La campaña que vienen
realizando las extremas derechas -fundamentalmente contrarrevolucionarias y
antirrepublicanas-, secundadas por los elementos directores del partido
radical, nos mueve a dirigirnos a la opinión pública en general y a la clase
trabajadora en particular para fijar debidamente nuestra actitud ante el actual
momento político.
Fuimos al movimiento que
culminó en las jornadas históricas del 12 y 14 de abril, plenamente conscientes
de nuestra responsabilidad y decididos a arrostrar todas las consecuencias que
del mismo pudieran derivarse, porque entendíamos que no se podía dar un paso en
firme en la política de nuestro país sin resolver una cuestión previa: la
abolición de la monarquía. Era ésta en nosotros una creencia ya muy antigua,
puesto que figuraba en nuestro programa mínimo no como una de nuestras
aspiracines inmediatas, sino a la cabeza de todas ellas.
Sabíamos de antemano que la
República que se implantara no sería socialista; pero sabíamos al mismo tiempo
que, para ser eficaz, para responder a lo que demandaban de consuno el progreso
de los tiempos y las necesidades del pueblo español, no podía ni debía ser
tampoco una República conservadora, reaccionaria y cerrada a toda clase de
innovaciones.
Firmes en esta creencia, nos
dispusimos a colaborar lealmente, primero, en el movimiento revolucionario que
precedió a la proclamación de la República, y después, en el establecimiento y
consolidación de la misma. Nadie podrá acusarnos de habernos extralimitado en
nuestras pretensiones ni de haber faltado a ninguno de los compromisos
contraídos con los demás partidos republicanos. La dictadura socialista de que
se está hablando, la política de socialización que, sin una sola prueba, se
viene denunciando, no son más que vanos pretextos para alimentar unos
propósitos esencialmente contrarrevolucionarios, que, impotentes para
enfrentarse con el régimen, tratan de mediatizarlo y desnaturalizarlo.
Hay quien se ha atrevido a
hablar de nuestra falta de abnegación y de nuestra sobra de interés, ¿Se ha
olvidado, quizás, que en más de una ocasión el partido socialista y la Unión
General de Trabajadores estuvieron íntimamente asociados a movimientos
revolucionarios cuyo fin era instaurar la República, habiendo renunciado de
antemano a toda participación en el Gobierno? Baste recordar lo que ocurrió en
1917, en que el más conspicuo de nuestros debeladores de hoy brilló por su
ausencia en los momentos decisivos, mientras los representantes de nuestras
organizaciones daban la cara y, en momentos dificilísimos, hacían honor a los
compromisos contraídos.
Somos los mismos de 1917 y los
mismos que hemos sido siempre. Si continuamos nuestra participación el el
Gobierno, no es por el deseo de mantenernos en el Poder, sino porque no se ha
constituído todavía el partido republicano o la coalición de partidos
republicanos capaces de hacer frente a la contrarrevolución y de asegurar la
necesaria e indispensable obra de consolidar la República. Nadie con más ardor
que nosotros ansia la formación de un sólido frente republicano. Y si este
resultado no se ha logrado aún, las dificultades no han surgido de nuestro
campo. Las ha creado y las sigue creando precisamente quien, sin aducir ni un
dato, sin aportar la más mínima justificación, lanza excomuniones contra los
socialistas y se atreve a acusarles de fomentar desórdenes y de provocar
conflictos.
Pública y notoria es nuestra
conducta. Ante el interés general, por no crear dificultades al régimen, no
sólo hemos sacrificado más de una vez nuestras legítimas reivindicaciones de
clase, sino que, además, hemos salido públicamente al encuentro con circulares,
manifiestos y por todos los medios- de movimientos huelguísticos extemporáneos
y de algaradas promovidas por los extremistas conjugados de derechas auténticas
y de pretendidas izquierdas. Esto lo sabe la opinión imparcial y, lo que es más
importante, lo han reconocido leal y noblemente los partidos de limpia y
patente ejecutoria republicana.
