Un plato para el obispo, un plato triturado y
amargo,
un plato con restos de hierro, con cenizas, con
lágrimas,
un plato sumergido, con sollozos y paredes caídas,
un plato para el obispo, un plato de sangre de
Almería.
Un plato para él banquero, un plato con mejillas
de niños del Sur feliz, un plato
con detonaciones, con aguas locas y ruinas y
espanto,
un plato con ejes partidos y cabezas pisadas,
un plato negro, un plato de sangre de Almería.
Cada mañana, cada mañana turbia de vuestra vida
lo tendréis humeante y ardiente en vuestra mesa:
lo apartaréis un poco con vuestras suaves manos
para no verlo, para no digerirlo tantas veces:
lo apartaréis un poco entre el pan y las uvas,
a este plato de sangre silenciosa
que estará allí cada mañana, cada
mañana.
Un plato para el coronel y la esposa del coronel,
en una fiesta de la guarnición, en cada fiesta,
sobre los juramentos y los escupos, con la luz de
vino de la madrugada]
para que lo veáis temblando y frío sobre el mundo.
Sí, un plato para todos vosotros, ricos
de aquí y de allá,
embajadores, ministros, comensales
atroces,
señoras de confortable té y asiento:
un plato destrozado, desbordado, sucio
de sangre pobre,
para cada mañana, para cada semana,
para siempre jamás,
un plato de sangre de Almería, ante
vosotros, siempre.
Pablo Neruda
España en el corazón
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