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2836. Del terror en el alma española

Las derechas antifascistas españolas, por temor a perder unos pequeños privilegios, que estiman legítimamente suyos, y las izquierdas, por temor a no alcanzar unos derechos, que también estiman suyos, no andan de acuerdo. Demasiada revolución, según unos; poca revolución, según otros.

Y el caso es que todos desean lo mismo: vivir bien y tranquilos. Y el caso es también que todos podrían vivir tranquilos y bien con un poco de entendimiento: deseando para los demás lo que para nosotros queremos y teniendo unos y otros la seguridad de que la vida que anhelamos para nosotros se puede alcanzar para todos.

Si los ricos de ayer hubiesen pensado que los pobres podían hacer la vida que ellos estaban haciendo, sin menoscabo de su bienestar, no hubieran acudido a la fuerza para imponer sus privilegios. Si los pobres de hoy pensaran que la vida que anhelan se puede extender a todos sus conciudadanos, sin menoscabo de alguno, no pretenderían ser ricos a costa de los que hasta hoy lo fueron.

Esta es la dificultad madre que nos impide resolver nuestros problemas: no creer que el mundo dé lo bastante para que cada uno de nosotros viva como desea.

Sin embargo, no tan sólo podemos vivir tal como uno aspira, sino que aún podemos hacerlo mejor. Podemos vivir mejor, mucho mejor, porque lo que atormenta la vida de unos y de otros es no tener la seguridad, por falta de comprensión y de estudio, de que nadie ha de quitarnos los elementos que necesitamos para vivir. Esta seguridad que nos ofrece el mañana, por falta de buena administración y de juicio, nos amarga la vida, ya que la tenemos todos en constante peligro y desasosiego.

El alma humana es muy hermosa y, de entra todas, la española es de las mejores, a pesar del empeño que tenemos a afeárnosla.

El dominio por medio del terror ha sido ensayado varias veces y siempre fracasó, lo mismo cuando lo aplicaron los de la derecha, como cuando lo pusieron en práctica los de la izquierda; así fuesen extranjeros o españoles los que utilizaron el terror para someter a los demás a su tiranía y explotación.

Si el terror encuentra espanto en algunos corazones, a la postre también encuentra dignidad bastante para hacerle frente.

Y el alma humana es tan bella y más que otras la española, que contra ella, por riñones, dicho vulgarmente, nada se alcanza.

El que va hacia el alma humana con razón, encuentra camino llano. El que quiere apoderarse por la violencia del alma humana, no halla más que obstáculos en su camino.

Muchos tiranos hemos tenido los españoles aparte los que de fuera vinieron, pues parece que los tiranos crecen donde han de encontrar tiranicidas; pero si el tirano no da su brazo a torcer, tampoco se tuerce el del pueblo español, o, en último término, el del individuo español.

Todas las invasiones efectuadas por gente extraña a nuestra tierra han acabado por ser vencidas, aunque en algunas la reconquista haya durado siglos y aunque la raza dominadora haya sido mejor que la dominada, como la raza árabe, y aunque el invasor fuese más culto que el invadido, como las tropas de Napoleón.

Los tiranos, italianos y alemán, han querido emplear en nuestro país el procedimiento que en el suyo ha tenido éxito; pero en España fracasará, no sólo ante la masa, sino también ante el individuo, porque siempre surge un grupo de hombres que dicen: antes la dignidad que la vida.

Durante el pasado siglo España tuvo muchos tiranos, generales y políticos; ninguno logró vida tranquila y la mayoría encontraron la muerte en el ejercicio de su tiranía. También acabaron mal los que, desde abajo, quisieron imponerse por el terror. Y es que la violencia llama siempre a la violencia.

La violencia de los de abajo ha hecho surgir la violencia en los de arriba y la violencia de los de arriba ha motivado la violencia en los de abajo, si bien hay que reconocer que, en la mayoría de los casos, la violencia de los de abajo fue una réplica a la empleada por los de arriba.

¿Cuándo nos convenceremos de que gracias a la hermosura del alma humana, y muy particularmente de la española, el terror y la violencia nada alcanzan, porque siempre dan con la dignidad de un pueblo o de un individuo?

Sean expresión de razón y justicia tus labios, y los oídos españoles te escucharán. Si tus palabras o tus hechos no trasmitieran ni representaran razón ni justicia, por muy armado que anduvieras, en España, no se te abriría paso. Y es que hay una dignidad para todos los terrores y las violencias todas. En este respecto la raza eslava es muy semejante a la española.

Y, siendo así y pudiendo vivir todos como todos deseamos, vida tranquila y segura, es por falta de comprensión cuanto, en contra de estos deseos, nos ocurra.


Federico Urales
El Diluvio,  20 de mayo de 1937










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