios, a hombres abierta y
decididamente anticomunistas.
Sin
utilidad de ninguna especie el P.C. había provocado una crisis y había asestado
un golpe mortal a la colaboración política y a la unidad de acción con las
fuerzas del campo socialista y anarco-sindicalista. El resultado práctico fue
el debilitamiento de la influencia política del P.C. y un reagrupamiento mayor de
las fuerzas que le eran hostiles. ¿Era este el propósito que tenían los hombres
del Kremlin?No queremos incurrir en error al dar una contestación ligera y poco
argumentada. Los hechos son hechos y a ellos nos atendremos. La trayectoria de
la U.R.S.S. nos facilitará la respuesta.
En
España nadie hablaba tanto de unidad de acción como el P.C., y hablábamos por que
estábamos convencidos de que la guerra solo podía ser sostenida si se apoyaba
en la unidad de las fuerzas obreras careras y de éstas con las amplias capas
democráticas del país. Y debo decir que se habían logrado tan serios progresos
en este aspecto que se había dado comienzo a conversaciones con algunos jefes
de la izquierda del movimiento socialista, tendencia de Largo Caballero, para
la fusión del Partido Socialista y del Partido Comunista en una sola
organización política. En Cataluña, al comienzo de la guerra, teníamos ya a1
Partido Socialista Unificado que significaba la unificación de las fuerzas
políticamente más desarrolladas del movimiento obrero. Las Juventudes
Socialistas y Comunistas ya se habían fusionado. Las dos centrases sindicales,
la U.G.T. y la C.N.T. tenían un pacto de acción común y un programa de conjunto para
problemas fundamentales del momento. Y el Frente Popular enlazaba a los
partidos obreros con las agrupaciones republicanas y liberales.
Como
ya he manifestado, el golpe a Largo Caballero fue un golpe mortal a la
colaboración, a la unidad entre socialistas y comunistas, y a toda posible
acción común entre comunistas y anarquistas. Se produjo una unidad: la de todos
ellos contra el P.C.
A
partir de ese momento el P.C. entra en la vía franca de absorber o de acabar con
las fuerzas políticas y sindicales del país que no aceptasen marchar bajo sus
directivas. Era una política suicida, una política ferozmente sectaria, que se
realizaba bajo el signo del proselitismo, del reforzamiento de todas las
posiciones del partido a costa de sus aliados y contra éstos aliados.
Para
la prensa del partido no había ni más combatientes, ni más héroes, ni más
fuerzas que lucharan en los frentes que las fuerzas del P.C. Ni al P.S.U. de
Cataluña se le exceptuaba. En la retaguardia sólo los comunistas éramos los que
realizábamos prodigios y sacrificios sublimes en la producción, y todos los
demás o no ayudaban o saboteaban. Era la línea de la catástrofe, del suicido de
la guerra y la muerte de la influencia y autoridad del P.C. Cuando en las
reuniones del Buró Político alguno de nosotros objetaba, a la vista de los
resultados negativos, esa política, los consejeros se encargaban de
persuadirnos con razonamientos de este tipo: «En la guerra el más fuerte será
siempre el que cuente con mayor fuerza en el Ejército. Nuestro objetivo
principal está en los frentes. Hay que reforzar sin cesar la potencialidad del
partido en el Ejercito».
Consecuentes
con esa política se volcaron sobre los frentes y en cada unidad del Ejército
decenas y centenas de organizadores del Partido y de las Juventudes, y se
dieron a nuestros jefes militares órdenes concretas para promover a mandos
superiores al máximo de comunistas, disminuyendo la proporción de todos
aquellos otros de filiación política o sindical distinta. Debemos decir, porque
es obligado, que toda esa política descabellada se efectuaba sin cesar de
combatir al enemigo, y demostrando los comunistas una decisión y disciplina en
el combate que los hacía los primeros entre los primeros, lo que facilitaba la
tarea de proselitismo que nos habíamos propuesto.
