«Es
más difícil estar a la altura de las circunstancias que au dessus de la
mêlée.» Estas palabras de Antonio Machado han sido escritas en un reciente
número de Hora de España, que es, en esta crisis de la vida
española, la habitual tribuna del noble poeta. Antonio Machado, pacifista si
los hay, no ha vacilado en colocar su fuerza espiritual de este lado de la
barricada, y desde el primer momento hace la guerra con su pueblo. Quizá sea
para un poeta uno de los trances más angustiosos este de tener que declararse
en guerra material con los hombres. (En guerra espiritual siempre
está: es su tragedia y su gloria.) Y más aún tener que pelear –sobre todo para
un poeta como Antonio Machado, cuya sensibilidad está tejida de sentimientos
españoles– contra sus propios compatriotas. Pero de poetas y de nobles es
atravesar los parajes peligrosos, arriesgándolo todo, porque –según dice en
otra parte– «si os encontráis algún día sitiados, como los numantinos, pensad
que la única noble actitud es la numantina», que razona de esta manera: «Cuando
os queden pocas horas de vida, recordad el dicho español: "De cobardes no
se ha escrito nada." Y vivid esas horas pensando en que es preciso que se
escriba algo de vosotros.»
Antonio
Machado atravesó en su hora estos parajes de difícil acceso, y de más difícil
salida, y está combatiendo, sin vacilación ni desfallecimiento, al lado de la
República. ¿Es, acaso, por partidismo político? No sería, entonces, digno de un
poeta. ¿Es, acaso, por nacionalismo, por estímulos de patriotismo al uso?
Tampoco. Pelea, es cierto, como español y por español: pero una razón más dramática
ha empujado su actitud: una razón religiosa, diríamos. Es esta una guerra en la
que los valores de «Justicia» y «Libertad», dos principios esenciales del
cristianismo, están en litigio, y, en este caso, un poeta y un cristiano no
puede –entiéndase bien: «no puede»– permanecer al margen. No es que no «debe»,
sino que no «puede», pues ambas condiciones, de índole trascendente, son
absolutamente necesarias para que la obra poética respire su aire propio. (Sin
ellas, por otra parte, el cristianismo es una cosa muerta. Aquí no se trata, en
esta guerra, de libertad política –sin la cual vive la poesía–, sino otra cosa
más importante: la libertad espiritual, condición indispensable para que el
hombre pueda dialogar con los demás semejantes y consigo mismo.) Antonio
Machado, pues, ha tomado la actitud que corresponde claramente a un hombre de
espíritu, que coincide, en este caso, con la que corresponde a un español.
Muchos poetas españoles lo han comprendido así también, desde el primer
momento. Juan Ramón Jiménez –por otros caminos– llega a esa misma conclusión y
trabaja con sus armas en defensa de la Libertad, identificada ahora con la
defensa del pueblo español, martirizado por el Espíritu del Mal. (El Espíritu
del Mal actúa hoy por medio de las ideas y de los actos –terriblemente
«demoniacos», en el verdadero sentido de la palabra «demoniaco»– de los
regímenes fascistas de Italia y Alemania. La Ciudad Eterna tiene hoy sus
antagonistas en Berlín y en Roma; es decir, dentro de sus propios muros
terrenales.)
Desde
Cuba nos traen los diarios estas palabras del delicado y trágico poeta andaluz:
«Desde
el comienzo de esta guerra, tan mal entendida por tantos, fuera y dentro pesé
que mi mejor manera de ayudar a nuestra República (pueblo y Gobierno) tenía,
fatalmente, que ser poética; es decir, en el campo de mi vocación, que consiste
en descubrir y perpetuar la belleza con luz y en lengua española, y no cantando
el hecho circunstancial de una guerra que, de haber sido justa, debió ser
rápida, sino exaltando ante propios y extraños la prolongada verdad de nuestro
pueblo en sus más normales y profundas virtudes.»
«Estoy
seguro –añade– del triunfo ideal y moral de la República española contra la
artería y la barbarie nacionales e internacionales.»
Este
español demócrata y libre –como él se llama– no descansa en la propaganda de
los valores permanentes de la lucha que España sostiene, y cree que su misión
actual más importante es esa. También lo creemos nosotros, no –como se pudiera
pensar– porque no es esta la hora de la obra poética, sino porque la obra
verdaderamente poética de esta hora es esa: combatir por la Libertad. ¿Qué otra
cosa es la poesía, «siempre»?
Otro
gran poeta, Rafael Alberti, confunde su voz con la de nuestro pueblo en armas.
En los mítines, en los actos que tienen lugar en los frentes de combate, en las
fábricas, su voz desgarrada clama ante la multitud el dolor y el anhelo de
España, y en sus mejores momentos logra un acorde perfecto con el alma popular.
Rafael
Alberti acaba de publicar en estos días un volumen titulado Poesía (1924-1937),
donde reúne toda su obra poética, desde Marinero en tierra hasta
los más recientes versos de temas de la guerra. Impreso con primor, este libro
es una importante contribución a la poesía y a la guerra, pues la voz y la
poesía de Alberti habrá que contarlas como elementos de nuestra lucha por la
Libertad.
El
ejemplo de tres grandes poetas –Machado, Jiménez, Alberti–, repetido por tantos
poetas españoles y extranjeros, destaca en contraste doloroso, los nombres de
esos escritores españoles que, ausentes de España, no han encontrado todavía el
momento de incorporarse a la tarea gloriosa de nuestro pueblo. Ni siquiera a
los que están del otro lado de la barricada queremos considerarlos como
enemigos, pues es imposible pensar –tan absurdo es– que quienes trabajan por el
espíritu y por la verdad puedan convivir voluntariamente con sus naturales e
irreconciliables antagonistas.
Una
vez más hay que repetir –para tranquilidad de sus conciencias– la afirmación
del ejemplar poeta y español ejemplar Antonio Machado: «Es más difícil estar a
la altura de las circunstancias que au dessus de la mêlée.»
Antonio Dorta
Blanco y Negro, julio 1938
He visto en Collioure a niños y niñas, alegres e inocentes, depositar cariñosamente flores en la tumba del poeta. ¿Se acercarían sin miedo y con la misma alegría a la del dictador? ¡Desde luego que no!
ResponderEliminarSalud!
La respuesta es no. La tumba de Machado es emoción en estado puro. Es un lugar de peregrinaje indispensable. En agosto volveré, le hablaré, recitaré un poema y le dejaré unas flores y un trocito de bandera republicana, y acabaré llorando -como siempre- Loam.
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