Lo Último

2834. El enano de Salamanca




A veces para ser buen político sólo se necesita un poco de autoridad. En cambio, a la falta de esa pequeña porción de autoridad se debe el fracaso de muchos hombres a quienes por su inteligencia, su cultura y su honradez se les había dado un crédito de gobierno. 

Franco y no aludíamos a él al hablar de las virtudes de ciertos gobernantes, será mañana acusado por sus propios partidarios de no haber sabido poner su autoridad al servicio de su causa política. Por algo el pícaro Lerroux le criticaba hace poco por su incapacidad para mantener en el extranjero la simpatía que saludó su gesto del 16 de julio. Triunfante la calumnia de la república marxista, a Franco sólo le quedaba ofrecer a la colaboración internacional el ejemplo —la objetividad— de una política nacionalista, cristiana, justiciera, culta y limpia de egoísmo. Bloqueada la República hasta para la propaganda, desarmado el pueblo, suspendidas las obligaciones del Derecho Internacional, en receso el código de la Sociedad de Naciones, Franco podía darle tiempo al triunfo de su causa en la seguridad de que todo lo ganaría la paciencia; esa paciencia que eleva a la víctima al rango de caudillo. La verdad de los republicanos estaba disfrazada de mamarracho en tanto que a la mentira franquista se le habían colgado todos los perifollos de una cursilería en que tanto se complace el complejo de inferioridad de los mediocres.

Pero la autoridad es eso que primero puso en venta la prisa de Franco ganado por el miedo y el odio al pueblo español. Una buena política hubiera consistido en llorar la desdicha de su deber guerrero. En la defensa hubiera conseguido más que en el ataque. Todas las conquistas realizadas por los italianos, los moros y los alemanes en Bilbao, Santander, Asturias y Aragón no son nada sino descrédito franquista comparadas con la resistencia del puñado de españoles encerrados en el Alcázar de Toledo. El propio fracaso de Madrid no pudo entonces aminorar el hecho de la defensa toledana. Otro triunfo semejante y "el enano de Salamanca" hubiera adquirido —bien cultivado por la diplomacia— las proporciones nacionalistas de Pelayo, de Guzmán el Bueno, de Palafox. La soberanía española volvería a tener, con razón o sin ella, un nombre propio.

Pero educado Franco en una política de "pandereta", "señorito" en vez de noble, acostumbrado a los ascensos de regalos, sintió prisa por alargar la mano al primero que le enseñó un uniforme de emperador, sin reparar en que sólo en las funciones de operetas se hacen repartos fulminantes de esa clase. Desde entonces, la República pasó a ser la ofendida, la defensora de la nacionalidad, ante el asombro y la simpatía del mundo. Las ofensivas de Franco eran ofensas que Italia y Alemania inferían, gratuitamente, al pueblo español. La resistencia de Madrid dejó reducida a un ensayo de heroísmo el suceso de Alcázar, Guernica, Infiesto, Sagunto, Barcelona... hacen ahora horrorizarse hasta los flemáticos y desaprensivos inventores del Comité de No Intervención, donde se ha hecho impune la intervención de los interventores. La República, cualquiera sea su suerte defintiva, ha ganado la batalla de su verdad desnuda y sangrante, en tanto que las victorias de Franco sólo influyen en el mundo descritas y cantadas y apropiadas por boca de Mussolini y Hitler. España ha dejado de ser una nación neutral y soberana para quedar reducida a un pedazo de tierra donde cada imperio —Inglaterra, Alemania, Francia, Italia— acude a defender sus intereses. Franco, vestido de emperador, disfrazado de caudillo, es ese charlatán delante de una barraca de feria donde se exhibe "la fiera corrupta" —el pueblo español— que "sabe decir papá y mamá en todos los idiomas". 

Y ese podrá ser un cuento que satisfaga el gusto plebeyo de los feriantes y la ambición ambulatoria de los escamoteadores de milagros. Pero con esos cuentos no se escribe la historia. Si acaso se pasa a ella con un titulo de traidor. Como tantos que —en España y en todas partes— desde Don Obras han ingresado en ella. 

¿Acaso no se llama "Don Juan de Austria" el enano bufón eternizado en la historia del arte de Velázquez? 


Rafael Suárez Solis
Facetas de la actualidad española núm. 12, La Habana, abril de 1938









No hay comentarios:

Publicar un comentario