El capitán Dronne (centro), el sargento Martín Bernal (a su derecha), el teniente Amado Granell (a la derecha de la imagen) París; 25 de agosto de 1944 |
Existió una unidad del Ejército regular compuesta casi por completo por voluntarios españoles: la 9.° Compañía del Regimiento de Marcha del Chad, la Nueve, de la famosa 2ª División Blindada del General Leclerc. Tuve el honor y el orgullo de ser el jefe de esta Nueve, desde su constitución en el curso del verano de 1943 hasta la primavera de 1945. Me adoptaron desde el principio, debido quizá a que había llegado del hospital, todavía mal recuperado de mis heridas, con un brazo en cabestrillo. El Regimiento de Marcha del Chad nació en Argelia, en la región de Djidjelli. Entre los alistados hubo numerosos españoles procedentes en particular de los Cuerpos Francos de África. Estos Cuerpos Francos habían sido formados por voluntarios a partir del desembarco americano en Marruecos y Argelia. Entre estos voluntarios había un buen número de españoles, casi todos evadidos de los campos de trabajadores que construían la línea férrea de Colomb-Béchar. Muchos de ellos eran militares transformados en trabajadores forzados desde 1940 bajo la vigilancia de las comisiones de armisticio alemana e italiana.
Los voluntarios españoles fueron repartidos en diferente
proporción entre todas las unidades. Un alto porcentaje fue dirigido al Tercer
Batallón del Chad, mandado por un oficial que había combatido en las Brigadas
Internacionales en España, el Comandante Putz, oficial dinámico, experimentado,
valiente. La 11 Compañía, la Compañía de Acompañamiento y la Compañía de Apoyo
también recibieron voluntarios españoles. Pero el mayor número de ellos fue
enviado a la 9ª, que adoptó la denominación de Compañía Española y
familiarmente la de La Nueve.
Casi todos ellos habían participado en la guerra de España del
lado de los republicanos. Habían vivido innumerables aventuras y tribulaciones.
Algunos habían llegado al continente africano en barca. La mayor parte habían
atravesado los Pirineos, vivido un tiempo más o menos largo en los campos de
refugiados, y luego servido en el Ejército francés de 1939-40.
Conocían el amargo recuerdo de haber sufrido dos derrotas. Un inmenso deseo de
revancha y de victoria les empujaba. La perspectiva de unirse a los franceses
libres surgidos de las arenas del desierto, de pasar a las órdenes de un joven
jefe ya aureolado de leyenda, el general Leclerc, les daba una gran confianza.
Desde Argelia, la División fue transferida a Marruecos y se
instaló entre Rabat y Casablanca para recibir su material, familiarizarse con
él, entrenarse. La mayor parte carecía por completo de conocimientos de
mecánica. Se pusieron a la obra con ardor. Rápidamente, la cadena de montaje de
la Nueve se puso al nivel de los mejores por la rapidez y la calidad de su
trabajo.
Los treinta suboficiales eran en gran mayoría españoles,
contándose entre ellos el teniente Campos, jefe de la 3ª sección, un coloso
originario de las Canarias; Moreno, adjunto al subteniente Montoya; Bernal
(Garcés), adjunto al teniente Elías. Había también dos alemanes, antiguos
miembros de la Legión Extranjera y de las Brigadas Internacionales, destacando
Reiter, experto en armamento e invencible as del combate.
La casi totalidad de los cabos y de los soldados eran españoles.
Había sin embargo, algunas excepciones: un brasileño, un hispanomexicano, un
portugués, algunos eslavos, una media docena de franceses, un italiano, dos o
tres apátridas. Pero los españoles eran la mayoría con mucho. Se hablaba más
español que francés. La mayor parte de los carros llevaban nombres de España:
Madrid, Brunete, Ebro, Guadalajara, Guipúzcoa, Guernica...
Los recuerdos de la guerra de España eran todavía próximos y
pesados. Las divergencias de opiniones, de ideales, de tendencias no estaban
olvidadas y se manifestaban a veces en rivalidades entre hombres y entre
grupos; pero, en definitiva, nunca fueron peligrosas y una armonía general y un
buen acuerdo terminaron por reinar en el conjunto de la compañía. El orgullo
español se manifestaba por cualquier causa. En Inglaterra, por ejemplo —donde
pasamos algunos meses antes de desembarcar en Normandía— todos trataron de
comportarse ante la población británica como verdaderos embajadores de la
España eterna: vistiendo con cuidado, afeitándose de la misma forma; algunos,
de barba muy cerrada, se rasuraban dos veces al día.
