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2799. Julia Romera Yañez

Julia Romera Yañez nace el 1916 en el seno de una familia obrera, en plena Guerra Europea, una época realmente difícil de la historia de Mazarrón. Con anterioridad a esa fecha ya se dejaban sentir en el pueblo los primeros síntomas de una inminente y anunciada crisis económica. En un párrafo de El Heraldo de Mazarrón, del día 4 de abril de 1905, se decía: “...nadie, absolutamente nadie se interesa por nosotros y como perspectiva para el porvenir, contamos con la paralización de todos los negocios mineros, con la destrucción de los bolas de pesca por no haberse desviado oportunamente la rambla de las Moreras que los ciega e inunda de fangues minerales, y el esquilmamiento de los escasos campos de labor que aún se trabajan, por falta de agua de riego...” La única solución de subsistencia que le quedó a la población trabajadora de Mazarrón, al igual que la de otras localidades mineras murcianas como Águilas, Cartagena, La Unión, Lorca, etc., fue la emigración masiva hacia otras zonas más industrializadas en busca de ese futuro mejor, que no siempre encontraban. José Berruezo Silvente, último alcalde de Santa Coloma durante la etapa republicana y pariente de Julia, en un párrafo de sus memorias refiere así la situación en Mazarrón: “...cuando en junio de 1917 pude obtener el permiso de un mes en la mili para visitar a mis padres, entristecidos por la reciente muerte de mi hermano, ya mayor, encontré un pueblo completamente diferente y cuya juventud había sido barrida por un terrible complejo de circunstancias. La Guerra Europea (1914-1918) había liquidado la infraestructura de explotación de las minas y los obreros habían declarado la huelga general para oponerse a los despidos masivos...”

En el otoñó de 1918, a la ya grave situación que atravesaba la clase trabajadora murciana, vino a sumarse una terrible epidemia de gripe. El día 15 de octubre de 1918 fallecía en su domicilio de Mazarrón, a los treinta años de edad, Francisco Romera Rodríguez, padre de Julia, a consecuencia de una neumonía gripal.

Así transcurrieron tres años hasta que en 1921, ante la pérdida de empleo por parte de varios miembros de la familia Romera-Rodríguez, ésta decidió emigrar a Santa Coloma, donde ya vivía desde hacía dos años una tía de Julia, llamada Mariana Romera Rodríguez, junto con su esposo Diego Berruezo Clemente y sus hijos. Así, se instalaron primero en la calle Ciudadela Alta. Posteriormente, habitaron una casa de la plaza de la Constitución. La Santa Coloma que conoció Julia a su llegada fue la de un pequeño pueblo, eminentemente agrícola, con una población que no alcanzaba todavía la cifra de 3.000 habitantes, pero que debido a la ola migratoria murciana de ese primer tercio de siglo en sólo diez años su población se situaría en torno a los 13.000 habitantes.

En el año 1930, Julia trabajaba en Pañolerías Baró, S.A. Con la llegada de la República, la CNT, que había permanecido en la clandestinidad , volvió a reorganizarse y abrió un local en la esquina del actual paseo Lorenzo Serra con la avenida de Santa Coloma. Muchos trabajadores y trabajadoras de Pañolerías Baró, entre ellos Julia, se afiliaron al sindicato.

Paralelamente a los sindicatos, con absoluta independencia, funcionaron las Juventudes Libertarias, que organizaron la Biblioteca, dieron charlas de orientación cultural y cursos de enseñanza gratuita a otros jóvenes que ya por su edad no podían asistir a la escuela; también realizaban excursiones y giras campestres, que tenían algunas veces carácter comarcal, reuniéndose entonces una enorme cantidad de gente joven. También distribuían la prensa confederal, editaban panfletos,  gestionaban las actividades de la Biblioteca y llegaron a editar una revista llamada Aurora Libre.

