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2436. La vida social y las mujeres. La preparación profesional

Septiembre, mes de las preparaciones: próximas las reaperturas de cursos, los muchachos piensan, o sus padres piensan por ellos - esperemos que febrilmente -  en la necesidad de ser algo, de prepararse para algo. Esto los muchachos y algunas muchachas. Convendría que fuesen todas ellas, por lo menos todas las que, socialmente, pecuniariamente - los dos términos aquí tienen casi el mismo sentido - pueden asemejarse a los muchachos “en preparación social”, válganos la frase.

Todavía son muchos y muy fuertes los prejuicios que detienen la acción social de la mujer, y no nos referimos aquí a la acción social puramente objetiva, sino a aquella personalísima, inherente y circunscrita a la misma y única personalidad de quien la realiza: al trabajo hecho con el fin de independencia propia. Sin embargo, a pesar de las impedimentas de orden moral y de las barreras salidas al paso en el orden material, es cada día mayor el número de las mujeres que trabajan y mayor aún el de las que desean o desearían trabajar; pero esta evolución, considerada por algunos como el nec plus ultra de nuestro posible feminismo, requiere imperiosamente una educación adecuada: una educación encauzada, si no desde un principio, al menos mucho antes del fin, con vistas a esa acción social; en una palabra, la emancipación económica de las mujeres, para no ser obra únicamente del azar, de la suerte en alguna que otra ventajosa colocación o del empleo de especiales aptitudes, exije, tomando estas palabras al pie de la letra, una “preparación profesional”. Septiembre es, más que ninguna otra época, propicio para pensar en ello.

Ante todo, no hay que confundir “preparación profesional” con la asistencia durante algún tiempo a una de las llamadas escuelas profesionales femeninas; es lógico y está muy bien que una muchacha que desea para el día de mañana poderse ganar la vida empleándose en una oficina siga durante algún tiempo cursos de mecanografía o de contabilidad; pero ello es muy poco y conduce casi invariablemente a este absurdo: la mecanógrafa no  sabe más que mecanografía, y a veces, cuando es un primor de muchacha, taquigrafía; la tenedora de libros no sabe más que teneduría de libros, y, muy raras veces, sabrá escribir correctamente una carta comercial, y aun suponiendo que al salir de la escuela profesional posean estos conocimientos simultáneos, les faltará siempre esa soltura que proviene, no ya de la costumbre de un trabajo, sino, más que nada, del hábito de pensar en que habrá de realizarse este trabajo; les faltará, no ya la práctica material, relativamente fácil de adquirir cuando se está ya en posesión de los necesarios conocimientos, sino la “práctica moral” que se adquiere tan sólo, insensiblemente, a lo largo de toda una educación. El no haber pensado en su trabajo hasta el día de su empleo, más aún que el ser principiantas, es causa de que nuestras muchachas tengan que ser meritorias o de que deban contentarse con reducidísimos sueldos, precisamente cuando necesitarían independizarse económicamente. La falta de preparación profesional impide el conveniente desarrollo de su acción social.

Y éstas son las que ya, en cierto modo, están preparadas. Pero: ¿y las otras, las que no se han preparado para nada y al pensar en su obligado porvenir de trabajo sólo sentían pasar por su mente la palabra “trabajo”, un trabajo indefinido, impreciso, algo vago y lejano, sin cuerpo ni exigencias precisas? Las mismas aspirantes a empleos oficiales, a Teléfonos, etcétera..., piensan en ello desde su preparación  inmediata, desde que estudian el programa del concurso de admisión, antes no; y no olvidemos que lo mismo esta clase de trabajadoras, así como las que asisten a escuelas especiales (incluso las del Magisterio), son, en nuestra clase media, la reducidísima excepción. Las artesanas, con sus aprendizajes, entienden mejor las obligaciones de su futura situación.

Insistamos en que por “preparación profesional” no queremos decir propiamente los estudios en escuelas profesionales. (Estudios que, no obstante, nos parecen, salvo rarísimas excepciones, excesivamente rudimentarios: la mecanógrafa que teclea muy de prisa, pero sin ortografía, es hoy día en nuestra bendita tierra un tipo representativo.)  Llamaríamos profesionalmente preparada a una muchacha que, lo mismo como pudiera hacerlo, por ejemplo, un hermano suyo, se encontrase tácitamente convencida, desde el principio de su educación y durante toda su educación, de que su vida habrá de girar alrededor de un trabajo, y, por lo tanto, desde lo antes posible, de determinados trabajos.