Poseían ya la experiencia del combate. Y eran bravos, de una bravura
a veces excesiva. Tras cada combate, los vacíos se llenaban con jóvenes
franceses, casi todos carentes de toda instrucción militar. Los viejos
luchadores tomaban bajo su protección a estos reclutas inexperimentados,
formándolos y protegiéndolos; se comportaban como padres preocupados. Muy
rápidamente, en el curso de la campaña, la Nueve se hizo célebre en toda la
división.
En la Batalla de Normandia
La 2ª D.B., no fue lanzada hasta los primeros días de agosto de
1944, cuando se amplió la cabeza de puente. Incluida en el Ejército del general
americano Patton que había abierto una estrecha brecha a la altura de
Avranches, participó en el gran movimiento de cerco de las fuerzas alemanas de
Normandía.
Los encuentros se sucedían, con violencia variable. Ampliábamos
nuestro conocimiento de los Panzer alemanes, y sobre todo de los famosos
Panther. Son muy superiores a los Sherman, en blindaje y sobre todo en cañón. A
pesar de esta desventaja, nuestro destacamento no lo hace mal. Y es cierto que
la aviación americana es la dueña absoluta del cielo durante el día.
Con su sección, el teniente Campos da un osado golpe de mano,
acorrala y captura a ciento treinta alemanes, sin causar apenas heridos ni
destrucciones en los vehículos, y libera a ocho americanos prisioneros. La
jornada del 16 de agosto es particularmente dura. Tenemos pérdidas, entre ellas
los sargentos Pujol y Poreski, muertos en combate cuerpo a cuerpo. Los
bombardeos y los encuentros se repiten durante todo el día.
El 17 por la tarde, la 3ª sección del teniente Campos rechaza un
contraataque alemán: grupos de SS han franqueado la orilla del Orne, se han
infiltrado en nuestro flanco, y atacan. Al principio de la acción, el soldado
Helio Roberto es gravemente herido por disparos en el vientre; al caer, abate a
uno de sus asaltantes. Poco antes de las 18, todo ha terminado. Campos ha
llevado el asunto admirablemente. Variamos nuestros dispositivos noche y día,
lo que desorienta a nuestros adversarios. El 19 de agosto por la mañana, llegan
tropas británicas. Se ha realizado la unión. La batalla de Normandía se acaba.
Hacemos el balance. Hemos infligido duras pérdidas al enemigo. También nosotros
las hemos sufrido, pero felizmente mucho más ligeras: siete muertos en combate
y diez heridos graves evacuados.
Llegado el momento del reposo, la compañía se rehace, reemplaza,
repara y pone en buen estado su material y su armamento; alista también a los
primeros voluntarios que vienen a llenar los vacíos. Todos somos optimistas:
hemos conocido el éxito del desembarco en la costa de Provenza. Esperamos pues
la orden de avanzar sobre París. Pero tarda en llegar.
A toda velocidad sobre París
El 22 de agosto, caída la tarde, llega la orden. Toda la División
levanta el campo el 23 por la mañana. Las vanguardias americanas han
sobrepasado Chartres y ocupan el Sena a uno y otro lado de la capital. El alto
mando americano duda. No quiere batallas callejeras que podrían ser ásperas y
largas. La tempestad azota la costa normanda. Los desembarcos de gasolina y de
municiones han sufrido retrasos. El camino hacia adelante es difícil y
prolongado a lo largo de caminos en los que las obras de arte han sido
destruidas;los ferrocarriles están inutilizables; las unidades ocupadas corren
el riesgo de carecer de carburantes y de municiones. Las noticias que se
filtran desde París son inquietantes: la población se ha sublevado contra el
ocupante. Los responsables políticos y militares americanos no quieren verse
mezclados en las competencias políticas que estallan en el París insurreccionado.
Por el contrario, el general Leclerc y el general De Gaulle, que se encuentra
en Normandía, pretenden entrar en la capital para evitar que sufra la suerte de
Varsovia, para impedir destrucciones y masacres. Las llamadas de socorro de los
insurrectos se hacen cada vez más apremiantes.
De noche, bajo avalanchas de lluvia, avanzamos a ciegas. Vamos a
entrar en contacto con las fuerzas alemanas que defienden la periferia de
París. El suelo está anegado. Nos encontramos aprisionados, ahogados. Los
vehículos se atrancan. A duras penas nos preparamos para el combate.
Los enfrentamientos se suceden en un extraño ambiente de kermesse.
