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2694. El domador de lagartijas


José Pastor Moreno (Archivo familiar de María Dolores García Pastor)



Siempre quise escribir sobre mi abuelo, le debía poner voz a su silencio. Pero, José Pastor Moreno, republicano represaliado por el Franquismo, nunca hablaba del pasado, apenas anécdotas familiares, poco más. Se fue cuando yo tenía dieciocho años y se llevó con él su memoria, esa que cuando crecí y me hice escritora quise recuperar.

En mi primera novela, El susurro de los árboles, escribí sobre la dictadura de Pinochet. ¿Por qué no la había ambientado en esa otra dictadura que me era mucho más cercana? ¿Por qué Pinochet y no Franco? Porque desconocía casi todo y porque dolía demasiado. Yo tenía cinco años cuando murió el dictador. Mi madre me había comprado una muñeca recortable y quería quedarme en casa jugando con ella. El deseo se cumplió: no hubo colegio. Esa es la única memoria que guardo del 20 de noviembre de 1975. También recuerdo cosas del 23 de febrero de 1981, pocas: mi abuelo pegado al televisor, mi abuelo quemando cualquier documento que pudiera traerle problemas, mi abuelo encogido de miedo.

En el colegio, en las clases de historia, nunca llegábamos a ese otro golpe militar, el del 36, cuando los militares se llevaron por delante el gobierno del pueblo, cuando mataron la República. Siempre nos quedábamos a las puertas. Los libros tampoco aportaban demasiada luz a la verdad, eran partidistas, los habían escrito los ganadores. El discurso que nos vendían en los medios era el de la reconciliación, el pasar página sin necesidad de reparación ni justicia para los perdedores, para las víctimas. Y no se puede pasar página sin haberla leído.

Por suerte, heredé de mi abuelo el deseo de justicia y su sueño de un mundo mejor: muchas de sus inquietudes se me colaron en el ADN. Con los años encontré en la escritura mi manera de estar en el mundo, mi modo de alzar la voz contra lo que no me gusta, contra lo que me duele, contra las injusticias. Por suerte también, fueron surgiendo con el tiempo voces que hablaban de esa otra verdad, la que se había escondido, la que el discurso oficial de los vencedores había querido silenciar.

Y llegó el esperado momento de rendirle homenaje a mi abuelo de la única manera que soy capaz: escribiendo. Resultaba complicado armar su historia tal y como había sucedido, existían demasiados vacíos y ya no estaba él para poderle preguntar. Una vez más la literatura vino en mi auxilio. Después de mucho investigar conseguí armar una historia de ficción que está llena de realidad. En El domador de lagartijas vive mi abuelo, viven sus sueños y sus sufrimientos, y están plasmadas mil anécdotas familiares que han permanecido en mi memoria prestada, esa que corresponde a las cosas que una vez nos contaron. Este libro es mi homenaje a mi abuelo y a todos esos hombres y mujeres que lucharon por el sueño de un mundo mejor y que tuvieron que vivir en silencio.


María Dolores García Pastor


*


Y Cosme le prometió que nunca más se iría y que no volverían a separarse ya más. Pero no contaba con que la de la guadaña estaba esperando sentada a su puerta y no tardaría en llevarse con ella a su compañera. El primer día que vio a Aurora era un bebé sonrosado y pelón. El herrero había dejado dicho que su primer vástago se tenía que llamar Liberto si era macho y Libertad si le nacía hembra. Pero Encarnación, mucho más prudente que él, había optado por un nombre que, siendo libertario, no llamaba tanto la atención.

—Lo siento, Cosme, pero es que me dio miedo.

—No te sepa mal, mujer, si en el fondo ahora me alegro de que no me hayas hecho caso.

Y era verdad que se alegraba, no es que lo dijera para conformarla. Había empezado la caza del rojo y toda prudencia era poca. En los últimos meses habían fusilado a muchos soldados republicanos después de juicios sumarísimos que no eran otra cosa que pantomimas de una orquestada venganza. Sin posibilidad de defenderse, aquellos hombres acababan con el cuerpo lleno de plomo y enterrados en una cuneta o junto a la tapia del cementerio en el que los habían ajusticiado. Pero la cosa no acababa ahí. No se conformaban con matar a los cabezas de familia; las represalias seguían adelante sembrando dolor en sus familias, cebándose en sus mujeres y sus hijos. El tío Manuel, hermano del padre de Encarnación, en su última visita les contó que en su pueblo habían rapado a la mujer del maestro y a sus dos hijas al cero, luego les habían dado aceite de ricino y las habían paseado por todo el pueblo mientras la gente las insultaba y les tiraba cosas encima.

—Y mira que don Julián era buena persona, y que ellas no le habían hecho daño a nadie… Los alumnos que tanto le debían… Incluso algunos de sus amigos se cebaron con ellas. Hasta les escupieron.

—El miedo nos hace ruines. A algunos más de lo que ya son. Menuda gentuza. Vivíamos rodeados de víboras y solo ahora lo vemos.

—Todos queremos sobrevivir, Cosme, y proteger a los nuestros. Yo no sé qué sería capaz de hacer por Aurorita—dijo Encarnación.

—Sí mujer, si eso lo entiendo, pero una cosa es sobrevivir y otra es hacerlo sobre los cadáveres y la desdicha de los demás.


María Dolores García Pastor
Fragmento de El domador de lagartijas, editorial Palabras de Agua






















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