En
esa política absurda de atraer sin convencer, el celo de algunos jefes y
comisarios del P.C. era tan desmedido y poco político que se llegaba a la
incalificable coacción de deponer a mandos o de mandar a primera línea a los
hombres que se resistían a tomar el carnet del P.C. o de las Juventudes
Unificadas. Por éste procedimiento la fuerza del partido se reforzó en los
frentes con millares de nuevos adherentes, pero al igual que en la retaguardia,
el partido rompió la unidad,
sembró la discordia y enconó las rivalidades entre las unidades militares de
distinta significación política. Este fue el resultado práctico de la política
que se nos mandaba hacer y que estúpidamente realizábamos.
Citare
un caso concreto que en lo personal para mí significó una ráfaga de luz en la
noche negra de la fe y de la ciega confianza en Moscú. En uno de los momentos
más graves de nuestra guerra, después de la batalla de Teruel y del abandono de
la posición es llamado a Moscú un miembro de la dirección del partido. Este
camarada regresa a los pocos días comunicándonos que Moscú había decidido que
los comunistas cesáramos en la colaboración gubernamental y retirásemos
nuestros ministros del Gobierno del Dr. Negrín. Retirarse del Gobierno en
aquellos momentos concretos era
provocar
conscientemente la catástrofe definitiva. Negrín, el Gobierno, podían continuar
su política de resistencia solo por el apoyo que le prestaba el P.C. y el P.S.U. de
Cataluña. Abandonar la colaboración con el Gobierno era entregar el Gobierno,
la dirección del país y de la guerra, en manos de los capituladores. Pero con
todo, lo más difícil para los comunistas, era poder explicar satisfactoriamente
al pueblo por qué retiraba su colaboración y su representación a un Gobierno al
que nosotros mismos habíamos bautizado con el nombre de Gobierno de la resistencia.
No teníamos ninguna explicación satisfactoria que dar de no ser la de declarar
que el Gobierno no representaba esa política de resistencia, lo que
obligatoriamente significaba prenunciarnos por un nuevo Gobierno que fuera un
fiel interprete de la voluntad de combate de nuestro pueblo. Pero como lo que
se decidía era retirar los comunistas de toda colaboración gubernamental, esa
posición sólo hubiera tenido una interpretación: el abandono de la lucha por
parte del P.C.
Como
el consejo era de sabor tan claramente derrotista, a de nuestra fe en Moscú,
los miembros del Buró Político, precisamente los que estamos fuera del partido
kominformista, nos opusimos terminantemente.
Togliatti,
Stepanov y Codovilla, los tres consejeros principales, dos de los cuales eran
las sombras y los inspiradores de José Díaz, y el otro de Pasionaria, nos
pintaron un panorama en el orden internacional tan angustioso que parecía
inminente el desencadenamiento de la guerra, el ataque de las potencias del Eje
a las vacilantes democracias, lo que exigía un sacrificio de nuestra parte para
impedir la catástrofe y, sobre todo, cualquier ataque a la URSS so pretexto del
peligro comunista en España por la influencia que los comunistas teníamos en el
Ejército y el Gobierno de la República.
Ante
tales argumentos quizá por primera vez, debo confesarlo, comprendí que
estábamos sacrificando criminalmente los intereses de nuestro pueblo a las
conveniencias de la Unión Soviética, y quizá también por primera vez comencé a
ver claro que para la URSS la guerra de España no representaba otra cosa que un
peón en el ajedrez de su juego internacional.
En
los resquicios de mi cuarteada fe anidaban las dudas más penosas. ¿Es posible
que la U.R.S.S., que Stalin, nos sacrifiquen y sacrifiquen a todo nuestro pueblo
por sus razones de estado?. Si la U.R.S.S. quiere vivir, ¿por qué debe hacerlo a
costa de la muerte de otros pueblos, que como el nuestro lucha como un león
defendiendo su vida y su libertad? ¿Es que no seria mejor para la seguridad de
la U.R.S.S. la existencia de pueblos con regímenes social y políticamente próximos
a ella y solidarios en el orden internacional con la. Revolución rusa? ¿Por
qué, pues, frenar nuestra lucha, restarnos elementos de combate y forzarnos
siempre a marchar por la vía de los intereses soviéticos llamándonos a olvidar
que los españoles tenemos ante todo la misión de preocuparnos de nuestros
intereses propios, de los intereses de España?
