El exilio ha sido una
constante en la historia porque siempre han existido sistemas excluyentes
materializados en dictaduras, xenofobias o integrismos religiosos que rechazan
a la población no afín. La Convención de Ginebra de 28 de julio de 1951 precisaba
en su artículo 1 que el término refugiado se destina a toda persona extranjera
que ha dejado su país creyendo estar perseguida por razón de raza, religión,
nacionalidad, pertenencia a un cierto grupo social o por sus opiniones
políticas, y que no puede o no quiere reclamar la protección de su país. Es un
concepto de aplicación retroactiva al exilio español culminado en 1939 cuya
salida forzada forma parte del conjunto de movimientos migratorios que han
tenido lugar en el siglo xx como consecuencia de la implantación de regímenes
de carácter totalitario.
Los cerca de medio
millón de personas que atravesaron las fronteras no tenían, en su inmensa
mayoría, responsabilidades políticas ni militares. Gran parte eran mujeres,
niños, ancianos y hombres que huían empujados por el temor físico y psicológico
de la conquista de sus lugares de origen por el ejército franquista. Muchos
volvieron a lo largo del verano y otoño de 1939 y otros, algo más tarde,
convencidos de que nada les pasaría. Los que se quedaron en Europa se toparon
con el estallido de una guerra, en principio continental y luego mundial, en la
que se vieron implicados incluso con la pérdida de sus vidas.
Junto a las personas
se exiliaron las instituciones republicanas, ubicadas primero en México y
después en París, con el objetivo de mantener el espíritu y la legalidad del
Estado republicano, característica que difiere de otros movimientos poblaciones
de la pasada centuria. En marzo y junio de 1939 se crearon, respectivamente,
dos organismos para organizar la emigración: el SERE (Servicio de Evacuación de
los Refugiados Españoles) y la JARE (Junta de Ayuda a los Republicanos
Españoles). Entre mayo de 1939 y junio de 1940, casi el 80 por 100 de los
trasladados fue responsabilidad del SERE, cuya actividad fue declinando a
medida que se agotaron los fondos y, sobre todo, cuando se firmó el pacto
germano-soviético. Esta institución, vinculada al Gobierno Negrín, tenía como
objetivo ayudar a los exiliados a asentarse en terceros países mediante la
financiación de los costes del viaje y del alojamiento. Con tal propósito, se
realizó una selección en la que prevalecieron los criterios de afinidad
política y profesional. En este sentido, la influencia de los comunistas
constituyó motivos de fricción, decepción y críticas entre personas y grupos de
emigrados.
La trayectoria del
exilio español cuenta hoy día con una abundante bibliografía que desvela la
dimensión numérica, social, cultural y científica de un fenómeno originado por
el carácter de la sublevación militar de julio de 1936. Francia y México son,
sin lugar a dudas, los países que han suscitado el mayor interés entre los
historiadores debido a que constituyeron los dos focos principales de atracción
para los desterrados, seguidos por diversas naciones iberoamericanas, la Unión
Soviética y Europa 1.
En lo que respecta a
las temáticas, se ha examinado la contribución de los exiliados a la
resistencia francesa contra Alemania, la tragedia de los niños evacuados a la
Unión Soviética, biografías de personajes relevantes e incluso se ha insistido
en lo que supuso la ausencia de miles de científicos e intelectuales del suelo
español durante décadas 2.
La campaña de
Guipúzcoa fue la que generó un primer contingente de salidas —entre 15.000 y
20.000—, seguida por el resto de la campaña del norte en el verano y octubre de
1937 —compuesta de unas 125.000 personas—. A finales de marzo de 1938 la
ofensiva franquista en el Alto Aragón provocó una nueva salida hacia Francia,
que se vería sobrepasada por completo a principios de 1939 con la caída del
frente de Aragón y Cataluña. Según confirman las cifras, en los últimos días de
enero y primeros de febrero de 1939 pasaron la frontera unos 470.000
refugiados, aunque a la vez se estaban produciendo repatriaciones por Irún, en especial
de mujeres y niños 3.
