A
mediados del año 1933 llegó a España una delegada del Comité Mundial de Mujeres
contra la Guerra y el Fascismo, que tenía su sede en Francia, con el propósito
de visitar a los grupos políticos femeninos que existían en España y ver si era
posible constituir un comité español de mujeres con el mismo carácter que el
del Comité Mundial.
Discutimos
con ella y llegamos a un acuerdo. En las mujeres comunistas no encontraría
ninguna dificultad y estábamos dispuestas a ayudarla, y en este sentido
comenzamos a trabajar.
La
delegada del Comité Mundial tenía un interés especial en visitar a las mujeres
socialistas. Premuras de tiempo le impidieron hacerlo. Al marchar nos rogó
encarecidamente que las visitásemos y saludásemos en su nombre, cosa que
nosotras prometimos. Y digo nosotras, porque a la entrevista con la delegada
francesa asistían Irene Falcón, Encarnación Fuyola, Lucía Barón y algunas otras
camaradas, cuyos nombres no recuerdo con exactitud y por eso no los doy.
Dispuestas
a cumplir lo prometido, pedimos a doña María Martínez Sierra, diputada
socialista y conocida escritora, una entrevista, que nos concedió amablemente,
citándonos en su casa.
A
título anecdótico diré que al acudir a la cita de la diputada socialista y
distinguida escritora, el portero de su elegante mansión no nos dejó pasar por
la puerta principal porque íbamos modestamente vestidas. Nos hizo entrar por la
puerta de servicio. ¡Que aún hay “clases”. Veremundo!...
En
lugar de doña María Martínez Sierra nos recibió doña María de la A., una señora
muy simpática, viuda de un antiguo alabardero del palacio real, y a la que yo,
en un equívoco involuntario, que la azaraba, llamaba doña María de la O, porque
en el oído me bailaba el nombre de la protagonista de la canción en boga
María
de la O,
que
desgraciaita tu eres
teniéndolo
too...
Con
la colaboración sincera y cordial de las mujeres republicanas y con algunas
socialistas organizamos el Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el
Fascismo, haciendo presidenta de honor a doña Catalina Salmerón, hija del viejo
republicano español que, en la primera República en 1873, prefirió dimitir la
presidencia del Gobierno a firmar una sentencia de muerte.
Al
movimiento de mujeres contra la Guerra y el Fascismo se incorporaron un grupo
de intelectuales que realizaron un gran trabajo de propaganda y de
organización, atrayendo a la lucha por la democracia y contra el fascismo a
importantes núcleos de mujeres de la clase media que jugaron más tarde un
destacado papel.
Las
mujeres comunistas íbamos a los centros republicanos donde se reunían las
mujeres inscritas en ellos, hablábamos y discutíamos cordialmente con ellas,
exponiendo nuestros puntos de vista sobre la situación y sobre la política
general de los gobiernos de la República.
Entre
las mujeres republicanas, y no me refiero a Victoria Kent o a Clara Campoamor,
conocidas por su actividad política, sino a las sencillas afiliadas a las
organizaciones femeninas republicanas, hallamos mujeres, y podría dar decenas y
decenas de nombres, que nada tenían que envidiar a los dirigentes de sus
partidos ni por su capacidad política, ni por su comprensión de los problemas
vitales de España, ni por su decisión de luchar contra el peligro reaccionario
y fascista que iba condensándose y perfilándose en nuestro país.
La
simpatía que de forma explícita mostraban hacia las mujeres comunistas, por su
actividad política, las mujeres republicanas, inquietaba a ciertos camastrones
de Unión Republicana, que decidieron cortar por lo sano las cordiales
relaciones establecidas entre sus afiliadas y las mujeres comunistas, y
colocaron a la policía a la puerta de su círculo para impedir en él nuestra
entrada.
El
resultado fue inesperado para ellos. Las más activas, políticamente, de sus
mujeres, se apartaron de ellos. Algunas ingresaron en el Partido Comunista y
otras fueron valiosas colaboradoras en la organización de Mujeres Antifascistas
cuando ésta, más tarde y al ser declarada ilegal a raíz de octubre, se
transformó en Organización Pro Infancia Obrera dedicada a ayudar a los niños de
los mineros asturianos, víctimas de la represión.
