Lo Último

2614. Así era José Díaz

José Díaz Ramos
(Sevilla, 3 de mayo de 1895 - Tiflis, 20 de marzo de 1942)


La vida y la actividad revolucionaria de José Díaz están indisolublemente entrelazadas con los acontecimientos políticos y sociales más importantes y decisivos de la España contemporánea.

Se destaca en los períodos de más intensas luchas de la clase obrera, y el pueblo español contra la España reaccionaria y contra la sublevación de las fuerzas oligárquicas y fascistas, empeñadas en hacer de nuestro país un bastión del fascismo.

José Díaz vino al partido en las postrimerías de los años veinte. No procedía, como la mayoría de nosotros, del Partido Socialista. Había militado desde muy joven en el anarcosindicalismo. Y no vino solo, sino que trajo consigo a un grupo de luchadores, entre ellos a Manuel Delicado, Antonio Mije y Saturnino Barneto. Y Sevilla irradiaba en aquellos años un influjo revolucionario sobre todo el país.

Pepe Díaz era panadero, lo mismo que su padre. Su madre trabajaba en la Fábrica de Tabacos.

Como militante confederal, se destacó por su combatividad y decisión. Sufrió frecuentes detenciones y torturas; fue sometido incluso a un simulacro de ley de fugas (me refiero a los años de la dictadura primorriverista).

Su afición a la lectura, supliendo con su esfuerzo las lagunas de una educación elemental, y la necesidad de ayudar a sus camaradas encarcelados, aproximaron al joven confederal al Socorro Rojo Internacional, dirigido por comunistas. Allí empezó a familiarizarse con temas de solidaridad y con la problemática política. Rápida fue su promoción gracias a la dimensión humana y al talento revolucionario del joven sevillano. Pasó a ser secretario del partido en Sevilla. Y en 1932, tras el IV Congreso del PCE, fue elegido secretario general de nuestro partido. Precisamente en aquel congreso histórico se rompía —y no sin resistencias— con el sectarismo, con la «enfermedad infantil», y ¿aprendiendo de Lenin, se abría el camino a la transformación del PCE en un partido de implantación nacional, marxista, revolucionario, enraizado en las masas y apoyado por éstas, y profundamente internacionalista.

Bajo la dirección de José Díaz y de un equipo de dirigentes capaces elegidos para el comité central y el buró político (Vicente Uribe, Antonio Mije, Manuel Delicado, Pedro Checa, Trifón Medrano, Jesús Larrañaga y yo misma), el PCE se convirtió en el alma de la lucha por la unidad obrera y democrática en el tormentoso período de la anteguerra, de las alianzas obreras y campesinas, del Frente Popular.

Rota la estrechez dogmática, al Partido Comunista acudían nuevas promociones de obreros, de campesinos, de intelectuales.

Por entonces ingresó en el PCE un grupo de socialrevolucionarios encabezado por el diputado José Antonio Balbontín, que fue así el primer representante comunista en las Cortes, antes de ser elegido por Málaga nuestro camarada, el doctor Cayetano Bolívar. Ingresó también el grueso de la Izquierda Revolucionaria y Antifascista (IRYA) encabezada por César e Irene Faleón.

Yo recuerdo, no sin emoción, el estilo de trabajo del camarada Pepe, siempre cordial, sin pedanterías ni escolasticismos. Nos enseñaba a ser modestos, a ser sencillos, sinceros con nosotros mismos y con los demás; a saber escuchar, interpretar y defender, sin regatear esfuerzos ni sacrificios, la voz y las aspiraciones de las masas oprimidas y explotadas, a ser patriotas de nuestra España en el más amplio y noble sentido de la palabra.

Su personalidad política como líder, como diputado comunista, conquistó el respeto y la consideración de los políticos españoles en los años treinta. Más de una vez hemos escuchado de labios de personalidades ideológicamente alejadas de nosotros que José Díaz era «uno de los cerebros mejor organizados de nuestro país». En el libro Tres años de lucha, impregnado de su pensamiento, ha quedado grabada su talla política.

En la formación del Frente Popular, José Díaz protagonizó un papel muy importante y fue incansable en el mantenimiento de la unidad republicana, en el frente y en la retaguardia.

Fue consecuente partidario de la política de alianzas, corrigiendo posturas estrechas y sectarias y explicando el carácter de la guerra de liberación nacional. En carta dirigida a la redacción de Mundo Obrero el 30 de marzo de 1938, José Díaz escribía:

Con toda la claridad posible

Queridos camaradas:

En el número del 23 de marzo de Mundo Obrero aparece un artículo sobre el cual es necesario llamar vivamente vuestra atención y la de todo el partido. Empieza el artículo diciendo que «todo lo que pueda desorientar a las masas debe ser aclarado con el mayor cuidado». La justeza de esta afirmación nadie puede ponerla en duda, y por esto precisamente creo que es necesario os dirija esta carta ya que a continuación se encuentra en vuestro artículo la afirmación siguiente:

«... No se puede, como hace un periódico, decir que la única solución para nuestra guerra es que España no sea fascista ni comunista, porque Francia lo quiere así.»

No conozco el periódico contra el cual está dirigida vuestra polémica. Es posible que ese periódico esté escrito por gentes que no quieren a nuestro partido, ni comprenden bien los problemas de nuestra guerra. Pero la afirmación de que «la única solución para nuestra guerra es que España no sea fascista ni comunista» es plenamente correcta y corresponde exactamente a la posición de nuestro partido.