Son cada día más las mujeres que quieren, por sí mismas, bastarse a sí mismas; son muchos los padres de la pequeña burguesía que quieren que sus hijas trabajen y que contribuyan, lo mismo siguiendo sus inclinaciones que violentándolas, a los gastos del hogar familiar; son todavía muy pocos los padres que piensan en el porvenir de sus hijas absolutamente lo mismo como en el de sus hijos. Y, sin embargo, el antagonismo perfecto de la lamentable mujer que busca trabajo sin saber dónde ni cómo, es la figura insuperablemente digna de la muchacha que sabe cómo y dónde habrá de caminar.

Se ha hablado ya, pero no lo bastante, de lo convenientes que son para las muchachitas adolescentes los estudios científicos, que impiden, con la rigurosa precisión de pensamiento que requieren, el desarrollo hiperestésico de la imaginación y de los arrechuchos sensibleros, que son todo lo contrario de la sensibilidad. Si los estudios antiimaginativos convienen por lo tanto aún más a las mujeres que a los hombres, es decir, son aún más convenientes para ellas, lo que aquí entendemos por preparación profesional es igualmente conveniente para los dos sexos. Hay una inconsciente costumbre del cerebro, una insensible y natural evolución en un sentido determinado que es todo el resultado de la educación, y que nada puede reemplazar más tarde. En la mujer, como en el hombre, la preparación profesional conduce naturalmente a la dignidad profesional, y la niña que sabe, no porque se lo hayan dicho, sino porque igual que al niño se lo han hecho sentir, que será algo por sí misma y que de ese algo que sea le vendrá toda su dignidad, esa niña no tendrá nunca la idea de que habrá de casarse para que la mantengan. Idea esta que rebaja la virtud de la esposa burguesa al comercio de la ramera, que coloca a la mujer en condición indigna frente al marido, y que hace de la mujer sin marido ganapán el ser más lamentable.

La preparación profesional no implica el que la mujer deba siempre y a toda costa bastarse a sí misma: vivir, por ejemplo, de padres hacendados y respetuosos de la libre personalidad de su hija o de un  hombre al que se quiere y por el cual se es querida, aunque no conduce a la perfecta dignidad del ser útil a sí mismo y a los demás, no implica forzosamente desdoro ante su propia conciencia; pero la hija sometida por falta de independencia económica a normas familiares que no son las suyas o la mujer que pesa como carga insufrible sobre el hombre a quien no quiere o que la desprecia, muestran o ignorar cuál es la verdadera dignidad o ser incapaces de manifestarse como seres responsables. La preparación profesional no les permitiría esa situación vergonzosa, como no le permite al hombre vivir indignamente, y la generalidad de hoy será la excepción de mañana.

Muchas escuelas técnicas y profesionales, mucha libertad en el acceso a las carreras, a los empleos y a los oficios, sí; pero también, no ya para algunas muchachas de familias necesitadas o “particularmente avanzadas”, sino para todas, la preparación profesional, único medio eficaz de la dignificación de la mujer; único medio de que el trabajo de la mujer no aparezca, a pesar de sus estudios de última hora, cosa improvisada y postiza, y único medio de que desaparezca esa figura tan lamentable, pero tan indigna y - mirando bien las cosas - tan baja, de la mujer, hermana o parienta solteras o esposa sin cariño, mendigando del hombre un derecho a la vida que él no quiere reconocerle.

Y es que la vida debe ser llevada en sí por cada uno, hombre o mujer; la mujer que vive de un pariente, por muy cercano que éste sea, es siempre un parásito, y la mujer que vive de un hombre sólo por haberse entregado a él, legítima o ilegítimamente, es siempre una mujer que se ha vendido, y la dignidad personal no puede venir de repente, con la necesidad, ni a la mujer ni al hombre. Pero esto son los padres, los educadores, quienes son, naturalmente, responsables de ello.


Margarita Nelken
El Fígaro, 8 de septiembre de 1919, pág. 5  








3 comentarios:

  1. Hola María.

    La verdad es que, salvo honrosas y merecidas excepciones, nunca me han gustado los monumentos. Pero, dado que se siguen erigiendo, estaría bien que, al menos, se dedicaran a personas que se han hecho verdaderamente merecedoras del homenaje, cual es el caso de esta extraordinaria mujer, Margarita Nelken.

    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. Se debería recuperar la figura de sta mujer, tal olvidada.
      Salud Loam.

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    2. Para empezar, se debería recuperar la memoria, y con ella a esta mujer.

      Salud María.

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