Si tal es la situación, ¿qué se
propone con sus extemporáneas e inexplicables intervenciones el jefe del
partido radical? El país debe conocerlo y las masas republicanas meditarlo con
el más exquisito cuidado. El partido radical, con su actual minoría
parlamentaria, no puede constituir Gobierno. Tampoco puede constituirlo con
otras minorías republicanas, las cuales, sobre repudiar los procedimientos que
viene utilizando el señor Lerroux, no pueden hacerse solidarias de una política
que niega en sus fundamentos la obra renovadora de la República.
¿Cómo podría entonces
realizarse el tan ansiado relevo? ¿Mediante una disolución de las actuales
Cortes? Sería un golpe de Estado, no sólo porque las nuevas elecciones deberían
hacerse con la ley antigua y escamoteando el voto a la mujer, sino también porque
no se habría cumplido la convocatoria de las Cortes constituyentes, en la cual
figuraba taxativamente, entre otras cosas, el problema heredado de la
monarquía- relativo al Estatuto de Cataluña
¿Mediante una nueva dictadura?
Si esto es lo que se pretende, si es esto lo que se prepara, mal blanco ha
escogido para sus ataques el guía del partido radical, porque, contra un
intento semejante, las fuerzas del partido socialista y de la Unión General de
Trabajadores se levantarían como un solo hombre y, conscientes de sus deberes y
de sus responsabilidades, ellas, que tan respetuosas son con la legalidad y con
el régimen democrático debidamente establecido, no repararían en medios, por
violentos que ellos fuesen, para oponerse a la violencia y a la osadía de las
fuerzas desencadenadas de la reacción provocadora.
Sospechoso es, en su forma y en
su fondo, el llamamiento antidemocrático, antirrepublicano y anticonstitucional
hecho en las actuales circunstancias al jefe del Estado en nombre de un partido
adicto al régimen. Sospechosa también la acogida que ha dispensado las extremas
derechas a la afirmación que ha llenado de júbilo a los antiparlamentarios de
todos los matices- de que el Parlamento no representa a la opinión del país.
Sospechoso e inoportuno, en fin, el apoyo que semejante actitud ha de prestar
forzosamente a los elementos impunistas en el momento mismo en que se dispone a
actuar la Comisión de Responsabilidades y en que un gran contrabandista y sus
colaboradores van a responder, ante la justicia de la República, de los
desafueros cometidos bajo el antiguo régimen con la tolerancia y la complicidad
de éste y con la intervencón de muchos que se declaraban furiosos adversarios
del mismo.
Para la buena marcha de la
República, para afianzar y dignificar el régimen que libremente han querido
darse los españoles, es indispensable que republicanos y socialistas, cada uno
desde su campo y sin desdibujar en lo más mínimo sus respectivas ideologías,
mantengan una estrecha y leal cordialidad. El movimiento revolucionario
iniciado con el derrumbamiento de la monarquía no ha terminado aún; los
elementos que oprimían y explotaban al país bajo el antiguo régimen, tratan de
introducirse en el nuevo y disponer de él a su antojo. Para ello se emplean por
políticos llamados republicanos y que declaran paladinamente que no harían
ascos a la colaboración de antiguos monárquicos- los mismos procedimientos a
que nos tenían acostumbrados los nefastos oligarcas partidarios del «turno
pacífico de los partidos».
Denunciamos enérgica y
solemnemente ante el país la burda maniobra que se pretende realizar. Y en bien
del interés general, unidos estrechamente a los partidos republicanos que
aceptan y practican lealmente los procedimientos democráticos, el partido
socialista y la Unión General de Trabajadores dan la voz de alerta a todos los
ciudadanos y se disponen a cumplir, como siempre, su deber con toda dignidad y
con toda energía.
Madrid, 14 de julio de 1932
Por la Comisión ejecutiva del partido socialista: Remigio
Cabello, Manuel Albar, Manuel Cordero, Wenceslao Carrillo, A. Fabra Rivas,
Anastasio de Gracia, Francisco Azorín, A. Fernández Quer, Manuel Vigil.
Por la Comisión ejecutiva de la Unión General de Trabajadores: Manuel
Cordero, Wenceslao Carrillo, Rafael Henche, EnriqueSantiago, Felipe Pretel,
Manuel A. Zapata, Antonio Génova, José Díaz Alor, Antoni Muñoz, Fermín
Olivares.»
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