Carta de A. Ripps, brigadista del batallón Abraham Lincoln, a su
padre.
Querido papá:
Descendimos la ''Loma del Suicidio'', y ocupamos la posición de
la segunda línea de trincheras, lugar donde hace días, fué capturado un
pelotón completo de italianos. Nos dan instrucciones, y nos preparan para un
ataque. A una distancia, entre las matas disecas de los olivos, a menos de
cuatrocientos metros, se ven las blancas líneas de las trincheras fascistas,
colocadas a un nivel mucho más bajo que el nuestro.
Han terminado las instrucciones. Fuertemente amarramos los cintos
de municiones alrededor de nuestro cuerpo, y esperamos la orden de avanzada.
Nuestros rostros, aunque pálidos están sonrientes. Todos decíamos chistes
para entretenernos.
Suena la voz de mando. La primera sección y la primera compañía
saltan fuera; los irlandeses expertos los siguen, después, los cubanos y,
finalmente la última, la segunda compañía que avanza por el lado derecho.
Comienza el bombardeo. Comienza el imponente tacleteo de las
ametralladoras enemigas, el sordo ruido de los mauser de repetición, la lluvia
de granadas; Rodolfo de Armas, leader de la Sección de Cubanos, es el primero
en caer.
Le prestamos ayuda, pero es innecesaria. Un proyectil le
había atravesado una pierna, dos el brazo, y en el mentón, en el mismo centro
del mentón, se le había incrustado el plomo asesino, que buscó la salida por
el centro de la cabeza.
Comienzan las bajas bajo la lluvia de la metralla. Uno de
nuestros tanques es alcanzado por una de las bombas enemigas, y explota en
llamas, unas llamas enormes cuyas lenguas parecen lamer el azul cielo.
Avanzamos cuidadosamente, arrastando nuestro pecho por la tierra,
para levantarnos de pronto y volver a caer. El fuego del enemigo se
debilita, todo es calma por un momento, y nosotros, nuestra columna, se
encuentra a menos de doscientos metros de las trincheras enemigas. Un
esfuerzo más, y llegaremos.
Comienza de nuevo la avanzada. Nuestras bajas son inmensas, y
bombardeando, disparando nuestros rifles, peleando con coraje, queremos poner
un punto final a la tiranía del general Franco. Ya ha caído el Capitán Scott
con su cuerpo atravesado por tres balas.
Ya ha caído el padre McCrorty, el honesto religioso agregado a nuestras filas, y ha caído el comandante Merriam, profesor de economía de la Universidad de California. La sección de Cuba parece haber tenido muchas
bajas, pero están peleando maravillosamente, con los expertos irlandeses cerca hacen prodigios. Hasta ahora es la de ellos la columna más avanzada.
Llevamos más de cuatro horas de pelea. Los enemigos han comenzado
a retroceder, nuestro fuego se multiplica, nuestras ametralladoras cantan con
más entusiasmo, nuestros rifles disparan con más velocidad y nuestras caras,
llenas de polvo y sudorosas, sonríen de alegría al comenzar una rápida
avanzada.
Hemos hecho retroceder al enemigo varios cientos de metros, los
hemos hecho alejarse un poco después de seis horas de feroz batalla. Hemos ganado cuatrocientos metros, y por cada cuatro metros hemos dado una vida de
las nuestras, pero glorificada; son cuatrocientos metros más donde dominará
la democracia, el civismo, la razón. Dios, justo Señor, nos ayuda.
Cuando llegamos a las trincheras abandonadas por el enemigo,
cuando llegamos a aquellas líneas blancas que divisábamos momentos antes desde
nuestra línea, hemos encontrado, entre los armamentos abandonados, cadáveres de
germanos. ¡Papá, padre mío, peleábamos contra las hordas fascistas, contra los nazistas, esos asesinos del cortejo de Hitler!
Tu hijo.
Arthur (*)
Extraído de: Facetas de la actualidad española, La Habana, julio 1937
(*) Alfred Ripps
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