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2250. El reposo del soldado

Fotografía de Robert Capa


Porque sopla un ventarrón huracanado de guerra que derriba las debilidades, el cuerpo del soldado del pueblo y de la tierra debe alzarse en sus pies con una fortaleza a prueba de cañonazos. Entre las demás, el hombre es el arma principal del combate. Más que de aeroplanos, baterías, fusiles, bombas, las victorias dependen de la mano del hombre guerrero. Me parece saber que, en todos los tiempos, el hombre dedicado a la pelea ha procurado ser esto: un arma en las mejores condiciones para esgrimirse y herir al enemigo.

Nuestra Brigada ha entrado en un periodo de reposo. Trae en sus ropas y en sus botas barro y sangre de las trincheras y una pérdida de energías que necesita recobrar. Por desgracia, observo que muchos de mis compañeros van a las líneas de fuego con tristeza y vienen de ellas con una cara de alegría que no tratan de disimular. Eso me demuestra que luchan por casualidad, por fatalidad y por inconsciencia, y no por vocación de luchadores, por afán de exterminar al enemigo, por ansia de ver satisfechas las ansias de libertad y de justicia del pueblo. A las trincheras de ha de ir con más alegría, con más entusiasmo que los que manifiestan tantos al dejarla, o con la expresión inalterable que debiera verse siempre en las facciones del soldado.

Vuelvo a lo que hablaba de que, nuestra Brigada, ha venido al reposo. El reposo del soldado debe ser un constante cultivo de su salud, de sus fuerzas: una guerra constante a todos los excesos que resten seguridad a su pulso, resistencia a sus músculos, agilidad a sus piernas, inteligencia a su pensamiento. El reposo del soldado ha de ser austero.

No abusará ni de la bebida ni de su condición masculina. Será abundante en el sueño; breve y poco asiduo en frecuentar la compañera; escaso en el tabaco. Cuidará su cuerpo como el arma combativa que es, y las habitaciones limpias, el aire, el sol, y el libro que agudice sus conocimientos y sus astucias para combatir serán, y muy particularmente, la atmósfera  en que se desenvuelva. Comerá con sobriedad para que no se dilaten su carne ni su vientre. El fascismo extranjero y extranjerizante pretende hacer de España una colonia de esclavos, y uno de los deberes transcendentales de cada español, campesino, modesto hacendado, obrero, es procurar ser un arma magnífica, invencible, para defender las tierras generosas de España.

Hombres de nuestra brigada: vosotros sabéis que una cantidad de caídos, inutilizados y agotados en los frentes de lucha son producto de la vida desenfrenada, cabaretera, sucia, chula y miserable que han seguido. La gravedad de la situación en la que se encuentra la patria que nos ha parido, si nuestra dignidad, si nuestra hombría de hombros no son suficientes para contenernos, exige sangrando y gritando angustiosamente a los soldados del pueblo y de la tierra que somos, un estilo de vida duro con todos los vicios y mezquindades; limpio, sencillo, varonil. Hemos de pasar muchas calamidades y privaciones a lo largo de esta guerra en que nos han metido: que nos encuentren con las mayores reservas enérgicas, y así no quedaremos después de ella en un pueblo de inutilizados y enfermos. Así seguiremos siendo las claras y fuertes herramientas de trabajo que abandonamos y que nos esperan en su abandono.

Los hombres de nuestra brigada servirán de ejemplo a los otros, reluciendo y campeando en la guerra como las armas de más resistencia y empuje.


Miguel Hernández
Al Ataque (Madrid), 30 de enero de 1937










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