Pero
sobre todos estos interrogantes prevalecía uno de carácter decisivo: Si nuestra
razón de prolongar la guerra se basa en que el progresivo agravamiento de la
situación internacional puede provocar en cualquier momento el choque entre
gobiernos democráticos y fascistas, y en tales circunstancias las potencias
democráticas no tendrán interés en que un aliado de Hitler y de Mussolini
domine en la Península Ibérica y deberán lógicamente ayudar a la República
Española a derrotar a Franco, si la verdad verdadera de nuestra política de
resistencia es esa, ¿por qué la U.R.S.S. nos quiere obligar a que impidamos la
llegada de ese momento mundial del cual depende la vida de nuestro pueblo?
¿Qué
objeto tiene nuestra política de resistencia si la privamos de una perspectiva
o si nosotros mismos se la negamos? ¿Morir como numantinos, salvar el honor?
Eso es muy romántico y muy digno, pero queremos además de todo eso algo más:
queremos la vida, la libertad y la independencia de España.
La
experiencia me ha confirmado después que la política de la Unión Soviética
estaba no sólo en oposición a los intereses del pueblo español, sino en contra
de esos intereses.
Como
consecuencia de esta discusión en el Buró Político del P.C. de España se
perfilaron ya las dos tendencias que años más tarde deberían chocar
irreconciliablemente: la continuidad en la servidumbre incondicional a la
política soviética, o la independización nacional del movimiento comunista de
España. Y la primera batalla política entre esas dos posiciones se decidió a
favor de los que nos opusimos a retirar la colaboración gubernamental al
Gobierno del doctor Negrín. Pese a todos los riesgos para la U.R.S.S., reales a
supuestos, el consejo de Moscú, caso insólito, fue desechado por el Buró
Político que no se atrevió a aceptar la crisis de dirección que el criterio
contrario hubiese abierto en su seno.
La
retirada de las Brigadas Internacionales, problema que constituía una obsesión
en ciertos medios democráticos de Londres y de París, tuvo de pronto un
patrocinador inconcebible: Moscú. La U.R.S.S. también, y siempre por sus
particulares intereses, en los momentos más críticos para la República, cuando
más necesarios nos eran los hombres de las Brigadas Internacionales, enarboló
la bandera de la retirada de las Brigadas, asegurándonos que ella se cuidaría
de que hubiese una reciprocidad en el procedimiento, esto es, que las tropas de
Hitler y Mussolini evacuarían la zona franquista. No creo que sea necesario
decir que tales promesas soviéticas hechas a nuestro partido y al Gobierno de
la República no fueron otra cosa que pura charlatanería. El Gobierno soviético
guardó un silencio de cadáver ante la permanencia de las tropas del fascismo
extranjero en España.
Lo
que interesa saber es qué se proponía la U.R.S.S. con la retirada de los
voluntarios de las Brigadas Internacionales, retirada que ella sabía bien
significaba debilitar las ya menguadas posibilidades de resistencia que nos
quedaban. En mi opinión, la U.R.S.S. se proponía acabar lo más rápidamente
posible con la lucha del pueblo español. Por posible exigencia de Hitler o por
generosa ofrenda de Stalin al Fuhrer para la concertación del ya proyectado
pacto germano-soviético.
Eran
los últimos meses de 1938. El caso español ya estaba explotado; ya se había
cotizado por la U.R.S.S. en las bolsas políticas de las cancillerías. Se trataba
ahora de librarse del estorbo. Meses después, en Marzo de 1939, coincidiendo
por vía opuesta con la Junta del Coronel Casado sublevado en Madrid, la U.R.S.S. asesinaba definitivamente la resistencia y la lucha del pueblo español.