En estas fechas, el
Gobierno de la República también cruzó la frontera, celebrando la última
reunión de las Cortes en Figueras el 1 de febrero de 1939, un acto que más
tarde tendría un importante carácter simbólico. Esos primeros días de febrero
fueron testigos también de la salida hacia Francia de los presidentes de la
República, de las Cortes, del Gobierno central y de los Gobiernos autónomos
catalán y vasco. En cambio, el presidente Negrín y su ministro de Estado, Julio
Álvarez del Vayo, volvieron a la zona centro-sur siguiendo la política de
«resistir es vencer» propuesta por el primero. La caída de esta zona provocó la
salida de otros 11.000 o 12.000 refugiados y la ocupación de Madrid el 28 de
marzo de 1939 sería la última oleada de una huída al límite que no fue posible
para todos los que pretendían salir.
Al acabar la guerra se
estima que alrededor de 440.000 españoles se hallaban en Francia, de los cuales
se calcula que la mitad retornó a partir de mayo de 1939. Su situación dio un
giro dramático cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y se vieron de nuevo
inmersos en otra contienda de enormes dimensiones. Muchos murieron en el frente
de combate, otros sufrieron el hambre y las penurias derivadas del conflicto, e
incluso algunos cayeron presos en los campos de exterminio nazi. En 1949
todavía quedaban unos 125.000, ya adaptados al estilo de vida de su nueva
residencia, a pesar de que el Gobierno francés no les había concedido la
condición de refugiados hasta 1945 4.
El 6 de marzo de 1939
marcó la fecha del final de la existencia legal del PCE en España. Los
principales dirigentes —Dolores Ibárruri, Jose Móix, el coronel Enrique Líster,
etc.— salieron del aeródromo de Elda (Valencia) junto a algunos ministros del
Gobierno Negrín con la doble derrota sufrida a manos del ejército de Franco y
de la Junta del coronel Casado. En la primavera, después de un breve paso por
Francia, aproximadamente unos mil dirigentes y mandos del PCE y oficiales del
ejército republicano desembarcaron en Leningrado 5, aunque ellos no fueron los
primeros, puesto que desde 1937 habían ido llegando a la Unión Soviética
sucesivas expediciones de niños con sus maestros y educadores hasta formar un
colectivo de casi 3.000 niños y 150 adultos 6. También se encontraban allí los
alumnos pilotos y tripulantes de barcos españoles que navegaban hacia la zona
cuando terminó la guerra. En definitiva, el grupo llegó a alcanzar un número
aproximado de 4.000 personas en 1941, sujeto a unas condiciones de vida muy difíciles
tal como atestiguan en sus memorias algunos de los protagonistas 7. Para
algunos, sin embargo, no fue su residencia definitiva, puesto que Stalin no
quería ofrecer una acogida ilimitada de comunistas españoles y obligó a
solicitar una nueva ubicación en algún país latinoamericano.
Los exiliados sentían
que no podían admitir la derrota porque, si bien habían sido vencidos en los
campos de batalla, consideraban que la República representaba un conjunto de
valores y principios éticos, culturales y humanos que no podían ser derribados.
Con esta idea ha de entenderse su empeño en mantener las instituciones
republicanas, la propagación de sus fundamentos ideológicos y jurídicos, de su
cultura y, sobre todo, de su legalidad. De ahí que la representación oficial de
la España republicana se mantuviera vigente hasta el 18 de marzo de 1977,
cuando se cancelaron de forma oficial las relaciones diplomáticas entre México
y el Gobierno de la República en el exilio. Los exiliados tampoco abandonaron
la idea de volver a España para recuperar el sistema democrático que había
desaparecido en 1939.
