Madrid, 26 marzo 1937
Un
día soleado y diáfano nos hallábamos en las colinas rojas al norte de
Guadalajara, en el borde rocoso de un altiplano del que descendía una carretera
blanca hacia el valle del fondo, observando a las tropas fascistas en la meseta
empinada que cruzaba el estrecho valle.
—Uno
sube por aquel sendero — dijo un oficial español que estaba a mi lado—. Tienen
un puesto de ametralladora allí. Mire, por ahí van tres
más. Y allá hay otros cinco.
Me
senté con unos gemelos de campaña (en este momento, mientras escribo esto en el
hotel, una granada ha hundido el tejado de un edificio justo detrás del hotel,
explotando con gran estrépito, y este corresponsal ha mirado por la ventana y
no ha visto a una sola persona abandonar la cola que hacen para comprar comida.
El único movimiento ha sido un correteo de niños en dirección de la granada) y
conté más de ciento cincuenta soldados moviéndose por la meseta y sus sendas,
parecida a un despeñadero.
—Ahí
no tienen artillería —me aseguró el oficial—. Es demasiado lejos para
dispararnos con ametralladoras.
Soldados
fascistas con uniformes del ejército regular español y mantas ondeantes se
dedicaban sin prisa a fortificar su posición en el escarpado risco. Abajo, en
el valle, se apiñaban las casas pequeñas y marrones de los pueblos de Utande y
Muduex. A la izquierda, yacía Hita como un cuadro cubista contra la colina
empinada con forma de cono. La carretera blanca de abajo conducía al otro lado
del altiplano que teníamos enfrente y, después de la batalla de Brihuega, avanzar
por ella más allá de Utande, que es hasta donde ha llegado de momento el
gobierno, habría obligado a una retirada por lo menos
hasta Jadraque. Pero los fascistas destruyeron en su retirada esta carretera en
el punto donde sube por el estrecho paso, haciéndola impracticable para los
tanques, de modo que los oficiales del gobierno decidieron mantenerse en su
excelente posición actual en lugar de avanzar más por la carretera principal de
Aragón y extender su peligroso flanco izquierdo.
Era
el primer día cálido de primavera y las tropas yacían sin camisa, tomando el
sol y escarbando en las grietas. Con un jefe de brigada que luchaba en
Brihuega, este corresponsal fue hasta el kilómetro noventa y cinco de la
carretera principal de Aragón, muy cerca
de la línea del frente.
Mientras
la altiplanicie de la izquierda está en poder de las tropas fascistas
españolas, la línea que cruza la carretera principal de Aragón es defendida,
según se informa, por la única división italiana de la reserva que no luchó en
la batalla de Brihuega, exceptuando el fuego de batería de los españoles, que
usan granadas y cañones capturados a los italianos, el frente está
absolutamente tranquilo y con toda probabilidad, seguirá estándolo hasta que
las tropas italianas hayan tenido tiempo de reorganizarse. Incluso entonces,
este corresponsal duda de que intenten otro ataque en el sector de Brihuega,
ya que la fuerza de las posiciones gubernamentales es ahora bien reconocida y
las posibilidades defensivas se pusieron de manifiesto en la batalla mientras
las señales de la peor derrota de los italianos en la primera batalla de esta
guerra librada a una escala de organización mundial, aún cubren el campo de
batalla de diez kilómetros de extensión.
Es
imposible exagerar la importancia esta batalla en la que batallones españoles
nativos, compuestos en su mayor parte de muchachos que en noviembre pasado aún
no habían recibido ningún entrenamiento, no solo se defendieron con
tesón sino que atacaron con otras tropas mejor entrenadas en una operación
militar de complicado planeamiento y perfecta organización, solo comparable con
las mejores de la «Gran Guerra». Este corresponsal ha estudiado la batalla, ha
recorrido el terreno con jefes que lucharon allí, ha comprobado posiciones y
seguido sendas de tanques, y afirma contundentemente que la batalla de Brihuega
figurará en la historia militar con las otras batallas decisivas del mundo.
No
hay nada tan siniestro como las primeras huellas de un tanque en acción. El paso de
un huracán tropical deja una franja
caprichosa de total destrucción que es aterradora, pero los dos surcos
paralelos que deja el tanque en el fango rojo conducen a escenas de muerte
planeada, peores que las de cualquier huracán. Los bosques de robles
achaparrados al noroeste del palacio de Ibarra, cerca de la carretera de
Brihuega a Utande, están todavía llenos de italianos muertos a los que aún no
han llegado las brigadas de enterradores. Las huellas de los tanques conducen
adonde murieron, no como cobardes sino defendiendo posiciones de ametralladoras
y rifles automáticos hábilmente construidas, donde los tanques los encontraron
y donde todavía yacen.
Los
campos incultos y los robledales son rocosos, y los italianos se vieron
obligados a construir parapetos de roca en vez de cavar en un terreno donde las
azadas no podían clavarse, y los terribles efectos de los cañones de sesenta
tanques que lucharon con la infantería en la batalla de Brihuega y cuyas
municiones explotaron en y contra aquellos montones de rocas, son una pesadilla
de cadáveres. Los pequeños tanques italianos, armados solamente con
ametralladoras, eran tan impotentes contra los tanques gubernamentales de
tamaño mediano, armados con cañones y ametralladoras, como guardacostas contra
buques de guerra.
Los
informes de que Brihuega fue sencillamente una victoria aérea en la que
columnas de tropas se dispersaron presas del pánico, son desechados cuando se
estudia el campo de batalla. Fue una batalla encarnizada de siete días durante
los cuales la lluvia torrencial y la nieve casi constantes hacían imposible
volar. En el ataque final, cuando los italianos se rindieron y emprendieron la
huida, el día permitía volar y 120 aviones, 60 tanques y unos 10 000 infantes
del gobierno vencieron a tres divisiones italianas de 5000 hombres cada una. La
coordinación de esos aviones, tanques y soldados de infantería
es lo que hace entrar a esta guerra en una nueva fase.
El gobierno podría pasar ahora a la ofensiva, pero los hombres entrenados valen más que el terreno y el gobierno ocupa unas posiciones inmejorables para defender la carretera de Guadalajara. Franco necesita con urgencia una victoria para recobrar el prestigio Al parecer también ha sufrido una grave derrota en el frente de Córdoba. Las preguntas que todos se formulan son: dónde hará Franco la próxima tentativa y cómo aceptará Mussolini la derrota italiana.
El gobierno podría pasar ahora a la ofensiva, pero los hombres entrenados valen más que el terreno y el gobierno ocupa unas posiciones inmejorables para defender la carretera de Guadalajara. Franco necesita con urgencia una victoria para recobrar el prestigio Al parecer también ha sufrido una grave derrota en el frente de Córdoba. Las preguntas que todos se formulan son: dónde hará Franco la próxima tentativa y cómo aceptará Mussolini la derrota italiana.
Ernest Hemingway
Despachos de la Guerra civil española (1937-1938)
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