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2347. Carta de A. Ripps, brigadista de la Lincoln, a su padre




Carta de A. Ripps, brigadista del batallón Abraham Lincoln, a su padre.


Querido papá:

Descendimos la ''Loma del Suicidio'', y ocupamos la posición de la segunda línea de trincheras, lugar donde hace días, fué capturado un pelotón completo de italianos. Nos dan instrucciones, y nos preparan para un ataque. A una distancia, entre las matas disecas de los olivos, a menos de cuatrocientos metros, se ven las blancas líneas de las trincheras fascistas, colocadas a un nivel mucho más bajo que el nuestro.

Han terminado las instrucciones. Fuertemente amarramos los cintos de municiones alrededor de nuestro cuerpo, y esperamos la orden de avanzada. Nuestros rostros, aunque pálidos están sonrientes. Todos decíamos chistes para entretenernos.

Suena la voz de mando. La primera sección y la primera compañía saltan fuera; los irlandeses expertos los siguen, después, los cubanos y, finalmente la última, la segunda compañía que avanza por el lado derecho.

Comienza el bombardeo. Comienza el imponente tacleteo de las ametralladoras enemigas, el sordo ruido de los mauser de repetición, la lluvia de granadas; Rodolfo de Armas, leader de la Sección de Cubanos, es el primero en caer.

Le prestamos ayuda, pero es innecesaria. Un proyectil le había atravesado una pierna, dos el brazo, y en el mentón, en el mismo centro del mentón, se le había incrustado el plomo asesino, que buscó la salida por el centro de la cabeza.

Comienzan las bajas bajo la lluvia de la metralla. Uno de nuestros tanques es alcanzado por una de las bombas enemigas, y explota en llamas, unas llamas enormes cuyas lenguas parecen lamer el azul cielo.

Avanzamos cuidadosamente, arrastando nuestro pecho por la tierra, para levantarnos de pronto y volver a caer. El fuego del enemigo se debilita, todo es calma por un momento, y nosotros, nuestra columna, se encuentra a menos de doscientos metros de las trincheras enemigas. Un esfuerzo más, y llegaremos.

Comienza de nuevo la avanzada. Nuestras bajas son inmensas, y bombardeando, disparando nuestros rifles, peleando con coraje, queremos poner un punto final a la tiranía del general Franco. Ya ha caído el Capitán Scott con su cuerpo atravesado por tres balas.

Ya ha caído el padre McCrorty, el honesto religioso agregado a nuestras filas, y ha caído el comandante Merriam, profesor de economía de la Universidad de California. La sección de Cuba parece haber tenido muchas bajas, pero están peleando maravillosamente, con los expertos irlandeses cerca hacen prodigios. Hasta ahora es la de ellos la columna más avanzada.

Llevamos más de cuatro horas de pelea. Los enemigos han comenzado a retroceder, nuestro fuego se multiplica, nuestras ametralladoras cantan con más entusiasmo, nuestros rifles disparan con más velocidad y nuestras caras, llenas de polvo y sudorosas, sonríen de alegría al comenzar una rápida avanzada.

Hemos hecho retroceder al enemigo varios cientos de metros, los hemos hecho alejarse un poco después de seis horas de feroz batalla. Hemos ganado cuatrocientos metros, y por cada cuatro metros hemos dado una vida de las nuestras, pero glorificada; son cuatrocientos metros más donde dominará la democracia, el civismo, la razón. Dios, justo Señor, nos ayuda.

Cuando llegamos a las trincheras abandonadas por el enemigo, cuando llegamos a aquellas líneas blancas que divisábamos momentos antes desde nuestra línea, hemos encontrado, entre los armamentos abandonados, cadáveres de germanos. ¡Papá, padre mío, peleábamos contra las hordas fascistas, contra los nazistas, esos asesinos del cortejo de Hitler!


Tu hijo.
Arthur (*)


Extraído de: Facetas de la actualidad españolaLa Habana, julio 1937














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