A pesar de la
importante producción historiográfica, quedan todavía diversos aspectos por
analizar sobre este contingente de personas que salió de España en oleadas
distintas a partir del verano de 1936. Más allá del exilio numeroso de Francia
y México y del grupo singular llegado a la Unión Soviética, quedaba un núcleo
que ha merecido la atención de pocos historiadores. Se trata de un éxodo
minoritario de carácter eminentemente político, más tardío y procedente, sobre
todo, de Francia, que se instaló en los países de Europa Central y Oriental
tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra
Fría. Los estudios sobre la historia del PCE, la historia de la oposición y
otras cuestiones afines han aportado el marco político en el que este exilio se
desenvolvió 8. Las memorias de los protagonistas y, asimismo, los trabajos de
Szilvia Pethö, Iván Harsányi, Aurelie Denoyer o Harmut Heine, entre otros, han
contribuido con exhaustividad a conocer el perfil y el papel de los españoles
comunistas en el recién nacido Telón de Acero.
La investigación que
aquí se reproduce tiene como objetivo, por tanto, analizar la trayectoria
política y social del exilio español en las denominadas democracias populares
europeas, fundadas a principios de la Guerra Fría con motivo del reparto del
mundo en bloques ideológicos. Sobre este exilio se conoce su impronta
eminentemente política, tanto de los diplomáticos enviados por el Gobierno
republicano como del posterior colectivo comunista. En este sentido,
consideramos que este destino fue una opción obligada para ambos aunque por
distintas razones: en el caso de los diplomáticos se trataba de una misión de
carácter estratégico y en el de los comunistas se debió a la necesidad del
traslado con motivo del peligro que acechaba a sus vidas en Francia. Pensamos,
asimismo, que los colectivos asentados en esta zona fueron víctimas del sistema
internacional de la Guerra Fría al ser enviados a una geografía con grandes
restricciones sociales, económicas y políticas y con una cultura muy diferente
de la española. A ello se añadió la estrecha vigilancia a la que se vieron
sometidos y la difícil integración laboral y cultural. Si, por una parte, gozaban
de algunas ventajas al ser miembros del PCE y recibir asilo en Estados que les
procuraron de inmediato vivienda, trabajo y educación; por otra parte, se
sometieron a un estricto control, tanto en sus actividades públicas como en su
vida privada. Era el exilio del exilio, una segunda o tercera diáspora de los
que ya habían sufrido y experimentado una salida traumática de su lugar de
origen.
Mientras los ubicados
en otros países iban recuperando una cierta tranquilidad económica y social,
los instalados en el bloque comunista sufrieron cambios de residencias y crisis
políticas profundas, desde la desestalinización a la revolución húngara y
polaca de 1956 o la Primavera de Praga de 1968, lo cual derivó en una gran
incertidumbre para las familias y un problema de construcción identitaria para
los hijos y las segundas generaciones. En virtud de ello, compartimos la
hipótesis de Guy Hermet 9 de que la clandestinidad y el exilio generaron lazos
contradictorios: por un lado, se forjaron vínculos sólidos entre los militantes
expuestos a los mismos retos y compartiendo los mismos valores, pero, por otro,
surgieron múltiples puntos de fricción y división crónicas ante la dispar
suerte de los individuos y colectivos.
El monográfico que se
presenta plantea, por tanto, no sólo la trayectoria del exilio español en los
países socialistas, sino diferentes temáticas que se entrecruzan en la historia
de este particular exilio: la política francesa con respecto a los republicanos
ya instalados desde hacía años y que comenzaron a ser molestos con motivo de
las nuevas relaciones internacionales que surgieron en el mundo bipolar, y la
historia del PCE y del comunismo europeo, puesto que su destino dependió, en
gran parte, del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y de los
partidos comunistas ubicados en las democracias populares en su papel de modelo
y motor del sistema comunista mundial. No se trató tanto de las relaciones
entre países —Francia-Hungría-Checoslovaquia-Polonia, etc.—, sino de los
vínculos entre los partidos y el internacionalismo proletario. Las relaciones
del PCE con los partidos comunistas de los respectivos países de destino fue
clave para las trayectorias vitales de quienes dependían de los apoyos
solidarios.
