Realmente, es incomprensible la
obstinada oposición que cada día, con mayor resistencia, encontramos para
conseguir la necesaria evacuación de los niños y mujeres de nuestra capital. La
causa de ello podría parecernos heroica si no entrase de lleno dentro de los
límites de lo patológico. Porque lo heroico tiende a la sublimación del valor
individual o colectivo, pero siempre partiendo de un estado de conciencia, de
una voluntad de superarse en un momento determinado de la vida; pero a la cual
no debemos arrastrar, en su falta de conocimiento a los seres que nos rodean,
cuando involuntariamente y con torpeza en ello buscamos mayor realce a nuestros
actos o también más tranquilidad para lograr su completa realización. Así, hoy,
en Madrid, ejemplo universal del heroísmo y fortaleza nos encontramos con el
caso de que esos mismos hombres la labran con su sangre y con su dolor tal vez
la página más sublime de toda nuestra historia, empequeñecen de cierta forma su
brillante gesto al no querer separarse de sus hijos ni de sus mujeres,
obligando a éstos a soportar a su lado toda una serie de peligros y penalidades
innecesarios, de lo cual muchos se arrepienten, por desgracia, demasiado tarde
para poner remedio a ello. Heroísmo si, pero también inteligencia. Recapacite cada
compañero en los motivos por los cuales lucha, lleva clavada en su memoria la
estampa tierna y dolorosa de sus hijos amenazados.
Cada padre también siente iluminársele ardorosamente dentro de sus
venas toda la sangre al pensar que la victoria conseguida alejará para siempre
de sus hijos esta amenaza de hoy de la guerra, y aún más temibles, las amenazas
dolorosas que hicieron enturbiar con su memoria las horas de alegría de su
nacimiento: las de la esclavitud, el hambre, que ya miraban sobre la cuna de su
recién nacido. Cada padre tiene también presente en la trinchera la estampa de
la paz y fáciles promesas que la aurora cercana ofrece para sus hijos y con
mayor ardor se lanza a conseguirla, aunque derrame toda su sangre para alcanzar
sus reivindicaciones . Pero que piense cada padre también: ¿A quién llevará las
alegrías de esta victoria si por su egoísmo puramente sentimental, por no
quererse separar por un corto plazo de sus hijos, encuentra, al volver de las
trincheras, vacio su hogar, destruido, desmoronado trágicamente entre las
llamas oscuras de la guerra? Entonces sentirá inútil todo su esfuerzo ante el desierto
sentimental que la realidad le levanta.
Piense y piense bien el que tenga hijos. No podemos obligarles de
ninguna manera; no tenemos tampoco derecho para hacerlo, a que permanezcan
expuestos a la muerte más terrible y a los mayores sufrimientos. Será sobre
nosotros mismos sobre los que recaiga toda la culpa de estas penas y
serán estos niños de hoy los que en un próximo mañana nos pidan cuentas de los
que murieron.
Cuando la fatalidad nos conduce sin solución a un triste trance,
nos queda solo la rebeldía del silencio; pero, ¿es que hoy estamos dentro de
estas condiciones? De ninguna manera. Nuestra organización internacional tiene
ampliamente resuelto este asunto. Aquí, en España y fuera de ella, en Francia,
Bélgica, Holanda, Inglaterra, Rusia y Méjico, funcionan Comités de ayuda, los
cuales, de acuerdo con el gobierno del Frente Popular de nuestra República,
acuden a defender a nuestros niños de la manera más solícita y eficaz. Los
niños que salen al extranjero (los más felices, por alejarse de nuestra guerra)
antes de sr enviados definitivamente a otro país están sometidos a un detenido reconocimiento
para que el clima en el cual hayan de vivir sea el más conveniente a su
constitución física. Más tarde, ya en el lugar de su destino, los niños están
perfectamente atendidos de todas formas y encaminados para su educación física
y moral más convenientes.
Yo he visto en Madrid, aterrorizado por ello, las caras espantadas
de estas criaturas, cuyos ojos abiertos, sin comprender apenas nada de lo que
ocurría a su alrededor, se clavaban enloquecidos en el aire. No podré nunca
olvidar las miradas fijas, los rostros desgarrados, la prematura ruina de los
que conocieron más de cerca el horror de los bombardeos fascistas. Hay que
impedir que estos niños, más tarde, nos acusen. ¿Cómo? Alejándolos de
estos peligros puesto que existen ya magníficos lugares creados especialmente
para ello.
Sus mismas caras inocentes pasan hoy, al lado mío, riendo por los
pueblos de España, camino de Francia, por los barcos de Méjico. No olvidaré la alegría
de la última expedición a dicho país, como tampoco olvidaré la protesta de los
que, por rebasar la edad reglamentaria (de seis a trece años), tuvieron que
quedarse con nosotros.
Escribo bajo la impresión alegre de su despedida y bajo la
angustia del recibimiento de los recién llegados niños de Málaga, enfermos y
entontecidos de dolor después de su evacuación atropellada y tardía.
Cuando pueden tener un presente claro de paz y salud, en lugar de
una muerte posible, el separarnos temporalmente de estos niños no debe ser un
sacrificio sino una obligación perentoria; sin contar que además, en nuestro
caso, es también una disciplina de guerra.
Camarada, atiéndenos. El S(ocorro) R(ojo) I(nternacional) te
pregunta: ¿Qué haces tú de tus hijos?
Emilio Prados
Ayuda, 16 de mayo de 1937
No sé si la historia, pero el horror se repite. Hoy es Siria y Palestina.
ResponderEliminarSalud!
Si Loam. El horror sigue repitiéndose. Olvidamos con demasiada facilidad lo inolvidable.
ResponderEliminarSalud!