Julia
Romera Yañez nace el 1916 en el seno
de una familia obrera, en plena Guerra Europea, una época realmente difícil de
la historia de Mazarrón. Con anterioridad a esa fecha ya se dejaban sentir en
el pueblo los primeros síntomas de una inminente y anunciada crisis económica.
En un párrafo de El Heraldo de Mazarrón, del día 4 de abril de
1905, se decía: “...nadie, absolutamente nadie se interesa por nosotros y
como perspectiva para el porvenir, contamos con la paralización de todos los
negocios mineros, con la destrucción de los bolas de pesca por no haberse
desviado oportunamente la rambla de las Moreras que los ciega e inunda de
fangues minerales, y el esquilmamiento de los escasos campos de labor que aún
se trabajan, por falta de agua de riego...” La única solución de subsistencia
que le quedó a la población trabajadora de Mazarrón, al igual que la de otras
localidades mineras murcianas como Águilas, Cartagena, La Unión, Lorca, etc.,
fue la emigración masiva hacia otras zonas más industrializadas en busca de ese
futuro mejor, que no siempre encontraban. José Berruezo Silvente, último
alcalde de Santa Coloma durante la etapa republicana y pariente de Julia, en un
párrafo de sus memorias refiere así la situación en Mazarrón: “...cuando
en junio de 1917 pude obtener el permiso de un mes en la mili para visitar a
mis padres, entristecidos por la reciente muerte de mi hermano, ya mayor,
encontré un pueblo completamente diferente y cuya juventud había sido barrida
por un terrible complejo de circunstancias. La Guerra Europea (1914-1918) había
liquidado la infraestructura de explotación de las minas y los obreros habían
declarado la huelga general para oponerse a los despidos masivos...”
En el otoñó de
1918, a la ya grave situación que atravesaba la clase trabajadora murciana,
vino a sumarse una terrible epidemia de gripe. El día 15 de octubre de 1918
fallecía en su domicilio de Mazarrón, a los treinta años de edad, Francisco
Romera Rodríguez, padre de Julia, a consecuencia de una neumonía gripal.
Así
transcurrieron tres años hasta que en 1921, ante la pérdida de empleo por parte
de varios miembros de la familia Romera-Rodríguez, ésta decidió emigrar a Santa
Coloma, donde ya vivía desde hacía dos años una tía de Julia, llamada Mariana
Romera Rodríguez, junto con su esposo Diego Berruezo Clemente y
sus hijos. Así, se instalaron primero en la calle Ciudadela Alta.
Posteriormente, habitaron una casa de la plaza de la Constitución. La Santa
Coloma que conoció Julia a su llegada fue la de un pequeño pueblo,
eminentemente agrícola, con una población que no alcanzaba todavía la cifra de
3.000 habitantes, pero que debido a la ola migratoria murciana de ese primer
tercio de siglo en sólo diez años su población se situaría en torno a los
13.000 habitantes.
En el año 1930, Julia trabajaba en Pañolerías
Baró, S.A. Con la llegada de la República, la CNT, que había permanecido en la
clandestinidad , volvió a reorganizarse y abrió un local en la esquina del actual
paseo Lorenzo Serra con la avenida de Santa Coloma. Muchos trabajadores y
trabajadoras de Pañolerías Baró, entre ellos Julia, se afiliaron al sindicato.
Paralelamente
a los sindicatos, con absoluta independencia, funcionaron las Juventudes
Libertarias, que organizaron la Biblioteca, dieron charlas de orientación
cultural y cursos de enseñanza gratuita a otros jóvenes que ya por su edad no
podían asistir a la escuela; también realizaban excursiones y giras campestres,
que tenían algunas veces carácter comarcal, reuniéndose entonces una enorme
cantidad de gente joven. También distribuían la prensa confederal, editaban
panfletos, gestionaban las actividades de la Biblioteca y llegaron a
editar una revista llamada Aurora Libre.
