Dibujo de Mercedes Nuñez Targa. Cárcel de Ventas, 1940 |
Hallar una
reclusa en Ventas que haya sido maltratada y torturada, no es difícil; lo
difícil – por no decir imposible – es encontrar una que haya podido escapar sin
recibir siquiera las bofetadas de ritual.
Palos y corrientes
eléctricas son las dos variantes más comunes de tortura. En general, las
torturas están destinadas a “hacer cantar” a las victimas, a tratar de
obligarles por estor procedimientos a denunciar a otros antifranquistas. Pero
hay muchas veces en que las torturas tienen un carácter simplemente gratuito y
son la expresión de un odio feroz y de un sadismo rayando en la locura.
He aquí algunos
botones de muestra:
He estado
hablando con Elena Cuartero. Elena, que tiene más de cincuenta años de edad,
anda por la cárcel apoyándose penosamente en una silla que empuja ante si, ya
que no posee las muletas que le serian indispensables. A cada paso que da, su
rostro se crispa de sufrimiento y se muerde los labios para no gritar de dolor.
Le rompieron la columna vertebral por tres sitios. Elena Cuartero, anarquista,
está condenada a muerte.
- Varios
policías me pegaron hasta cansarse – me explica. Destrozadita por los palos, me
obligaron a subirme a una escalera de mano para limpiar una claraboya. Cuando
estuve arriba, me quitaron la escalera. El resultado, ya lo ves. Los policías
pretendieron que había intentado suicidarme. Sé que me matarán, que no me salva
ni la Paz ni la Caridad, pero quiero que todo el mundo sepa lo que han hecho
conmigo.
En otra galería
se encuentra Nieves C. A esta mujer le hicieron numerosas incisiones en la
vulva, con ayuda de una navajita le rociaron las heridas con vinagre y sal.
Desnuda y a vergajazos, entre risotadas y obscenidades, la obligaron a correr,
divirtiéndose al ver como andaba con las piernas muy abiertas. – Pareces una
rana – le chillaban.
A una abuela de
más de setenta años la obligaron a montar en bicicleta. La pobre anciana se caía
una y otra vez, llenándose de contusiones. El suplicio continuó así hasta que
le fracturaron un brazo.
A Maruja G. le
pegaron sin cesar para que dijera el paradero de su marido, antifascista
destacado. Hartos de pegarle sin resultado, la rociaron con gasolina y le
prendieron fuego. Uno de los policías, horrorizado, le echó encima una chaqueta
y esto le salvó la vida, pero su cuerpo, sus manos y el cuello, no son más que
costurones informes. Sus senos, sobre todo, no tienen forma humana. – Si algún día
tengo un hijo – me dice con tristeza – jamás podré amamantarle. Maruja tiene
veintitrés años.
Se han ensañado,
sobre todo, con las mujeres embarazadas. A muchas de ellas las han hecho
abortar a palos. “Lo echarás por la boca” – le gritaban a una mujer joven, en
avanzado estado de gestación, mientras le propinaban numerosas patadas en el
vientre. La mujer, Carmen P., abortó y desde entonces sufre de horribles
dolores abdominales.
En cuanto a las
corrientes eléctricas en las muñecas, en los dedos – “te vamos a regalar
pulsera y anillos” acostumbran a anunciar a las victimas – en los órganos
genitales o en los pezones, acompañadas de un buen cubo de agua para aumentar
la potencia de la corriente, eso es cosa tan frecuente que seria imposible
citar todos los casos.
Mercedes Núñez
Targa
Cárcel de
Ventas, 1967
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