A
continuación, el camarada Hernández se refirió — prosiguiendo su Conferencia—
al proceso de aislamiento del P.C. de España, el cual, no obstante tener una
enorme fuerza militar se encontraba maniatado políticamente por una creciente
oposición entre las fuerzas obreras y democráticas, desde los anarquistas a los
republicanos. La posibilidad de actuar desde el seno del Gobierno influenciando
la política de Negrín, también había disminuido hasta casi desaparecer. El
partido no podía detener la vacilante política del Gobierno, pues la presión
sobre el mismo podía provocar la caída del Dr. Negrín y el P.C., que ahora menos
que nunca podía proponerse tomar el poder, ya no contaba con ningún hombre
político fuera de sus medios en quien pudiera confiar la misión de dirigir el
Gobierno. El P.C. era un gigante maniatado cuya política, buena o mala, ya no era
ni suya ni propia: era el reflejo de la política del Dr. Negrín. El partido se
transformó de fuerza dirigente en fuerza dirigida. Este era el resultado lógico
de toda una trayectoria de falsa orientación en la política dirigida que
desde Moscú se nos dictaba.
En
tales condiciones políticas se pierde Cataluña. Todas las posibilidades de
lucha se reducen a la zona Centro-Sur de España en la que aun quedaban a la
República cerca de un millón de hombres en armas. La situación era propicia a
todos los desalientos y principalmente para el trabajo derrotista de todos los
capituladores que querían poner fin a la resistencia. Era el momento de
desarrollar la máxima energía para mantener la lucha.
El
Gobierno de Negrín era un fantasma mudo y paralítico que ni gobernada ni
hablaba: se dejaba llevar por los acontecimientos. Y la dirección del partido
hablaba, pero tampoco organizaba ni actuaba.
Siguiendo
su propia lógica, las fuerzas político-militares adversas a la continuidad de
la guerras se sublevan en Madrid organizando la llamada Junta de Casado que
declara inexistente al Gobierno de Negrín y traidores a los comunistas.
¿Sabía
el P.C. que se iba a sublevar el coronel Casado? ¿Sabían los representantes de
Moscú que se iba a producir la sublevación? Sí, lo sabían. Y por saberlo hasta
llegaron a hacer la parodia de organizar el contragolpe en Madrid para
liquidar la sublevación… cuando la sublevación se produjera. La tesis del
Partido y de los consejeros de Moscú ante la posible sublevación era una
tesis no por original menos derrotista. En vez de proceder inmediatamente a
desarticular la organización de los conjurados, comenzando por detener y llevar
ante un tribunal militar a los generales que conspiraban contra la República,
contra la resistencia del pueblo, deciden esperar a que se subleven, para
después reprimir la sublevación.
Al
mismo tiempo el partido guarda un silencio inexplicable desde cualquier punto
de vista que se le aprecie sobre los preparativos de la conspiración contra el
pueblo, y ni una sola vez denuncia públicamente los manejos de traición de los
conjurados. De hecho, la táctica del partido y de los consejeros estaba
orientada a facilitar la sublevación del coronel Casado ¿Quien aconsejó esa
táctica al partido? ¿Quien llevó a la dirección del partido a pisar el terreno
de la traición? Togliatti y Stepanov eran en aquellas horas decisivas no sólo
los representantes de Moscú, los consejeros, sino prácticamente los únicos
dirigentes del P.C. en España.
La
dirección del P.C. de España había sido previamente dispersada. José Díaz,
Secretario General, se encontraba en Moscú. Martínez Cartón se hallaba en
Extremadura al frente de su División. Uribe, errante detrás de la sombra de
Negrín por cualquier rincón de España. Antonio Mije en Francia. Pedro Checa, deambulando
por el Sur del país, organizando, según pude saber después, los preparativos de
evacuación al extranjero de la dirección del partido. Yo en Valencia como
Comisario General del Grupo de Ejércitos. Pasionaria, que asumía la Secretaria
General en sustitución de José Díaz, en Madrid junto con Togliatti y Stepanov,
formando la troika de dirección del partido.