Es necesario repetirlo una vez más, para que sobre ello no quede la menor duda. El pueblo de España combate, en esta guerra, por su independencia nacional y por la defensa de la República democrática. Combate para echar del suelo de nuestra patria a los bárbaros invasores alemanes e italianos, combate porque no quiere que España sea transformada en una colonia del fascismo, combate para que España no sea fascista. Combate por la libertad, en defensa del régimen democrático y republicano, que es el régimen legal en nuestro país y que permite los progresos sociales más amplios.

El Partido Comunista, que es, junto con el Socialista, el partido de la clase obrera de España, no tiene ni puede tener intereses u objetivos diferentes de los del pueblo entero. Nuestro partido no ha pensado nunca que la solución de esta guerra pueda ser la instauración de un régimen comunista. Si las masas obreras, los campesinos y la pequeña burguesía urbana nos siguen y nos quieren, es porque saben que nosotros somos los defensores más firmes de la independencia nacional, de la libertad y de la Constitución republicana. Esta defensa es la base, es el contenido mismo de toda nuestra política de unidad y de Frente Popular. Y sería muy grave, sería inadmisible, que en las filas de nuestro partido pudiera producirse, no digo una vacilación, sino una simple falta de claridad sobre esta cuestión, precisamente en el momento actual, en que es necesario el máximo de unidad del pueblo para hacer frente a los ataques furibundos de los invasores extranjeros. En nuestro país existen hoy condiciones objetivas que hacen imprescindible, en interés de todo el pueblo, la existencia y el fortalecimiento de un régimen democrático, no existen condiciones que permitan pensar en la instauración de un régimen comunista. Plantear la cuestión de la instauración de un régimen comunista significaría dividir al pueblo porque un régimen comunista no podría ser aceptado por todos los españoles, ni mucho menos, y nuestro partido nunca hará nada que pueda dividir al pueblo, sino que lucha con todas sus fuerzas, desde el principio de la guerra, para unir a todos los españoles en el combate por la libertad y la independencia nacional.

Incluso habría que hacer todo lo posible para ampliar esta unidad, hasta extenderla a capas de la población sometidas al yugo y la influencia de la propaganda franquista, a «todos los españoles que no quieran ser esclavos de una bárbara dictadura extranjera».

Refiriéndose al carácter internacional de la guerra, José Díaz resaltaba en su carta:

“Hay un terreno sobre el cual todos los Estados democráticos pueden unirse y actuar juntos. Es el terreno de la defensa de su propiaexistencia contra el agresor de todos: el fascismo; es el terreno de la defensa contra la guerra que nos amenaza a todos.

Cuando hablábamos aquí de «todos los Estados democráticos» no pensábamos solamente en la Unión Soviética, donde existe una democracia socialista, sino que pensábamos también en Francia, Inglaterra, Checoslovaquia, en los Estados Unidos, etc., que son países democráticos, pero capitalistas. Nosotros queremos que estos Estados nos ayuden; pensamos que defienden su propio interés al ayudarnos; nos esforzamos en hacérselo comprender y solicitamos su ayuda. La posición que adoptáis en vuestro artículo es muy diferente y no es justa. El error consiste en olvidar el carácter internacional de nuestra lucha, que es una lucha contra el fascismo, es decir, contra la parte más reaccionaria del capitalismo, contra los provocadores de una terrible nueva guerra mundial, contra los enemigos de la paz, contra los enemigos de la libertad de los pueblos.

Sabemos muy bien que los agresores fascistas encuentran en cada país grupos de burguesía que los apoyan, como hacen los conservadores ingleses y los derechistas en Francia; pero la agresión del fascismo se desarrolla de tal manera que el interés nacional mismo, en un país como Francia, por ejemplo, debe convencer a todos los hombres que quieren la libertad y la independencia de su país de la necesidad de oponerse a esta agresión, y no existe hoy otra manera más eficaz de oponerse a ella que ayudar concretamente al pueblo de España.

La manera en que vosotros planteáis el problema nos llevaría inevitablemente, una vez más, a restringir el frente de nuestra lucha, en el momento en que es preciso ampliarlo. La tarea de organizar la ayuda internacional a España en este instante trágico de su historia incumbe principalmente a la clase obrera internacional y a sus organizaciones, pero las medidas que se pueden tomar para convencer de la necesidad de esta ayuda a otras fuerzas, no obreras, sino de la pequeña burguesía y de la burguesía democrática y liberal, no pueden tener más que nuestra aprobación.

Todo lo que nosotros pedimos es en interés del pueblo y de la guerra. Por esto pueden y deben estar de acuerdo con nosotros todos los antifascistas; más aún, todos los españoles que quieren que esta guerra se termine con la victoria de nuestra patria y con la derrota de los invasores fascistas. La tarea del partido consiste, basándose en esta condición, en estrechar los lazos de unidad entre todos los sectores antifascistas. Hoy más que nunca, nada contra la unidad, todo para lograr la unidad del pueblo, la más amplia y firme que sea posible...


Dolores Ibárruri
Memorias de Pasionaria 1939 - 1977









No hay comentarios:

Publicar un comentario