El grupo se
caracteriza por un conjunto de rasgos que le hacen bastante uniforme a nivel
interno, pero muy distinto a otros republicanos de izquierda y, en concreto, a
los diplomáticos republicanos 10. En primer lugar, se trata de la emigración de
mayor duración, comparada con la de otros perfiles ideológicos, debido a que
los retornos se produjeron de manera muy lenta, sólo a finales de la década de
los cincuenta y, en la mayoría de las ocasiones, en los sesenta. En segundo
lugar, su militancia en el PCE: afiliados durante la etapa republicana, en
muchos casos con cargos directivos, y otro grupo de militantes asociados
durante la Guerra Civil que, en tiempos de la disidencia checoslovaca en 1968,
se salieron del PCE; además de personas iniciadas en el comunismo durante el
tiempo del exilio, en especial durante la Segunda Guerra Mundial en Francia. En
tercer lugar, conformó un número relativamente reducido de exiliados, comparado
con los miles que se instalaron en México o Francia.
En el plano
cronológico, la presencia española en las democracias populares se puede
enmarcar en dos etapas: la primera, entre 1946-1949, correspondiente a la
estancia de diplomáticos republicanos en las capitales de los Estados que
habían reconocido a la República en el exilio como el único Gobierno oficial de
España, y la segunda, iniciada a partir de 1949-1950, coincidente con la
expulsión de Francia de los miembros del PCE y del PSUC y con el asentamiento
en el poder de los partidos comunistas en todo el bloque centro-oriental. Esta
coyuntura propició la acogida de exiliados vinculados y dependientes de la
cúpula española que se hallaba en Moscú.
En torno a estas dos
grandes etapas se ha estructurado la obra que el lector tiene en sus manos. En
el primer bloque se analiza la primera fase cronológica, compuesta por los republicanos
con misión diplomática en Varsovia, Praga, Budapest, Bucarest, Belgrado o
Sofía, enviados con distintas funciones, entre las que se encuentran las de
emitir señales a la comunidad internacional de existencia real del
funcionamiento de las instituciones republicanas, la búsqueda de apoyos
internacionales, la difusión de información sobre la situación en el interior
de España, así como la observación atenta a los cambios que se producían en una
zona que concentraba la atención de Moscú y Washington por su carácter de línea
fronteriza entre el mundo capitalista y el comunista. En el segundo bloque se
aborda la segunda fase, cuyo foco de atención se centra en los comunistas.
Comienza en el momento en que fueron expulsados por las autoridades francesas e
iniciaron un periplo accidentado por el norte de África hasta que los
responsables del PCE hallaron ciudades en el campo socialista que pudieron
acogerles.
Según la información
de que disponemos, el país que más exiliados recibió fue Checoslovaquia (35 por
100), seguido de Polonia (26 por 100), Hungría (21 por 100) y la República
Democrática Alemana (17 por 100). Sin embargo, no existe un censo por completo
fiable y exhaustivo en la documentación que ha quedado en los archivos y se
ignora cuántos españoles residían con anterioridad a marzo de 1939, cuántos
llegaron con exactitud a partir de 1950 y cuál fue su movilidad, puesto que
muchos cambiaron de residencia a lo largo de los años e incluso volvieron otra
vez a Francia o encontraron asilo en México. En cierto modo llegaban con una
ventaja y era la buena imagen de España, asociada a los años de la República, a
su apogeo intelectual o a la labor de algunos de sus representantes
diplomáticos, como Luis Jiménez de Asúa en Praga 11. Esta buena imagen era fomentada
por las asociaciones de excombatientes en la guerra de España, que mantenían
viva la esencia de la mejor cultura republicana. Tampoco hay que olvidar los
viejos lazos históricos, como el pasado sefardí en el caso de Rumania. Los
diplomáticos republicanos allí destinados asumieron la misión de conservar vivo
ese recuerdo y mantener activo el rescoldo cultural que la República había
encendido.