Esta
a troika fue la que decidió que lo prudente era esperar a que estallara la
sublevación casadista en vez de tomar medidas para hacerla abortar. Esta troika es la que guardó en secreto sus decisiones organizativas contra la
conspiración no sólo ante el pueblo y el Ejército, sino que también ante los
demás miembros del Buró Político, cuando menos, ante Martínez Cartón y
Hernández, los dos camaradas que por estar en el Ejército podían haber
contribuido más eficazmente a tomar aquellas medidas preventivas que impidieran
la sublevación o el éxito del golpe que se gestaba. El silencio de Pasionaria,
Togliatti y Stepanov ante Martínez Cartón y Hernández, no era un silencio
casual. Ellos sabían que jamás hubiéramos tolerado esa táctica capituladora, entreguista y de traición, como después tuvieron ocasión de
comprobarlo al huir todos ellos en bloque y quedarnos los dos hasta el último
día de la lucha en España, donde se organizó un nuevo Buró Político del partido
al frente del cual me encontraba. No es pues casual tampoco que Martínez Cartón
y yo hallamos sido los dos miembros del Buró Político que desde hace ya casi
una década hemos roto abiertamente con la política de Moscú y con la del
partido de Pasionaria.
¿Querían
Togliatti. Stepanov y Pasionaria degollar la resistencia del pueblo español?
Busquemos nuevamente la respuesta en los hechos.
La
troika dispersó la dirección del partido. La troika decidió ocultar sus
decisiones a los miembros del Buró Político. La troika no tomó ninguna
medida para abortar la sublevación casadista. La troika decidió esperar a que
estallara la sublevación. La troika hizo eso e hizo algo más. La troika alejó
de Madrid a todos los mandos y comisarios (Lister, Modesto, Tagüeña, Vega,
Castro, etc.) que por su prestigio y capacidad política y militar eran los
hombres que podían asegurar eficazmente la dirección de la lucha contra la
sublevación. La troika decidió a su vez abandonar Madrid y retirarse a
Elda, junto al aeródromo de Monóvar donde tenían los aviones preparados para
huir de España. La troika pensaba en la fuga antes de que se produjera la
sublevación, pues había enviado a Pedro Checa al Sur del país a organizar la
evacuación por mar al extranjero, en previsión de que no pudieran utilizarse
los aviones. La troika llamó a todos los mandos y comisarios de mayor
prestigio a Elda y los retuvo allí inactivos hasta el momento en que se produjo
la sublevación, y los ordenó salir de España en vez de utilizarlos en la lucha
contra la Junta de Casado. La troika estaba jugando a las cartas tranquilamente
en Elda en las horas en que la Junta de Casado se sublevaba en Madrid, y no
quiso recibir ni escuchar al camarada Larrañaga, miembro del Comité Central,
enviado por mi desde Valencia con la única misión de informar a la dirección
del partido de que teníamos fuerzas suficientes a nuestra disposición para, sin
mover un solo hombre de los frentes, apoderarnos desde las puertas de Madrid
hasta Almería, es decir, de casi todo el territorio leal. La troika ni
escuchó al camarada Larrañaga ni le dio instrucciones de ninguna clase. La troika acabada la partida de naipes se trasladó al aeródromo donde convocaron
a una reunión a todos los mandos y comisarlos que allí se encontraban y les dio
a conocer su decisión de salir del país, pues «ya no quedaba nada que hacer en
España». (Palabras de Togliatti). La troika sabía que en aquellos momentos
los comunistas de Madrid luchaban en las calles contra las fuerzas casadistas:
sabía la proposición que en mi nombre les había hecho Larrañaga; sabía que
tenia a su disposición, sin contar las unidades del frente, doce o catorce
divisiones que se encontraban fuera de línea y cuyos mandos y comisarios eran
en su casi totalidad miembros del partido. La troika sabía que contaba con
la casi totalidad de la aviación de caza y bombardeo; que tenía una columna de
tanques y el XIV Cuerpo de Guerrilleros a cuyo frente se hallaban mandos
comunistas. La troika sabía que todas esas enormes fuerzas se hubieran
movilizado sin vacilación alguna a las órdenes del partido, y que la
sublevación casadista hubiera sido sofocada en el término de unas horas. Y la troika decide que nada se puede hacer y se fuga de España. La troika se
hizo reo de deserción ante el enemigo, culpable de huida cobarde y de traición
al pueblo español, al que en momentos decisivos dejó a merced de sus enemigos.
