Seis años atrás, la clase trabajadora española
celebraba el Primero de Mayo en medio de un gran entusiasmo, el corazón
henchido de esperanza. Quince días antes había caído el odiado régimen
monárquico. La República del 14 de abril vivía su luna de miel. Y Alcalá
Zamora, presidente del gobierno provisional, prometía a la multitud obrera la
iniciación de una nueva era, la era de la justicia social.
Pero el
verdadero carácter de la transformación política que acababa de sufrir España
no tardó en manifestarse. La burguesía, con el auxilio directo de los
socialistas, se aprovechó del entusiasmo popular para emprender rápida y
eficazmente la consolidación de sus posiciones quebrantadas, para afianzar,
bajo la máscara democrática, su dominación, puesta en peligro por el movimiento
revolucionario de las masas. Inspirada por su certero espíritu de clase, frenó
la propia revolución, conservando, esencialmente, las bases económicas de la
monarquía y manteniendo incólume el mecanismo estatal del régimen derribado.
El idilio de
abril, como era de esperar, fue breve. Contrariamente a lo que pretendía la
burguesía, la revolución no sólo no había terminado, sino que entraba en una
nueva fase llena de peligros ya la par de grandes posibilidades. ”El periodo
que se abre – decíamos por aquel entonces – no es un periodo de paz, sino un
periodo de lucha encendida. Y en esta lucha estarán en juego los intereses
fundamentales de la clase trabajadora y todo su porvenir. La clase obrera será
derrotada si en el momento crítico no dispone de los elementos de combate
necesarios; triunfará, si cuenta con estos elementos, si se desprende de todo
contacto con la democracia burguesa, practica una política netamente de clase y
sabe aprovechar el momento oportuno para dar el asalto al poder”.
En efecto, la
lucha de clases recobró todos sus derechos, con más intensidad todavía que
durante la monarquía, pues, en régimen democrático los antagonismos de clase se
manifiestan en toda su desnudez, y la experiencia de los últimos seis años vino
a demostrar que la democracia burguesa, incapaz de resolver los problemas
fundamentales del país, preparaba el terreno al fascismo, y que la única salida
de la situación era la revolución proletaria.
En la
sublevación militar del 19 de julio, y la guerra civil y la revolución
subsiguientes, se ha condensado, por decirlo así, toda esta experiencia. Y es
en este momento crucial de nuestra historia ”en que están en juego los
intereses fundamentales de la clase trabajadora y todo su porvenir”, cuando
partidos que pretenden ser obreros y marxistas intentan yugular la revolución,
frustrar las inmensas posibilidades que se ofrecen al proletariado español,
sacrificando sus intereses superiores – que coinciden con los de la humanidad
civilizada – a la República democrática parlamentaria, es decir, a la burguesía
y a su régimen de explotación.
El Primero de
Mayo de este año coincide con la fase más crítica de este momento histórico. La
burguesía, atemorizada en los primeros meses de la revolución, levanta la
cabeza e intenta consolidar sus posiciones. Especulando con la guerra y sus
dificultades, intenta arrebatar – con innegable éxito en algunos aspectos – las
conquistas del proletariado. Y, como en todos los periodos revolucionarios,
halla su auxiliar más eficaz en el reformismo. Pero la relación de fuerzas,
aunque modificada en estos últimos tiempos, sigue siendo favorable al
proletariado. Para que esta relación de fuerzas favorable sea decisiva, es
preciso que la clase obrera recobre la plena confianza en sí misma, rompa las amarras
que la atan a la democracia burguesa y emprenda resueltamente el camino de la
conquista del poder. Hoy todavía es tiempo. Mañana será tarde.
Y que no se
deje sugestionar por los que so pretexto de subordinarlo todo a las necesidades
de la guerra, pretenden establecer una ”unión sagrada” a base de concesiones
constantes del proletariado a sus enemigos de clase. La guerra tiene una
importancia inmensa, pero está indisolublemente ligada a la revolución. La
burguesía preferirá la derrota militar al triunfo de la clase trabajadora, para
cuyo aplastamiento no vacilará, si las circunstancias lo exigen, en aliarse con
sus enemigos de hoy. Sólo un gobierno obrero y campesino es capaz de organizar
la victoria, de montar una potente industria bélica, de llevar la guerra hasta
el fin, de crear una auténtica moral de guerra en la retaguardia, de sacrificar
todos los intereses particulares al interés general.
Sólo un
gobierno obrero y campesino, que rompa todo contacto con la burguesía nacional
y con el imperialismo extranjero, e imprima un vigoroso impulso a la revolución
internacional, puede aplastar definitivamente al fascismo, tanto en la
retaguardia, como en el frente.
La
consigna que arrastró a las masas populares al Primero de Mayo de 1913, fue:
¡Viva la República del 14 de abril! La consigna de las masas trabajadoras de
España, en este Primero de Mayo trágico y glorioso, debe ser: ¡Viva la
revolución social! ¡Viva el gobierno obrero y campesino! Sólo con el triunfo de
esta consigna no habrá resultado estéril el generoso sacrificio del
proletariado español ni su magnífico heroísmo, sin precedentes en la Historia.
Andreu
Nin
La
Batalla, 1 de mayo de 1937
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