En
agosto de 1934 se celebró en París el Primer Congreso Mundial de Mujeres contra
la Guerra y el Fascismo, al que asistió una delegación española que yo
encabezaba y en la que participaban entre otras Carmen Loyola, Encarnación
Fuyola, Irene Falcón y Elisa Uriz.
De
vuelta a Madrid nos encontramos con la novedad de un proyecto de movilización
de reservistas preparado por el Gobierno, en relación con Marruecos.
Rápidamente
reaccionó nuestra organización y en unas horas, venciendo dificultades que
parecían insuperables, y gracias al entusiasmo de las mujeres republicanas y socialistas
a despecho de las órdenes
de las direcciones de sus partidos, se organizó en Madrid una manifestación de
protesta contra la movilización de reservistas, en la que participaron varios
millares de mujeres entre las que destacan, como núcleo central, las obreras de
la Fábrica de Tabacos, manifestación encabezada por doña Catalina Salmerón,
presidenta de honor de la organización, y por mí como presidenta
efectiva.
Los
guardias de la policía montada lanzaban sus caballos sobre nosotras. Las
mujeres, sin arredrarse, volvían a reagruparse y continuábamos marchando por
las calles de la capital. Fueron detenidas numerosas manifestantes y conducidas
a la Dirección General de Seguridad. Ante las protestas de las diversas
organizaciones democráticas, las autoridades se vieron obligadas a ponerlas en
libertad.
La
Organización de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, cuyos comités actuaban
en las principales ciudades y pueblos importantes de España, pasó con honor la
prueba de fuego de la represión desencadenada a raíz del movimiento
insurreccional de octubre de 1934.
A
través de la organización de Mujeres Antifascistas se formaban como activistas
políticas, destacándose por su capacidad, numerosas mujeres, entre las cuales
sobresalían Emilia Elías, profesora de la Escuela Normal de Madrid, admirable
por su actividad y entusiasmo; Angeles Cruz de Mansilla, mujer de un minero del
País Vasco, que más tarde cumplió años de prisión con Franco; Juanita Corzo,
ayudante de laboratorio, de familia anarquista, Angeles García, María Trujillo,
las hermanas García Hernández, Asunción y Pilar, parientes cercanas del héroe
de Jaca; Alicia García e Isabel de Albacete; Luda Barón y Carmen Meana, de
Madrid; Elisa y Pepita Uriz, de Barcelona; Agustina Sánchez y Pilar Soler, de
Valencia; Matilde Landa; Rosa Vila, Oliva González, Remedios Sánchez, Josefina
López, Teresa Falcón, María Fernández, Encarnación Fuyola, Trinidad Torrijos,
María Carrasco, las obreras textiles de Barcelona hermanas Imbert, Caridad
Mercader, Dolores Piera, María Pala, Teresa Palau, Reis Beltrán y decenas y
centenares de mujeres que en el transcurso de la guerra en defensa de la
República y contra la agresión militar fascista jugaron un destacado papel.
A
finales de 1934, cuando la represión se desarrollaba con sangrienta violencia
sobre los trabajadores asturianos, fui a Asturias con dos mujeres republicanas.
Doña Isabel de Albacete y Doña Alicia García, de las cuales podían
enorgullecerse los partidos republicanos a que pertenecían. Abnegadas trabajadoras,
sinceramente demócratas y dispuestas a cualquier trabajo, me acompañaron a
Asturias aun sabiendo los riesgos que ello comportaba.
Llegamos
a la patria de Pelayo llevando un salvoconducto que a favor de nuestra
organización Pro Infancia Obrera, que no era conocida por las autoridades
militares asturianas, había logrado una señora republicana enviada por nosotras
a Asturias para estudiar sobre el terreno la forma de ayudar a las familias
víctimas de la represión.
Llegamos
a Oviedo, y la familia Fierro, dueña de un restaurante, uno de cuyos
familiares, miembro del Partido Comunista, estaba detenido, nos advirtió del
peligro que entrañaba ir a la zona minera.
