Conocía al joven
secretario general de las Juventudes Socialistas, discípulo de Largo Caballero,
que desde la adolescencia trabajaba en la imprenta y redacción de El Socialista,
al lado de su padre, Wenceslao Carrillo, dirigente del PSOE.
Personalmente no traté a
Santiago hasta su ingreso en el PCE.
Yo tenía al joven
Santiago en alta estima, porque su talante unitario y su actitud revolucionaria
habían hecho posible la fusión de las Juventudes Socialistas y Comunistas
—éstas dirigidas por el inteligente joven Trifón Medrano—, en la nueva
formación Juventud Socialista Unificada —JSU—, que tan importante papel
político desempeñó durante nuestra guerra y en los durísimos años posteriores.
La JSU enriqueció a la
izquierda, impulsó la unidad y dio al partido cuadros jóvenes de gran valía,
combatientes y dirigentes políticos, muchos de ellos caídos heroicamente en la
guerra y en la resistencia, y otros que hoy, ya veteranos, proclaman con
orgullo su origen jotaseuista y su limpio historial revolucionario.
Internacionalmente, la
fusión de las dos juventudes revolucionarias de España, que luchaban en las
primeras líneas de las trincheras por la libertad, hizo latir con fuerza el pulso
de la solidaridad juvenil en otros países.
En Madrid se reunieron
las directivas de la Internacional Juvenil Socialista y de la Internacional
Juvenil Comunista, bajo la presidencia de Santiago Carrillo, con asistencia de
Federico Adler, secretario de la Internacional Obrera Socialista, y su
presidente De Broukére, así como Michael Wolf, secretario de la Internacional
Juvenil Comunista.
Muy importante en la
realidad práctica fue el fluir de jóvenes voluntarios de todos los continentes
a ocupar un puesto de combate en los frentes de la libertad en España.
Con su excepcional
sensibilidad, Antonio Machado escribió en 1937:
«Yo os saludo, pues, jóvenes socialistas
unificados, con un respeto que no siempre puedo sentir por los ancianos de mi tiempo, porque muchos
de ellos estaban deshaciendo España y vosotros pretendéis hacerla.»
La JSU quedará en la
historia del movimiento juvenil revolucionario de España como una de, las más
grandes realizaciones.
Algún día, así es de
desear, se escribirá la historia apasionante de la JSU, más aún, de toda la
juventud progresista española en los años treinta.
Me cuentan que al llegar
en 1939 Federico Melchor a Francia, don Pablo de Azcárate, hasta entonces
embajador de la República en Londres, le acompañó a la prefectura de Policía de
París. Uno de los jefes de policía preguntó a Melchor:
—¿Y usted qué hizo
durante la guerra?
—Últimamente fui
director general de Propaganda en la Subsecretaría de Asuntos Exteriores.
El policía francés
contempló irónicamente a Federico —con su aire de adolescente, pequeño de
estatura— y exclamó, dirigiéndose a don Pablo:
—Ya me explico por qué
han perdido ustedes la guerra.
Parecido fue el
comentario que los policías franceses hicieron a Francisco Romero Marín y a
Ramón Soliva —ambos tenientes coroneles a los 24 años— al aterrizar éstos en
Oran en marzo de 1939. Su delito, por lo visto, era ser jóvenes y heroicos.
Marín recuerda lo
siguiente:
“A Soliva y a mí nos
pidieron la documentación; sólo llevábamos documentación militar en la que
figuraba el grado y el mando que ejercíamos. Ambos habíamos sido jefes de
división y acabábamos de cumplir 24-25 años. Los militares del servicio de
información que nos interrogaron hicieron, a la vista de esos datos,
comentarios despreciativos. En ese preciso momento se veían evolucionar aviones
Pothez; al ver aquellos aparatos militares les dijimos que, si el armamento de
que disponían era de las mismas características, en el primer encuentro con el
ejército alemán, el ejército francés sería barrido. La contestación les sentó
muy mal y, sin más requisitos, nos enviaron al fuerte de Mers-El-Kebir y no al
puerto, para pasar a Francia, como habíamos pedido.”
Aquellos policías
franceses querían ignorar la realidad de los casi tres años de resistencia del
pueblo español a la agresión fascista internacional. No conocían al parecer que
los mandos y comisarios veinteañeros de tantas y tantas unidades hicieron
posible contener el alud de moros y «nacionales» en el movimiento de 1936; la
resistencia en tantas batallas, que muchos militares profesionales consideraban
inviables.
Entre los jóvenes jefes
militares destacaron Cazorla, Etelvino Vega, Francisco Romero Marín, Ramón
Soliva, Pedro Mateo Merino, Artemio Precioso, Francisco Mesón, Tagüeña, Nilamón
Toral, Domiciano Leal, Fernando de la Rosa, Carrión, Eduardo García, Pedro
Valverde, Andrés Martín. Y entre los comisarios políticos, José Laín Entralgo,
Santiago Álvarez, Tomás Huete, Luis Suárez y tantos otros jóvenes jefes y
comisarios que con su capacidad y heroísmo fueron el orgullo de nuestro
Ejército Popular.
En un saludo que en 1946
dirigí a una conferencia de la JSU, yo decía:
“No eran mentira las
estrofas del Himno de las Compañías de Acero, que un poeta popular compuso como
homenaje a nuestros héroes:”
Las
Compañías de Acero,
cantando a la muerte van...
cantando a la muerte van...
¡Iban cantando a la
muerte defendiendo el derecho a la vida y a la libertad! ¡Iban cantando a la
muerte, porque morir por la libertad del pueblo y de la patria no es morir,
sino vivir para siempre en el recuerdo agradecido que el pueblo y la patria
dedican a sus héroes! ... ¡Lina Odena, Medrano, mi Rubén, Justo, Vitini, y
tantos héroes de nuestra juventud, no han muerto! ¡Viven por siempre en el
corazón de cada uno de nosotros, vivirán en el cariño y la devoción de las nuevas
generaciones!...
No olvidamos, no podemos
olvidar, los nombres de nuestros combatientes: del comisario Belmonte, que hizo
honor a la consigna de los comisarios: «Ser el primero en avanzar, el último en
retroceder.» No olvidaremos los nombres gloriosos del comandante Leal, de Coll,
el marino antitanquista, de Celestino García, el sencillo campesino de Morata
de Tajuña. No olvidaremos a Juanito García, el primer capitán de milicias; a
Andrés Martín; a Gullón, a Antonia Sánchez y a tantos y tantos héroes de la
juventud.”
En 1939 encontré a
Santiago Carrillo en Moscú, como ya he recordado, trabajando en el comité
ejecutivo de la Internacional Juvenil Comunista.
A mediados de 1940, se
trasladó a EE. UU., a Cuba, México y otros países de América latina, donde
desarrolló diversas actividades políticas.
Volví a encontrarme con
él en París, en 1945, a mi llegada a Francia, después de un viaje kafkiano.
Dolores Ibárruri
Memorias de Pasionaria 1939-1977
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