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2891. Un taller colectivo de modistas y sastras que trabajan voluntariamente para los luchadores del pueblo

A la izquierda: Isabel López (x), secretaria femenina del Radio 9 de las Juventudes Socialistas Unificadas, que dirige el taller instalado
en el que fue convento de las Pastoras, donde se confeccionan ropas para los combatientes (Foto: Videa) 



Convento que se llamó de las Pastoras, en Chamberí,  casi inmediato al pulmón popular de la Glorieta de Cuatro Caminos. Un caserón ni muy antiguo ni muy moderno, con cierto aire recoleto y provinciano. El patio conventual, con sus arcadas, sus galerías y sus arriates, parece el de una casona de Sevilla. Y al fondo de la mansión, el jardín umbroso, fresco, abierto entre un cuadrilátero de galerías con balcones y rejas. 

En una vasta sala, llena de alegría solar, entonan su canción de ritmo monótono hasta cincuenta máquinas de coser. Parlas y risas femeninas decoran como estribillo la canción mecánica. Cincuenta muchachas trabajan con esa animación juvenil que hace alegre y provechoso el esfuerzo. Modistas y sastras, espuma de juventud; las que decoran con su gracia única, en escuadrones volantes, las aceras madrileñas dos veces al día entre un revuelo de piropos y risas. 

¿Ha empezado la temporada de costura? Ciertamente, por estos días, las madames más o menos auténticas habían regresado ya de sus compras parisinas, y los modistos afamados lanzaban sus primeras reclames en los periódicos y empezaban a recibirse en los grandes almacenes los tejidos que la fantaisia de los dibujantes lanzaban como nuevas modas.

Todas estas muchachas empezaban a ir al taller de madame o a recluirse en los más modestos «cuartos de labor» de las modistas de la clase media. 

La labor que ahora hacen todas estas muchachas es bien distinta. Por los tableros de sus máquinas no se deslizan, al ritmo de la Singer, telas costosas, sedas y crespones, pañetes delicados, lanas fonjes y ricas. Sus manos pulidas, de uñas esmaltadas; sus manos habituadas a las delicadezas de las toilettes lujosas, manejan gruesos tejidos de colores apagados, cosen piezas innúmeras de tela azul uniforme y proletaria. 

La madame no pasea entre las máquinas su prestancia vanidosa, dura y exigente, que se desquita en el taller de las zalemas y adulaciones que prodigó en la «sala de pruebas» a las clientas ricas. 

Rige este taller luminoso, alegre, lleno de risas y canciones en flor, una muchachita menuda y morena, viva e inteligente. Es casi una niña, y tiene dinamismo y energía de verdadera autoridad. Se llama Isabel López, y es la secretaria femenina del Radio 9 de las Juventudes Socialistas Unificadas. 

Ella ha organizado, en lo que fue convento, este taller colectivo, donde ciento veinte muchachas trabajan haciendo cazadoras de abrigo, «monos», camisas y jerseys para los combatientes del pueblo. 

—Todas estas compañeras —me dice— están trabajando aquí voluntaria y desinteresadamente. Bastó un solo llamamiento de las Juventudes para traerlas. Algunas estaban colocadas y tenían labor retribuida en otros talleres, y la han dejado para venir a trabajar gratis. 

Nos cuenta Isabel López cómo en pocas horas se organizó el taller: 

—Las primeras veinte máquinas las dio la Casa Singer. Las demás han ido viniendo como fruto de las requisas hechas por las Juventudes. En Abastecimientos los surten de telas para los uniformes y camisas, y de lanas, para los jerseys. 

—¿Cómo está organizado el trabajo?

—Por el sistema stajanovista. Cada compañera, con una o dos ayudantas, trabaja en una máquina. Controlamos el rendimiento de cada máquina, que ya está calculado en cada jornada, y luego, colectivamente, el del taller, que ha de alcanzar una cifra de producción prevista.

—¿Cuál es la producción actual? 

—Somos hasta ahora ciento veinte compañeras, divididas en tres Secciones. No hace más que una semana que estamos trabajando, y ya conseguimos hacer diariamente unas setenta cazadoras, otros tantos «monos» y camisas; los jerseys, naturalmente, por ser labor más minuciosa, se hacen en menor cantidad.

 —¿Usted está al frente de los tres talleres? 

—Tengo como ayudantas dos delegadas; Mercedes del Hierro y Valentina Pérez. Esta es una gran luchadora. Ha estado en los frentes de la Sierra como enfermera; luego, en Talavera, en las cocinas de campaña y llevando víveres a las líneas de fuego. 

— ¿Son todas madrileñas, chamberileras, estas muchachas?

 —En su mayor parte, están afiliadas a nuestro Radio de Chamberí. Pero hay varias asturianas, a las que los sucesos sorprendieron en Barcelona. Habían ido formando parte de las Agrupaciones de folklore que iban a actuar en la Olimpíada Popular, y se han quedado aquí. 

Interrumpe Isabel sus explicaciones. Los preparativos del fotógrafo han producido cierto revuelo en el taller. El enjambre femenino se alborota, risueño, preocupado con la pose ante el objetivo. Isabel, con acento enérgico, clama: 

—¡A trabajar! ¡La labor no debe interrumpirse ni por hacer fotografías ni por nada!

Instantáneamente el alegre tumulto cesa. Ni una protesta, ni una murmuración. Vuelven a trepidar las máquinas.

 —Veo que hay disciplina—insinúo.

Isabel López me contesta con gravedad:

 —Naturalmente; como la tiene toda la juventud en estos instantes. Precisamente porque nada, ni siquiera el interés del jornal nos obliga, tenemos derecho a exigirnos a nosotras mismas el máximo esfuerzo. 

Un cortador se acerca a hacerle una consulta, y la secretaria la resuelve rápidamente. Se intensifica el ritmo mecánico de la canción laboriosa. Isabel López, satisfecha, toma unas notas en su bloc. El enjambre humano trabaja. Alegría creadora del entusiasmo, que no se cansa, que no ve en el trabajo un castigo, sino una liberación. ¡Salud, camaradas! 


Juan Ferragut
Mundo Gráfico, 30 de septiembre de 1936






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