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2828. Despachos de la guerra civil española XXVII

Hemingway con una bandera capturada a los sublevados en el Frente de Levante


Castellón, vía correo a Madrid, 8 de mayo 

Trescientos metros más abajo, el mar azul avanzaba con indolencia y solo había dos pasajeros en el avión con cabida para veintidós. Sobrevolábamos el trecho de litoral español dominado por las fuerzas de Franco. Aquellas dos ciudades blancas eran Vinaroz y Benicarló y aquella cadena de colinas pardas que se deslizaban hasta el mar como un dinosaurio que fuese a beber, era la línea que detenía el avance de Franco hacia Castellón. A la izquierda, la isla de Ibiza, famosa por Vida y muerte de una ciudad española, de Elliot Paul; destacaba, rocosa, en el horizonte. Pero los motores del avión funcionaban con regularidad. No se veían aviones ni buques de guerra franquistas y la única excitación era geográfica.

Alicante, donde aterrizamos, estaba lleno de barcos británicos y franceses. Cargueros fletados por una agencia de compras del gobierno español descargaban cereales, carbón y otras mercancías que no pudimos investigar a causa de la falta de tiempo para obtener pases aduaneros, Alicante se halla bajo un estricto estado de guerra y todos los hoteles y restaurantes sirven una comida uniforme que cuesta cinco pesetas. Cinco pesetas son menos de cinco centavos al cambio de la bolsa negra, unos treinta centavos al cambio oficial. La comida consistió al mediodía en un plato de estofado, una ración de pan y dos trozos de queso; y por la noche, en un plato de sopa por la que tal vez había nadado un pez, un huevo frito y una naranja.

En Valencia los precios de una comida eran los mismos, pero sus ingredientes eran mucho mejores. Seis variedades de entremeses, un excelente estofado de carne y naranjas en cantidad ilimitada. Por primera vez Valencia parecía saber que existía una guerra y, aunque los cafés seguían estando llenos, todos los hombres en edad militar iban de uniforme. Al pasar, camino del frente, por los grandes arrozales de La Albufera y por la verde exuberancia de la famosa huerta valenciana, este corresponsal comprendió por qué en Valencia se come bien. No hay en el mundo un trecho de tierra más rica y el gobierno posee el granero de España en La Mancha y la huerta, los árboles frutales y gran parte de los olivares en las provincias de Murcia, Alicante y Castellón.

A mi paso por Castellón tuve la impresión de que había proliferado una raza de topos gigantescos. Todas las calles estaban salpicadas de montones de tierra extraída para la construcción de un sistema de túneles comunicados que eran refugios antiaéreos. Son tan eficaces, que bombarderos italianos de Mallorca habían dejado caer la víspera cuatrocientas bombas, destruido 93 casas y solo matado a tres personas. Los habitantes de Castellón no evacúan la ciudad sino que se sientan ante sus casas; las mujeres haciendo punto y los hombres en cafés, pero cuando suena la alarma todos se meten en agujeros como una colonia de marmotas.

Por fin encontramos la línea del frente, profusamente atrincherada a lo largo de un cauce seco que desemboca en el mar, en punta de Capicorp, y caminamos por ella desde el mar hasta donde se curva hacia las colinas que habíamos visto desde el aire. Desde la cima de una torre medieval construida para defender la costa de los piratas, estudiamos las posiciones enemigas. El comandante de esta sección tenía excelentes atrincheramientos de tercera y cuarta línea y magníficas posiciones defensivas naturales en su retaguardia hacia Oropesa.

—El pánico ha desaparecido por completo —dijo el comandante—. Se ha luchado encarnizadamente, ha habido ataques todos los días desde que llegaron al mar, pero hemos defendido este trozo de costa centímetro a centímetro. No a centímetros del mapa —sonrió—, como sucedió el primer día. Para echarnos de la última posición que perdimos, trajeron cuatro cruceros y cinco destructores a unas tres millas de la costa a fin de bombardearnos desde la retaguardia, controlando el fuego mediante un avión de observación. Franco tiene solo dos cruceros y creemos que uno era el Deutschland y el otro italiano. Pero no somos marineros y no podemos identificarlos con seguridad. Quizá estarán ustedes aquí si intentan usarlos de nuevo.

—Sí —respondió este corresponsal —. Me gustaría muchísimo.


Ernest Hemingway
Despachos de la guerra civil española (1937-1938)





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