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2647. En la Cortes: 41 años después

13 de julio de 1977. Dolores Ibárruri y Rafael Alberti bajan del brazo por las escaleras del Congreso de los Diputados, en la
constitución de las primeras cortes democráticas tras las elecciones del 15 de junio. (Foto: Marisa Flórez)



Fue la mañana del 13 de julio de 1977. A las diez y cinco.

¿Por qué tanto detalle?

Porque era sobrecogedor penetrar en el mismo hemiciclo del mismo Palacio de las Cortes, cuarenta y un años después. Cuarenta y un años de historia: Frente Popular, guerra civil, exilio, segunda guerra mundial, victoria sobre el nazismo y una interminable dictadura franquista sostenida por la reacción mundial.

Franco aseguró que terminaría con el comunismo. Encarceló, torturó, mató a centenares de comunistas y de patriotas combatientes de la libertad. Y no pudo acabar con el comunismo. Eso se lo habían propuesto otros fascistas y reaccionarios antes que él. Y nadie lo consiguió. Porque los comunistas están fundidos con el pueblo. Y el pueblo es inmortal.

La historia tiene sus facetas curiosas. La Pasionaria, una de las personas más denostadas por la propaganda franquista a lo largo de tantos años, subía aquel 13 de julio a las mesas de las Cortes y ocupaba la vicepresidencia de edad en la sesión constitutiva de las primeras Cortes democráticas posfranquistas.

Compartía conmigo esa vicepresidencia de edad Rafael Alberti, amigo y camarada mío de siempre, extraordinario poeta de nuestro siglo, que en Cádiz conquistó un escaño a golpe de coplas populares:

Coplero deliberado
que llegó, copla tras copla,
hasta salir diputado.

Rafael y yo participamos en la apertura de las nuevas Cortes españolas de 1977. El silencio era impresionante. Y mi emoción difícil de expresar.

Yo contemplaba el hemiciclo. Sí, era el mismo de 1936. ¡Pero tan diferente! No sólo por su modernización. Yo buscaba rostros conocidos... Pero allí no estaban ni Gil Robles, ni Manuel Azaña, ni Negrín, ni Luis Companys, ni Largo Caballero, ni Prieto, ni Besteiro, ni González Peña, ni José Díaz, ni Antonio Mije, ni Vicente Uribe, ni Juan José Manso... No estaban. Los escaños los ocupaban otras personalidades, mujeres y hombres, jóvenes en su mayoría... A la izquierda, mis camaradas del grupo comunista.

Yo era uno de los parlamentarios supervivientes. Mi paisano Manuel de Irujo, del PNV, lo era también...

Y estábamos allí, ocupando nuestro escaño, defendiendo cada uno sus ideales... sin haber claudicado en ningún momento.

El presidente de las Cortes, señor Hernández Gil, me dio cordialmente la bienvenida durante un descanso. También me estrechó la mano el entonces presidente del gobierno, señor Suárez. Yo le deseé mucha suerte. «Nos va a hacer mucha falta», me contestó sonriendo. Y no le faltaba razón.

A Rafael Alberti —hoy premio Cervantes— pronto le resultó demasiado estrecho el Parlamento y recuperó su puesto de «poeta en la calle», de «cometa errante», cediendo su escaño a un campesino de su tierra. Su asombroso talento creador continúa entusiasmándonos a todos. Su voz no ha dejado de cantar al pueblo, a la amistad, a las causas justas, a la paz.

Un día de octubre las Cortes recibieron con todos los honores al entonces presidente de México, López Portillo. Por tratarse del primer presidente extranjero que saludaba al nuevo Parlamento español y de un amigo de la democracia española, su discurso fue aplaudido por los diputados en pie y con sincero entusiasmo. Yo también le saludaba desde mi escaño. Y entonces ocurrió algo inesperado. López Portillo me envió, por encima de muchas cabezas, un fraternal beso. Gracias, amigo.

Fue un beso para mi pueblo, para la libertad, para la democracia. Hubo instantes de emoción y responsabilidad cudadana en el curso de aquella primera legislatura, en particular el voto afirmativo a la  Constitución democrática, que a mi parecer representa un hito importante en la historia del desarrollo de las libertades en España.

El «sí» que yo pronuncié fue motivo de comentarios en la prensa y en los pasillos. Se dijo que fue «el sí más rotundo y oído con toda claridad». «Pasionaria —escribió Pilar Urbano en ABC— casi declamó el voto afirmativo con una intensidad que ya quisiera para sí Nuria Espert.»

Al ser convocadas dos años después nuevas elecciones legislativas, yo pedí a mi partido que no presentara mi candidatura. Mi puesto debía ocuparlo una persona más joven. Y asturiana, por supuesto.

En efecto, en 1979 fue elegido diputado por Asturias mi camarada Horacio Fernández Inguanzo, querido y respetado por el pueblo asturiano.

En lo que a mí respecta, yo prosigo mi actividad en el Partido Comunista de España, ayudando a resolver complicados problemas que surgen a cada paso en la búsqueda del mejor camino que nos conduzca a nuestra meta: el socialismo.

Como cantara Nicolás Guillen:

Así hemos de ir andando,
severamente andando, envueltos en el día
que nace. Nuestros recios zapatos resonando,
dirán al bosque trémulo: « ¡Es que el futuro pasa!»


Dolores Ibárruri
Memorias de Pasionaria, 1939 - 1977






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