Este estudio recoge,
en cierto modo, algunas publicaciones dispersas difundidas en revistas
académicas o congresos que he considerado oportuno centralizar para ofrecer en
un volumen una visión unificada y lo más completa posible de esta geografía del
exilio. La investigación ha sido realizada con documentación recogida durante
muchos años en diversos archivos nacionales y extranjeros y ha sido posible
gracias a las diversas estancias académicas, los contactos y la colaboración
estrecha con colegas de Europa central y oriental de quienes he aprendido
mucho. Desde el año 2000-2001 inicié sucesivas visitas a los archivos de
algunos países del antiguo Telón de Acero, que fueron complementadas con
encuentros con colegas de la zona.
En tiempos de la
Guerra Fría, esta emigración fue considerada como «alto secreto» para los
archivos de los partidos comunistas y estatales, y hasta que no se han
descatalogado no ha sido viable su estudio. El Archivo Central del Estado en
Praga y el Archivo Nacional Húngaro han proporcionado una documentación muy
valiosa. Los problemas del acceso derivaron más bien del idioma en que estaban
escritos, el checo y el húngaro, en ocasiones el francés y también el español.
En cualquier caso, esta dificultad sólo ha podido ser superada por la
financiación de la Comisión Eu ropea a través del programa Jean Monnet,
materializada en publicaciones colectivas con algunos historiadores de estos
países, como Iván Harsányi, Ádám Ánderle, Dragomir Draganov, Vladimir Nálevka,
Péter Száraz, Jan Ciechanowski o Szilvia Pethö.
La documentación se
refiere, en su mayoría, a correspondencia e informes políticos o económicos del
Comité Central de los respectivos partidos. En Praga se encuentra una
documentación muy relevante y original, como los documentos de las
autobiografías escritas por los militantes del PCE. La importancia que dio el
movimiento comunista a la autocrítica o al hecho de «confesarse» ante la
dirección del Partido y de los camaradas convirtió a la autobiografía y a las
memorias en un género de gran importancia. En los archivos de los partidos y
movimientos comunistas se conservan decenas de textos escritos por los
militantes, en general a petición de los dirigentes. En ellos se encuentran
numerosos datos, pero sobre todo las percepciones de acontecimientos y de la
vida cotidiana escritos con la conciencia de que iban a ser auscultados por la
cúpula del Partido. En el Archivo Nacional Húngaro se hallan los documentos del
Departamento de Relaciones Internacionales del Comité Central del Partido de
los Trabajadores Húngaros (PTH) y los del Departamento de las fábricas Ikarus y
Beloiannis del PTH, del Ministerio de Asuntos Exteriores, donde trabajaron
algunos exiliados. En Bulgaria tuve la suerte de contar con la información
proporcionada por el profesor Dragomir Draganov sobre el Fondo 176 del Archivo
Central de Sofía, en el que hay documentación de interés.
En España hemos
accedido a las fuentes primarias custodiadas en el archivo del PCE, el antiguo
Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y el de la República Española en
el Exilio (ubicado en la Fundación Universitaria Española, situada en Madrid). Las
referencias de las carpetas y legajos que aparecen en las notas pertenecen a
los antiguos catálogos de ambos archivos. Siento no ofrecer la conversión de
estas referencias a las actuales, aunque es relativamente fácil encontrarlas
con la ayuda del amable personal que trabaja en dichas instituciones y los
recursos descriptivos que permiten las búsquedas de la antigua catalogación.
Hemos hecho uso
también de los testimonios escritos publicados tras la salida de los
protagonistas de las democracias populares, como el de Manuel Tagüeña, Carmen
Parga, Teresa Pàmies, Antonio Cordón o Enrique Líster, entre otros. Hay algunas
memorias muy ortodoxas, como las de Irene Falcón, en un intento de justificar
el pasado y la implantación del comunismo; otras dogmáticas, y muchas
relacionadas con los testimonios de los disidentes, en los que se puede
advertir una crítica dura contra los esquemas comunistas. Se entiende que
cumplieron funciones de autojustificación de su propia vida e incluso una
función terapéutica para aquellos que necesitaban expresarse, ser escuchados,
así como de dejar constancia de los motivos de su alejamiento del Partido.