Una multitud entusiasta, surgida de todas partes, rodea los carros, los
hombres, y los paraliza. De pronto, suenan ráfagas, estallan obuses. La
multitud se dispersa. Guardo la imagen de una chiquilla radiante que, subida en
la torrecilla de un carro, cae a lo largo del blindado, cubierta de sangre: ha
recibido una ráfaga en pleno rostro. Extraña batalla: cuando cesa el fuego, la gente
vuelve; desaparecen de nuevo cuando se reanuda. ¡Cuantos imprudentes han pagado
con su vida su loca alegría! Una alegría rara, pero invencible, retardadora,
que da respiro al enemigo y lo favorece.
Tengo la sensación de que el camino hacia París está abierto.
Súbitamente, por radio, recibo la orden de retroceder sobre el eje al sur de la
Croix de Berny. Decisión absurda: el eje está ya demasiado obstruido. Conviene,
por el contrario, alejarse y sobrepasarlo. Mis observaciones no son atendidas.
La orden es confirmada, brutal: retroceder sobre el eje. Furioso, asiento. Dejo
la columna un poco atrás, para no aglutinarla sobre el eje, donde hay demasiada
gente y vehículos. Avanzo solo, a pie para hacerme una idea y establecer la
unión. Caigo sobre el general Leclerc, que golpea el suelo con su bastón, lo
que en él es un signo de mal humor. Está furioso al constatar que la columna se
ha detenido y que no maniobra. Me apostrofa:
—Dronne, ¿qué ha hecho usted?
Le explico la orden que he recibido, que para mí es fácil
desbordar las resistencias, y que es posible lanzarse hacia París sin
demasiados riesgos:
—No se ejecutan las órdenes idiotas, truena.
Se pone más sonriente. Me hace precisar mi idea. Reflexiona
algunos instantes. Y de pronto, lanza:
—«Bueno, arrójese sobre París. Pase por donde quiera, arrójese al
corazón de París, diga a los parisienses que no se desmoralicen, dígales que
toda la división estará en París mañana por la mañana.»
Por la tarde avanzamos. Son las 19 pasadas. El general Leclerc
está inquieto. Ha recibido informes alarmantes de París. Teme represalias
alemanas contra la población. Quiere asegurarse, volver a dar esperanza a los
parisienses, actuar con el máximo de rapidez.
No dispongo más que de dos secciones, las secciones de Campos y de
Elías, y de la sección de mando de la Nueve. La sección Montoya está detenida y
clavada en el suelo ante la Croix de Berny. Su jefe, Montoya, será herido. Dos
secciones de combate, es poco. Leclerc me ordena tomar las unidades disponibles
que se encuentren en las proximidades.
La pequeña columna se mueve a las 20 horas. Guiada por un
parisiense, se oculta fuera de las grandes arterias a la derecha de Fresnes, a
través de las localidades de la zona Sur, en medio de una población delirante.
Hombres, mujeres, niños abren camino en algunas calles obstruidas por árboles
caídos, cargan los troncos de la misma manera que las columnas de hormigas
transportan los granos de trigo.
20,45. Llegamos a la Puerta de Italia. Es París. Hay gente en el
lugar. Huyen a nuestra vista; nos toman por una columna de alemanes. La plaza
se ha vaciado. Parten gritos de las casas: «¡Son los americanos!» Salen todos.
Luego se oye. «¡Son franceses!» Es el entusiasmo. Una alsaciana en traje
regional se instala sobre la cubierta del jeep del capitán. Pero no estamos
allí para efusiones y abrazos. Es preciso enfilar hacia el corazón de París.
Guiado por un armenio que conduce un curioso ingenio, el festivo jeep con la
alsaciana colocada sobre la cubierta, la pequeña columna se lanza a toda
velocidad hacia el Sena, evitando a la vez las barricadas elevadas por la
resistencia y los puntos de apoyo alemanes. El fragor de los motores y de las
cadenas domina el ruido de algunas detonaciones. Atravesado el Sena por el
puente de Austerlitz, recorrida la longitud de los muelles, desembocamos en la
plaza del Ayuntamiento. El gran reloj de la fachada del monumento marca
exactamente 21 h, 22. El reloj anda según la hora alemana. Todavía es de día.
