Dos
No resulta nada
recomendable recorrer España en vagones de tercera, pasar en los asientos de
madera días y noches durmiendo poco o nada por el incesante traqueteo de trenes
viejos. Pero es en esos vagones donde se comparte todo, el vino y el pescado
frito, las canciones y los cigarrillos, las opiniones, las confidencias.
Aquella tarde, entre
Bilbao y Santander, teníamos delante un matrimonio gallego que volvía a sus
tierras, a pasar las fiestas, desde Barcelona. A nuestro costado, viajaba un
estudiante, cuyo rostro no marcado por una vida de sufrimiento y trabajo, se
distinguía de las caras curtidas de los demás ocupantes del vagón.
"Habrá que
bajarse y empujarla, a esta tartana", comentó como para sí la gorda señora
mientras su marido dormitaba. Acababa de devorar una fotonovela de Corín
Tellado y un chorizo estupendo. Me cedió la fotonovela: un médico joven
incomprendido por su suegra, se entregaba al alcohol, pero era finalmente recuperado
para la sociedad por su señora esposa. Para el próximo número: "Eres una
pecadora". Los demás leían Marca o El Caso, los dos periódicos de más
venta en España: deportes y crímenes. Pero yo quería hablar sobre el
referéndum, hacer preguntas, recibir respuestas. Como la pasión española puede
más, afortunadamente, que las presiones del régimen, la comunicación no es
difícil tampoco en este plano: desde Irún a Barcelona pudimos hacerlo mil veces
y siempre espontáneamente. En invierno, por lo menos, hay en España más
españoles que norteamericanos o franceses; el escaso turismo no despierta
prevenciones ni malicia.
Aquel trayecto no fue
una excepción y la conversación nació sin dificultades. El joven estudiante me
dijo que había votado por no:
"Un NO grandote,
sabes, con lápiz rojo, un redondel así, ves, y que si me pillan que me pillen,
que yo ya estuve dos veces encerrado, cuando las huelgas". Dijo, además,
que la mayor parte de la gente que había votado por sí, no sabía siquiera lo
que significaba la palabra referéndum. Y fue entonces que la señora, que se
hacía la distraída mirando por la ventanilla, se puso furiosa. Dijo que ella
podía ser una ignorante, pero que sabía
muy bien lo que significaba la paz, sí, todos estos años de paz franquista "Y si he votado por sí, es porque no
quiero que a mi hijo, que ya es grande, le pase lo que a mí. Porque yo estuve
en Madrid durante toda la guerra, toda, me oyes, hasta el fin de la guerra, y
me salvé por el pelo de un calvo de que me mataran".
La discusión me reveló
un conflicto de generaciones que brinda una de las claves más importantes para
comprender a la España de nuestros días, heredera del terror pero, a la vez,
asomada a un mundo nuevo. Mientras el muchacho se quejaba del presente, muy
enojado, la señora, no menos enojada, gritaba sus penurias del pasado, pobre
mujer para la cual la tierra ha sido, como decía Huxley, el infierno de otro
planeta: «Porque el hambre era lo de menos, ni las metralletas, lo peor eran
los obuses, Dios mío, que una no veía de dónde salían y caían así, de golpe, y
todos los muertos de golpe en la calle; ah no, que eso no quiero yo que se
repita, no se lo deseo yo a nadie ».
El régimen no ignora
que el país quedó marcado a fuego por la experiencia de la guerra civil. Por
toda España vi los enormes murales: «Vota por la PAZ», « Piensa en tu hogar», toda la propaganda destinada a identificar la idea de la paz, con el voto
por si. Televisión, radios, diarios, calles empapeladas: como a la oposición le
estuvo prohibida la menor posibilidad de desacuerdo, la idea del voto por no o
de la abstención, se asoció con la idea de la guerra en la cabeza de muchos
españoles todavía abrumados por la pesadilla del millón de cadáveres.
Eduardo Galeano
El
reino de las contradicciones. España: de
la guerra civil al referéndum de 1966
Cuadernos de Ruedo
ibérico núm. 10, diciembre-enero 1967
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