Pero
antes de tomar los aviones y de huir, la troika, ya ampliada con la
presencia de Uribe —el que como ministro aprobó también la salida del Gobierno
de España sin que el Gobierno dijera una palabra al pueblo y al Ejército—,
redactó un documento y un manifiesto de puño y letra de Togliatti, máximo
representante de Moscú por su calidad de jefe de toda la delegación rusa en
España. El documento eran unas directivas escritas rápidamente sobre una
cuartilla de papel y dirigida a la organización del partido en Madrid para que cesarán la lucha contra la Junta de Casado y buscaran un acuerdo con la misma a fin de que no se derrumbasen los frentes y tener tiempo para organizar la evacuación de los camaradas más comprometidos. En el mismo documento, Togliatti
anunciaba a los camaradas de Madrid que desde Francia serian enviados barcos a
los puertos del Sur de España para facilitarles la salida.
¿Comprendéis
lo que este documento significó para nuestros camaradas en Madrid? ¿Comprendéis
lo que significó para la moral de todos nuestros combatientes y militantes? En
Madrid los comunistas tenían acorralados en el Cuartel General —lo único que
les quedaba ya a los sublevados— a toda la Junta de Casado. Tenían agarrada a
la Junta por el cuello, cuando se recibieron las directivas firmadas por
Togliatti. Cesó la lucha y se parlamentó con Casado el cual de vencido se
transformó en vencedor de sus vencedores. Casado, es natural, aceptó cuanto los
comunistas de Madrid le propusieron. El problema para él era el de ser fusilado
o continuar siendo el Jefe de los Ejércitos de Madrid y además seguir siendo el
director de la Junta que se habla erigido en poder al desconocer al Gobierno y
al huir el Gobierno. Casado pactó con los comunistas, y, una vez consolidada su
situación, mando sus representantes a Burgos para rendirle a Franco todo el
territorio leal, al mismo tiempo que ordenaba fusilar al Coronel Barceló y a su
Comisarlo Conesa, ambos comunistas, que dirigieron la lucha contra la
sublevación de la Junta de Madrid. Casado, dueño ya de la situación,
desencadenó el progrom mas salvaje contra los comunistas a los que destituyó de
sus mandos, encarceló por millares, para días más tarde ofrecérselos a Franco
como carnaza de sus piquetes de ejecución.
Mientras
esto sucedía en Madrid, mientras Casado razziaba a los comunistas, en la zona leal se difundían dos manifiestos, el uno escrito por Togliatti
recomendando el acuerdo con la Junta de Casado y el otro firmado por mí en
nombre del nuevo Buró Político organizado después de la fuga de Pasionaria,
Uribe, etc., en el que se llamaba a la lucha contra la Junta de Casado por ser
ella una parte del frente general del enemigo franquista. Y en Valencia, el
nuevo Buró Político moviliza al XXI Cuerpo de Ejército en auxilio de nuestros
camaradas de Madrid, cuando la desmoralización y la descomposición habían roto
toda la disciplina de los militantes comunistas que se veían, sin estar
apercibidos, acosados, detenidos, y fusilados en todos los lugares por los
esbirros de la Junta de Casado. La única orientación que hasta ellos pudo
llegar fue la confusa y contradictoria de dos manifiestos que hablaban en
términos completamente diferentes. En momentos tales, las horas sino los
minutos, son los que deciden una situación. Se habían perdido más de dos días.