El capitán dispone la columna alrededor del Ayuntamiento para detener un
posible contraataque. Luego, junto con el teniente Granel y el soldado
Pirlian, entra en el Ayuntamiento de París, sube arriba y penetra en el gran
salón donde el estado mayor político de la Resistencia parisiense está reunido,
siendo su presidente Georges Bidault. Es el encuentro de los voluntarios de la
Francia Libre venidos de ultramar y de la resistencia interior. Momento de
intensa emoción. La frenética alegría engendra una bella conmoción. Felizmente,
una larga ráfaga de ametralladora disparada desde el exterior, pasa por las
grandes ventanas abiertas y destroza la gran araña del salón
imprudentemente iluminado. Esto hace volver a las realidades. El ocupante está
todavía aquí. No son tres carros Sherman, quince orugas y algunos vehículos
quienes pueden destruirlo, capturarlo o cazarlo.
Todas las campanas de París se han puesto a sonar, en último lugar
el gran Bourdon de Nuestra Señora. Tocan por la liberación. Noticia todavía
prematura que hace salir a los parisienses a las calles y suscita reacciones de
los alemanes, nerviosos y desmoralizados. El capitán deja el mando al teniente
Granell, y cerrada ya la noche, va a tomar contacto con el estado mayor militar
de la Resistencia en la Prefectura de Policía, que ha sido ocupada por policías
insurrectos.
La misión ordenada por el general Leclerc ha sido cumplida. Los
parisienses saben que los blindados aliados han entrado en París, ignoran
cuántos son, pero han tomado confianza de nuevo. A la caída de la noche, un
pequeño avión Piper de observación se lanzó en vuelo rasante hasta la Prefectura
y lanzó un mensaje. Están allí el general Chaban, el nuevo prefecto de Policía Luizet, y Parodi, que tienen rango de ministro del Gobierno
Provisional y que representa al general De Gaulle. En la mañana del 25 de
agosto nuestro pequeño destacamento ocupa la central telefónica de Archives. El
golpe duro llega en la calle del Temple. De una casa situada al otro lado de la
Central, un grupo de soldados alemanes y de civiles abre instantáneamente
fuego; el subteniente Elías es herido en pleno pecho; luego el sargento Cortés
y el jefe de carro Caron. Este último no sobrevivirá. Elías y Cortés,
gravemente heridos, pasarán varios meses en el hospital.
Los diversos destacamentos de la D.B. dirigen la batalla en todo
París y suprimen las resistencias alemanas una tras otra. El general Von
Choltitz, comandante del Gross París, es capturado y firma la rendición de las
tropas situadas bajo su mando. De noche, París está liberado. La capital ha
escapado a la destrucción ordenada por Hitler. París, salvado, liberado, intacto,
¡es un verdadero milagro!
Por la tarde, la multitud se agolpa en la plaza del Ayuntamiento.
Espera al general Leclerc. Es el general De Gaulle quien se presenta. Es
delirantemente ovacionado.
En la mañana del 26 de agosto, se produce el descenso triunfal de
los Campos Elíseos, desde el Arco de Triunfo. El general De Gaulle y todos los
estados mayores marchan a pie hasta la plaza de la Concordia en medio de una
frenética marea humana, difícilmente contenida. Los hombres de la Nueve sobre
sus orugas les siguen inmediatamente detrás y aseguran la protección adecuada.
En la plaza de la Concordia, los oficiales suben a automóviles y se dirigen a
Nuestra Señora. Cuando entran, una ráfaga estalla. El misterio nunca ha sido
bien aclarado. Con toda seguridad, algunos tiradores situados en los tejados
han abierto fuego sobre el cortejo. Entre la multitud enfebrecida, hay
numerosos hombres armados, auténticos resistentes y sobre todo resistentes de
última hora inexperimentados, que se han hecho con armas que portaban los
alemanes en el momento de su rendición. De entre la multitud, numerosos
tiradores hacen fuego hacia los tejados. Hay militares que se mezclan. El
petardazo se extiende a través de la ciudad. Será difícilmente calmado. Mucho
ruido para tan poca cosa.
Toda la División reposa, repara, se completa, rápidamente rehace
sus fuerzas en el Bosque de Bolonia. Son las breves delicias de Capua. Se
retrasa el avituallamiento de gasolina.
De París a Lorena
El carburante y la orden de marcha terminan por llegar. Dejamos el
Bosque de Bolonia y París el 8 de septiembre al alba. Marchamos hacia el Este,
hacia Lorena, el Rhin y Alemania.
El 12 de septiembre, prosigue el avance, con choques con un
enemigo en retirada, que instala defensas escalonadas sobre un terreno difícil,
dividido parcialmente, boscoso.
Mientras que el grueso de la División libra una gran batalla de
carros en Dompaire, nuestro grupo establece una cabeza de puente sobre el
Mosela, en Chatel.
