Hay
que dar las gracias a Rosa Elvira por haberse decidido finalmente a escribir la
historia de su padre. Amalio. Fuego, vapor y armas es la biografía de un
militante comunista cuya trayectoria personal impresiona por su radicalidad y
coherencia. Amalio participó muy joven en la lucha contra la dictadura cubana
de Machado, ayudó a organizar la revolución asturiana del 34, y ya como
comisario político con grado de comandante intervino en la guerra contra la
sublevación fascista de 1936. Fue detenido y torturado. Murió el año 1988, y a
pesar de que su vida no fue fácil, nunca renunció a sus ideales. Pero el libro
que ha escrito Rosa Elvira es mucho que una simple biografía. Constituye un
esfuerzo extraordinario por entender la vida de Amalio, es decir, por descifrar
el sentido de una vida militante dedicada por completo a luchar contra el
capitalismo y por una sociedad más
justa. Descifrar el sentido significa valorar. Valorar no es juzgar. El gran
mérito del libro reside en que Rosa Elvira se atreve a valorar la vida de
Amalio desde nuestra actualidad y en tanto que hija suya, y lo hace sin ocultar
ni ocultarse nada. Desde la ambigua -para decirlo suavemente intervención de
la URSS durante la guerra civil– hasta la tristeza amarga de su padre en la última etapa de su existencia. Se
trata, pues, de un texto complejo construido a partir de fragmentos de historia
oral que remiten a vicisitudes personales, de crónicas históricas del
movimiento obrero, y también de
acertadas valoraciones políticas. Bajo estos desarrollos llenos de interés
existe, sin embargo, otro texto. Un texto más recóndito compuesto por una
pluralidad de preguntas encadenadas y que, de alguna manera, son las que han
movido Rosa Elvira a tomar la decisión de escribir este libro. Estas preguntas
giran especialmente en torno a la relación entre la verdad y la lucha política.
Amalio. Fuego, vapor y armas no se
inscribe, por tanto, en un ejercicio más de recuperación de la memoria. Sabemos
que la mejor manera de controlar el presente consiste en escribir una historia
del pasado. Los relatos históricos implican a menudo una reducción de
complejidad que resulta muy útil al poder para legitimarse. Por eso contra el
olvido no hay que oponer la memoria sino la verdad. La exposición que Rosa Elvira
realiza de la vida de Amalio persigue un único objetivo: esclarecer la verdad
que habita en la vida de Amalio. Movida por el profundo amor de la hija que
trata de comprender pero también mediante una mirada crítica sin indulgencia,
la figura de Amalio se nos muestra simultáneamente como: héroe, perdedor, y
víctima de sí mismo. En otras palabras, la verdad que Amalio encarna está hecha
de valentía y generosidad, pero también de sentimientos férreos y de obediencia
acrítica. No nos engañemos: vivir - vivir realmente - es quemar la propia vida.
Quemar la vida es vivir por y para una idea. Esa idea para Amalio era el
comunismo. Muchos aún estamos de acuerdo. El problema se plantea cuando nos
preguntamos cuánto hay que sacrificar para avanzar hacia su realización. Amalio
afirmaba “Primero el partido, después la familia” y su hija se estremecía al
oírle. Rosa Elvira se pregunta si “Durante la guerra, con el papel de Stalin,
el POUM en España etc ¿no se enteró o no quiso enterarse?”. No encontraremos
una respuesta clara y categórica aunque sí numerosos indicios. Rosa Elvira
trata de desentrañar el momento de su politización como la unión entre búsqueda
de equidad y desamparo, nos describe “su conducta irreprochable y probada
honradez”, y concluye que si pudo atravesar tanto sufrimiento fue gracias a “su
convencimiento”. Este mismo convencimiento que luego le haría tan difícil
adaptarse a una situación en la que la felicidad de los vencedores y de los
vencidos coincidía en la celebración del consumo. Y es en este punto que la
hija de Amalio toma realmente la palabra, y lo hace para reconciliarse
finalmente con su padre. Pero esta reconciliación que supone un reconocimiento
total implica también una desmitificación. Para sobrellevar la derrota, las
mujeres de su entorno – esposa y dos hijas -
sostuvieron el mito del padre-héroe. En un giro feminista que ahonda con
dureza pero sin resentimiento, Rosa Elvira reivindica que, paradójicamente,
fueron ellas las que salvaron al héroe. Ellas, su mujer y sus hijas, fueron las
que salvaron del vacío al héroe caído.