Hemos recurrido,
asimismo, a la historia oral de quienes vivieron la época como hijos de los
exiliados. Vera Hoffmannova ayudó a contactar con algunos miembros de la
antigua colonia española en Praga, entre ellos Violeta Uribe, siempre muy
generosa al ofrecer toda su memoria y conocimiento, al igual que su hermano
Luis Uribe, residente en Madrid. Igualmente supuso una gran ayuda el testimonio
escrito de Teresa Cordón, quien realizó una amplia contribución con la memoria
de su vida familiar. Asimismo, el testimonio de Concha Vela, muy magnánima en
el acceso que ofreció para consultar documentación escrita y gráfica muy
enriquecedora que conserva sobre su padre, José Vela, y su madre, Petra
Inciarte. Por último, el testimonio de Carmen Tagüeña Parga, aclaratorio sobre
todo para entender la percepción de los hijos y de la segunda generación de
exiliados.
Quisiera insistir en
mi profundo agradecimiento por la ayuda inestimable que me prestaron siempre
Vera Hofmannova y Ventseslav Nikolov; la fundamental aportación y orientación
que con total desinterés me han ofrecido durante todos estos años los
profesores hispanistas Iván Harsányi, Ádám Ánderle, Dragomir Draganov, Vladimir
Nálevka y Peter Száraz. Asimismo es necesario agradecer y subrayar la atención
de Vicky —del Archivo del PCE—, Pilar Casado —del antiguo Archivo del
Ministerio de Exteriores y Cooperación— y Pilar —del Archivo de la Fundación
Universitaria Española—. A Violeta Uribe, Concha Vela, Teresa Cordón, Carmen
Tagüeña Parga y Luis Uribe, las hijas e hijos de estos personajes
imprescindibles en la historia del siglo xx español. Los encuentros habidos con
ellos son, sin lugar a dudas, algunos de los mejores momentos de mi trayectoria
profesional y una experiencia inolvidable. Sin su generosidad y conversación
paciente y exhaustiva, siempre rigurosa y abierta, hubiera sido imposible la
recuperación de la historia de este pequeño retazo de la biografía nacional.
Matilde Eiroa
Introducción de Españoles tras el Telón de Acero. El exilio republicano y comunista en la Europa socialista
Marcial Pons Historia
2018
________________
1 No es posible
enumerar todas las importantes y numerosas contribuciones a la historia del
exilio republicano español de 1936-1939. En la bibliografía incluida al final
de este libro se ofrecen las obras más relevantes relacionadas con el tema
objeto del presente estudio.
2 Javier Rubio
(1977a), Fernando Piedrafita (2003), Alicia Alted (2005), Alicia Alted y Encarna Nicolás (1999), Alicia Alted y Lucienne Domergue (coords.) (2003), Jorge
Domingo Cuadriello (2009), Geneviève Dreyfus Armand (1999) e Inmaculada Colomina (2010).
3 Javier Rubio (1977a
y 1996).
4 Consuelo SoldeviLLa
(2001), p. 65.
5 Manuel Tagüeña (1978),
Carmen Parga (1996) y Enrique Líster López (2002).
6 Alicia Alted y
Encarna Nicolás (1999) y Alicia Alted (2012).
7 Juan Blasco Cobo
(1960), Enrique Líster (1978), Vicente Monclús GullLar (1959), Ramón Moreno Hernández (1956), Juan Negro Castro (1959), Carmen Parga (1996), José Antonio Rico (1960) y Manuel Tagüeña (1978).
8 Joan Estruch (2000),
Víctor Alba (1976), Santiago Carrillo (1993), Geoffrey Eley (2003), Fernando Hernández Sánchez (2007b), Manuel Bueno y Sergio Gálvez (eds.) (2009) y Enrique
Líster López (2002).
9 Guy Hermet (1971).
10 Ángeles Egido y
Matilde Eiroa (eds.) (2004).
11 Matilde Eiroa
(2010).
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