No
obstante, fuimos. Recorrimos varios pueblos y visitamos distintas familias. La
acogida que en todas partes nos hacían era conmovedora. La represión no había
apagado el espíritu batallador de los hombres y de las mujeres de
Asturias.
Organizamos
la salida de varios centenares de niños, y cuando retornábamos a Oviedo comenzó
la persecución de la policía y de la Guardia Civil contra nosotras. Nos
detuvieron en uno de los pueblos de la zona minera, antes de llegar a Sama de
Langreo, y al mostrar nuestro salvoconducto firmado por el Gobernador militar
de Asturias, nos dejaron pasar creyendo haberse equivocado.
A
la entrada de Sama nos esperaba de nuevo la Guardia Civil. Mostramos el
milagroso documento, que entonces no nos sirvió de nada. Nos condujeron,
obligando al chófer a llevar el coche a paso de entierro,
bajo las miradas aterradas de las gentes que encontrábamos en el camino, a la
Casa del Pueblo de Sama, convertida en prisión y donde se torturaba hasta la
muerte a los mineros, acusados de participar en el movimiento
revolucionario.
Nos
pidió la documentación un teniente y al ver el sello oficial y la firma de su
superior preguntó a los guardias con indignación:
—¿Quién
ha sido el idiota que ha detenido a estas señoras?
Los
guardias informaron de dónde habían recibido la orden. El teniente llamó por
teléfono para comprobar. Al responderle afirmativamente volvió a decir:
—Aquí
todo el mundo pierde la cabeza. Están Uds. en libertad. Pueden continuar el
viaje.
Este
no se prolongó más allá del siguiente puesto de la Guardia Civil. Situada en
medio de la carretera, una pareja civilera hizo detener el coche y nos ordenó
pasar al cuartel. Nos rogaron que esperásemos hasta que llegase el sargento.
Entre tanto el guardia de servicio nos informó que se buscaba a la Pasionaria,
una comunista peligrosa que andaba por allá.
Las
dos amigas que me acompañaban palidecieron. Comprendiendo que no era posible
seguir adelante, pregunté:
—¿A
quién ha dicho Ud. que buscan?
—¡A
la Pasionaria!
—La
Pasionaria soy yo.
—¿Qué
dice Ud.?
—¡Que
yo soy la Pasionaria!
Al
guardia casi le da un ataque.
—¿Ud.
es la que estuvo el año pasado haciendo propaganda comunista cuando las
elecciones?
—Yo.
—¿Ud.
es la que ha hablado por radio desde Rusia?
—Yo.
—Pues
aguarde un momento.
Entró
hacia el interior del cuartel y volvió al poco rato acompañado de dos guardias.
—Van
a ser conducidas a la cárcel de Oviedo —nos dijero
—¿De
qué se nos acusa? —pregunté.
—No
tenemos por qué darle explicaciones. Allá se las darán.
Protestamos,
pero de nada sirvió. Traté de tranquilizar a mis amigas convenciéndolas de que
a ellas nada podría pasarlas puesto que era a mí a quien buscaban.
Llegamos
a Oviedo a las nueve de la noche. Al entrar en la cárcel nos quitaron la
documentación y nos condujeron al departamento de mujeres, donde nos
encontramos con algunas conocidas.
No
había dónde acostarse. Las mujeres detenidas nos hicieron lugar en sus
camastros y allí pasamos la noche hasta que tocaron a levantar, escuchando de
cada una de aquellas heroicas mujeres terribles detalles de la represión.
Al
poco de ser encerradas, por un procedimiento especia] que tenían los presos
para comunicarse, nos enviaron un cariñoso saludo, animándonos y ofreciéndonos
su ayuda.
Al
día siguiente, después del desayuno, vino un oficial de prisiones a tomarnos la
filiación y poco después fuimos llamadas a la dirección, donde nos aguardaba
una pareja de la Guardia Civil que, esposándonos como si fuéramos peligrosos
criminales, nos condujeron al Estado Mayor.
