Abuelo Pedro:
Poco antes de morir quisiste dictarme tus memorias.
Insistías en contarme tus recuerdos y yo porfiaba en mostrarte mi desprecio.
Toda tu vida escondido entre secretos, oculto en oscuros puestos, protegido
bajo falsas identidades, y, al filo de la muerte, querías rememorar tus
vivencias para demostrar que habías desempeñado un papel en la Historia.
Habías aparecido en mi vida de forma intempestiva,
perturbando mi juventud, y querías atraparme en tu mundo. La palabra «memorias»
me remitía a mis traumas infantiles y yo quería huir hacia el futuro. No quería
conocer tu pasado, porque vislumbraba algo turbio. Temía que tu sombra me
alcanzara. Habías sido un funcionario de un régimen que ya no existía, pero al
que aún se temía. La transición impuso un pacto de silencio que os cubrió de
impunidad, y el olvido colectivo os libró de la obligación moral de pedir
perdón.
Con tu muerte se cerró la etapa de mi juventud a la
vez que terminaba la transición política del país que, como yo, emprendía una
nueva era sin haber restañado las heridas de iniquidad y odio. Pasaron años y
me olvidé de ti.
Hasta que un día reapareciste en un periódico y se
descubrió tu verdadera función durante el primer franquismo. «Persecución,
exilio, republicanos, refugiados, Francia, México...», tu infamante pasado se
me vino encima como una avalancha que me arrastrara pendiente abajo. Me sentí
ultrajada, como si de pronto me hubieran desnudado en medio de la plaza y me
hubieran dejado sola y expuesta a la ignominia, al oprobio público. Sentí rabia
y sentí vergüenza. ¿Por qué aquel artículo? ¿Quién tenía tanto interés en
desenterrar tu figura? Con este apellido, ¿cómo negar un vínculo con tu
estirpe?, ¿cómo explicar que me eras indiferente, desconocido, ajeno?
Por segunda vez irrumpías en mi vida sin que te
hubiera invocado y trastornabas el orden de mi mundo. La culpa no se hereda,
pero el daño está hecho, y el dolor y la vergüenza perduran.
Una vez alguien me pidió que te definiera como
persona, que describiera tu perfil humano y no supe qué escribir. ¿Había
humanidad en ti? ¿Alguna vez sentiste compasión por aquellos «desdichados que
arrastran su derrota por el mundo», por usar tus propias palabras?
Asumí que el estigma de tu lacra me acompañaría para
siempre y sentí la necesidad de saber, de saber incluso más que aquellos que
tanto habían estudiado tu existencia. Acudí a los archivos a descubrir quién
eras y, leyendo los informes que enviabas desde París, me acordé de aquellos
testimonios que no te quise escuchar.
No me arrepiento. La memoria es incierta y selectiva,
y tus relatos no hubieran sido objetivos, habrían estado contaminados de falsos
recuerdos y olvidos certeros. En cambio, tus escritos desvelan cómo eras y con
qué impunidad os desenvolvías los franquistas en la Francia ocupada por los
nazis.
Pero aún tenía que descubrir más. En Francia, se te
asocia a la Gestapo, se te acusa de tráficos ilícitos, de haber intentado
deportar a una judía, y quién sabe si tuviste algo que ver en la captura del
jefe de la Resistencia.
No te mereces ni el tiempo, ni el interés, ni el
esfuerzo de las personas que indagan en tu vida, pero eres un medio para
descubrir la cara desconocida de la represión totalitaria. Desenterrando tu
pasado te pongo en evidencia y expongo la magnitud de vuestros estragos.
Todavía rastreo entre legajos algo que me asegure que
no fuiste más que un fiel servidor de un régimen opresor sin extralimitarte en
tus competencias ya de por sí amplias. ¿Fuiste realmente «Unamuno», el agente
E-8001 de la Gestapo? ¿Es verdad que traficabas en el mercado negro? ¿Es cierto
que llegaste a traicionar a tu país para contentar a los nazis?
Mientras busco más datos para recomponer tu verdadera
historia, intento recuperar del olvido a vuestras víctimas para así liberarme
del lastre de tu infamia y poder seguir viviendo con dignidad.
Me debes que te rescate de la eterna noche en la que
deberías haber permanecido.
Loreto Urraca Luque
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