Vuelvo a lo que llamaba el texto escondido. El
relato de la vida política de Amalio nos plantea muchas preguntas. Un primer
grupo de preguntas se refiere a la concepción de la revolución entendida como
“toma del poder”. Este modelo de cambio revolucionario que Lenin y no Marx
teorizó, defendía que el partido comunista constituía la vanguardia de la clase
obrera, y era el encargado de organizar esta toma del poder. Esta concepción de
la política no es defendible en la actualidad. La organización que desea
impulsar una ruptura con el capitalismo no puede funcionar con criterios
capitalistas de eficacia. No se trata de una crítica moralista.
Desgraciadamente la experiencia histórica es ya larga. Los medios no se justifican
por los fines, o lo que es igual, la organización revolucionaria debe en cierto
modo prefigurar ya la sociedad que quiere construir. O por lo menos tiene que
intentarlo. Podríamos decir que si la experiencia histórica invalida esta
concepción dirigista y autoritaria de la política, la propia evolución de la
realidad nos obliga también a abandonar los análisis demasiado simplistas sobre
los que se apoyaba. Cuando la realidad y el capitalismo coinciden
progresivamente porque no hay un afuera, creer que el poder está centralizado –allí ante nuestros ojos– evidentemente es erróneo. El poder se difunde, y
nosotros en tanto que piezas de la máquina capitalista somos las piezas que la
hace funcionar. Para sobrevivir en esta sociedad tenemos que interiorizar las
reglas de funcionamiento del mercado, pues de lo contrario estamos condenados a
ser residuos, unas sombras estigmatizadas. Esta transformación de la realidad
capitalista emborrona las contradicciones, multiplica las desigualdades, y a la
vez, homogeneiza lo social. En definitiva, se produce una fragmentación
paradójicamente generalizada que dificulta alcanzar un punto de vista de clase.
El concepto de clase construido a partir de la identidad trabajo se hace
demasiado estrecho, y es necesario añadirle nuevas determinaciones procedentes
de la crítica feminista y de los estudios postcoloniales. En estas condiciones, y a pesar de que la lucha de clases deja de
ser el proceso central en el que subsumir el funcionamiento de toda la
sociedad, sería un error abandonar este concepto. La lucha de clases no lo
explica todo pero aún sirve muy bien como criterio de lo político. Ellos y Nosotros.
Ellas/Nosotros/Ellos/Nosotras... Se trata de una dualidad compleja que
establece una línea de división siempre situada y nunca fija.
Sin
embargo, existen otras preguntas que ni la experiencia histórica ni la mutación
de la realidad han alterado. Son preguntas que insisten y nos siguen
interpelando con toda su fuerza. ¿Cuánta esperanza se necesita para luchar?
Esperanza significa ilusión, y la palabra ilusión está cargada de ambigüedad ya
que remite tanto a la verdad como al engaño. ¿Por qué desde una
mirada actual la vida de Amalio es intempestiva? Es intempestiva porque como
vida política comporta un derroche de generosidad y de valentía que para
nosotros resulta incomprensible. Pero en su coherencia hay una oscuridad a la
que Rosa Elvira se asoma sin miedo. El precio que Amalio paga por su coherencia
es la necesidad del autoengaño. En otras palabras, la fidelidad total al partido
comunista. O lo que es lo mismo, convertirse en un “hombre de pensamiento
dirigido” según la expresión terrible aunque acertada formulada por un
dirigente del partido comunista finalmente expulsado, y que Rosa Elvira cita.
Cuando la idea que mueve una vida política se
hace absoluta, la verdad se pierde lentamente, y se inicia el camino que lleva
a la separación entre pensantes y
ejecutantes, a la burocratización, y en definitiva, a la imposición de la
autoreferencialidad dentro y fuera de la organización. Seguramente es así. Pero esta conclusión es
demasiado tranquilizadora. Más allá de lo que podríamos llamar el “caso
Amalio”, está claro que sin ilusión es imposible luchar a favor de una sociedad
más justa. Resistirse a un capital -que como afirmaba Amalio- “no tiene
entrañas” requiere una decisión libre de dudas. Por esa razón, la cuestión que ineludiblemente se nos
plantea es la necesidad de un cierto autoengaño si queremos permanecer en pie y
no doblegarnos. “La mejor lucha es la que se hace sin esperanza” hemos afirmado
desde el colectivo Espai en Blanc. Esta frase es cierta, y a la vez,
equivocada. Siempre en lo más hondo de cada cual existe un hálito de esperanza.
Si apartamos la noción de autoengaño podemos llegar a una formulación afirmativa:
¿cuánta verdad estamos dispuestos a soportar, y a pesar de todo, seguir
luchando contra este capitalismo asesino? Es mérito de Rosa Elvira atreverse
también a profundizar en esta dirección.
Santiago
López Petit
Prólogo de Amalio. Fuego, vapor y armas, de Rosa Elvira Premanes García
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