Y todos cuantos esfuerzos pretendió hacer el nuevo Buró Político del partido
fueron inútiles. Togliatti, es decir, Moscú, había vencido en su lucha contra
lo que había de honesto en el P.C. de España y contra el pueblo español.
Al
pueblo español lo derrotaron los ejércitos franquistas y las tropas de Hitler y
Mussolini, lo derrotaron las cobardías y defecciones de las naciones
democráticas, pero lo derrotó también la política de la Unión Soviética
realizada en nuestro país a través de su instrumento fiel y ciego: el Buró
Político del Partido Comunista de España.
Terminada
la guerra del pueblo español se abría ante los ojos del mundo proletario una
nueva etapa de baldón, e ignominia, un capítulo de infamia que aún no han
terminado de escribir los burócratas del Kremlin y los dirigentes kominformistas
españoles. Más de medio millón de combatientes españoles salieron por las
fronteras hacia el país vecino donde se les encerró en campos cercados con
alambradas, sometiéndoseles a un régimen más cruel que el que pueda darse a
prisioneros enemigos.
Es
fácil imaginarse qué valores humanos, qué valores políticos, qué valores
combativos representaban para el mundo revolucionario ese medio millón de
españoles. La Francia oficial de aquellos días los acogió como a una calamidad
nacional, aunque después, a la liberación de la ocupación nazi, la Francia
liberada tuvo que colgar muchas medallas en los pechos de los héroes españoles
que se batieron por Francia con el mismo coraje que lo habían hecho en España.
El
error de los gobernantes franceses de Febrero de 1939 fue el de la
precipitación. Para encerrar a los combatientes españoles y obligarles a
vegetar y morir en las playas alambradas no precisaban haber usado de la
violencia. Bastaban las consignas de Moscú: «Todos a los campos de
concentración». Tal fue la orden del Kremlin, de Pasionaria, de Uribe y
Compañía. Y los hombres que habían huido de los campos de concentración porque
querían seguir luchando en cualquier parte del mundo, regresaban a ellos, donde
a muchos había de sorprender la guerra y con ella la garra de la Gestapo alemana. Fue el crimen colectivo más bestial que se ha podido cometer por una
dirección política contra sus propios hombres. Los millares de revolucionarios
españoles y de voluntarios de las Brigadas Internacionales que han perecido en
los campos de concentración, incluidos los que murieron en los campos de
Alemania, habían sido previamente condenados a ello por el equipo dirigente de
la Unión Soviética y sus lacayos españoles.
La
Unión Soviética en vez de abrir sus puertas y ofrecer un refugio y una patria a
los hombres que se habían batido siempre y que estaban dispuestos a morir por
la patria del proletariado mundial les sepultaba en los campos de
concentración. La U.R.S.S. fue incapaz de hacer lo que hizo México. Stalin cerraba
sus fronteras a los españoles. Lázaro Cárdenas se las abría de par en par.
Cárdenas quería vivos a los españoles. Stalin los prefería muertos. Stalin
comprendía bien que medio millón de españoles de la categoría y formación
política de los que se hablan batido tres años en España, al chocar con la
realidad de un socialismo burocratizado, al comprobar el fraude a sus ideales,
no hubieran permanecido silenciosos ni con todo el terror ni con todo el poder
de la N.K.V.D. Muy pocos españoles, unos cientos nada más, y muy seleccionados,
fueron admitidos en la patria del proletariado mundial. ¡Ojalá y nunca
hubieran ido! El trato dado a la mayoría de los combatientes españoles en la
U.R.S.S. fue y sigue siendo tan inhumano que he visto llorar a los hombres curtidos
en cien combates implorando salir de la U.R.S.S. porque su permanencia en el
llamado país del socialismo les iba a transformar en... contrarrevolucionarios.
Nada
tiene de sorprendente que cuantos hombres hemos podido salir de la Unión
Soviética nos encontremos frente a la política de los burócratas del Kremlin y
contra el komintormismo español. Nada tiene de sorprendente que los españoles
que aún viven en la patria del proletariado mundial estén en su inmensa
mayoría sepultados en los campos de concentración y de trabajos forzados de
Siberia.