Múltiples combates, a menudo violentos, detienen nuestro avance.
Operamos en varios destacamentos de infantería y carros con apoyo de
artillería, en coordinación con las autoametralladoras. Estamos muy
dispersados, nos desplazamos sin cesar, ocupamos mucho volumen. El 15 de
septiembre... Uno de nuestros carros, demasiado avanzado sobre una cresta,
recibe un obús. Los españoles consiguen sacar del carro, que explota y arde, a
cuatro de los cinco miembros del equipo, muy gravemente heridos y quemados.
El 16 de septiembre a la caída de la tarde, la sección de Campos se
repliega y se instala defensivamente unida a la sección de Montoya y los carros
de la 501. Minamos con cuidado los itinerarios por los cuales los Panzer
alemanes pueden infiltrarse.
Antes de la caída de la noche, los alemanes entablan un ataque en toda regla.
El cabo Cortés pone fuera de combate un grueso Panther a golpes de bazooka,
después de un verdadero cuerpo a cuerpo con el monstruo de acero. Somos
atacados por una división blindada entera. La batalla se endurece; la noche es
relativamente clara, sin embargo los blindados enemigos son poco visibles al
abrigo de las cubiertas y de los desfiladeros. Con medios muy superiores, los
alemanes acentúan su presión. Una de nuestras orugas ha sido tocada, el
sargento Díez está mortalmente herido. Dos de nuestros carros arden... Tenemos
pérdidas: tres muertos contando al sargento Díez, nueve heridos evacuados,
entre ellos el subteniente Montoya. El sargento Fermín Pujol, el hermano de
Pujol, Constante, ha sido muerto en Ecouché, se hace curar sobre el terreno. Se
niega a dejarse evacuar y vuelve a ocupar su puesto de combate.
En la noche del 16 al 17 de septiembre, hacia las dos de la
madrugada, recibimos la orden de replegarnos y volver a cruzar el Mosela antes
del alba. Tenemos ante nosotros un adversario demasiado superior en medios. Los
hombres están furiosos; tienen la sensación de haber entregado una victoria. Al
alba, todos nos encontramos en Nomexy, en la orilla izquierda del Mosela. El
enemigo no recuperará Chatel, vacío, hasta la llegada del día. Los alemanes y
sobre todo sus siniestros aliados, los milicianos franceses, ejercerán crueles
represalias contra los civiles que allí han quedado. Fusilarán en primer lugar
al alcalde. Desde la tarde del 18 de septiembre, orden de partida. Volvemos a
Nomexy para apoyar a la subagrupación del coronel Cantarel, que ha recibido la
misión de recuperar Chatel.
El 19 por la mañana... Progresamos en marcha hacia el Este.
Múltiples choques con fuerzas alemanas en repliegue. El teniente Granell lanza
con mucha fuerza su destacamento al ataque. Garcés está herido.
El grueso de la División, apoyado por la aviación americana, ha
ganado una gran batalla de carros en Dompaire y ha infligido una severa derrota
a los alemanes... Nuestro material ha sido puesto a prueba. Nuestros efectivos
se han visto reducidos a un total de 136.
El 26 de septiembre, el capitán, el jefe ayudante Campos, el
sargento Pujol y el cabo Cariño López son llamados a Nancy, donde el general De
Gaulle en persona les condecora.
Cerca de dos meses, vamos a inmovilizarnos. La guerra de
posiciones sucede a la guerra de movimientos. Algunos dramas, algunos ataques
marcan esta larga espera. La configuración del terreno es favorable a los
alemanes, que ocupan los puntos dominantes.
El 14 de octubre, una de nuestras patrullas cae en una emboscada
en el pueblo de Menarmont. Su jefe, el sargento Ramón Etarict, un catalán, un
as, un hombre cultivado y valiente, y el soldado Vázquez, dos bravos entre los
bravos, son muertos. El capitán va a recuperar la patrulla con tres carros
ligeros y dos orugas. Al día siguiente, Etarict y Vázquez son inhumados en el
pequeño cementerio vosgo de St. Maurice sur Mortagne.
Finales de octubre, la División recibe la misión de ocupar
Baccarat y su región. Campos y algunos hombres atacan con bazooka un carro
alemán, que se demuestra invulnerable y que responde con el cañón. Campos queda
herido. A la izquierda, la sección del sargento-jefe Moreno, que ha reemplazado
al subteniente Montoya, avanza con metralleta y con granadas y hace saltar un
carro con bazooka. En el centro, Granell dirige al asalto a los infantes de a
pie. El cabo Montaner, aislado un momento, es capturado por un grupo de
alemanes; finalmente, es él quien va a entregar a sus guardianes como
prisioneros. Unos cincuenta cadáveres alemanes han quedado sobre el terreno.