Las Juventudes Libertarias colaboraron con los
maestros en la Escuela Racionalista que se había instalado en la Casa del
Pueblo, dando clases nocturnas a jóvenes que ya no estaban en edad escolar y a
adultos después de acabar su jornada laboral.
Posiblemente,
entre los años 1934-1935 ingresó Julia en esta organización. Pero su
participación más destacada en las Juventudes Libertarias fue a partir de julio
de 1936, Julia fue nombrada secretaria general, cargo que alternó durante el
período de guerra con el de tesorera. Una vez finalizada la guerra, Julia
Romera no marcha al exilio, a pesar de su labor durante el conflicto, al
quedarse al cuidado de su abuela y de una tía. El 27 de enero de 1939,
las tropas del Cuerpo de Ejército Marroquí que ocuparon Santa Coloma.
El 30 de mayo
es detenida por la Guardia Civil de Santa Coloma, y tras pasar tres
interminables días a merced de la arbitrariedad de sus captores, Julia "quasi
sense poder caminar, amb el ventre inflat per les lesions que li havien
provocat", fue trasladada al "Teatro Cervantes" de Badalona,
donde habían habilitado unas dependencias para servir de cárcel de mujeres.
Este traslado se produjo para que la detenida prestara declaración ante el juez
militar de esa localidad, acto que no tuvo lugar oficialmente hasta el día 31 de
octubre del mismo año, según consta en el Sumario.
Posteriormente
fue trasladada a la prisión de mujeres de Les Corts, en espera de la
celebración del Consejo de Guerra Sumarísimo y de Urgencia, que tuvo lugar en
el Palacio de Justicia de Barcelona el día 2 de enero de 1940. La sentencia:
cinco penas de muerte, ocho penas de reclusión perpetua, dos penas de 20 años,
cuatro penas de 15 años, dos penas de 6 años y tres absoluciones a los que no
tenían todavía 16 años, aunque fueron puestos a disposición del Tribunal
Tutelar de Menores.
La petición
fiscal para Julia era de pena de muerte, siendo condenada por el Tribunal
Militar a reclusión perpetua. La sentencia pronunciada el mismo día del juicio
fue ratificada y declarada Firme y ejecutoria por el auditor de Guerra el día 7
de marzo de 1940.
En la cárcel,
Julia compartió celda con Conxita Vives y la actriz Maruja Tomás durante gran
parte de su estancia en la cárcel. Compartían entre todas la poca comida que
les traían sus familiares y amigos. Durante este tiempo recibió las visitas y
el aliento de su tía Concepción y de su primo José. También la visitaron en
alguna ocasión algunas amigas y amigos. Reproducimos a continuación una de las
cartas que escribe desde su cautiverio:
"Te
quejas y tachas de excesivamente dura mi carta para contigo, quizás sea así,
pero no te extrañe al así hablarte ya que tú sabes mi manera de ser y digo las
cosas y las llamo al desnudo tal y como mi corazón me lo dicta, ya sé que mi
manera de ser me costará sufrir y llevar muchos desengaños, pero que haremos soy
así y nada ni nadie me podrá cambiar, soy una chiquilla que no tolero las
hipocresías ni convencionalismos de la sociedad, eso es todo, pero en el fondo
no soy mala.”
A finales del
verano de 1941, tras varios procesos febriles, el médico de la prisión le detectó
el bacilo de Koch que le afectaba ya a varios órganos vitales. La enfermedad,
consecuencia directa de las lesiones internas producidas por los golpes
recibidos en los interrogatorios y la cárcel, necesitaba para su curación de
reposo, buena alimentación, administración de antibióticos y otros cuidados
que, por supuesto, Julia no recibió. Fue ingresada en la enfermería de la
cárcel cuando la evolución del mal era ya irreversible. El sábado 6 de
septiembre, a las veintidós horas, fallecía en esas mismas
dependencias después de haber rehusado los "auxilios espirituales"
que le ofrecía el sacerdote de la cárcel. Las compañeras de Julia recaudaron
entre todas las presas algo de dinero para que pudiera tener un entierro
digno.
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