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Refugiados en Alcázar de San Juan - Foto de Kati Horna


Muchos por ti mataron, tierra mía.
Hicieron de sus huesos plomo airado
y mataron por ti.
Convirtieron
su dulce corazón en fiera lanza
y mataron por ti.
Ardieron
de amor y de furor hasta los ojos,
y mataron por ti.

De mis huesos
hice yo un árbol nuevo y atrevido
y lo planté en tu pecho
junto al árbol quemado.
Prensé mi corazón
y procuré una copa
de sangre nueva y pura
a tus mermadas venas;
y añadí
un hombre sin pasado
a los sagrados nombres de tus hijos.

Muchos por ti murieron, tierra mía;
muchos murieron derramados
sobre tus campos pobres
como simiente sin futuro.

Se olvidaron
del beso y de la cuna,
de la vid y del trigo.
Se ofrecieron
desnudos e impasibles
a la oscura galerna
y murieron por ti.

Yo he seguido viviendo:
Sobre tu arcilla triste,
bajo tu cielo duro,
he seguido viviendo.
Trasegando
tu vinagre y tu vino,
tu sudor y tu llanto,
he seguido viviendo.

Respirando
tus infectas letrinas,
descubriendo
tu secreto perfume,
he seguido viviendo.

En ti, por ti, contigo; amordazada,
clavada, paralítica, vendida;
sufriéndote, perdiéndote, ganándote;
muriéndome, muriéndote, adorándote,
yo he seguido,
he seguido,
he seguido
viviendo.


Ángela Figuera Aymerich







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