Nosotros tenemos también pérdidas (seis muertos, de los cuales tres de la
Nueve, y trece heridos, de los cuales cinco de la Nueve). Nuestros muertos, el
sargento Careno y los soldados González y Perea, han sido inhumados en el
cementerio de Vacqueville.
El 3 de noviembre, el sargento Gualda descubre un documento
preciso: el plan alemán de minado de todo el sector. Somos relevados por
americanos. Bajo la lluvia y los obuses, abandonamos Vacqueville. Nos
instalamos en la pueblo de Azerailles. La mayor parte de las casas está
destruida; las otras han sido desvalijadas por los alemanes antes de su marcha.
Llueve. Pateamos en el agua. En el horizonte, percibimos en el
cielo gris la línea blanquecina de los Vosgos. Ya nieva. 12 de noviembre:
despertar en la nieve, hace frío.
No se prevé de inmediato ninguna misión de envergadura. El general
hace partir un primer contingente de permisos para una breve ausencia, entre
ellos el capitán, que no ha vuelto a ver a su familia desde la primavera de
1939, y seis suboficiales y soldados.
El camino sobre Estrasburgo y el Rhin
El 16 de noviembre por la mañana, un primer contingente de
permisos se va. A las 14,15, llega la inesperada orden: la Nueve forma parte de
una subagrupación a las órdenes del teniente coronel La Horie, que tiene por
misión ocupar Badonvillers. La compañía reducida va a batirse durante toda la
mañana contra un adversario tenaz, mordiente, sólidamente situado, bien
provisto de armas. Es preciso rendir las resistencias una tras otra. En el
último bastión, el coronel alemán responsable del sector se dispara una bala en
la cabeza; los últimos defensores salen y se rinden.
Finalmente, Badonvilliers es tomado, inundado, ocupado. Pero la
cuestión ha sido caliente, nos ha costado cara. La compañía ha perdido seis
muertos y catorce heridos evacuados, la mayoría gravemente afectados. Entre los
muertos, se cuentan antiguos y valerosos elementos como el sargento Bullosa,
los soldados Antonio Martínez, Nicolás López...
Las secciones son puestas bajo las órdenes jóvenes suboficiales.
Moreno, promovido a ayudante, ejerce las funciones de oficial adjunto.
Leclerc pone a punto su plan: rápidamente, indica a cada columna
su itinerario y su misión. El 21 de noviembre por la mañana, la cabeza de
columna está dispuesta desperdigarse sobre la llanura de Alsacia. Saverne es
desbordado. El camino está conquistado.
Sin dejar al enemigo tomar un respiro, Leclerc lanza lo esencial
de sus fuerzas sobre Estrasburgo. La infantería americana sigue en apoyo.
El 23 de noviembre, al levantarse el día, dos agrupaciones de la
División se lanzan sobre Estrasburgo por cinco itinerarios diferentes. Misión:
ir adelante lo más rápidamente posible, desbordar las resistencias y ocupar el
puente de Kehl, el gran paso sobre el Rhin. 10,30: la subagrupación del coronel
Rouvillois entra en Estrasburgo. La sorpresa es total: los habitantes se
encuentran en sus ocupaciones como un día ordinario. A través de la ciudad,
Rouvillois corre a toda velocidad hacia el Rhin, franquea las exclusas y el
Petit-Rhin, y llega ante Kehl. La defensa alemana se organiza... El puente
salta. La División no ha podido entrar en Alemania por sorpresa. Pero
Estrasburgo es conquistado y ocupado intacto... la bandera azul blanca-roja ha
sido izada en la punta de la flecha de la catedral de Estrasburgo. El juramento
de Koufra se ha realizado. El juramento de Koufra fue pronunciado el 2 de marzo
de 1941 por el coronel Leclerc después de la toma de la célebre ciudadela
italiana en el corazón del Sahara: «No nos detendremos hasta que la bandera
francesa ondee sobre Metz y Estrasburgo.»
El invierno alsaciano
El capitán vuelve a la Nueve el 27 de noviembre, tras su permiso.