Al
hablar de la política de la U.R.S.S. hacia la España franquista el camarada
Hernández llega a la siguiente conclusión: la U.R.S.S., Stalin, han podido provocar
el hundimiento de Franco y de su régimen de terror y no han querido. Comenzada
la guerra contra la U.R.S.S. por la Alemania fascista, Franco se apresuró a enviar
la llamada División Azul a luchar contra los soviéticos en suelo ruso. Franco
era un beligerante contra la Unión Soviética. Franco mantuvo sus tropas de voluntarios
y de regulares del ejército hasta que fueron obligados a replegarse en derrota
junto con los alemanes.
¿Quien
se hubiera opuesto a la petición de la U.R.S.S. si a la conclusión de la guerra
hubiera reclamado a Franco como criminal ante el tribunal de Nuremberg? Ni
Rooselvet, Churchill, ni fuerza alguna en el mundo hubiera podido contener el
clamor humano de justicia que tal exigencia hubiera despertado en las masas
democráticas de todo el mundo. Era el momento político para acabar con el
régimen franquista. Pero la U.R.S.S., en vez de aprovecharlo prefirió, como
siempre, cotizarlo.
Antes
de finalizar la guerra ya se había hecho un nuevo reparto de esferas de
influencia y Europa cayó en el platillo occidental a cambio de concesiones a
Rusia en los países del Este de Europa. Si el desenfrenado apetito
expansionista de Moscú intentó tranquilamente repartirse Yugoslavia con otras
potencias existiendo un pueblo y un Gobierno comunistas que habían conquistado
su libertad con torrentes de sangre, ¿qué escrúpulos podían detenerla para
sacrificar una vez más al pueblo español? La U.R.S.S. ni siquiera se ha molestado
en reconocer al Gobierno republicano en el exilio. Eso la evita, entre otras
cosas el escuchar las reclamaciones de devolución del oro depositado por el
Gobierno del Dr. Negrín en las cajas fuertes del Banco Central de la U.R.S.S.
Cientos y miles de millones de pesetas-oro forman el tesoro secuestrado por el
Gobierno de la U.R.S.S. al Gobierno republicano español en el exilio. Ese tesoro
permitiría impulsar poderosamente la lucha de los antifranquistas por la
liberación de España. Stalin se niega a devolverlo. Stalin está ayudando a
Franco en la misma proporción en que nos resta posibilidades de lucha a los
demócratas españoles.
La
posición actual de la U.R.S.S. hacia la España franquista es consecuente con toda
su conducta pasada y reciente: No le interesa la desaparición del régimen
franquista. Entre un Franco que ladra desde las vertientes de los Pirineos y
que constituye un factor de disputas y de desunión entre las naciones
democráticas, y una España democrática (aún asegurándose su alianza) débil, mal
pertrechada y alejada de sus fronteras, Stalin prefiere el status quo actual.
Pero además lo prefiere porque las fuerzas de la democracia española, a justo
titulo indignadas por la política norteamericana hacia Franco, no han ocultado
nunca que están dispuestas a unirse a la democracia occidental si las naciones
libres del mundo se deciden a retirar sus apoyos directos o indirectos al
régimen franquista y ayudan al pueblo español a recobrar su derecho a vivir
como un país civilizado. Luego Rusia, Stalin, si no es para llevar al Palacio
del Pardo a Pasionaria y Compañía, sus domesticados lacayos españoles, no tiene
ningún interés en precipitar la caída del régimen franquista, por lo menos
mientras la guerra no sea una realidad o cambie el panorama actual del mundo.
Jesús
Hernández Tomás
Belgrado, octubre de 1951
Fuente: www.marxists.org
Un documento tan interesante como esclarecedor. El tiempo va trazando el camino, a veces sinuoso, hacia la verdad.
ResponderEliminarSalud, y muerte al fascismo!
Así es Loam, aunque algunos sigan defendiendo lo indefendible, da igual que sean fascistas que estalinistas. Salud!
Eliminar