Las Juventudes Libertarias colaboraron con los maestros en la Escuela Racionalista que se había instalado en la Casa del Pueblo, dando clases nocturnas a jóvenes que ya no estaban en edad escolar y a adultos después de acabar su jornada laboral.

Posiblemente, entre los años 1934-1935 ingresó Julia en esta organización.  Pero su participación más destacada en las Juventudes Libertarias fue a partir de julio de 1936, Julia fue nombrada secretaria general, cargo que alternó durante el período de guerra con el de tesorera. Una vez finalizada la guerra, Julia Romera no marcha al exilio, a pesar de su labor durante el conflicto, al quedarse al cuidado de su abuela y de una tía. El  27 de enero de 1939, las tropas del Cuerpo de Ejército Marroquí que ocuparon Santa Coloma.

El 30 de mayo es detenida por la Guardia Civil de Santa Coloma,  y tras pasar tres interminables días a merced de la arbitrariedad de sus captores, Julia "quasi sense poder caminar, amb el ventre inflat per les lesions que li havien provocat", fue trasladada al "Teatro Cervantes" de Badalona, donde habían habilitado unas dependencias para servir de cárcel de mujeres. Este traslado se produjo para que la detenida prestara declaración ante el juez militar de esa localidad, acto que no tuvo lugar oficialmente hasta el día 31 de octubre del mismo año, según consta en el Sumario.

Posteriormente fue trasladada a la prisión de mujeres de Les Corts, en espera de la celebración del Consejo de Guerra Sumarísimo y de Urgencia, que tuvo lugar en el Palacio de Justicia de Barcelona el día 2 de enero de 1940. La sentencia: cinco penas de muerte, ocho penas de reclusión perpetua, dos penas de 20 años, cuatro penas de 15 años, dos penas de 6 años y tres absoluciones a los que no tenían todavía 16 años, aunque fueron puestos a disposición del Tribunal Tutelar de Menores.

La petición fiscal para Julia era de pena de muerte, siendo condenada por el Tribunal Militar a reclusión perpetua. La sentencia pronunciada el mismo día del juicio fue ratificada y declarada Firme y ejecutoria por el auditor de Guerra el día 7 de marzo de 1940.

En la cárcel, Julia compartió celda con Conxita Vives y la actriz Maruja Tomás durante gran parte de su estancia en la cárcel. Compartían entre todas la poca comida que les traían sus familiares y amigos. Durante este tiempo recibió las visitas y el aliento de su tía Concepción y de su primo José. También la visitaron en alguna ocasión algunas amigas y amigos. Reproducimos a continuación una de las cartas que escribe desde su cautiverio: 

"Te quejas y tachas de excesivamente dura mi carta para contigo, quizás sea así, pero no te extrañe al así hablarte ya que tú sabes mi manera de ser y digo las cosas y las llamo al desnudo tal y como mi corazón me lo dicta, ya sé que mi manera de ser me costará sufrir y llevar muchos desengaños, pero que haremos soy así y nada ni nadie me podrá cambiar, soy una chiquilla que no tolero las hipocresías ni convencionalismos de la sociedad, eso es todo, pero en el fondo no soy mala.

A finales del verano de 1941, tras varios procesos febriles, el médico de la prisión le detectó el bacilo de Koch que le afectaba ya a varios órganos vitales. La enfermedad, consecuencia directa de las lesiones internas producidas por los golpes recibidos en los interrogatorios y la cárcel, necesitaba para su curación de reposo, buena alimentación, administración de antibióticos y otros cuidados que, por supuesto, Julia no recibió. Fue ingresada en la enfermería de la cárcel cuando la evolución del mal era ya irreversible. El sábado 6 de septiembre,  a las veintidós horas,  fallecía en esas mismas dependencias después de haber rehusado los "auxilios espirituales" que le ofrecía el sacerdote de la cárcel. Las compañeras de Julia recaudaron entre todas las presas algo de dinero para que pudiera tener un entierro digno.











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