1
Como
un terrón que escapa del surco hacia los cielos,
cargado
de asperezas y fragancias,
apareciste,
hermano.
Contigo
se elevaron la espiga y la paloma,
el
íntimo perfume del romero,
el
balido inocente de la oveja más tierna.
Te
recuerdo invadido de rumores
como
un olivar triste,
con
la frente combada hacia la aurora
y
un clavel horadándote las manos.
Te
recuerdo de miel y espino seco.
En
tus abarcas de pastor llevabas
todo
el rocío virgen, todo el fuego
increado
del alba;
en
tu zamarra un áspero rumor de encinas graves
y
más adentro,
sobre
tu corazón, la voz del río
donde,
embriagado ruiseñor, creciste.
Oh,
cantor milagroso de la ternura agreste,
un
mastín te guardaba la osamenta
y
a la puerta encrespada de tus venas
suspiraba
una alondra.
Eras
una raíz tan amorosa, erguida con tal furia entre los hombres,
que
se te oía correr la sangre hermosa
como
un galope de caballos jóvenes
sujetos
por un freno de alhelíes.
Un
temblor de amapolas y trigales maduros
se
asomaba a tus ojos
y
una violenta sed te rodeaba,
una
sed escondida en los siglos de llanto,
en
el hombre, en la piedra, en las retamas
que
a nuestros campos dieron.
su
inmemorial tristeza.
Tierra
tú mismo te nombraste, tierra,
y
de la tierra fuiste a despertar al pueblo,
a
ceñirle coronas,
a
restañarle heridas
cuando
la soledad y la agonía
como
rosas de espanto a su sien se asomaban.
Ay,
tu gloria fue entonces,
tus
matinales nupcias con lo eterno.
Nadie
puede decir cuándo morimos
para
nacer al alba perdurable,
pero
en aquella unión de sangre y tierra
te
brotaron entrañas en la entraña,
alas
crecieron de la pana honrada
que
tu cuerpo vestía,
y
tu canción se alzó sobre la muerte,
heroica,
deslumbrante,
porque
a la muerte misma se ofrendaba.
Solitario
cabrero del verbo apasionado,
allí
sigues viviendo, en ese instante
conmovido
respiras,
sueñas,
cantas.
No
has muerto, no pudieron
matarle
los que a golpes de rencor te mataron.
La
tierra no perece, y tú eres tierra,
toda
la noble tierra de España que ahora cubre
tantos
sueños tronchados.
Tú
eres, niño de fuego, la esperanza.
2
Como
un lucero herido que a la tierra desciende
después
de dar su luz al mundo ciego,
partiste
hacia las sombras.
Mírame
aquí cantando con mis lágrimas
tu
ausencia irreparable,
los
enlutados ecos de tu canto.
Entre
mis manos guardo su fulgor que no cesa :
España,
tu gemido de fruto desangrado.
Juan
Rejano
1942.
Al morir el poeta Miguel Hernández , en Libro de los homenajes, 1961
Impactante. Grandes los dos poetas. Y Rejano, al igual que hizo A.Machado, ajusta su texto al vocabulario y ritmo de Miguel Hernández; es su homenaje.
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