Ha cambiado mucho. Ya no es la compañía española del principio. Se ha
convertido en una compañía franco-española. Muchos de los antiguos ya no están
allí: han sido muertos o gravemente heridos. La unidad ha sido probada
moralmente: el recuerdo de los camaradas perdidos entristece a soldados y a
cuadros; el frío sorprende duramente a estos hombres; de los cuales muchos no
han conocido hasta ahora más que el sol y el calor; piensan en España, algunos
piensan ir allí y reemprender el combate.
La Nueve tiene un nuevo rostro. El teniente Granell, psíquicamente
afectado, dado de baja por enfermedad, ha sido sustituido por el teniente
Dehen. La primera sección está mandada por el ayudante Moreno; la segunda por
el sargento Calero, que pronto será sustituido por el subteniente Porteres.
De finales de noviembre a finales de diciembre de 1944, la Nueve
tomará parte en una serie de encuentros en la llanura de Alsacia, entre los
Vosgos y el Rhin, al sur de Estrasburgo. La toma de cada pueblo precisa
combates y suscita inmediatos contraataques. La aviación alemana ha vuelto a su
actividad. Surge bastante a menudo en vuelo raso y nos ametralla.
Entre las noticias recibidas, un español evadido de Alemania.
El ayudante-jefe Campos ha vuelto recientemente a la compañía. Se
pensaba para él la creación de un grupo franco, conveniente a su carácter.
Había desaparecido cuando el asunto de Binderheim. Formaba parte de un
destacamento que operaba a nuestra derecha. Según su costumbre había partido en
patrulla solitaria. No había vuelto. Debió caer en una emboscada. Nadie tendrá
ya nunca noticias de él. Este misterio dará origen a una serie de leyendas. El
personaje se prestaba: era un fuera de serie.
Fines de diciembre de 1944, somos relevados. La Nueve es puesta en
relativo reposo, dispuesta a proseguir a la primera alerta. Hace cada vez más
frío; los blindados ya no dependerán de los caminos: podrán evolucionar sobre
el suelo helado.
El día 1 de enero, al advenimiento del año 1945, es digna y alegremente
festejado. Sin embargo, los hombres y el material han sido duramente
castigados. Muchos de los antiguos han desaparecido, muertos o heridos. La
unidad necesita un buen reposo para rehacerse moralmente, psíquicamente,
materialmente. Se habla de ello; y la 2ª D.B. comienza a ser relevada por una
división de infantería del Primer Ejército, la antigua primera División
Francesa Libre.
En la noche del 1 al 2 de enero, llega la orden de partida. Los
alemanes han contraatacado a través de las Ardenas; aprovechando el mal tiempo,
la niebla, la nieve, que impiden salir a los aviadores aliados, han aplastado
al Ejército de Patton. El alto mando americano ha decidido rectificar su frente
y evacuar Estrasburgo y la Alsacia del Norte. El general De Gaulle, Presidente
del Gobierno Provisional Francés,... decide conservar Estrasburgo y Alsacia.
Clásico conflicto entre el poder militar y el poder político. La 2ª D.B., que
formaba parte del Ejército americano, debía obedecer sus órdenes. Pero, en su
calidad de dueño del poder político de Francia, el general De Gaulle encargó al
Primer Ejército Francés la defensa de Estrasburgo. Los acontecimientos le
dieron la razón. Y la capital de Alsacia escapó a una reocupación que le
hubiera costado cara.
En todas las localidades que atravesábamos, los habitantes,
desesperados, nos acusaban de abandonarlos y traicionarlos.
Estamos dispuestos para cerrar el camino a una ofensiva alemana. Tenemos que
desconfiar de pequeñas unidades enemigas vestidas con uniformes americanos que
operan con carros y material americanos.
El 19 de enero, orden de partida. Volvemos a Alsacia. Vamos a
finalizar la liberación entre los Vosgos y el Rhin en unión con el Primer
Ejército. El tiempo era espantoso: frío, nieve, hielo. Los vehículos, ruedas y
cadenas, resbalaban sobre la nieve helada. Los alemanes se defienden
ferozmente.
Al día siguiente por la tarde, la Legión de la 1.° D.F.L. ataca,
con el apoyo de nuestros carros y de las secciones de Moreno y Porteres.
Durante la noche, la sección de Moreno, instalada en el extremo de un bosque,
sufre un ataque de la infantería apoyada por tiros de artillería.
El frío aumenta; numerosos cuadros y soldados tienen los pies
helados. Necesitaríamos calzado de nieve; el que ha llegado ha ido a proteger
los preciosos pies del personal de los estados mayores y de los servicios. La
consigna es mantenerse, liquidando la bolsa y llegar al Rhin.