Nos
recibió un coronel ordenando a los guardias que nos quitaren las esposas; nos
interrogó sobre los motivos de nuestro viaje a Asturias y le expusimos cuáles
eran éstos. “Hay en la cuenca minera millares de familias carentes de todo
medio de subsistencia. Sufren particularmente los niños, a quienes
Uds. han dejado huérfanos o les han privado de la protección y del cariño de
sus padres encarcelando a éstos. ¿Es un delito querer aliviar esa
situación?”
—No;
no es un delito. Pero con ello Uds. contribuyen a mantener latente un estado de
rebeldía. Nosotros queremos pacificar a Asturias.
—¿Pacificar?
¿Cómo pacifican Uds.? ¿Deteniendo y torturando hasta la muerte a hombres y
mujeres que no han hecho más que defender su derecho a vivir como personas?
—Eso
no lo hace el Ejército. No es nuestra función.
—Uds.
lo saben y lo toleran.
—Cae
fuera de nuestra jurisdicción.
—Pero
en Asturias existe estado de guerra y quien ejerce el mando en la provincia son
los militares; y militares son también quienes en los Consejos de guerra dictan
sentencias.
—Dejemos
esta discusión. Las he llamado para comunicarles que quedan en libertad; pero
que deberán salir de Asturias en el término de 24 horas.
—Debemos
advertirle que tenemos reunidos ciento cincuenta niños y que queremos llevarlos
con nosotras.
—Llévenlos;
pero no vuelvan más por Asturias.
Nos
entregó la documentación que nos habían quitado en la cárcel y salimos a
recoger a los niños que llevamos a Madrid con nosotras, repartiéndolos entre
familias obreras y pequeño-burguesas.
Esta
primera organización nacional de Mujeres Antifascistas celebró en Madrid, en el
verano de 1934, su Primer Congreso, al que asistieron delegadas de todas las
regiones: obreras, campesinas, empleadas, maestras, profesoras, periodistas,
pintoras, que aportaban al Congreso su experiencia de lucha y de trabajo. El
Congreso fue testimonio incontrovertible del gran camino recorrido en el breve
pero tormentoso período de luchas vivido desde 1933, al constituirse la primera
organización nacional de mujeres de España.
En
el transcurso de la guerra, el Ministerio de Defensa nombró a un grupo de
dirigentes de la organización de Mujeres Antifascistas para constituir el
Comité de Auxilio Femenino, que jugó un importante papel.
La
organización de Mujeres Antifascistas movilizó a todas las mujeres de Madrid,
al servicio de la lucha, y exigió del Gobierno, en una impresionante
manifestación, a la que asistían decenas de millares de mujeres, que se
liberase a los hombres de aquellos puestos donde no eran necesarios, para
enviarlos al frente, que se incorporase a las mujeres a todos los trabajos de
retaguardia.
En
1937 se celebró en Valencia una Conferencia Nacional de Mujeres Antifascistas
en la que participaron delegadas de toda la España leal, obreras, campesinas,
intelectuales, haciendo el balance de su actividad en un año de guerra y
mostrando la inmensa ayuda que las mujeres representaban para la defensa de la
República y de la democracia.
La
organización de Mujeres Antifascistas se convirtió por su actividad en la gran
organización nacional de las mujeres españolas, a la que se incorporaron
incluso aquellas que, en tiempo de paz, no sólo se habían negado a ingresar en
ella, sino que la habían combatido. La lucha común, aunque inspirada por
distintos motivos, fue el gran aglutinante de voluntades, y es posible esperar
que lo que ayer pudo ser, en la defensa de la República y de la democracia, lo
sea también mañana en la reestructuración de una España pacífica y
democrática.
En
el Comité Nacional de Mujeres Antifascistas del que fui elegida Presidenta
participaban: Aurora Arnáiz, Belén Sárraga, Constancia de la Mora, Consuelo
Álvarez (Violeta), Eloína Malasechevarría, Emilia Elías, Gloria Morell, Isabel
de Palencia, Irene Falcón, Luisa Alvarez del Vayo, María Martínez Sierra,
Matilde Cantos, Matilde Huici, Matilde de la Torre, Roberta Ramón. Trinidad
Arroyo, Victoria Kent y otras, pertenecientes a diferentes partidos.
Dolores Ibárrui
El único camino
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