El 29 de enero nos enteramos que el teniente coronel Putz ha sido
muerto. La noticia apena a todo el mundo y en particular a los españoles.
Ahora conocemos una novedad: aviones alemanes de una
extraordinaria velocidad, aviones a reacción; una «arma nueva» impresionante;
en picado sorprenden y abaten a cada golpe un avión aliado; y sus ataques son
impresionantes, las bombas nos caen encima sin que hayamos tenido tiempo de
reaccionar.
El frío persiste. Alcanza 22 grados bajo cero. Todavía pies
helados.
La sección de Aboville se bate cuerpo a cuerpo con infantes que
durante la noche se han infiltrado en el bosque. El 31 de enero, el frío ha
disminuido. Igualmente, comienza a deshelar. La tragedia de los pies congelados
se termina. El enemigo decrece por todas partes. Parece que se ha defendido
duramente para mantener en paso sobre el último puente a través del Rhin que
puede utilizar, en Mrckblsheim.
Los fusileros-marinos de la 1ª D.F.L. llegan al puente de
Markblsheim sobre el Rhin. No está destruido. En seguida nos enteramos que
algunos alsacianos civiles habían imposibilitado concienzudamente al capitán
alemán encargado de hacerlo saltar. La orilla alemana aparece abandonada. Único
signo de vida: algunas ligeras humaredas que se escapan de los blockhaus.
El 2 de febrero, la Nueve marcha a Selestat. En esta batalla de la
bolsa, ha perdido cuatro muertos, once heridos y cincuenta hombres evacuados por
graves congelaciones en los pies. Cinco de sus orugas han sido puestas fuera de
combate. La batalla de Alsacia ha terminado.
Último acto
Los grandes combates han finalizado. La Nueve se acantona en el
pueblo de Vicq Sur Nahon. El capitán es encargado de una misión por el general
Leclerc. El teniente Dehen le reemplaza.
La Nueve, ahora comandada por Dehen, promovido a capitán,
terminará la guerra en Berghtesgaden, la ciudad santa del nazismo, en el
corazón del macizo alpino.
La resistencia alemana solamente se manifiesta por los puentes
destruidos. Nuestros destacamentos atraviesan a toda velocidad pueblos
empavesados por banderas blancas en los tejados de todas las casas. Los
soldados alemanes levantan los brazos y van a reunirse en las carreteras en largas
filas de prisioneros que, sin guardianes, van tranquilamente, en buen orden,
hacia la retaguardia.
El Obersalzberg, la alta planicie sobre la que los dignatarios
nazis y Hitler tienen sus villas, no está intacto: ha sido bombardeado y
demolido en parte por la aviación aliada.
Zapadores de la 12.ª Compañía van a izar en el nido de águila
de Hitler, allá arriba, sobre el Kehlstein, una gran bandera tricolor que una
dama de Alejandría de Egipto había bordado para el capitán Dronne, entonces en
el hospital.
Es el fin. Los Ejércitos alemanes de los Alpes han capitulado; una
última víctima: el subteniente Peters ha sido abatido, asesinado más
exactamente, cuando remontaba una columna que acababa de rendirse.
Los voluntarios españoles de la Nueve contribuyeron a escribir una
gran página de historia con su valor y su sangre. Tuvieron la gloria de entrar
los primeros en París, de participar en el camino hacia Estrasburgo, y de
terminar su epopeya en Berchstesgaden.
Jalonaron su itinerario con las tumbas de sus muertos. Treinta y
cinco de ellos fueron muertos en combate o fallecieron por heridas. Más de
sesenta fueron heridos.
Tuvieron el valor del soldado. Tuvieron también el valor cívico.
La mayor parte de ellos habían sido lanzados muy jóvenes a la guerra civil
española. No tenían ninguna formación profesional. No tenían oficio, solamente
sabían pelear. Todos se pusieron al trabajo con ardor y corazón. Casi todos se
hicieron con una situación envidiable. La mayor parte quedaron en Francia.
Otros volvieron a África del Norte, de donde debieron marchar, obligados por
los acontecimientos. Otros incluso volvieron a España, como el teniente Granel y el sargento Caballero.
Es para mí una inmensa satisfacción y un gran honor haber sido el
compañero de hombres tales, y una gran alegría el volver a verles. Han guardado
el recuerdo y la amistad; muchos de ellos se encuentran en el curso de una
reunión anual; la Nueve continúa existiendo en las memorias.
Raymond Dronne
Tiempo de Historia nº 85, diciembre 1981
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